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domingo, 14 de diciembre de 2008

una tendencia mundial
El cartero ya no llama dos veces, ahora deja facturas
¿Quién escribe cartas en estos tiempos de “e-mails” y mensajes instantáneos? Voceros de las empresas de correos aseguran que el volumen de misivas no se ha reducido, pero admiten que lo que hoy desborda nuestros buzones son facturas, folletos o cartas documentos. Cómo impacta en nuestra vida cotidiana este cambio tan importante en una forma de comunicación que supo ser fundamental y que hasta dio vida a auténticos géneros literarios.
Por Gabriela Manuli

Campaña. El correo australiano exalta el poder conmovedor que puede tener una carta “de verdad”.
Antes era todo un rito el de sentarse a escribir una carta. Elegir el papel, las palabras indicadas y ensobrarlo. Lo mismo del otro lado. El momento en que llegaba el cartero era uno de los más esperados. Bajo la puerta podían venir noticias de algún familiar en el exterior, mensajes de amor o postales de vacaciones. ¿Qué quedó hoy de todo eso en la era de la comunicación virtual? ¿Más allá de las facturas de servicios, impuestos y promociones de tarjetas de crédito la gente sigue manteniendo la cultura epistolar?
Hoy 3 millones doscientos mil hogares de la Argentina cuentan con una conexión a Internet, pero el índice de penetración es aún mayor teniendo en cuenta la popularización de los cibercafés. “Prácticamente todo aquel que usa Internet usa mail. El correo electrónico generó más comunicación de lo que le quitó al correo tradicional”, explica Enrique Carrier, director de la consultora de tecnología Carrier y Asociados.
Lo mismo cree Graciela Echeverría, jefa de relaciones institucionales del Correo Argentino para quien la llegada del mail compitió más con la telefonía, antes que con lo postal. Pero aclara: “La realidad es que si bien los volúmenes en cuanto a cantidad de piezas no bajaron, la instantaneidad y el costo del mail, sin lugar a dudas, compite con todos los medios”.
Más allá de que hoy la gente suplante el mensaje de puño y letra por otro enviado por computadora, el correo sigue siendo una institución importante. “Cuando se habla de correo se piensa en cartas domésticas, pero es un vehículo para transportar facturas, liquidaciones, promociones y encomiendas y todo eso no lo reemplaza el mail. Recibimos la factura del teléfono por correspondencia, y el uso de esta tecnología incrementó también la facturación y el envío”, dice Echeverría.
Hoy en todo el país hay 4.500 oficinas postales del Correo Argentino y cada mes se procesan aproximadamente 55 millones de piezas. Según las últimas estadísticas de la Comisión Nacional de Comunicaciones (CNC), sumando también los correos privados, en junio de 2008 los envíos de servicios postales ascendieron a 111 millones.
Contexto. La inseguridad también afecta al mercado. Hoy los buzones forman parte del paisaje urbano, pero casi nadie los usa. “A veces son objeto de actos de vandalismo: les prenden fuego o le tiran basura. Pero es un ícono que nos resistimos a retirar”, agrega Echeverría. Lo mismo afecta a los carteros que para ingresar a algunas zonas consideradas las empresas de correo privados decidieron que vayan acompañados por custodios.
Para revivir la vieja mística de la carta manuscrita en algunos países hay promociones y descuentos. Por ejemplo en Australia el correo lanzó una campaña publicitaria que grafica un abrazo entre una persona y “una carta”. “Si realmente quieres tocar a alguien, escribile una carta”, reza el eslogan. La publicidad fue tan popular que el correo la relanzó para el día de San Valentín y realizó una nueva versión para el día de la madre.
Nostalgia. Carolina Liponetz-ky tiene 31 años y pertenece a la generación “partida” por el mail. Pasó su infancia y parte de su adolescencia con las cartas “de verdad”, pero todo cambió con la llegada de Internet. “Yo era de mandar cartas y postales desde mis viajes. Eso fue hasta el ’98, luego descubrí el mail y nunca más. Hasta siento que se anestesió un poco la verborragia de contar y decir, sobre todo con mis padres o abuelos, por efecto de la intermediación tecnológica”, cuenta.
Ese distanciamiento fue muy visible hace pocos días, cuando su abuela la sorprendió abriendo una caja llena de cartas que ella había escrito hace muchos años. “Pero más tarde el mail reemplazó esto y las anécdotas de viaje llegaban sólo a amigos que tuvieran correo electrónico. O sea, no a mis abuelos. Cuando vi esos sobres fue tal la emoción, porque hay tanto plasmado de uno en la letra, el papel, el dibujo y es tan fuerte el contraste con lo impersonal del teclado de una computadora que relata noticias como experiencias de vida. En la carta papel hay una porción pequeña de uno mismo. ¿Qué queda de todo eso con el mail?”.
