MEDIOS Y COMUNICACION
Más democracia o mass media
Para Héctor Thompson, una de las tensiones que enfrenta el desarrollo humano se ubica entre los medios que fijan la agenda y la política que apunta a la construcción democrática. Es necesario, asegura, trabajar para que lo virtual no altere lo real.
Un hecho auspicioso en el desarrollo democrático es producir una saludable desconcentración del poder para armonizar el desarrollo humano. La lucha estratégica, aquí y en todo el planeta, se da entre la expresión político-institucional de la democracia y los multimedios aun hegemónicos. El objetivo comunicacional es compartir el establecimiento de la agenda, el político es protagonizar la construcción democrática cotidiana.
La comunicación, la credibilidad y la veracidad
Históricamente, el poder político-mediático se ha desarrollado mediante dinastías que, al defender sus intereses económicos, condicionan el desarrollo democrático. La herencia va eligiendo a los dueños de los medios, que potencian su poder, aliados con grupos económico-financieros. Ese proceso puede ser legal; lo cuestionable es su legitimidad en cuanto al desarrollo humano en democracia.
En la mayoría de los países, pocas familias son dueñas de los multimedios; en Latinoamérica la concentración excede los límites legales de Estados Unidos y Europa (con la excepción de la Italia de Berlusconi). En nuestro país, la representación concreta de ese poder se asocia a las familias Noble, Mitre, Saguier, Fontevecchia y Vigil.
Resultantes recientes de la fuerza política que aportan los medios, apoyándose en imaginarios construidos por asesores publicitarios y globos de colores, recientemente, los fenómenos puntuales Macri-CABA y Del Sel-Santa Fe. Si bien el ciudadano elige libremente, esa libertad está condicionada por las creencias que establece la información que recibe. Esa información puede no ser veraz, pero creíble.
La principal necesidad de los multimedios es seguir siendo creíbles. Es difícil elucidar cuán veraz es la información transmitida por los medios. La dificultad estriba en el arduo trabajo que importa una corroboración entre lo que se comunica, lo percibido mentalmente y la realidad de los hechos. Un camino menos complejo es posibilitar el acceso a una pluralidad de voces.
Ley de medios audiovisuales
Desde su promulgación, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales intenta fijar límites al poder multimedial cuasimonopólico. Simultáneamente asistimos a una alianza del poder comunicacional con sectores políticos que –con distinto grado de conciencia– ponen sus fichas a mantener el poder multimediático hegemónico, que condiciona un fortalecimiento de democratización de nuestra sociedad.
Nos encontramos frente a la encrucijada de aplicar la legitimidad de la ley de servicios audiovisuales en el mediano plazo o asistir a una construcción de imaginarios que a través de los multimedios aun hegemónicos podría generar el retorno neoliberal en 2015 y dar marcha atrás en el crecimiento democrático en nuestro país. El desafío político y comunicacional es lograr compartir en forma perdurable el establecimiento de los temas que alimentan nuestro discurso (la agenda), y lograr integrar la política a la vida de todos y todas, construyendo imaginarios armónicos con la acción concreta.
El espacio público
Política es “poder hacer” y nuestra vida está llena de “haceres” o vacía de contenidos. La actividad política, la construcción de poder concreto, culmina en la acción en los espacios públicos. Sin los pies en el lugar de los hechos, el poder no se puede desarrollar en forma continua y muchos menos, ejercerse.
Sin dejar de lado las manifestaciones masivas del Bicentenario, del adiós a Néstor Kirchner o el popular acercamiento a la ciencia y tecnología, en Tecnópolis, para continuar la construcción de una democracia adulta, cada espacio público es el lugar físico donde cotidianamente hacemos política por acción o por omisión. La omisión tuvo su máxima expresión antes de 2003, producto de los miedos impuestos por la dictadura y el neoliberalismo noventista. Paradójicamente –en los noventa– un refugio fueron los medios, pues en ellos había más confianza que en los poderes institucionales.
Podemos profundizar la democracia, cotidianamente, en donde nos toque actuar, responsabilizándonos en nuestro puesto sin dejar de desarrollar la sinergia del tejido social en reconstrucción, yendo de lo participativo a lo protagónico, armonizando con las representatividad constitucional.
Con la inevitable acción política de todos los días e interviniendo en la definición de la agenda comunicacional, es posible construir un camino, no exento de obstáculos y contradicciones, para el crecimiento del protagonismo democrático y evitar que lo virtual altere lo real.
* Docente-investigador. Titular de la Cátedra Tecnologías en Comunicación Social en la FPyCS de la UNLP.
MEDIOS Y COMUNICACION
¿Por qué McLuhan?
Federico Corbière da cuenta de las jornadas sobre Marshall McLuhan realizadas en la Universidad Nacional de Rosario compartiendo nuevas búsquedas a la luz de viejos aportes del pensador canadiense.
