MEDIOS Y COMUNICACION
Medios esclavos
Frente a las recientes denuncias sobre la existencia de trabajo esclavo en la Argentina, Roberto Samar y Ariel Lieutier ponen en evidencia de qué manera grandes medios de comunicación contribuyen al ocultamiento de estas situaciones reforzando la invisibilización social.
En la Argentina del siglo XXI hay trabajadores cuyas condiciones de vida y explotación lindan con la esclavitud. Sin embargo, los medios hegemónicos rara vez hacen referencia a ello. Frente a determinados temas que se contrapongan con los intereses o las concepciones de quienes dirigen su línea editorial, la salida es la omisión. Una noticia no es noticia, no por falta de interés sino precisamente por el interés de esos medios en que no lo sea. En el ágora mediático, a diferencia de un hospital, el silencio no es salud, sino ocultamiento.
La explotación existe por su invisibilización social. Pero la invisibilización es doble: también la reproducen los medios de comunicación, lo que refuerza y sostiene a la primera.
Un hecho puede taparse o puede hacerse tapa, reza un slogan de marketing comercial de un matutino. Eso ocurrió en el mes de enero, cuando Página/12 inició una amplia cobertura disparada por un procedimiento judicial, realizado en San Pedro donde se reveló que la transnacional Nidera, una de las mayores exportadoras de cereales, tenía reducidos a condiciones de servidumbre a 130 trabajadores, entre ellos 30 niños y adolescentes. El tema fue tapa no menos de seis veces en dos semanas. El país abolió la esclavitud en 1853, por lo que es razonable que para la política editorial de un diario el tema sea noticiable.
No lo fue, sin embargo, para Clarín y La Nación, para cuyos editores los ejes elegidos en esa semana fueron el golpe boquetero a un banco, la presión tributaria y la falta de billetes.
En dichos periódicos, la reducción a la servidumbre de trabajadores por parte de Nidera SA sólo obtuvo una cobertura marginal. Varios días después, cuando no se podía seguir negando la existencia de la noticia, el diario La Nación publicó en formato de nota periodística un comunicado de la empresa, sin dar lugar a otras voces. No hubo testimonios de las víctimas ni de las organizaciones que entienden en la problemática ni de las áreas del Estado que intervinieron.
Asimismo, en una editorial de La Nación, se tomaba el comunicado de Nidera como incuestionable y señalaba “cabe preguntarse si, tratándose de un trabajo migratorio, de pocas semanas, abonado en blanco y contratado de acuerdo con las leyes respectivas, se justifica la calificación de esclavitud y reducción a la servidumbre que se ha deslizado contra determinadas empresas agrícolas”. Cualquiera que haya visto las fotos y leído las crónicas y los testimonios de los trabajadores está en condiciones de responder a un interrogante tan malicioso. La editorial terminaba, en un increíble giro, deslizando sutilmente una sospecha de que en realidad Nidera podría llegar a ser víctima de una persecución política o ideológica.
Según los manuales de periodismo, la “actualidad” y la “novedad” son dos valores destacables que tiene que tener una noticia. Para Clarín el tema recién existió casi una semana después de su difusión. Su cobertura no superó los cuatro párrafos y también dio exclusivamente la versión de la empresa sobre los hechos.
Es probable que los vínculos con la transnacional Nidera influyeran en esa cobertura. Nidera es uno de los principales expositores en Expoagro, la exhibición anual organizada por una sociedad cuyos accionistas son esos diarios. Sin embargo, la reticencia de los medios hegemónicos a difundir noticias que puedan afectar sus relaciones comerciales va más allá de este caso puntual. Las noticias sobre las condiciones de trabajo esclavo en los talleres textiles clandestinos son otra muestra de esta lógica. Si bien este tema es abordado con cierta recurrencia por los medios más grandes, sólo excepcionalmente se hace referencia a las importantes marcas que han sido descubiertas contratando a estos talleres. Además, las coberturas tienden a dar más importancia a la falsificación de marcas que al trabajo esclavo.
Los medios de comunicación, ya se sabe, no reflejan la realidad, sino que muestran un botón de los acontecimientos y una primera interpretación. El abordaje sobre el trabajo esclavo, por lo general encubre la responsabilidad de los actores económicos, dotándolos de cierta impunidad pública que los deja indemnes de las sanciones sociales.
Rodolfo Walsh escribió que la historia en ocasiones se convierte en propiedad privada “cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. La agenda pública también lo es. Los medios son esclavos de sus intereses. Y eso también merece ser informado.
* Licenciado en Comunicación Social (UNLZ). Miembro del Departamento de Comunicación de SIDbaires.