Las cartas también fueron protagonistas de historias de amor. Como la de Natalia Wachs que a los 17 años mantuvo un amor por correspondencia. “Estaba de novia con un chico que vivía en Tucumán. Hablar por teléfono era carísimo y más a esa edad, porque era pedirle plata a los viejos para ir al locutorio a hablar con el noviecito. La cotidianeidad la manejábamos pura y exclusivamente por carta. Yo le escribía en mis horas de clase en quinto año y le contaba qué estaba explicando la profesora o qué hacía cada una de mis compañeras. Después del colegio pasaba por el correo. El hacía lo mismo, así que llegué a tener como cien cartas”.
Para Christian Ferrer, sociólogo y jefe de cátedra de la materia Informática y Sociedad en la UBA, con la popularización del correo en el siglo XIX –antes reservado sólo para monarcas y cancilleres– la gente escribía cartas como una forma de contar un secreto y mostrar sus estados de ánimo. “Durante mucho tiempo las personas volcaron en las cartas una intensa carga emocional, como también sucedía con los ‘diarios íntimos’. Eran repositorios de secretos y de estados de ánimo inconfesables en lo inmediato, pues en aquel tiempo las reglas de etiqueta y de urbanidad eran restrictivas de la exposición de emociones en público, particularmente para el mundo femenino, no como hoy en donde la televisión resulta ser un confesionario público. Las cartas eran sopesadores espirituales de la persona tanto como vías de escape de una subjetividad dañada. No sé si eso ocurre hoy con el correo electrónico, que tiene algo de conversación telefónica.”
Otro tema es la demora. A veces, el lapso entre el envío y la recepción era demasiado y hay casos que ya son para el récord Guinness, como el del correo alemán tardó 24 años en hacer llegar una carta de agradecimiento a un hombre. Para el momento que el sobre finalmente pasó bajo la puerta, el destinatario ya había fallecido.
Y, por otro lado, todos tienen en el anecdotario alguna carta que nunca llegó a destino y que quién sabe donde estará. O alguna que quedó interceptada en el camino. Lucila Bucich aún recuerda su adolescencia y los largos veranos en San Luis, lejos de su novio de entonces. Todos los días se acercaba al correo del pueblo a ver si había llegado algo para ella porque su casa no tenía dirección. “Cuando había un sobre esperándome era como que el corazón saltaba por todo el cuerpo, taquicardia, temblores, todo. Y cuando no llegaba la tristeza me duraba hasta el otro día. Eran extensas, nos contábamos todo lo que hacíamos día por día. Poníamos canciones de amor, dibujos, todo lo que entrara en un sobre. Un día llegó una abierta y casi me muero. Yo lloraba porque alguien había leído mi carta.”
Otros remitentes
Para algunos escribir cartas no era sólo un pasatiempo, sino una forma de vida. En la India era común encontrar personas que redactaban mensajes para aquellos que no sabían leer ni escribir. Pero todo cambió con el avance cotidiano de la telefonía celular. En Bombay, frente a la oficina de correos, debajo de un árbol se reunían los escribas. Pero hoy ese oficio está en extinción: es mucho más barato, simple e instántaneo hacer un llamado.
Pero no sólo en la Argentina cada vez menos gente envía mensajes postales. “Las cartas están muriendo en Lituania como pasa en todo el mundo. El otro día tuve que enviar una carta y descubrí que la oficina de correos más cercana a mi casa no estaba más”, explica Vykintas Pugaciauskas. Nidhi Sharma vive en la India y también es testigo involuntaria de la misma tendencia. “No me acuerdo la última vez que escribí una carta y lo único que recibo por correo convencional son sobres del banco. Pero si cuando viajo me gusta mandar postales. El correo nacional tiene ciertas promociones para que la gente escriba más por ejemplo en ciertas fechas festivas”. Pero Nidhi, que tiene 29 años, marca una diferencia generacional: “Mi papá todavía escribe cartas regularmente”.
Los buzones también están en peligro de extinción. “Recibí la última carta hace seis o siete años y aún no recuerdo la última vez que vi un buzón en mi ciudad (y antes estaban en todas las esquinas)”, agrega Ermin Zatega desde Sarajevo que también resiste enviando una o dos postales al año.
Para muchos personas, ir al correo hoy es sólo un trámite burocrático, que casi siempre implica mandar una carta documento o un telegrama. Ahí, todos coinciden, hay que sacar un número y armarse de paciencia. Pero, a veces, es la demora lo que quita
incentivo.

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