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martes, 21 de enero de 2014

Cuando la publicidad le hinca el diente a lavida

Cuando la publicidad le hinca el diente a lavida
Empezamos la semana con una nueva columna de "Los lunes al sol". Hoy nuestra compañera María Díaz reflexiona sobre algunos impactantes anuncios de televisión que hemos visto en las últimas semanas con mayor o menor aceptación pero desde luego con gran impacto. De eso se trata, de que la publicidad no nos deje indiferentes.
20/01/2014 | MARÍA DÍAZ

Ha habido un par de anuncios en este último mes que me han hecho especial gracia. Ya he reconocido alguna vez que la publicidad, la creativa, la que está “currada” me gusta mucho. La disfruto. Le doy vueltas después de la primera sorpresa o de la primera carcajada y vuelvo a sonreír. Son pequeñas historias con mucha carga, cortas pero intensas. Definitivas.
En uno de esos spots aparece Alex de la Iglesia, el director de cine explicando a su equipo cómo será su próxima película y se muestra especialmente orgulloso del final que ha pensado: el protagonista desaparece en la lejanía en un estupendo coche. Concretamente, en un automóvil de lamarca que promociona. Uno de los miembros del equipo reacciona y le recuerda al entusiasmado realizador que el film va de romanos. Vamos, que el coche no se justifica lo mire por donde lo mire. Y el jefe, ni corto ni perezoso, y con mucha gracia, le hace la pregunta definitiva:” ¿quién dirige la película?”. “Tú”, le responde el otro. “Pues eso”, termina diciendo el de Bilbao. Chis-pun.
Y es que el jefe, siempre ha sido el jefe. Aquí se lo toman con humor y lo cierto es que lo hacen verdaderamente bien. De la Iglesia está actor, creíble y guasón; y el empleado que se considera en la obligación de hacerle entrar en razón, domina el papel. Los demás, a los que ni siquiera podríamos ponerlos las caras, la masa, aceptan de buen grado lo que el director dice. Bien sea porque les da lo mismo una cosa que otra mientras cobren al final del trabajo, bien porque son conscientes de que, al fin y al cabo, la película es suya y para qué gastar esfuerzos en el empeño de hacerle cambiar de opinión. Ese “pues eso”, quizá sea la frase más repetida por lo jefes, equivocados o no. El que manda, manda. Si la historia fuera real, yo promocionaría en la empresa al único trabajador que parece velar por los intereses del producto. Aunque tengo la sensación de que no es lo que sucede habitualmente. He visto equipos de trabajo venirse a la mierda, y con perdón, porque el que ejercía el mando prefería a los pelotas que a los consecuentes. La vida, ¡qué le vamos a hacer!.
El otro, hablaba en un proceso muy bien planteado y presentado de hacernos extranjeros. En una primera fase, veíamos anuncios en los que una persona, hembra o varón, nos invitaba a emigrar y, sobre todo, a cambiar de mentalidad vista la situación del país. Semanas más tarde se descubría el pastel. Fuera tienen otras cosas, menos deuda, más sentido del trabajo y un futuro más alentador. Pero nosotros, con nuestras penurias, hemos sabido sacarle partido a la vida. Comemos 12 allí donde no se esperaba más que a 5; nos reímos hasta de las penas y quizá nunca seamos bien vistos allá donde vayamos. Podremos ir, pero nunca seremos de allí.
El asunto tiene su miga. Porque no sólo refrendan nuestro ego agarrándose a los parámetros que refuerzan nuestra personalidad, por muy caóticos y juerguistas que podamos parecer de puertas para afuera. Insiste en algo que esconde más fondo del que parece: un emigrante siempre es un emigrante si la sociedad que lo recibe no lo admite con todas sus consecuencias. Me hizo pensar. No sólo por el esfuerzo que han hecho durante décadas tantos españoles saliendo a ganarse el pan allí donde pudieron. Es que nosotros hacemos lo mismo con los que vienen sin darnos cuenta de que están aquí para sumar. Pero les hemos mirado mal, desde arriba, con desprecio y ahora nos felicitamos de que no hayan encontrado un futuro aquí y de que huyan a otros lugares a ver si la suerte les está esperando en algún sitio. Creo que no es como para que estemos orgullosos. Por eso me llama la atención que la publicidad navideña le haya hincado el diente a nuestro peor yo para sacar el mejor. Todo para vender fiambres. Me gusta el mensaje, pero no sé si la meta. Voy a ir dándole una vuelta al tema.

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