SONIDO, IMAGEN Y CONTENIDOS
Sonido, imagen y contenidos
Hugo Muleiro analiza una pieza
publicitaria que, con la intención de prevenir el consumo de alcohol y drogas,
puede terminar asociando los consumos adictivos sólo a los jóvenes más pobres.
La necesidad de descifrar los conceptos
y tomas de posición con los que los medios de comunicación representan a los
sectores diversos que componen la sociedad es proporcional a la influencia que
esa representación tiene en el universo al que se dirige. Individualmente o
reunidas en las formas más variadas, las personas estructuran una visión del
mundo en el que están insertas por la información que les llega, que se combina
con sus conocimientos, nociones e ideas previas, para reafirmarlas o
cuestionarlas.
En épocas, contextos
y cuerpos sociales muy diferenciados, hay infinidad de comprobaciones sobre
cómo el contenido de ese flujo informativo es determinante de los
comportamientos individuales y colectivos. Es tan necia la afirmación según la
cual los medios de comunicación sólo relatan esos comportamientos, pero jamás
los condicionan ni determinan, que resulta inevitable pensar que quienes la
formulan buscan una coartada de poca monta para encubrir sus propósitos o para,
en el común decir, tirar la piedra y esconder la mano.
También es sabido
que, dentro de ese flujo de información, la publicidad en todos sus formatos es
un instrumento poderoso para la determinación de nociones y comportamientos. La
televisión se queda con la porción mayor de la torta por su efectividad
superior para el logro de esos propósitos, como está también comprobado con
amplitud.
Así como es evidente
que no todos los mensajes publicitarios están diseñados expresamente para
promocionar una forma de mirar el mundo y el contexto, lo es también que todos
la pueden llevar implícita, y que esto se puede manifestar en uno o varios de
sus componentes. Hasta puede especularse con la posibilidad de que esa mirada
se deslice incluso a pesar de las intenciones del emisor.
La Secretaría de
Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el
Narcotráfico (Sedronar) está difundiendo en televisión mensajes para prevenir
sobre el consumo de alcohol y drogas. Un envío en particular, el más visto por
estos días, muestra a un varón en una situación de consumo con el recurso de la
animación. El personaje, un joven de cabellos y barba oscura, se desdibuja y
esconde en una gorra de tipo deportivo y en una capucha de su campera o buzo a
medida que padece los efectos dramáticos de una mezcla de pastillas con
alcohol. Toda la secuencia del consumo y del desastre que provoca está
acompañada por un ritmo de la cumbia local o la llamada música “tropical”. Esa
elección, junto con la del envase de la bebida, del tipo “tetra-brick”, compone
inequívocamente la imagen de un joven en condiciones de adquirir sólo el vino
más económico. En suma, los elementos mostrados remiten con claridad a un
sector social que en buena parte de los mensajes imperantes hoy está tipificado
como proclive a consumos adictivos y, con ello, a romper con las normas y la
ley. Tanto así que, auxiliado por otros jóvenes que con buenas maneras lo
rescatan a nombre de Sedronar, el personaje reaparece con su rostro más
despejado, se retira expresamente la capucha y la música se modifica, ya no es
la cumbia del comienzo del conflicto, sino unos acordes apacibles,
tranquilizadores.
Lo curioso es que la
Sedronar es parte de un gobierno cuya Presidenta acaba de advertir algo nada
simpático, que no le traerá popularidad en los sectores que están más distantes
de ella, cuando dijo que es hipócrita atribuir únicamente a los jóvenes y,
dentro de ellos, a los más pobres, el problema de salud pública que representan
los consumos adictivos. Como es dable esperar que la Sedronar comparta esa visión,
es oportuno preguntarse si las imágenes podrán ser también las de un joven con
indumentaria vistosa, consumiendo bebidas más sofisticadas y más caras,
combinándolas con pastillas, por ejemplo, en un “boliche” de alguna zona
respetable del país o en el automóvil último modelo de la familia, donde no
suene una cumbia sino el éxito más reciente de alguna estrella de la industria
internacional de la música.
* Escritor y
periodista, presidente de Comuna (Comunicadores de la Argentina).
MEDIOS Y COMUNICACION
La cruzada de los ingenieros
Marcelo Arias reflexiona sobre el
discurso periodístico acerca de la violencia y la inseguridad y pone en
evidencia discursos que eximen a unos y estigmatizan a otros.
Por Marcelo Arias *
A las 22.27 del jueves 20 de enero de
2011, a propósito de un resonante “caso policial” ocurrido por esos días, el
animador televisivo Eduardo Feinmann formuló frente a cámara la siguiente
pregunta: “¿Qué hacemos con las criaturas asesinas, como la que mató al
ingeniero Barrenechea?”. Entre varias líneas de reflexión que abre el
interrogante (la inconsistente alusión a cierta esencialidad criminal, la
ambigüedad de un “nosotros” con aparentes competencias para ejecutar “acciones”
de algún tipo), nos interesa señalar el siguiente fenómeno: formulada la
pregunta, el animador no ofreció a continuación ninguna respuesta. El
interrogante quedó flotando, turbio, suspendido, dejando a los televidentes la
tarea de responderlo. Complete usted el casillero vacío. Y, sobre todo, tache
lo que no corresponda.
