analisis de un discurso
El suicidio mediático de un presidente solo en un salón oscuro
El 19 de diciembre de 2001, acosado por una protesta social que crecía sin cesar y por una oposición que no quería comprometerse con un gobierno tambaleante, Fernando de la Rúa dirigió un mensaje al país, en el que anunció el estado de sitio. Si su intención era calmar la agitación en las calles, el resultado fue el inverso.
La bandera, que ocupa como es habitual la totalidad de la pantalla mientras una voz en off anuncia la inminente toma de palabra del señor presidente de la República, no flamea al viento como lo ha hecho más tarde en los programas de la cadena nacional. Es una imagen congelada, donde la cara redonda e inexpresiva del sol, en primerísimo plano, no parece estar iluminando nada. Fundido encadenado a la figura del presidente: en esa noche del 19 de diciembre de 2001, Fernando de la Rúa comunica la decisión que ha tomado ante el agravamiento de la situación y los crecientes disturbios. Comienza así, mirando a cámara: “Compatriotas: culmina un día difícil, han ocurrido en el país hechos de violencia que ponen en peligro personas y bienes, y crean un cuadro de conmoción interior. Quiero informarles que ante eso [sic] he decretado el estado de sitio en todo el territorio nacional e informado al Honorable Congreso”. Acto seguido, se coloca los anteojos para iniciar, sin dejar de mirar a cámara, la lectura del texto preparado de su discurso, donde el anuncio del estado de sitio aparece mucho después, como conclusión de un argumento bastante más largo. Alguien le debe haber aconsejado agregar esa primera frase contundente, que el presidente memorizó, donde está todo dicho desde los primeros segundos, incluidos los tecnicismos legales (“violencia que pone en peligro personas y bienes”, “cuadro de conmoción interior”). Ante “eso”, estado de sitio.
De la Rúa convoca una vez más, como lo había hecho unas semanas antes, “a los partidos políticos, a los gobernadores provinciales, a los bloques legislativos del Congreso Nacional, para acordar las decisiones que exige la hora, pero esa convocatoria queda una vez más sin respuesta. Al día siguiente, y después de dos jornadas de violencia en distintos puntos del país pero particularmente en la Ciudad de Buenos Aires, y de una represión policial que deja un total de 39 muertos, Fernando de la Rúa abandona la Casa Rosada (la famosa escena del helicóptero), después de haber presentado su renuncia.
¿Qué se puede decir de este discurso del presidente De la Rúa, cuya importancia histórica es indudable, puesto que precipitó la violenta represión y los muertos del día 20 de diciembre? Del discurso propiamente dicho, nada o casi nada: son cuatro minutos anodinos, grises, sin ningún momento fuerte. Para los cientistas políticos y los historiadores, el único dato importante sería la declaración del estado de sitio; el modo en que esa información cobró forma en un discurso audiovisual no tendría mayor interés. Conclusión que considero errónea, pero para entender por qué, tenemos que modificar el punto de vista.
De un hecho mediático tomado aisladamente no hay nada que decir, o lo que es lo mismo, se puede decir cualquier cosa. Aunque suene paradójico, el objeto del análisis discursivo no es un discurso en particular, sino un haz de relaciones dentro del cual el discurso que me interesa es un elemento; relaciones de ese discurso con su contexto (que incluye otros discursos) en un momento dado y también a lo largo del tiempo.
Desde el punto de vista de la evolución de las formas televisivas, la intervención de De la Rúa del 19 de diciembre de 2001 corresponde al formato más frecuentemente utilizado en Argentina y en muchos otros países en los años ochenta y noventa, cuando el ocupante de la posición ejecutiva se pone en contacto con los gobernados, hablándole “al país”, tal como lo anuncia la voz en off: plano medio que es casi un primer plano, donde las manos son invisibles salvo en los momentos de gestualidad pronunciada; mirada permanente a cámara de un cuerpo solitario sentado detrás de un escritorio que casi no se muestra; un espacio cerrado y oscuro –en este caso se adivina, detrás, la decoración dorada de algún salón de la Casa de Gobierno–. A Raúl Alfonsín, en sus intervenciones por la cadena nacional –igualmente sentado detrás de un escritorio y mirando a cámara– le gustaba ser tomado delante de un famoso cuadro del general Belgrano, también sentado. En algunos casos se solía utilizar con discreción el zoom, acercando o alejando lentamente la imagen. Es un formato que acentúa el desequilibrio del vínculo: el enunciador, desde su solemne soledad, les habla a todos los ciudadanos.
