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jueves, 2 de julio de 2009

El geneial Borrini en Ad Latina

La incógnita de las campañas electorales
En la columna de hoy, Borrini afirma que las campañas políticas de este año en la Argentina “incurrieron en excesos y abusos, y emplearon recursos reñidos con el más elemental respeto por los votantes”.
Las campañas electorales de 2009 volvieron a decepcionar. Fueron vacilantes y hasta contradictorias. A las falencias de siempre en el terreno de las ideas, que ya es hora de disculpar porque ¿cómo pedirle ideas a la comunicación si no la tienen los candidatos?, hay que agregar el constante aumento de los costos. Cuando se hagan las cuentas completas, saldrá a la luz que las últimas costaron, pese a ser legislativas, más que las presidenciales de 2007.
Pero incurrieron en otros excesos y abusos. Despegaron antes de lo autorizado, y emplearon hasta último momento recursos reñidos con el más elemental respeto por los votantes. Los candidatos más mediáticos se avinieron a competir con sus imitadores en un reality show grotesco, que logró confundir a los televidentes hasta el punto en que muchos de ellos no diferenciaban el desempeño de los postulantes reales con las habilidades histriónicas de sus dobles cómicos en la ficción.
Creíamos que aquel zafado ciclo de dos décadas atrás, “A la cama con Moria”, en el que sucumbieron entre las sábanas varios de los candidateables de ese momento, había sido la gota que rebalsó la tolerancia de la platea televisiva, pero estábamos equivocados. Se puede esperar cualquier cosa cuando lo único que cuenta es ganar.
Desde hace algún tiempo las campañas ya no transitan principalmente por la autopista del profesionalismo y la responsabilidad, sino por las colectoras marginales de los medios alternativos, pero esta vez, sobre todo las de los candidatos oficialistas, lo hicieron a contramano, abusando de la agresión, la soberbia, la manipulación de las estadísticas, la demagogia y las artimañas. Basta con mencionar el adelantamiento de la fecha de los comicios y las candidaturas testimoniales.
Pero aún así, es probable que en el resultado hayan influído más los errores que los aciertos. Haciendo un parangón con el incidente que destruyó a Herminio Iglesias en la recta final de las campañas de 1983, ¿cuántos ataúdes con el nombre de sus enemigos políticos quemaron públicamente Néstor y Cristina Kirchner en los últimos meses? En vísperas de elecciones, esos errores cuestan caros.
La comunicación electoral en rigor comenzó, espontáneamente, más de un año atrás, con la Resolución 125, enérgicamente rechazada por el sector rural, que derivó en protestas y cortes de rutas que fueron apoyadas con cacerolazos en las grandes ciudades. El capricho, la soberbia y el terco silencio oficial, condujeron a un suceso decisivo, cuando en una sesión del Senado, el titular del cuerpo y vicepresidente de la Nación, Julio Cobos, se negó a desempatar una votación, asumiendo así una posición contraria al proyecto del gobierno.
Estos acontecimientos repercutieron en las elecciones de hace unos días. Cobos, convertido en el villano de la obra (junto con la prensa independiente, las empresas que oponían resistencia a las presiones para congelar o bajar precios, y los críticos de la gestión oficial en general) emergió de los comicios como uno de los candidatos a suceder a los Kirchner en 2011; el rechazo del campo, a su vez, no sólo le restó muchos votos al oficialismo, sino que además provocó la aparición de nuevos líderes. El sector contará en unos meses con bancada propia, con once legisladores nacionales.
Pero si hay un hecho que obliga a jefes de campaña, asesores y publicitarios que participaron de las campañas, a poner las barbas en remojo, es la excelente elección realizada por Pino Solanas en la Capital. Quedó segundo, a pocos puntos de la favorita, Gabriela Michetti, pese a que prácticamente no hizo publicidad y gastó muy poco dinero en su pseudocampaña.
Los resultados del domingo pasado abren un nuevo escenario para la política, pero también para las campañas. Hay pocas dudas de que tocaron fondo. ¿Rebotarán y cambiarán? ¿Recuperarán algo de responsabilidad y transparencia? ¿Dejarán de lado artimañas que han probado ser negativas? ¿Qué clase de candidatos sacarán los magos de turno de su galera?
Las de 2011 son, todavía, una incógnita.

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