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domingo, 11 de abril de 2010


CULTURA › EL MIERCOLES SE INAUGURA LA MUESTRA APARATO REPRODUCTOR EN EL ROJAS
Cuando la radio es una pieza de arte
El colectivo La Tribu les pidió a sus oyentes que acercaran receptores de todas las épocas y juntó 67, que le entregó a igual número de artistas plásticos para que las intervinieran. El resultado ofrece miradas variadas sobre el aparato más “compañero”.
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En marzo del año pasado, al cumplirse los veinte años de la primera emisión de La Tribu, ese colectivo, que realza la comunicación alternativa y comunitaria, propuso a sus oyentes que acercaran radios de todas las épocas. Pronto comenzaron a llegar armatostes de madera con tocadiscos, radios portátiles típicas de picnic de los ’80, Spikas, walkmans... aparatos dignos de colección. Sorpresivamente, el público también se desprendía de sus últimas adquisiciones, ya que incluso los reproductores de mp3 decían presente. Las 67 radios cayeron luego en manos de 67 artistas visuales que plasmaron, con intervenciones de lo más diversas, miradas, reflexiones y vínculos con el aparato más “compañero” de todos. La próxima parada del viaje de las radios será el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038), donde el miércoles a las 20 se inaugura la muestra denominada Aparato reproductor, de entrada gratuita.
Karina Granieri, integrante de La Tribu, sugiere que lo más interesante de la movida es “el cruce de diferencias y planteos”, así como también el que se produce entre “la materialidad de la radio y la historia del artista con ella”. Su compañero Sebastián Vázquez destaca “el diálogo entre la radio y el arte plástico”, que va en la misma línea en la que la FM trabaja desde sus inicios, con el arte sonoro como bandera. Asentado en la idea de circulación, el proyecto culminará en La Tribu, porque los trabajos serán finalmente vendidos para la sustentabilidad del colectivo autogestionado.
La nómina de artistas que participan de la exposición es un jugoso menjunje de ilustradores, historietistas y artistas plásticos que trabajan con objetos o que se dedican a la escultura o la pintura, representantes de las corrientes abstracta y conceptual, amantes de las performances sonoras o con videos y experimentadores de las tecnologías. En vísperas de una muestra que reúne ochenta años de historia y “veinte de amor” por una manera diferente a la hegemónica de hacer radio, Página/12 reunió a algunos de los artistas para indagar cómo se trabaja con un objeto cargado de sentido y qué factores entran en juego en su relación con él. La respuesta completa estará en el Rojas hasta el 22 de abril. Aquí, un botón de muestra, que repasa tres caminos bien diferentes y miradas posibles sobre el mismo objeto simbólico.
De amores y de odios
Las ilustraciones de Augusto Costhanzo llevan el sello de la cultura digital. Sin embargo, al elegir el aparato con el cual trabajar en este caso, el dibujante no vaciló ante una Spika celeste, “una radio pura”, según él. Fue amor a primera vista, porque se le vinieron a la cabeza sus primeros años de adolescencia de la mano de Alejandro Dolina, Lalo Mir y Jorge Guinzburg. “Vengo de una familia muy radiera y soy un fanático. Siempre deseé tener un programa de radio”, confiesa. Su trabajo será una síntesis de recuerdos y deseos personales: la radio como compañera fiel. “Tengo un aparato pequeño de batalla, ése que se cae y sigue adelante. La radio está cuando te bañás, te preparás un café o vas a la terraza. Es extraordinaria esa posibilidad”, recalca. El ilustrador, que por primera vez se sale de los papeles y la computadora, contará la historia de un naufragio: “La radio es una balsa en el medio del mar y arriba, en un cartón, dibujé a un tipo. No está perdido ni se siente en un abismo, sino que se lo ve feliz por estar con ella”, detalla. Claro está que su mirada no tiene que ver sólo con las particularidades del medio de comunicación que, de chico, despertaba su imaginación –incluso por los misterios de su funcionamiento, ya que lo creía posible gracias a un par de enanos en el interior del receptor– y que diferencia, por tener “otros tiempos y mayor profundidad”, de la televisión.
