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miércoles, 6 de octubre de 2010

medios

MEDIOS Y COMUNICACION
Informar no es comunicar
Alfonso Gumucio-Dagron reinstala el debate acerca de la diferencia entre el periodista que produce mensajes y el comunicador que piensa en procesos estratégicos. Y aporta sobre los procesos de formación en la materia.
Por Alfonso Gumucio-Dagron *
Desde Guatemala
Los medios de comunicación masiva no existen, son una mentira. Ya lo escribió Antonio Pasquali en 1963 y más recientemente lo han repetido hasta el cansancio Dominique Wolton (1) y Eduardo Vizer, entre otros. Pero por algún motivo, en la jerga común seguimos hablando de “medios de comunicación” en lugar de usar las palabras que se ajustan más a su naturaleza real: medios de difusión o medios de información (aunque algunos dirán que desinforman, en lugar de informar).
Casi cincuenta años atrás Pasquali manifestaba su “repugnancia” frente al uso equivocado de los términos: “La expresión medio de comunicación de masas (mass-communication) contiene una flagrante contradicción en los términos y debería proscribirse. O estamos en presencia de medios empleados para la comunicación, y entonces el polo receptor nunca es una ‘masa’, o estamos en presencia de los mismos medios empleados para la información, y en este caso resulta hasta redundante especificar que son ‘de masas’”(2).
La frecuente confusión entre información y comunicación contamina todos los ámbitos, y entre ellos la academia, donde los periodistas pasaron de la noche a la mañana a llamarse “comunicadores sociales”. Sin embargo, el contenido de las carreras de comunicación no ha variado sustancialmente de lo que fueron hace cinco décadas. Sólo el nombre cambió, para incluir la publicidad, las relaciones públicas o la llamada “comunicación organizacional”, pero los contenidos siguen anclados en el servicio a los medios (prensa, radio, cine, televisión), ignorando por lo general los procesos de comunicación.
En la medida en que no se establece la distinción entre periodistas y comunicadores, tampoco se ve la diferencia entre mensajes (información) y procesos (comunicación). La confusión es generalizada no solamente entre el común de los ciudadanos, sino también entre los especialistas del tema, a quienes habría que recordarles el origen etimológico de la palabra comunicación (communio), asociada a “compartir”, “poner en común” y “participar”. La comunicación no tiene un solo polo generador de sentidos, sino múltiples. Muy diferente es el periodismo porque in-forma verticalmente, es decir dictamina y da forma (¿a aquello que es “informe”?).
Cuando hace años hice un recorrido de las maestrías y posgrados con énfasis en la comunicación como proceso, quedé sorprendido de encontrar que había menos de 25 universidades en todo el mundo donde se formaban comunicadores con una visión estratégica del desarrollo y el cambio social. Todas las demás maestrías estaban dirigidas hacia los medios o las empresas, y algunas a retroalimentar el campo académico de las ciencias de la comunicación. En otras palabras, las universidades producen masivamente periodistas, cerca de 50 mil cada año, pero solamente un puñado de especialistas de la comunicación.
Hay quienes no ven aún con claridad los rasgos que distinguen a un periodista de un comunicador. Sin embargo es tan simple como transitar por una calle en un solo sentido y por otra en dos sentidos.
Como periodista en ejercicio desde hace cuatro décadas actúo sobre la realidad inmediata y expreso mi pensamiento sin necesidad de consultar con nadie; hasta mi artículo más “neutro” es una toma de posición personal. El oficio del periodismo nos hace productores de mensajes escritos o audiovisuales y nos mantiene atados a los instrumentos.
Como comunicador asumo un papel diferente, el de un facilitador de procesos de comunicación participativa y horizontal, en los que aporto con mis conocimientos y técnicas en favor de decisiones y acciones colectivas, y los pongo en diálogo con otros conocimientos y experiencias. El comunicador piensa en procesos estratégicos, no en mensajes inmediatos.
Eduardo Vizer nos dice que históricamente hay una visión “informacional” de la comunicación, de carácter eminentemente funcional y pragmático, a la que se le opone una visión de carácter crítico y “humanista”: “Para los teóricos de la información de mediados del siglo XX, preocupados por lograr la correspondencia precisa entre información y realidad objetiva, la información representaba entonces una estructura “económica, eficaz y eficiente” de organización de datos, la representación de un objeto, un hecho o una realidad prácticamente física y exterior, representada fielmente en signos codificados y transmisibles. En cambio, la noción de comunicación es mucho más amplia, rica e indefinida, asociada con la construcción de la socialidad, los vínculos, la expresión cultural y subjetiva”(3).
Las palabras sirven a veces para confundir... No cuesta mucho usarlas con propiedad. No soy amigo de las definiciones de hierro, inamovibles y elaboradas con bisturí, pero sí de una comprensión semántica que nos aproxime a la verdadera naturaleza de las palabras que usamos.
1) Wolton, Dominique: (2009) Informer n’est pas communiquer, París, CNRS.
2) Pasquali, Antonio: (1963) Comunicación y Cultura de Masas, Caracas, Monte Avila Editores.
3) “Dimensiones de la comunicación y de la información: la doble faz de la realidad social”, en Signo & Pensamiento 55, pp. 234-246; volumen XXVIII, julio-diciembre 2009.
