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viernes, 29 de agosto de 2008


DE CADA 10 PAREJAS ESPÍAN MENSAJES DE TEXTO
Si vas al baño no te olvides de llevar el celular
El 73% confesó haberse enterado de algo que prefería no saber. Y el 10% terminó poniéndo fin a la relación. ¿La tecnología estimula la curiosidad?

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El celular de él está ahí. Brilla, titila, se te ofrece. Te dice: “abrime, mirame, revisame, tengo tantos mensajes sospechosos”. Y vos sabés que tu novio –novia, marido, amante, chongo o cualquier otro título nobiliario– no va a salir de la ducha hasta dentro de diez minutos. Entonces, con culpa pero con precisión, a toda velocidad, lo abrís y buscás entre los SMS esa pista que podría confirmar lo que intuís. ¿Encontraste lo que buscabas? ¿O hubieras preferido no ver nada? Es fácil identificarse con la escena: según una encuesta a propósito de esta nota, siete de cada diez consultados alguna vez espió los mensajes de texto de su pareja (el resto casualmente conocía “a un amigo que lo había hecho)”. Esta consulta, además, tiene su respaldo: según un estudio de la empresa Virgin Mobile de Australia, uno de cada tres usuarios revisa los mensajes de texto de su pareja y el 45% dijo haber descubierto coqueteos o textos de contenido sexual al hacerlo. Pasa acá, en Australia o en cualquier otro lado. Y pasó siempre. Antes eran los bolsillos del saco, la cartera o el cuello de la camisa con rouge, hoy son las herramientas de la era de la hiperconectividad. “El hecho de espiar al otro es algo ancestral, sólo varía la manera de hacerlo”, dice Ana María Muchnik, coordinadora del Departamento de Familia y Pareja de la Asociación Psicoanalítica Argentina. ¿Por qué espiar al otro? “Por inseguridad, por temor a no ser querido como uno aspira. Pero eso empieza a suceder cuando hay fisuras en la pareja, cuando empieza la desconfianza, ya sea por cuestiones vinculares dentro de la relación o por cuestiones de una de las partes”, explica. Mariana, de 32 años y dueña de una casa de té en Colegiales, dice que ella no sospechaba de su novio, que simplemente tenía curiosidad. Así que un día en el que sus barreras de la represión se encontraban bastante bajas –y que su novio se había olvidado el celular en su casa–, lo hizo. “Fue un desastre porque encontré un mensaje de texto que él le había mandado a una chica a las dos de la mañana una vez que yo estaba de viaje. Encima le decía algo de “portarse mal” . No aguanté y se lo dije y fue la pelea más larga que tuvimos hasta ahora. ¡Es una tentación tener cualquier celular a mano! Igual el plan es no ceder nunca, sólo que esa vez no me aguanté”. El hecho de que la intimidad del otro esté tan al alcance –con los mails, el celular, el chat–, ¿estimula eso que lo españoles llaman “fisgoneo”? Muchnik cree que lo que potencia la idea de espiar al otro no es la tecnologíaen sí sino los hiperestímulos que hacen que los miembros de una pareja pierdan la propia intimidad. “Cuando no había celular uno decía que iba a una reunión de trabajo y el otro tenía que confiar, que es lo natural. El celular cambió todo, posibilita controlar al otro y, a la vez, da pie para elucubrar cualquier fantasía: si tu pareja no te atiende, en vez de pensar que es porque está ocupada, enseguida empiezan las sospechas”. Causal de divorcio. María Eugenia, de 37 años, dice que ella fue víctima de la persecución de suex marido. “Un día me di cuenta de que me revisaba el celular porque aparecía en lugares en los que no lo había dejado. Yo en ese entonces no estaba con nadie. Pero al tiempo la pareja empezó a andar mal y salí un par de veces con un compañero de trabajo. Mi ex es analista de sistemas, así que sacó mi clave, vio los mails que yo me había mandado con esta persona, se puso loco y nos terminamos separando.” Según el estudio australiano, el 10% de los encuestados terminó con sus parejas después de revisar SMS poco convenientes. A Leonardo Glikin, abogado especializado en temas de pareja, no lo sorprende. “Los mensajes de texto o los mails también funcionan como una vía de escape, como un fallido para decir eso que la persona no se anima a decir personalmente. La mayor parte de las situaciones de infidelidad suelen involucrar un mail que uno espió o que el otro inconscientemente dejó que mirara”. Glikin también señala que es muy difícil presentar mails o mensajes de texto como prueba en un juicio de divorcio, pero que sí son considerados causales o disparadores de decisiones de separación. Y que sucede en todas las edades. “Yo hubiera dicho que era algo más ligado a personas menores de 50 años, con manejo de tecnología. Pero tuve casos de personas de más de 65 años que descubrieron infidelidades a través de mails”. Otro de los datos que arrojó la encuesta es que un 60% espiaba los mensajes de texto cuando sus parejas estaban en la ducha, y un 41% lo hacía cuando se encontraban en la misma habitación. Y además, que las mujeres e r a n más proclives a hacerlo que los hombres. Juan Carlos Benítez Pantaleone, miembro de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, esboza una explicación: “Hay una cuestión ligada al sometimiento histórico de la mujer: si ella engaña es una puta, si el hombre engaña es un vivo, y de algún modo la mujer se pone en ese lugar y cree que es más factible que él la engañe”. A Drexler le pasó. Mientras que el 73% de los australianos consultados dijo que hubiera preferido no ver lo que vio, del otro lado del mundo Jorge Drexler supo cómo interpretarlos con su canción La infidelidad en la era de la informática: “Aquel mensaje que no debió haber leído/ Aquel botón que no debió haber pulsado/ Aquel consejo torpemente desoído/ Aquel espacio, era un espacio privado”. ¿Por qué querer saberlo todo del otro? “En realidad, hay cosas que uno nunca va a saber –dice Benítez Pantaleone– y la convivencia exige un trabajo de tolerar la parte desconocida del otro. Los que más se empeñan en saber todo del otro son los más afectados por sus propias inseguridades: por eso intentan controlar, revisar mensajes de texto, mails, meterse en el otro. No es que revisen porque quieren encontrar algo malo, sino para confirmar que nadie de afuera compite con ellos”. Cecilia, de 29 años, haciendo uso de la sabiduría popular, concluye: “Siempre que miré agendas, celulares, lo que fuere, me dieron motivos para iniciar la pelea o agrandar la sospecha. Lo mejor es no revisar nada: ojos que no ven corazón que no siente”.

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