Hiperconectados, metamensajeados, cibercafetizados, superindexados y remixados por la web semántica. Así quedamos, un tanto aturdidos, luego del proceso de wiki identificación, y ultrapasteurización de las supuestas patologías de la sociedad moderna. A cien años del nacimiento de la “bestia pop” que universalizó la metáfora de la Aldea Global, Marshall McLuhan (1911-1980), no pocas reflexiones surgen respecto a la comunicación y la cultura en plena convergencia digital.
Las Jornadas que llevaron su nombre, realizadas durante los tres primeros días de agosto en la Universidad Nacional de Rosario, condensan singulares abordajes que ya se pueden googlear, descargar y leer en el e-book: El dispositivo McLuhan. Recuperaciones y derivaciones.
Lejos de glorificar la figura del intelectual, un dato curioso del encuentro fue la coincidencia, entre los casi 30 expositores, de ubicarse a buena distancia de posiciones puramente optimistas o tecnófobas. Desde distintas disciplinas se intentó comprender el actual escenario mediático. Se trabajaron aquellos fenómenos de construcción de sentido novedosos como las redes sociales YouTube, Facebook y Twitter; e incluso aparecieron contrastes coloridos en la búsqueda de contrapuntos con las teorías de Heidegger, Masotta, Deleuze y Marx, sin llegar a los extremos del “info-fetichismo”.
Llegado desde España, el comunicólogo Carlos Scolari llamó a desterrar el pensamiento mágico al que pueden derivar las predicciones sobre la globalización de McLuhan. No obstante, reconoció en el autor esa capacidad de interpretar aquel momento de extrañamiento necesario para dar cuenta de la naturalización de ciertas prácticas en la interacción con las TIC (tecnologías de información y comunicación).
Pero la pregunta es: ¿por qué partir de la figura de este profesor de literatura inglesa de afán biologicista, más abocado a su fe católica que a discutir el impacto simbólico de los medios masivos y su componente ideológico?
Sin duda, este canadiense que entendía a la publicidad como “la mayor forma de arte del siglo XX” tuvo algo de suerte. Se llamó Marshall y sus frases entraron en boga junto al pop art y los amplificadores británicos usados por The Who, Jimmy Page, Eric Clapton y Jimi Hendrix.
McLuhan no elaboró un programa coherente ni sus categorías sobre los medios fríos o calientes (en la interacción corporal con los dispositivos técnicos) resultan operativas para comprender el funcionamiento de las actuales plataformas comunicacionales, mucho más complejas que los soportes monomedia de los ’60, como la radio, el cine, la televisión, el teléfono, la industria discográfica o del libro.
Lo cierto es que sus trabajos: The Gutenberg Galaxy (1962); Understanding Media (1964); The Medium is the Massage (1967), entre otros, jugaron con la ambivalencia (mensaje/masaje) de un clima de época en los que su autor supo sortear la conflictividad de la Guerra Fría.
Como todo Marshall, su clave diferenciadora está en la distorsión. De hecho, su obra lleva al extremo ese juego retórico y puede observarse en el poco comprensible War and Peace in the Global Village (1968).
Ahora bien, ese concepto de Aldea Global sigue vigente y se torna potente cuando descubrimos que un motor de búsqueda llamado Usahsidi (testigo, en swahili) se usó como sistema de geolocalización para alertar sobre situaciones de violencia política en las elecciones en Kenia, de 2007, luego de 40 años de dictaduras; o que se usaron celulares para identificar las zonas de desastre en el terremoto que sacudió a Chile, en 2010.
McLuhan sirve también para dar cuenta de ese movimiento solapado de la modernidad que invisibiliza los tiempos largos de la cultura. Que en la actualidad la información es la materia prima, la variable y el timón de mando sobre la cual los Estados deben pensar sus políticas públicas. Que aquellas ciudades interconectadas por sus circuitos financieros globales son las que marcan el ritmo de la economía y en donde puede descubrirse el lugar de emplazamiento de los poderes fácticos. También, que frente a la presunta democracia de las redes existen fuertes monopolios del saber y formas de control de quienes manejan las conexiones troncales de fibra óptica que abastecen al mundo de Internet. Pero que de ese mismo entorno digital surge la paradoja de abrir un espacio público ampliado incontrolable en el flujo de datos.
Las Jornadas llevaron a destacados semiólogos que siguen indagando desde esa matriz los usos audiovisuales de aquellos dispositivos sobre los cuales la categoría “veroniana” respecto al “contrato de lectura” (diseñada para la prensa gráfica) resulta inadecuada.
La coordinadora del evento, Sandra Valdettaro, congregó en la “Siberia” rosarina al menos 200 jóvenes que participaron activamente de los debates. Por eso, McLuhan deja de tener para la teoría crítica las bolas de Adorno y Horkeimer.
* Docente-investigador. Facultad de Ciencias Sociales UBA
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