MEDIOS Y COMUNICACION
Resistencia de Papel
Martín Gras y Flavio Rapisardi
presentan el resultado de una investigación académica que pone en evidencia la
complicidad de empresas periodísticas con la dictadura militar.
Sabemos que la puesta en discusión del
sistema de medios de comunicación y sobre la legitimidad de sus enunciaciones
constituye un doble desafío: pensar su democratización en términos de propiedad
y repensar modelos democráticos de producción de sentidos. La relación entre
medios, capitalismo y democracia exige de nosotros un compromiso en el ámbito
de universidades públicas. Es por esto que lanzamos el proyecto de
investigación-extensión Resistencia de Papel.
Nuestro socio, El
Topo Blindado, buscó archivos y nos acercó un ejemplar de la revista Somos con
fecha de septiembre de 1977. Coyuntura, contexto y trama nos permitieron ir a
buscar la verdad allí donde estalla, según palabras de Walter Benjamin: en los
bordes de una configuración. La Editorial Atlántida con sus publicaciones
Gente, Para Ti y Somos se articuló con un complejo entramado de corporaciones,
empresas, intencionalidades políticas de diversos sectores (civiles, militares
y religiosos) en la producción de “sentido compartidos” que articularon el
autoritarismo y el genocidio como relación cultural/comunicacional en la
relación entre Estado y sociedad. Los medios ya no bajo la forma de
“colaboradores”, sino, como señaló Florencia Saintout, como “protagonistas” que
vamos a investigar.
La sensación que nos
sigue produciendo la aproximación a nuestra temática se parece enormemente a la
lectura del cuento clásico de Poe, “La carta robada”, donde el objeto que
motoriza la búsqueda se encuentra, totalmente oculto, en el propio centro de la
escena. El diario El Día es, sin duda alguna, uno de los principales
dispositivos de construcción hegemónica en la ciudad de La Plata, y por
extensión en toda la provincia de Buenos Aires, y sin embargo son pocos e
insuficientes (en relación con su importancia) los análisis que hay sobre él.
El trabajo se propone como una interpretación desde tres niveles de análisis
que, si bien se diferencian entre sí, corresponden en su interacción a tres
“formas” dialécticamente vinculadas con una misma tarea constitutiva central: la
conformación de una matriz que instale/naturalice/legitime el orden social
favorable a un bloque histórico dominante en una coyuntura temporal específica.
En la revista Somos,
uno de los nudos de la matriz, aparece un decir, casi un lapsus monstruoso. Se afirma:
“Se creyó entonces que la célula subversiva que se atribuía el secuestro (de D.
Kraiselburd nieto) podría haber sido aniquilada o desarticulada”. Y se enciende
una luz. “Y que el menor secuestrado podría haber sido entregado a terceros
para su custodia.”
Nuestra atención
activó nuestros laboratorios entrenados para distinguir información de maleza.
“Se esperaba –continúa el texto– que si el niño había sido confiado a gente
inocente o desprevenida de su identidad...”
¿Cómo? ¿Niños
confiados a terceros? ¿Personas desprevenidas con niños entregados en pleno
1976? ¿De qué está hablando este artículo? ¿De David Kraiselburd o de...? Sí,
del horroroso asesinato del pequeño David Kraiselburd, pero ocurre un fenómeno:
una realidad paralela se abre en la lectura.
Y aquello que fue un
anuncio se transforma en la certeza: hubo quienes supieron qué ocurría con los
hoy adultos, no todavía libres y entonces bebés robados. Porque así continúa la
nota: “Fue una pesadilla para los familiares del pequeño David Kraiselburd.
Cada vez que un niño aparecía involucrado en algún operativo de seguridad
contra delincuentes subversivos, los padres corrían hasta el lugar de los
sucesos... para comprobar que el menor no era el hijo que les habían
secuestrado”.
¿A qué refiere con “cada
vez que un niño aparecía involucrado en algún operativo de seguridad contra
delincuentes subversivos”? ¿En qué tipo de operativos podían estar involucrados
niños/niñas y bebés? ¿Acaso aquí no hay un reconocimiento de que en la
Argentina niños/niñas y bebés estaban siendo involucrados en los operativos
militares? ¿Este reconocimiento de la existencia de niños involucrados en
“operativos” no significó para los autores una línea para la investigación
periodística y denuncia ante la Justicia? ¿Acaso no cabía preguntarse qué
sucedía con ellos luego de los operativos? ¿Por qué los puntos suspensivos
entre “el lugar de los sucesos... para comprobar”? ¿Acaso hay una parte de la
historia de esos sucesos a los que no se puede hacer referencia?
Todo esto está allí,
en un texto de 1977 con tres firmas: Aldo Montes de Oca, Martín Carrasco y
Norma Morandini. Seguimos investigando. La Justicia lo demanda.
* Abogado, magister
en Administración Pública (FPyCS, UNLP/Untref).
** Magister en
Sociología de la Cultura, secretario de Investigaciones y Posgrado (FPyCS,
UNLP).
Corredactaron el
informe M. Moyano, S. Delfino, A. Elíades, P. Vialey, E. Ghea y R. Viñas.