La presidenta militante. Colocarnos por un momento en la actualidad nos va a ayudar: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner utiliza también este formato. Lo hace con cuidado, sólo en determinadas circunstancias y con algunos cambios importantes. Las circunstancias: voluntad de atenuar la dimensión militante que caracteriza su estilo, sean cuales fueren, en cada caso, las razones; por ejemplo, cuando agradeció el apoyo recibido tras el fallecimiento de Néstor Kirchner o en ocasión de saludos de fin del año. Los cambios: siempre, detrás de su figura, ventanales que dejan entrar la luz natural a raudales, y a través de los cuales se suele percibir la actividad social en curso “ahí afuera”: un espacio conectado con la “realidad”. Toma un poco más alejada –un plano medio propiamente dicho– que deja ver enteramente los brazos y manos de la Presidenta y diversos objetos (papeles, carpetas) sobre el escritorio: escenario de gestión. Estos detalles transforman el encierro y la penumbra que transmitían los usos anteriores del formato.
Simultáneamente, Cristina ha ido construyendo otro formato para sus apariciones por la cadena nacional, donde la dimensión de la militancia es dominante: discurso en alguno de los grandes salones de la Casa de Gobierno y ante un nutrido público de funcionarios que la aplaude y con el cual tiene un fuerte contacto, a través de observaciones o de interpelaciones a alguno de los presentes. Queda definitivamente anulada la mirada a cámara: la Presidenta le habla al público allí reunido, que representa el mundo del kirchnerismo. Es otro encierro, pero esta vez militante y colectivo. El formato militante es adecuado cuando se trata de anuncios que tienen que ver con la gestión de gobierno y que se pueden preparar y anticipar. La aparición en soledad está asociada a acontecimientos que escapan al control del Ejecutivo: el presidente o la presidenta debe reaccionar ante hechos imprevisibles y/o importantes y sus consecuencias, y se supone que su palabra es esperada por los ciudadanos.
Suicidio mediático. Tras esta exploración sobre la evolución de las formas, retomemos nuestro flashback de diez años. El contexto mediático de aquel momento es un elemento fundamental. Desde el anuncio del corralito por el ministro Cavallo el 2 de diciembre, los medios se focalizaron en el creciente descontento popular y en la multiplicación de las manifestaciones de protesta. Estábamos aún lejos de esos usos de las nuevas tecnologías para la movilización en los espacios urbanos que hemos conocido en los últimos dos o tres años, pero el funcionamiento de la televisión de aquellos días, particularmente de la información continua de Crónica TV y de TN, puede ser visto hoy como un antecedente importante: cuando, a partir de mediados de diciembre, la protesta cobró la forma de asaltos a supermercados y se multiplicaron los cacerolazos, la televisión siguió las 24 horas, en tiempo real, lo que sucedía: el anuncio por televisión de que una concentración de vecinos con cacerolas estaba comenzando en tal barrio de la ciudad, era información que permitía salir a la calle y sumarse a la protesta.
Ese fue el contexto en que se insertó el discurso presidencial del 19 de diciembre. Dada la opción política que hasta ese momento De la Rúa había descartado (renunciar) y la decisión que tomó (decretar el estado de sitio), el único formato de que disponía para expresarse era el del presidente solitario mirando y hablando a cámara, sentado detrás de un escritorio, en un rincón oscuro de un salón oscuro: un alien. En el clima que acabamos de recordar, ese formato equivalía a un suicidio mediático. ¿Tenía otra alternativa? Ninguna.
En las sociedades en que vivimos, también los dispositivos mediáticos forman parte de las merecidas trampas que la historia humana tiende a veces a los que ejercen el poder.
*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.
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