2011: año de la desintoxicación tecnológica
Hace un par de semanas, la revista dominical del diario El País, de Madrid, dedicó una doble página a un estudio de JWT Intelligence que, desde su sede en Nueva York, designó a 2011 como el año del comienzo del de-teching. ¿Qué significa este nuevo neologismo anglosajón que se incorpora al diccionario de la web y de las redes sociales? El diario lo traduce como “desintoxicarse de la tecnología”, debido a que el abuso de los medios digitales conduce al hartazgo e incluso a la enfermedad. Una solución, sugiere el servicio de JWT, sería la desconexión voluntaria y temporaria para limpiar la mente y prepararla para un nuevo comienzo más racional y saludable.
- Borrini: "Pese a la gran cantidad de libros, encuestas y artículos que se publican a diario acerca de los medios digitales, la mayoría con elogios, son muy raros los que los analizan en profundidad, y en todos los aspectos".
Para muchos, la web se ha convertido en una adicción. En su caso, confesó Umberto Eco en un reciente artículo periodístico, es “como una neurosis”. El abuso haría que, según dijo un especialista, de “vivir para internet muchos terminen por irse a vivir a la Internet ”. En otra realidad, a medida de cada uno.
La llamada Generación 2.0, integrada por los que nacieron y crecieron con la web, todavía no ha aprendido a aprovecharla en todas sus posibilidades informativas. Las autoridades educativas adhieren a la idea de que cada alumno tengan su propia PC, e incluso hay planes en nuesro país para que la financie el Estado. Pero ni los educadores, ni los educandos parecen estar capacitados para elevar el rendimiento escolar con su ayuda.
En general no se enseña a buscar información en internet de manera organizada, como antes se hacía con un diccionario o una enciclopedia, menos aún cómo combinarla con la lectura de diarios y revistas.
Pese a la gran cantidad de libros, encuestas y artículos que se publican a diario acerca de los medios digitales, la mayoría con elogios, son muy raros los que los analizan en profundidad, y en todos los aspectos. Uno de ellos es “Superficies. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?”, del investigador Nicholas Carr (Taurus, 2011).
“Los beneficios son reales, pero tienen un precio”, apunta el autor; añade que la web ha sido un “regalo del cielo” para él como escritor e investigador (como para mí como periodista, acoto), pero que durante los últimos años tiene la “sensación incómoda de que algo, o alguien, ha estado trasteando en mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando la memoria. Mi mente no se está yendo, pero está cambiando. No pienso de la forma en que solía pensar”. Uno de los síntomas de esta sensación, señala, es la pérdida de la concentración en la lectura.
Como sugería McLuhan, recuerda Carr, los medios no son solamente canales de información, sino que modelan el proceso del pensamiento. Dedicó todo un libro, “La comprensión de los medios como extensiones del hombre” (1964), quizá una de sus obras más fascinantes y reveladoras, a explicar este aspecto de una amplísima gama de vehículos que van desde la palabra hablada hasta la televisión, pasando por la máquina de escribir, el automóvil e incluso el dinero.
Cada nueva prótesis tecnológica que incorporamos, escribió, es una extensión de nuestro sistema nervioso que nos depara nuevas sensaciones. Y habrá que admitir que ninguna, ninguna como la web, causa tanto impacto en el comportamiento de los usuarios. Cada nuevo gadget es más rápido que el anterior, lo que explica que haya tantas personas, sobre todo jóvenes y chicos, acelerados, pasados de revoluciones. Solo este efecto justificaría una reflexión de McLuhan, si viviera, acerca del de-teching.
Grandes marcas del ramo como Microsoft, comenta Karelia Vázquez, autora del artículo de El País, fueron las primeras en detectar que una parte de su público está, según su propia definición, “tecnológicamente fatigado” y que siente cierta nosrtalgia por “los viejos tiempos de la comunicación analógica”.
Otro estudioso del tema, Daniel Sieberg, reconoció que se había convertido en un “obeso digital”, y que había llegado la hora de ponerse a régimen. Sieberg necesitó, puntualiza, doce meses de total desconexión. Sin llegar a este extremo, ¿no nos habrá llegado la hora, a muchos de nosotros, y me pongo en primera línea, de practicar el de-teching?
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