* Comunicador, especialista en comunicación y desarrollo.
MEDIOS Y COMUNICACION
La otra agenda
Carlos De Angelis ofrece su propia perspectiva sobre Bailando por un sueño concebido como un reality show y de qué manera estos programas contribuyen a la formación de la otra agenda de los medios.
Por Carlos F. De Angelis *
Se debate en la Argentina actual la capacidad de unos pocos medios de comunicación para imponer temas de discusión a la sociedad, en forma independiente de su relevancia política, económica o social. No obstante, las modalidades de construcción y funcionamiento de los mecanismos conocidos como “agenda setting” no suelen ser obvios ni sus resultados directos, dado que dependen de factores particulares en cada momento de la sociedad.
Desde la mirada de la recepción, si no se logra filtrar y decodificar la información producida por los medios masivos de comunicación que motorizan la agenda, quedan dos posibles caminos. Uno es incorporar acríticamente estos contenidos fusionándolo con la “realidad real”. El otro camino posible consiste en “cerrar la mente” como defensa a la sobresaturación de información. Parte de estos sectores finalmente son ganados por la apatía ciudadana y el desinterés por la res publica.
Sin embargo, existe otra agenda mediática, naturalizada e imperceptible que avanza sobre los hogares de millones de televidentes cada día. La referencia es al programa Bailando por un sueño y sus incidencias repetidas por cantidad de otras emisiones. Los datos de rating disponibles verifican que, por lejos, estos programas son los más vistos de la televisión argentina y las franquicias que retransmiten aspectos del concurso (rebote) también se llevan su tajada. En la magnitud de su audiencia encontraría su autolegitimación.
Dos posibles líneas de análisis coexistentes permiten intentar acercarse el fenómeno.
La primera, de superficie, se encuadra dentro de la tradicional “televisión del espectáculo”. Esta remite al rol histórico que se le ha asignado a la “caja boba”: escapismo de la realidad y entretenimiento. Aquí las motivaciones más habituales sobre por qué sintonizar este programa y similares se refieren a la necesidad de diversión para distenderse de las “amarguras de la vida”.
Se puede plantear una segunda lectura dentro del modelo de la “televisión de la realidad”, donde desaparece el modelo de relato anterior, para dar paso “a la realidad misma”. Ya no son actores, políticos o deportistas, sino simplemente gente exponiendo las diversas situaciones de su vida.
Aquí la relación con el espectador tiene mayores matices y se puede acceder a este entramado mediante el concepto de “interacción mediática”, acuñado por el sociólogo norteamericano John. B. Thompson. Lejos de una recepción pasiva, los sujetos forman una relación expresiva con este tipo de programas, a los que le dedican muchas horas de su vida. Esta interacción implica un modo de recepción de valores, y aprendizaje, pudiendo hasta internalizar estrategias de afrontamiento para las situaciones de la vida personal. En síntesis, mirar televisión colabora en la construcción de la realidad que los sujetos perciben.
Uno de los formatos que más claramente han desarrollado esta modalidad de interacción de los televidentes con el medio de comunicación son los llamados reality shows. Estos programas se basan en una idea sencilla: supone la reunión de un grupo de personas comunes sometida a una serie de pruebas de distintas características.
Dentro del mundo de los reality shows pueden identificarse diferentes subgéneros. En los reality shows, a diferencia de la televisión tradicional basada en un relato ficcional, la realidad es trasplantada al televisor. El corazón narrativo de los realities se basa en el esfuerzo, la autosuperación, la competencia despiadada, el triunfo y la fama a cualquier precio. Valores propios de la era de la globalización neoliberal.
De este modo, quienes participan en los realities presentan sin tapujos sus vidas privadas, expresando mediante una guionada emotividad, confesiones, reconciliaciones, rupturas, renuncias, peleas, llantos, etc. “La intimidad como espectáculo” como bien explica la antropóloga argentina Paula Sibilia.
El vernáculo Bailando por un sueño cumple en parte con aquellos requisitos, pues la motivación central del envío pone el foco en los “escándalos” privados de sus protagonistas. El formato original del programa tiene el sello transnacional, dado que fue desarrollado por la BBC, bajo el nombre de Strictly Come Dancing y vendido a más de cincuenta países de todo el mundo. Para América latina fue adaptado por Televisa de México, que lo licencia a la Argentina.
En el caso argentino, se han realizado modificaciones sucesivas a la estructura narrativa del programa conforme la captura de audiencia. Pero no pierde el espíritu del reality, pues, con la bandera del entretenimiento, cumple con la tarea de transmitir valores en forma subrepticia, apuntando a la emotividad de los millones de personas que lo siguen día a día, se identifican, sufren con las peripecias de los participantes y analizan con detalle sus estrategias y discursividades (y gastan dinero votando).
A diferencia de la agenda mediática de raíz informativa que “invita” a los ciudadanos a pensar e interesarse en determinados temas, la “agenda de la realidad” invita “a la gente” a compartir una versión del mundo, discutible desde muchos puntos de vista, pero una versión que tiene cada día más adeptos.
* Sociólogo y docente de la UBA.

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