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jueves, 6 de mayo de 2010

medios

LA NUEVA PROPUESTA DE CICLO FINAL DE LA EDUCACION SECUNDARIA EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES INCORPORA LA OPCION COMUNICACION
Preguntas sobre el bachillerato en Comunicación
Graciela Fernández aporta elementos e interrogantes para que esta posibilidad cobre sentido.
Por Graciela Fernández Radrizzi *
El 8 de marzo comenzó el nuevo año escolar que pone en funcionamiento la escuela secundaria obligatoria de seis años de duración, en la provincia de Buenos Aires. El ciclo final de tres años es modalizado y, entre otras opciones, existe la de Comunicación, que otorgará el título de bachiller en esa especialidad.
Según el documento preliminar puesto en circulación por la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires en los últimos días de diciembre del 2009, la modalidad propone “superar la identificación de la comunicación con la tecnología y comprender que el fenómeno comunicacional está esencialmente planteado en base a la existencia de un otro”. (1)
Precisamente, subraya el enfoque de las prácticas comunicacionales como constitutivas de la trama social desde una perspectiva multidisciplinaria, latinoamericanista y superadora del modelo mediocéntrico. El campo comunicacional es definido como el del abordaje de los fenómenos de construcción de sentidos que se producen en relación con ciertos discursos y prácticas socioculturales insertos en contextos específicos donde se “libran las batallas” por la definición social de los significados.
El texto sugiere, además, la metodología de estudio de casos y la organización de desarrollos pedagógicos “no lineales” que “den cuenta de las prácticas del zapping, la multimedialidad y la hipertextualidad desde la cual operan con la información los adolescentes en su vida cotidiana.
Por otro lado, describe a los destinatarios de la educación como sujetos que se desenvuelven en un paradigma cultural diferente impregnados por su identidad de nativos digitales.
La propuesta curricular aspira a que los egresados sean capaces de complejizar conocimientos teóricos y conceptuales que les permitan comprender fenómenos de comunicación, producir, escuchar, escribir y leer textos en los nuevos lenguajes de la comunicación, desarrollar campañas comunicacionales con fines comunitarios, analizar críticamente la significación social y política de las prácticas comunicacionales propias y ajenas, utilizar adecuadamente las tecnologías de la información y la comunicación, además de valorar la importancia del trabajo articulado y solidario con y a través del Estado, las organizaciones de la sociedad civil y las entidades privadas.
Los contenidos pedagógicos se desagregan en materias. En primer año: Psicología e Introducción a la Comunicación. En segundo: Comunicación y culturas del consumo; Observatorio de comunicación, cultura y sociedad, y Observatorio de medios. En tercero: Comunicación y transformaciones culturales del siglo XXI; Taller de comunicación institucional y comunitaria, y Taller de producción en lenguajes.
Muchos son los interrogantes: ¿cómo se resolverá la práctica de las tecnologías de información y comunicación (TICs) en las escuelas públicas con sus salas de computación desmanteladas y sin docentes contratados al efecto? (Por el momento es una esperanza el proyecto del Ejecutivo nacional que entregaría una netbook a cada alumno de escuela de gestión estatal.) ¿Y en las privadas, donde en el cursado de materias de comunicación se trabaja en aulas sin computadoras porque están ocupadas con el dictado de informática? ¿Cómo coordinará un observatorio de medios quien al recibirlo como materia a dictar tiene que preguntar “qué es un observatorio”? ¿Qué editoriales avanzarán en la producción de los libros o materiales digitales para el uso áulico en las condiciones de mercado actual? ¿Cuánto se sabe científicamente de los modos de producción de sentidos y las prácticas comunicacionales adolescentes? ¿Qué presupuesto y modalidades insumirá la indispensable capacitación docente? ¿Cuánto de lo propuesto por los pioneros comunicadores populares de América latina será tomado en cuenta como metodología de trabajo escolar? ¿Cuántos académicos se permitirán acercarse desde sus cátedras a aportar saber, inteligencia y práctica? ¿Qué estará dispuesto a aprender el alumno de quince años que el primer día de clases me respondió a la pregunta “¿por qué elegiste comunicación?” con un simpático “porque me dijeron que era la más fácil”?
Desde 1992, diversas iniciativas oficiales han incorporado la enseñanza de la comunicación a la escuela media. La posibilidad de que ésta no sea una más dependerá de muchas variables, pero como en muchos otros órdenes de la realidad nacional ocupa un lugar central un desafío de planificación, el de minimizar el vacío comunicacional que se produce entre los diseñadores y los destinatarios de las políticas de Estado.
* Docente, comunicadora. Directora de la organización civil El Piojo.
(1) Wolton, Dominique. Pensar la comunicación. Prometeo, Buenos Aires, 2007, pág. 10. Citado en el Documento preliminar de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, correspondiente al Expediente Nº 5801-4.863.914/09