MEDIOS Y COMUNICACION
Periodismo
Federico Corbière sostiene que, impulsado
por el desarrollo de nuevos dispositivos tecnológicos, el periodismo transita
por una evolución hacia otras formas de contar historias atractivas que, sin
embargo, conservan el lugar tradicional de servir de lugar de encuentro en la
sociedad.
Por Federico Corbière
*
Días atrás un periodista y amigo que
prefiere los mensajes directos (DM) de Twitter me llamó al celular. Algo estaba
pasando en el mundo real y era urgente. “Tengo un hacker –me dice–. Lo voy a
entrevistar en una hora, ¿venís?”
Hicimos una
micropausa. “Mejor andá sólo. No le cambiemos las reglas de juego a la fuente”,
le contesté. “Sí, sí, lo pensé... Voy a llevar grabador a cinta” (se ríe).
El hacker estaba jodido.
Era un pibe sub-20 investigado por el supuesto delito informático de intrusar
claves bancarias y quedarse con una pila de plata.
Después, esa misma
noche, hablamos sobre cómo sería la nota, el proceso de chequeo de la
información –a una semana del cierre– y de la extraña situación del hacker.
Así, mi colega eligió
un soporte analógico, una interfaz tradicional (un bar) y un contacto
interpersonal para conocer al protagonista de la historia. Esa rutina
profesional de la vieja escuela cedió ante la fascinación del objeto: un
saqueador informático.
Por supuesto, las
nuevas herramientas digitales son útiles para resolver cómo contar la historia.
Los procesos de filtrado de información en buscadores como Google y la
recolección de rastros en redes sociales –para establecer el perfil del hacker–
harían del relato una pieza aún más interesante.
Carlos Scolari lo
advierte en su teoría sobre las hipermediaciones: la interfaz es la unidad
mínima, pero no sólo se restringe a los soportes digitales. Así, los detalles
de una investigación periodística aparecen en un ecosistema de medios complejo
y multicausal.
El periodismo
cohabita en ese medioambiente con: TweetDeck, Facebook, YouTube, Instagram,
Reddit, Verite.co, Paper.li, Scoop.it, Prezi, Stotify, Tableau Public,
Flipboard, Issuu, Livestream, CoveritLive, Skype, Pinterest y la lista sigue.
Fenómenos que
permiten experimentar una “realidad aumentada”, como los anteojos Google Glass
o la geolocalización en dispositivos móviles, aumentan la precisión. Pero la
velocidad de la circulación informativa en redes distribuidas (persona a
persona) desafía a diario a quienes eligen el maravilloso –y violento, según
Rodolfo J. Walsh– oficio de escribir.
Estas alternativas
digitales de acceso a las fuentes no suplantan las prácticas profesionales
adquiridas con el bloc de notas y los soportes analógicos, que aún conservan la
memoria de archivo del siglo XX.
Por estos días aún se
debate sobre la caracterización de periodismo crossmedia (una misma historia en
muchos soportes) o su naturaleza transmedia (historias autónomas
interrelacionadas). Ese fue uno de los ejes por el que transitó en octubre de
2013 la 6ª Edición del Foro de Periodismo Digital (UNR), en donde académicos
como Denis Reno Porto invitaron a pensar qué es esto de las narrativas
transmedia o storytelling.
Una discusión aparte
corresponde al uso periodístico de grandes bancos de datos (Big Data). Estas
bases pueden ser vulneradas, como ocurriera con los escándalos del espionaje
norteamericano. Curiosamente, Edward Snowden ya no es noticia. Tampoco los
crímenes de guerra en Afganistán revelados tras las primeras filtraciones de
Wikileaks.
Para sociólogos
urbanos como Manuel Castells o Pekka Himanen, el protagonista del reportaje,
lejos está de mantener una cultura hacker. Se trataría de un simple cracker sin
ética ni valores comunitarios, dedicado al fraude. Alguien que desencripta
claves y manipula grandes conjuntos de datos para beneficio personal. El colega
que entrevistó al presunto delincuente analizó perfiles de Twitter, compartió
en privado la primicia –algo poco habitual– e incorporó al modo de producción
actual un razonamiento artesanal del trabajo en redacción.
Esa voracidad por
conocer a las fuentes para verificar el dato por más extra small que parezca es
tal vez el principal atractivo y el elemento excluyente de una práctica
periodística, que lejos está de ser reemplazada por las herramientas digitales
y el mal llamado periodismo ciudadano, que nada tiene de transparente.
Antes que una
revolución, el periodismo transita por una e-volución hacia otras formas de
contar historias atractivas, bajo el debido chequeo. Los dispositivos
tecnológicos afectan con rediseños (remix) constantes prácticas y saberes
culturales. Incluso, el teórico de los medios digitales Lev Manovich ha
provocado con El software toma el mando (2013) atractivas reflexiones teóricas
acerca de un cambio en el modo de producción infocomunicacional.
¿Quieren saber qué
pasó con el hacker? Yo también, más allá de Google y el Big Data. Por eso, el
periodismo y sus crónicas siguen ocupando un lugar de encuentro en nuestra
sociedad.
* Docente en Legislación
Comparada y el Seminario de Periodismo Digital, Facultad de Ciencias Sociales
(UBA).
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