Una audiencia de mil millones de personas para un relato ideal y mágico
13/10/10 - 14:17La Televisión de Chile calculó esa cifra de espectadores a nivel global para el rescate de los mineros. La excelente transmisión de la TV trasandina aprovechó lo que en muchos aspectos fue una narración perfecta.
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Mil millones de espectadores en todo el planeta, según estimaciones de la propia televisión chilena, siguieron el rescate de los primeros mineros atrapados en Copiapó, en una transmisión que en muchos aspectos –y en buena medida gracias al trabajo de la señal estatal trasandina- se acercó al ideal narrativo.
Mil millones de espectadores merecen una comparación para poner en dimensión. Se estima que unas 600 millones de personas vieron el alunizaje del Apolo 11, hace 41 años. Es cierto, los contextos y los medios son diferentes, pero las cifras abruman.
Para quienes ya cargan con algunos años en las espaldas, la comparación con aquella transmisión de 1969 encuentra otras similitudes en el entramado espectacular. Hay una imagen, puntualmente, que entregó la webcam instalada adentro del refugio en el que esperaban los 33 mineros. Fue la del momento en el que el rescatista Manuel González apareció allí, con planos cortados, por momentos congelados y una imagen algo turbia, que trajo de la memoria otra de Neil Armstrong retozando en el desierto lunar. Y no sólo desde lo formal o estético, sino en su núcleo narrativo: eran imágenes de otro mundo, en un espectáculo similar. Pero perfeccionado: el tránsito de ese mundo ajeno al otro "real" demoró apenas un puñado de minutos, ideal para la construcción televisiva. El viaje, la transformación, la lucha por la supervivencia; todos tópicos narrativos básicos.
Esos 16 minutos, poco más o menos, que transcurrieron en ese primer rescate, entre el momento en que la cápsula se perdió en el túnel y reapareció en la superficie con el primer minero, configuró de algún modo el fuera de campo perfecto. ¡Y naturalizado! El espectador proyecta sus propias visiones en lo que no se ve, en ese fuera de campo, y el de ayer -en esa circunstancia- fue más que fértil.
Otros aspectos contribuyeron a un relato televisivo ideal. Las diferentes personalidades de los propios mineros, si se permite un concepto algo revulsivo, contribuyó a que se vieran en algún punto como personajes: el primer rescatado tuvo un rol "adecuado" (gesto adusto y cansado, pulgar arriba y su niño llorando a la espera de un abrazo), y el segundo fue su antítesis (descontracturado, bromeando, regalando piedras del fondo de la mina al presidente Piñera), completó el armado de climas diferenciados. Así, la transmisión televisiva llevó un momento de distensión ideal tras el clímax de máxima incertidumbre y tensión.
Muchos de esos matices fueron responsabilidad de la gran transmisión de la Televisión Nacional de Chile. Por ejemplo, algunos contraplanos, especialmente al comienzo, con la alternancia de la cápsula asomándose al refugio de los mineros y el aparato que en la superficie empujaba el vehículo hacia abajo.
La TV estatal chilena fue sobria y dejó que la narración fluyera, aunque abusó algo de los planos a Piñera. Pero por ejemplo eligió que no haya musicalización de los momentos de tensión, una decisión que recargó de naturalidad las escenas. Y el vivo hizo el resto.
Incluso la propia complejidad del asunto llevó a una mise en abîme melodramática, a la idea de narraciones adntro de otras narraciones. Decenas de historias se inscribieron en la principal. Decenas de subplots, desde el minero con dos mujeres hasta el viaje de Evo Morales a Copiapó, se engancharon a la línea central del rescate.
El resultado quedó a la vista. Una audiencia global gigantesca. En la Argentina, la edición especial de Canal 13 consiguió colarse entre los tres programas más vistos, con 17,7 puntos de rating. Pero en general todos los informativos levantaron sus índices de audiencia. Lo mismo ocurrió en el resto del planeta. Probablemente la historia se adapte a la ficción, sea en cine o televisión. Después de lo visto ayer, cabe la pregunta. ¿Será necesario?
Mil millones de espectadores merecen una comparación para poner en dimensión. Se estima que unas 600 millones de personas vieron el alunizaje del Apolo 11, hace 41 años. Es cierto, los contextos y los medios son diferentes, pero las cifras abruman.
Para quienes ya cargan con algunos años en las espaldas, la comparación con aquella transmisión de 1969 encuentra otras similitudes en el entramado espectacular. Hay una imagen, puntualmente, que entregó la webcam instalada adentro del refugio en el que esperaban los 33 mineros. Fue la del momento en el que el rescatista Manuel González apareció allí, con planos cortados, por momentos congelados y una imagen algo turbia, que trajo de la memoria otra de Neil Armstrong retozando en el desierto lunar. Y no sólo desde lo formal o estético, sino en su núcleo narrativo: eran imágenes de otro mundo, en un espectáculo similar. Pero perfeccionado: el tránsito de ese mundo ajeno al otro "real" demoró apenas un puñado de minutos, ideal para la construcción televisiva. El viaje, la transformación, la lucha por la supervivencia; todos tópicos narrativos básicos.
Esos 16 minutos, poco más o menos, que transcurrieron en ese primer rescate, entre el momento en que la cápsula se perdió en el túnel y reapareció en la superficie con el primer minero, configuró de algún modo el fuera de campo perfecto. ¡Y naturalizado! El espectador proyecta sus propias visiones en lo que no se ve, en ese fuera de campo, y el de ayer -en esa circunstancia- fue más que fértil.
Otros aspectos contribuyeron a un relato televisivo ideal. Las diferentes personalidades de los propios mineros, si se permite un concepto algo revulsivo, contribuyó a que se vieran en algún punto como personajes: el primer rescatado tuvo un rol "adecuado" (gesto adusto y cansado, pulgar arriba y su niño llorando a la espera de un abrazo), y el segundo fue su antítesis (descontracturado, bromeando, regalando piedras del fondo de la mina al presidente Piñera), completó el armado de climas diferenciados. Así, la transmisión televisiva llevó un momento de distensión ideal tras el clímax de máxima incertidumbre y tensión.
Muchos de esos matices fueron responsabilidad de la gran transmisión de la Televisión Nacional de Chile. Por ejemplo, algunos contraplanos, especialmente al comienzo, con la alternancia de la cápsula asomándose al refugio de los mineros y el aparato que en la superficie empujaba el vehículo hacia abajo.
La TV estatal chilena fue sobria y dejó que la narración fluyera, aunque abusó algo de los planos a Piñera. Pero por ejemplo eligió que no haya musicalización de los momentos de tensión, una decisión que recargó de naturalidad las escenas. Y el vivo hizo el resto.
Incluso la propia complejidad del asunto llevó a una mise en abîme melodramática, a la idea de narraciones adntro de otras narraciones. Decenas de historias se inscribieron en la principal. Decenas de subplots, desde el minero con dos mujeres hasta el viaje de Evo Morales a Copiapó, se engancharon a la línea central del rescate.
El resultado quedó a la vista. Una audiencia global gigantesca. En la Argentina, la edición especial de Canal 13 consiguió colarse entre los tres programas más vistos, con 17,7 puntos de rating. Pero en general todos los informativos levantaron sus índices de audiencia. Lo mismo ocurrió en el resto del planeta. Probablemente la historia se adapte a la ficción, sea en cine o televisión. Después de lo visto ayer, cabe la pregunta. ¿Será necesario?
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