MEDIOS Y COMUNICACION
El Estado en el medio
El debate iniciado sobre la legislación en materia de servicios públicos de comunicación reinstala la discusión sobre la responsabilidad reguladora del Estado en materia de contenidos y la responsabilidad de las empresas privadas.
Por Mónica Beltrán *
Se suele decir que una de las deudas pendientes de la democracia es la Ley de Radiodifusión. Tal vez sea hora de intentar ir un poco más lejos. Nadie pone en duda que no es lo mejor para un país democrático funcionar con una ley sancionada por la dictadura. Pero el problema no es sólo la ley, son los múltiples decretos sancionados por gobiernos democráticos que permitieron la concentración de los medios en pocas manos, es la anuencia de los oficialismos ocasionales en el Congreso, que fracasaron en intentos de reforma, y también la de una gran parte de la sociedad que sigue los programas taquilleros, como si hubiera sido hipnotizada, favoreciendo con su encendido el mito del “rating”.
Es tiempo de hablar, sin temor de que nos acusen de querer restringir la libertad de expresión, sobre cuál debe ser el rol de un Estado democrático a la hora de regular los contenidos que se transmiten por los medios de comunicación audiovisual. Una parte significativa de la intelectualidad argentina que se define como progresista defiende en la teoría la democracia informativa y la pluralidad de ideas, pero no se anima en los hechos a discutir seriamente la necesidad de intervención del Estado en los contenidos, por temor a que, desde posturas liberales, se los acuse de coartar la libertad de prensa. Esa dicotomía: intervención del Estado versus libertad de expresión, es falsa y funcional a los intereses de los empresarios que concentran el poder y están al frente de los medios de comunicación.
No es posible ignorar en estos días el fuerte impacto que los medios en general, pero sobre todo la televisión, tienen en la formación de las nuevas generaciones y en la educación integral de los niños y los jóvenes. La escuela pública, como institución estatal, tiene también sus desafíos en este tema. Así como la escuela sarmientina se propuso homogeneizar las raíces culturales de los hijos de inmigrantes en las aulas argentinas, en su época; las instituciones educativas de hoy deberían promover en los chicos un pensamiento crítico y flexible, capaz de leer por igual los clásicos de la literatura universal y los valores que, con sus géneros mezclados y confusos, les imponen las telenovelas de moda de la tarde, con toda su carga cultural.
Hay un rol central de los ministerios de Educación nacional y provinciales que tienen que ofrecer capacitación gratuita y masiva, para garantizar a los profesores una formación con contenidos que incluyan las nuevas tecnologías y sus discursos. Hoy más que nunca, con la extensión de la obligatoriedad de la educación formal, los alumnos provienen de familias diversas, cuyos principales signos en común son la fragmentación, heterogeneidad y el acceso a los contenidos televisivos.
Por eso no sólo será necesario el envío al Congreso de un proyecto oficial sobre comunicación audiovisual –hubo decenas desde la recuperación de la democracia hasta nuestros días y ninguno pudo ser aprobado–, sino que el desafío es instalar un debate público sobre el papel de regulación de los medios que el Estado tiene que cumplir.
Una anécdota reciente, durante un seminario organizado por el Ministerio de Educación para debatir la calidad de la televisión, permite graficar hasta qué punto las sociedades legitiman o no la forma en que funcionan sus instituciones. Las normas y las leyes tienen el sustento que sus sociedades les otorgan. Y el cumplimiento o incumplimiento que les permiten.
En el encuentro, una funcionaria francesa del Conseil Supérior de l’ Audiovisuel francés, Agnes Vincent Deray, explicaba cómo prohibieron en ese país a las cadenas de televisión editar o difundir programas para niños menores de 2 años. Desde la platea una especialista en educación preguntó: “¿Cómo logran que los canales privados respeten las normas de prohibición?”. A lo que la francesa respondió: “Somos el Estado, ¿cómo harían los canales para no respetar la norma? Es una ley. Es imposible no cumplirla”.
