ESTRATEGIAS casi OPUESTAS
Dilma y Cristina comunican distinto
Desde el nordeste de Brasil y lo mejor que pude, dadas mis actividades académicas en la Universidad Federal de Paraíba, seguí por Internet las múltiples ceremonias que marcaron el inicio del segundo mandato presidencial de Cristina Fernández de Kirchner.
Toda “puesta en escena” mediática (la metáfora teatral no es aquí peyorativa) implica un empobrecimiento radical de la sustancia a partir de la cual se la construye. No es difícil imaginar la configuración de contactos, discusiones, negociaciones, tensiones, inquietudes, decisiones técnicas, promesas, compromisos, júbilos y furias, que estuvo asociada a ese sábado de celebraciones. De ese gigantesco paquete, en producción, de acciones y pasiones, de rituales e improvisaciones, de aciertos y errores, sólo circula a través de los medios (sean cuales fueren) una ínfima proporción (¿el 1%?). Como si de un enorme torrente pasara al otro lado del dispositivo mediático apenas un fino hilo de agua. Lo que se suele olvidar es que, en ese otro lado, el hilo de agua se funde con otro torrente de acciones y pasiones, presentes en cada uno de los millones de actores individuales que lo reciben. De un lado y de otro, dos lógicas cualitativamente distintas, irreductibles, que entran fugazmente en contacto. Todo el problema es de qué está compuesto ese hilo de agua. Hay en él sentidos que se querían “comunicar”, pero también se activan en recepción sentidos no controlados por los productores de la puesta en escena: los que los equipos de operadores de los medios tratan de administrar, muchos otros que resultan de combinaciones accidentales o imprevisibles, otros, en fin, que vaya a saber quién controla. Los componentes del hilo de agua serán a su vez procesados por los receptores a diferentes ritmos, más o menos rápidamente, y ese procesamiento dará lugar más tarde a otras acciones y pasiones, muchas de las cuales, a decir verdad, no se pueden predecir.
Con las reservas del caso, entonces, un aspecto me pareció interesante a propósito de la asunción del mando de Cristina Fernández de Kirchner, interés resultado del hecho fortuito de encontrarme en Brasil, lo cual me permitió realizar una microencuesta a lo largo de conversaciones con conocidos, colegas y taxistas. Encuesta, claro, sin ningún valor científico: sólo me sirvió de estímulo. En cualquier caso, la comparación entre Cristina y Dilma es sorprendente. Dos mujeres presidentas de dos países latinoamericanos con roles de peso en la región, vecinos y socios comerciales. Dos figuras de liderazgo presidencial fuerte. Dos mujeres que aparecen como “continuadoras” de presidentes hombres que se posicionaron como iniciadores de una política nueva, pero que fueron afectados en su corporeidad: uno murió, el otro está gravemente enfermo. Y dos mujeres presidentas que no podrían tener, sin embargo, estrategias de comunicación más opuestas entre sí.
Cristina, hiperbólica y emocional, trabaja los afectos. Los resultados del Gobierno son, sin excepción, todos y cada uno, los mejores de nuestra historia. Complicidad con sus “fans”, actualizada en cada discurso. Frecuentemente al borde de las lágrimas, recordándolo a “él”, que además ese sábado se convirtió, junto a Dios y la Patria, en guardián de la legitimidad constitucional. Y una amalgama mediática en la que intervienen todos los miembros de su familia. Dilma, fría, distante, formal, pragmática, opera en estricta soledad presidencial. Los contextos en que aparece tienen inevitablemente el tono de ceremonias ministeriales. “Es una persona técnica”, me repiten a coro colegas, conocidos… y taxistas.
Prácticamente no hace uso del procedimiento de la difusión televisiva “en cadena nacional” para dirigirse al país. Por sobre la televisión, privilegia la radio: un programa todos los lunes por la mañana, de unos ocho minutos –práctica iniciada por Lula– que se llama “Un café con la Presidenta” y donde responde preguntas de un periodista sobre un tema particular. En fin, en el discurso de Cristina, el ataque a los medios de información no favorables al Gobierno se ha transformado en un tic, mientras que Dilma ha descartado explícitamente toda veleidad gubernamental de agresión al sistema de medios privado (algún intento en esa dirección cobró forma en los últimos tiempos del gobierno de Lula).
Sería difícil concluir que a pesar del Carnaval, el samba y la macumba, los brasileños son más racionales, formales y distantes que los argentinos. Aquí, los presidentes han sido y seguirán siendo familiarmente nombrados: Fernando Henrique, Lula, Dilma. Nunca hubo, en cambio, “cardosismo” ni “lulismo”. Está claro que, en un país y en otro, la persona se articula a la función institucional de manera radicalmente distinta. Desconcertante paralelo, que valdrá la pena seguir de cerca.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.
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