** Economista (UBA). Coordinador del Departamento de Trabajo y Empleo de SIDbaires.
MEDIOS Y COMUNICACION
Espacios de libertad y expresión
Para María Florencia Alcaraz existe un movimiento, en el que confluyen la tradición del cine político y la educación popular, que busca generar espacios de libertad y expresión para los sectores populares.
Por María Florencia Alcaraz*
En la cúspide de la democratización de la comunicación en el plano legal, en Argentina emergen múltiples prácticas en las cuales confluyen la tradición del cine político y la educación popular: Desde Abajo Cine, Cine en Movimiento y Cinekinesis, entre otras, son agrupaciones que trabajan enseñando la herramienta audiovisual y capacitando a grupos de personas provenientes de los sectores populares en la producción de sus propios videos. Retoman algunas características del camino transitado por los cineastas y videastas que se propusieron otorgarle visibilidad y dar voces a las luchas de los sectores populares. Dialogan con estas realidades desde lo educativo en un proceso donde las instancias productora y receptora se entremezclan en un intercambio de mutuo enriquecimiento.
Resulta inevitable observar qué acercamientos y rupturas marcan con respecto a las experiencias precedentes.
En primera instancia, es claro que las formas de intervenir en la transformación social desde el lenguaje audiovisual y sus tecnologías están determinadas por el tiempo y el espacio en el cual los realizadores están insertos. Hoy los cineastas explotan las posibilidades que brindan las nuevas tecnologías en relación a la filmación (cámaras digitales livianas), montaje (fácil acceso a programas de edición para computadoras personales) y proyección (equipos digitales) y someten sus voluntades a una construcción democrática comprometiéndose con sus objetivos. En épocas anteriores no sólo el equipamiento significó un obstáculo. El contexto de efervescencia era de tal magnitud, al igual que la trama represiva, que obligaba a la mayoría de los grupos a operar en la clandestinidad. Esta situación implicaba intervenir con recursos y estrategias de comunicación alternativas para responder a coyunturas más urgentes. El acento estaba puesto en la exhibición de la película y lo que ésta podía desencadenar como acto político con una clara impronta de denuncia y clarificación.
En la actualidad, la idea de construir films junto a las clases subalternas está vinculada a hacer cumplir uno de los tantos derechos vulnerados para estos sectores sociales y no ya a la necesidad de generar un cambio desde las bases. Aunque persista el propósito de transformación social, lo que predomina es la idea de democratización de los saberes audiovisuales en pos de un ejercicio más pleno del derecho a la comunicación. Lo que motoriza la acción de estas agrupaciones es la creencia firme de que las clases populares tienen derecho a manejar el lenguaje audiovisual y las tecnologías como sujetos enunciadores y con conciencia crítica. Se democratiza el saber para saldar una situación de desigualdad en el acceso que estos sectores populares tienen a los medios de comunicación masiva. Si bien suelen aparecer en gráfica, radio, televisión y cine, el tipo de comunicación tutelar y pasiva que los medios pregonan hace que estas capas de la sociedad no tengan incidencia sobre cómo se habla de ellos o sobre la imagen que se proyecta de ellos, se sientan estigmatizados y no representados en lo que ven sobre sí mismos.
Al tener acceso a los saberes y a las tecnologías de la comunicación las clases populares pasan a ser constructores activos y no simple objeto de la comunicación; colaboran a que exista más variedad en los mensajes intercambiados; y aumenta, en cierta medida, el grado y la calidad de la representación social en la comunicación.
Además, al formar parte del proceso creativo y de la toma de decisiones en relación a las historias que se tejen sobre ellos y contar desde su perspectiva su cotidiano, sus luchas, sus deseos, sus alegrías, sus dolores, esperanzas y sueños, surge la posibilidad de generar un archivo para la memoria colectiva.
Aparece aquí la noción de inclusión y participación social que genera este tipo de acciones. Los realizadores tienen en claro que las actividades que se realizan en el taller no solucionarán la situación de falta de trabajo, la violencia y la marginalidad que atraviesan aquellos que participan de las experiencias, pero sí abocan sus esfuerzos a construir espacios de libertad y expresión en sus talleres.
Las experiencias actuales comienzan a marcar otro camino que quizás alguna vez fue soñado por educadores o cineastas que antecedieron a estos realizadores. Estas nuevas prácticas marcan surcos en los cuales el esfuerzo por encontrarse con el otro se hace real al brindarle las herramientas tecnológicas y los conocimientos, superando las instancias que se limitan a registrar la realidad de estas clases sociales y tomando como metodología y estrategia pedagógica a la educación popular para poder llevar a cabo sus intenciones. Son los primeros pasos de un recorrido que ahora se camina con los otros.
* Licenciada en Comunicación Social, Universidad Nacional de La Matanza
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