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LA NUEVA PROPUESTA DE CICLO FINAL DE LA EDUCACION SECUNDARIA EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES INCORPORA LA OPCION COMUNICACION
Los televidentes somos más que números
J. Gunnar Zapata Zurita reivindica la condición de las audiencias como participantes activos del proceso comunicacional.
Por J. Gunnar Zapata Zurita*
Desde Cochabamba, Bolivia
Hasta el presente han existido casi un centenar de foros, talleres, seminarios y congresos sobre el manejo sobremaquillado de la difusión de noticias en determinados medios de comunicación. Asimismo son más frecuentes columnas y artículos, donde se encuentran posiciones que pretenden orientar a los lectores, respecto del ejercicio de nuestro derecho a la información, considerablemente afectado por el manejo desprolijo de información. Son muchas y siguen las críticas contra el sensacionalismo y la banalización de la noticia pero, a pesar de ello, estas tendencias se reproducen mucho más en los medios de comunicación, sobre todo en la programación televisiva.
Parecería un diálogo de sordos: surgen denuncias respecto de los inconvenientes de un manejo superficial e irresponsable de la información televisiva; sin embargo, estos comentarios no repercuten en nada. Son propagadas cada vez más: la sobreexposición de imágenes de personas malheridas, exageraciones, espectacularización en las noticias, desfiles de ropa interior en revistas informativas y opiniones de comentaristas que rayan en los insultos a autoridades u otras personas, a títulos de chismes de farándula. A estos elementos se suma la levedad de presentadores o comentaristas invitados de televisión, que hacen un papel de inquisidores electorales al calificar como “competentes o no” a candidatos a gobernador o alcalde.
En primera instancia, ningún periodista ejerce representación de la ciudadanía. La población confía sus facultades de investigar y difundir información a los periodistas, pero de ninguna manera los empodera como representantes suyos. La actividad periodística no convierte en celebridades o jueces a los periodistas, la actividad periodística es estrictamente un servicio para la población.
La razón de estas tendencias radica en un término: “rating”. El nivel de audiencia, cuota de pantalla o “rating” es el porcentaje de hogares o personas que ven un determinado programa de televisión en su emisión, sobre el total de la población que mantiene encendido su televisor. Los recursos utilizados en los programas televisivos están dirigidos a capturar la atención del espectador, desde la agresividad o banalidad con que se abordan los temas, hasta el color de la escenografía y la apariencia física de los comunicadores. Me animaría a señalar que “prácticamente” prima más la preocupación del “rating” sobre el interés de difundir información a la población, en el entendido que cualquier dato expuesto en televisión no es información.
La lógica es comercial: cuando un programa de televisión tiene un elevado “rating” sube la cotización por segundo en sus pases de publicidad; esto no resta el interés de las empresas por anunciar en tal programa. A diferencia de los servicios comunes, parecería que estos servicios en televisión se asemejan a bienes “Giffen”, porque cuando suben los precios por segundo de publicidad en un programa televisivo incrementa o se mantiene la cantidad de empresas que desean anunciar en tales espacios, en lugar en reducirse. ¿Por qué? Por el nivel de audiencia de tal programa que aparentemente incluye a los consumidores actuales y potenciales de los bienes ofertados por las empresas anunciantes.
Lo expresado anteriormente probablemente ya fue mencionado alguna vez y quizá no generó reacción alguna contra el poder mediático; sin embargo, el poder no lo tiene el medio, sino el televidente. Sí, amigo espectador, usted no es una cifra más del “rating”. En usted radica el poder de decisión para elegir qué programas quiere ver o no, y ningún medio de comunicación accederá a su atención, si usted le otorga un nivel de credibilidad muy bajo.
Con total seguridad, el nivel de credibilidad otorgado a un programa, medio o periodista, se antepone a las tendencias banales o sensacionalistas. Por más recursos que se utilice en un programa televisivo, si usted perdió la credibilidad en quienes lo producen, ese programa está condenado a la extinción. El público que reconoce un adecuado manejo de la información tiene el poder.
La investigación seria, la orientación periodística y no comercial, la diversidad de fuentes consultadas antes de difundir la nota, el seguimiento al trabajo de servidores públicos, la revisión de sucesos informados previamente y, ante todo, la empatía con el teleespectador son elementos necesarios para mantener una real preferencia de la población. A Dios gracias, se pueden reconocer estas características en determinados espacios informativos en la televisión local, algo de lo que estamos orgullosos los profesionales en Comunicación Social.
* Investigador social y profesor titular de la Universidad Mayor de San Simón (Cochabamba, Bolivia).

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