Difícil no evocar en
este punto al ingeniero Santos, cuyo emblemático “caso” promovió, en 1990, un
debate en el que se privilegió la propiedad privada que los asaltantes
intentaron vulnerar (a saber, el pasacasete de un automóvil) por sobre la vida
que el ingeniero les quitó. El rumbo de aquel debate lo orientaron, en buena
medida, reconocidos exponentes de la prensa dominante. Como bien nos lo
recuerda Gabriel Kessler, “yo hubiera hecho lo mismo” fueron las incalificables
palabras mediante las cuales –sobre la “acción” fatal ejecutada por el
ingeniero– en aquella ocasión se pronunció al respecto Bernardo Neustadt, por
entonces influyente y oscura estrella del firmamento periodístico argentino.
Lo cierto es que hay
determinadas actividades profesionales cuyo desempeño habilita considerables
niveles de inmunidad periodística. Desde luego, a propósito de esas profesiones
(la de empresario, la de arquitecto, muy especialmente la de ingeniero), nada
acredita cuestionar su mero ejercicio o estatuto profesional. Más bien nos
referimos a los efectos simbólicos que su referencia provoca en el imaginario
de los sectores a los que, prototípicamente, se dirige la prensa comercial.
Tomemos un titular
como el que, por ejemplo, ofrece el matutino La Nación el 25 de noviembre de
2009: “Un empresario mató a dos delincuentes”. ¿A qué obedece allí la
especificación de la actividad profesional del homicida? ¿Por qué, respecto del
individuo en cuestión, se informa adicionalmente qué hace (esto es, a qué se
dedica), más allá de referir lo que ha hecho (matar a dos hombres)? ¿Acaso esto
último no es lo que constituye la noticia? ¿El hecho de que un empresario mate
delincuentes resulta menos grave (y, correlativamente, menos condenable, menos
punible), que el hecho de que un hombre mate a dos hombres (que ha sido, en
definitiva, lo que ocurrió)?
Si articulamos estas
muestras dispersas de la labor periodística que hemos tomado (la primera de las
cuales se remonta a 1990) reconocemos la sostenida vigencia de un discurso que,
por cierto, torna grotescas las encendidas defensas profesionales que algunos
periodistas esgrimen por estas horas. Defensas apoyadas, sobre todo, en la
simplista premisa de que los “hechos” sociales se producen espontáneamente (y
que, por ello, la inocua labor del periodismo sólo consiste en reproducirlos).
En tal sentido, durante un intercambio radial en el que Adolfo Pérez Esquivel
reclamaba, por estos días, que la prensa no avivara el fuego desatado de la
presunta furia ciudadana, el periodista Jorge Lanata intentaba chicanearlo con
muy visible tosquedad argumental: “¿Vos proponés no informar sobre lo que está
pasando?”.
Una vez más, confirmamos
un rasgo paradójico que habita el discurso de la prensa comercial, al que nos
hemos referido en un trabajo de reciente aparición: La noticia televisiva:
resplandor de un discurso inquietante (Buenos Aires, Biblos, 2014). Esto es: en
su declarado afán de combatir “la inseguridad”, el periodismo hegemónico no se
cuida de no alimentarla. ¿Se puede manifestar preocupación por “la inseguridad”
cuando, por estas horas, se ha llegado a “comprender”, justificar y alentar la
violencia más cruel y homicida? Más aún: ¿es “la inseguridad” lo que realmente
preocupa? ¿Preocupa lo que hoy se gusta llamar “el retiro del Estado” (al que
esos discursos reducen a su dimensión policial)? ¿Lamentan el presunto retiro
del Estado los portavoces de los grandes emporios mediáticos, cuyo horizonte es
recuperar el paraíso perdido de la Argentina desregulada? ¿Lo lamentan o, más
bien, lo reclaman con enérgica virulencia? ¿No será que, en verdad, lo que
inquieta a los sectores concentrados es la sospecha de que –aun con sus falencias
y desajustes, con sus tareas de pendiente resolución– ha desembarcado por fin,
en nuestro país, la indeclinable vocación redistributiva de un Estado que,
lejos de estar retirándose, ha llegado para quedarse?
* Licenciado en
Letras (UBA) y Magister en Ciencias Sociales (UNQ), docente de Análisis del
Discurso y de Semiología (UNLZ), de Introducción a la Comunicación (UNM) y de
Lingüística (UBA).
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