El silencio en la platea dio cuenta de la distancia entre una y otra realidad.
La comunicación es un derecho de todos. El ejercicio de ese derecho nos abre las puertas de acceso al conocimiento y permite la construcción de discursos y debates más pluralistas. La sociedad será más democrática en la medida en que el Estado garantice a todos sus ciudadanos el pleno ejercicio del derecho a la comunicación.
* Periodista educativa, directora del portal Cátedra Libre Digital
MEDIOS Y COMUNICACION
Lecciones de Chile
Una lección que llega de Chile.
Por Martín Becerra *
El diario de Agustín, film de Ignacio Agüero y Fernando Villagrán, conmueve con uno de los fraudes más extendidos sobre el rol de los medios de comunicación: su pretendida autonomía. Estrenada esta semana en Buenos Aires en el marco del festival “DocBsAs”, la película expone la complicidad de grandes medios de comunicación no sólo con la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) sino también con un preludio de instalación de miedo, caos e inseguridad para que las fuerzas armadas allanaran su acceso al poder estatal.
Una dinastía de Agustines Edwards preside desde hace más de cien años el periódico de referencia en Chile: El Mercurio. La singularidad de El Mercurio, como explicó el domingo en PáginaI12 Horacio Verbitsky, radica en que conjuga el valor de la tradición periodística, su vocería y correspondencia con los intereses del poder económico y social, su liderazgo en las ventas en el mercado de diarios y su centralidad en la configuración de la agenda pública. Es hoy, como otros medios en la región, un grupo que controla buena parte de la producción y circulación de información en su país.
Pero su pasado lo condena. Un ex director del diario, periodistas entrevistados y portavoces de la dictadura pinochetista son contrastados en su testimonio con un contundente trabajo de archivo –a cargo de un equipo académico de la Universidad de Chile– para documentar las campañas de ocultamiento y tergiversación de hechos históricos por parte de El Mercurio y otros medios de comunicación. La publicación de “enfrentamientos” de personas que fueron en verdad desaparecidas y asesinadas por la dictadura; la perseverante operación de acoso y derribo del democrático presidente Salvador Allende en base a falacias; el aporte de más de dos millones de dólares de la CIA para El Mercurio (11 millones en moneda actual) para financiar el complot; y la interesada estigmatización de la movilización social como “comunista” o “pekinesa” son algunos de los casos retratados por un film de impecable factura técnica.
Dos meses después del golpe de Pinochet, el entonces líder del Partido Comunista Italiano (que era el mayor de Occidente), Enrico Berlinguer, planteó sus célebres “lecciones de Chile”, advirtiendo que la simple mayoría electoral no bastaba para comprometer a una sociedad con las transformaciones necesarias para superar la desigualdad. La “vía chilena al socialismo” que defendía el camino electoral y cuyo programa honró con su vida Allende, demandaban una mayoría cultural y política, sostenía un Berlinguer en tributo a Antonio Gramsci.
Precisamente el plano cultural y comunicacional puede enfocarse ahora a través de la penetrante lente del film El diario de Agustín. El Mercurio nunca revisó su complicidad con el golpismo y su manipulación informativa. Manuel Garretón interpreta en la película que asumir públicamente su responsabilidad implicaría para El Mercurio una reacción en cadena acerca de sus rutinas mismas de producción de noticias, lo cual conduciría a cuestionarlo en el presente. Y el presente está adiestrado en el lenguaje de lo políticamente correcto: después de muchos años, Pinochet puede ser aludido como “dictador” y no ya como “ex presidente”.
El Colegio de Periodistas de Chile sancionó en junio de este año a algunos de sus miembros involucrados en la producción de noticias falsas durante la dictadura. La investigación de la Universidad de Chile, las acciones del Colegio de Periodistas y la realización de la película remueven el fraude de la autonomía de los medios y permiten seguir extrayendo trascendentes lecciones de Chile.
* Doctor en Comunicación. Universidad Nacional de Quilmes – Conic
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