Más allá de que el historietista Gustavo Sala se separe del fetichismo saludable para meterse meramente con el éter, las intervenciones de él y Costhanzo presentan un punto de contacto: la materialización de la relación íntima y cotidiana entre la radio y su oyente. Incluso, en ambos casos es posible especular sobre un cierto tipo de persona que escucha. Por cierto, ¿quién no tuvo algún familiar obsesivo de la radio, de esos que duermen con ella debajo de la almohada? Ahora bien, en cuanto a Sala, ¿qué esperar de un tipo que dijo estar “mal acostumbrado a ser un hijo de puta”? Si algo les faltan a sus historietas son escrúpulos. Y no iba a tenerlos con el medio que lo alberga desde hace siete años (trabaja en la FM Rock & Pop Beach de Mar del Plata). “Bueno... me acostumbré a ser un hijo de puta en el buen sentido, porque trabajo con libertad”, se redime. La muestra ofrecerá un ejemplar bien a lo Sala: acrílicos y fibrones negros, líneas gordas y gruesas sobre un equipo algo destruido. “Hice una especie de radio mutante, nerviosa; una caripela bastante simpática. Va a mirar al público y a tirarle un poco de mala onda. Es la típica radio que quiere exterminar a los rolingas, los ricoteros y los negros”, describe. ¿Se inspiró en alguna rabieta propia con la radio? Sala dice que no, que lo suyo pasó por el acostumbramiento de crear personajes. “Hay un tipo de oyente que dice ‘voy a prender la radio para que este hijo de puta me tire mierda a través del éter’. No me enojo; al contrario: me divierto cuando escucho radios chotas.”
Aparato reproductor
La radio dibuja un contrato tácito entre taxista y pasajero. A este último muchas veces no le queda otra que aceptar las “malas ondas” que despide el estéreo. El oyente de una radio que no condice con su ideología suele entrar en el estado de enfurecimiento que describe Sala, y más cuando la escucha no es elección sino accidente. “Tuve que bajarme de varios taxis peleada a muerte por hablar de todos los temas. Mi marido me dice ‘te van a matar algún día’”, grafica la artista plástica Luján Funes. Ella también indagó en la relación radio–oyente, pero recortó el análisis a los taxistas. Y, fiel a sus ansias de investigar como lo hace habitualmente, fue más allá: ahondó en las repercusiones que el consumo mediático produce en los taxistas y en su visión acerca de la inseguridad. Lo hizo a través de una encuesta que aplicó a 60 casos, y filmó las conversaciones para su performance en el Rojas. Al momento de hablar con Página/12 aún estaba haciendo cuentas.
“Un 50 por ciento de los consultados escucha Radio Diez. Hay una proporción impresionante de jóvenes que escuchan Rock & Pop. Ellos son más tranquilos con respecto a la inseguridad”, expone Funes. Su conclusión parcial es que la radio que eligen los taxistas influye en los discursos que luego reproducen. “Escuché cosas terribles. Que hay que matar gente como en el ‘76, cortar cabezas, fusilar, patrullar todo el tiempo, establecer la pena de muerte...”, enumera Funes aún con asombro, y cuenta que el aspecto que más le sorprendió fue “la portación de rostro” como criterio de selección de los pasajeros. Sin embargo, dice haber encontrado un halo de esperanza. “A diferencia de otras épocas, hay una mayor reflexión”, redondea.
Funes evidencia así otro nivel de lectura sobre la radio: las condiciones en las que un discurso se recibe, se transforma o simplemente se repite; es decir, la envergadura social del medio (o de los medios). Y aquí radica lo rico de la propuesta de La Tribu: en la posibilidad de ver cómo reaccionaron los artistas frente a un objeto ya cargado de sentido, el lugar desde el cual se relacionaron con él –experiencias personales, bagaje laboral, postura ideológica– y las reflexiones diversas que aparecen. En sintonía con el de Funes, otro ejemplo de abordaje de las operaciones mediáticas es el del artista plástico Agustín Blanco. La síntesis de su obra, de tinte histórico y centrada más en las condiciones de producción de los discursos que en las de su reconocimiento, es que “los grandes medios pueden armar próceres a partir de monstruos”.
El suyo es un extraño ejemplar de los ’40 que lleva grabado el “industria argentina” pero que tiene una calcomanía que dice “made in USA”. Inmenso como un mueble y de madera, el aparato le dio la posibilidad de generar “una máquina de fabricar próceres”. La radio funciona como soporte de un busto que es, en realidad, un monitor de computadora por el cual circulan aleatoriamente narices, bocas y ojos de políticos viejos y contemporáneos. Se mezclan San Martín, Belgrano y Roca con Néstor Kirchner y Raúl Alfonsín. Esta suerte de “radio totémica”, en palabras de Blanco, va en la misma línea en la que el artista trabaja desde hace algunos años, motivado por el análisis de “las maneras institucionales de generar héroes”. “Si Roca es un prócer, Videla también podría serlo”, lanza. De todos modos, para él el peligro no se agota en los verdaderos malos. “Cuando se veneran personajes sin sentido crítico se genera una máquina de hacer chorizos. La sociedad necesita de héroes y esa identificación no significa actuar como un colectivo, sino admirar a un individuo. Es parte de la forma de pensar de los últimos años”, reflexiona Blanco. Y se consuela: “Yo, por suerte, ya no creo en nadie”.
Metamorfosis de lo obsoleto
Moverse del eje del obsoleto, con radios en desuso, pero continuar en el plano de la relación entre arte y tecnología, de larga data en la Argentina, implica mencionar a uno de los imprescindibles: Gyula Kosice. El autor de esculturas monumentales se enfrentó al desafío de trabajar con “un modelo chiquito, a pilas y portátil”. Lo primero que se le pasó por la mente fueron sus viejas épocas, en compañía de las novelas, los cómicos del momento y su familia. Y a la hora de intervenir el aparato, optó por el elemento con el que trabaja desde hace más de sesenta años. “A la radio le incorporé simplemente un símbolo mío: la gota de agua. Interviene en mis obras porque, al ser móvil, me permite establecer un diálogo con el espectador. Y, además, las obras tienen que hablar por mí”, adelanta.
A Juan Carlos Romero, representante clave del ready made local, la propuesta de La Tribu le vino como anillo al dedo. Cómo no iba a ser así, si su casa es un reservorio de lo que encuentra atractivo en los contenedores e incluso está próximo a abrir un curso de arte con objetos. Algo normal, a sus casi 80 años: es un “adicto” a la radio. Lo extraño: la calle es su principal fascinación. “Lo que uno encuentra tiene de por sí mucha vida propia. Si veo por ahí la tapa de una cacerola, le doy un sentido nuevo a partir de la transformación”, explica. Más allá del marco lúdico de trabajar con lo que otro abandona, lo que subyace detrás de la obra de Romero es una crítica al modelo de consumo. “El siglo XX es el que ha producido mayor cantidad de objetos y, en consecuencia, más basura. Nos obligan a comprar todo el tiempo”, reflexiona. Por eso es que quien es uno de los artistas más “militantes” de todos –miembro del grupo de Artistas Plásticos Solidarios– se sintió como pez en el agua ante semejante cantidad de radios y la posibilidad de llevarse una a elección. “Me impresionó el envejecimiento veloz de las cosas. Como trabajo con pocos elementos porque expresan más, me quedé con el que más podía servirme: austero y plano”, cuenta. El aparato en cuestión es uno portátil con manija, de los ’80. “De un lado le puse cruces, recurso que uso mucho en mis obras para remitir a lo tachado y lo censurado. Y del otro tiene números en esténcil, que representan la producción en serie”.
El planteo de Romero se repite en otro “ciruja”. Se trata de Jorge Crowe, quien, a su vez, se propone “un camino periférico” al de la obsolescencia desde el corazón mismo del arte. El seudónimo de este artista plástico/inventor con una pata en la ciencia –“bien casera”, aclara– da apenas una idea de por dónde viene la mano: h cosas, que significa “haciendo cosas”. Otro tanto dice el título de su taller, Laboratorio del Juguete. El lo resume de esta manera: “Mi decisión es trabajar con los restos que deja el engranaje, al que se le caen cosas del carro cuando se sacude. Se pueden hacer cosas muy complejas, no sólo chatarra simpática”. Lo suyo es el uso de circuitos electrónicos existentes con fines distintos de los originales, técnica conocida como circuit bending. Crowe intervino –tanto tecnológica como artísticamente– un radiograbador de la década del ’80. A la antena que traía el aparato incorporó un theremin, instrumento que vuelve los sonidos más agudos o más graves con la sola cercanía humana, sin necesidad del tacto. Además, agregó al equipo unos potenciómetros que permiten modificar la velocidad del cassette, así como también introducir efectos de películas de ciencia ficción a los sonidos que emite la radio.
Crowe y su pandilla, integrada por varias radios intervenidas similarmente, inaugurarán la muestra con una performance sonora. En sus presentaciones habituales desarrolla algo similar con juguetes infantiles modificados. “Los pongo en acción con una rítmica de prendidos y apagados. Es electrónica casera. No uso sintetizadores ni aparatos electrónicos musicales. No necesito una Mac –subraya–. No tengo recursos para comprar esas cosas y no quiero que sea un limitante para hacer lo que me gusta. En simultáneo, trabajo para recuperar el poder de hacer las cosas y de saber cómo funcionan, y para pasar ese conocimiento a otro. Estamos acostumbrados a que nos digan cuándo algo se volvió obsoleto. El ‘no funciona’ es una mentira, es un cable que se desoldó. Eso sirve para poner en movimiento al sistema, que funciona a través de una obsolescencia programada. En contraste, da poder y autoestima reparar algo”, manifiesta. Ajeno, no obstante, a una mirada apocalíptica sobre los avances tecnológicos, rescata “la memoria emotiva” que conlleva una vieja radio. “Son formatos que tienden a desaparecer. Mi mundo es el de los objetos. ¡Y esta radio seguía funcionando! Me acuerdo de cuando vivía en Tunuyán (Mendoza) y de cómo las radios de la casa de mucha gente se volvían amarronadas por la grasa de la ‘fritanga’ de la cocina.”

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