MEDIOS Y
COMUNICACION
Redes, esos medios públicos
Augusto Dos Santos invita a pensar las redes sociales como otra
manera de construcción de comunicación pública que invierte las relaciones de poder, mueve nuevas
voluntades de expresión y desafía al Estado a dialogar con estas formas de
expresión ciudadana.
Desde Asunción, Paraguay
En el diseño paradigmático de los medios públicos se habla del
concepto de una gobernanza Estado-sociedad civil, que si bien es
conceptualmente muy sólido, lógico y coherente, su aplicación es delicada tanto
por la naturaleza de la construcción de corresponsabilidades como de
incumbencias.
Siempre será el Estado el que se reserve el mayor poder fáctico y burocrático para el
manejo de estos medios, en algunos casos por razones muy sencillas de entender
y que –también en algunos casos– no conmueven principios como la pluralidad y la autonomía.
Una de las razones más sencillas es el financiamiento estatal y la
designación de autoridades de los medios públicos que devienen de espacios de
decisión del nivel político como el Congreso y el Ejecutivo.
Así las
cosas, siempre un gobierno tenderá a ejercer su influencia, ya positiva, ya
negativa, en la construcción de pluralidad de los medios públicos y
posiblemente tendrá preeminencia sobre la sociedad civil, representada –por
ejemplo– en un consejo de medios públicos.
Si bien es un fenómeno relativamente nuevo, el sistema de redes sociales
constituye una curiosa forma de construcción de comunicación pública que
invierte drásticamente la relación de poder entre los consorciados en un
proyecto de medios públicos, en tanto se establecen directamente en manos del
ciudadano que sin requerir intermediación alguna coloca su información y su
opinión en una red de interacciones que se comparte con miles de sujetos
comunicantes, en un volumen que casi siempre es superior al alcance de un
diario de mediana tirada.
Lo que sucede durante el día cuando la
ciudadanía ejerce su expresión desde el universo drástico de los 140 caracteres
del Twitter o el más generoso muro en Facebook es una forma de comunicación
pública. Aun reconociéndola en un estado informal, carente de sistema, de
convergencia coordinadora, de niveles de responsabilidad, de convencionalidad
periodística, nada de esto quita que lo que pasa en las redes es exactamente
“eso” que se quería que sucediera cuando se partió al rumbo de proyectar una
comunicación donde la ciudadanía tuviera la palabra, la comunicación pública.
Negar que las redes son un nuevo inquietante rumbo donde confiar
procesos de comunicación
pública –entendiendo este fenómeno como un proceso de perfeccionamiento
atendiendo los asuntos que resolver (o no) expresados en el párrafo anterior–
es caer en un territorio de confort que niegue que la sangre de estos nuevos
tiempos está cargada de la adrenalina de los desafíos de cambio, incluso para
los dueños privados de la palabra o sus administradores estatales.
Si mueve voluntades para expresarse sobre los temas nacionales, si convoca
a movilizaciones y lo logra, si denuncia, si des-opaca la gestión pública, si
grita goles, genera movimientos solidarios en catástrofes y conmueve
estructuras políticas, se escribe, se distribuye, se lee, se debate y genera
opinión pública, es –ni más ni menos– un medio de gestión pública de la
comunicación; salvo que nos aseguren que eso que camina sobre el techo, y dice
miau, se llama camello.
El desafío del Estado es ahora dialogar con estas nuevas formas de
expresión ciudadana, evitando esa tentación de seguir creyendo que las redes
son una especie de “chat que se hace público”, sin animarse a percibir que lo
que sucede es el relato de una sociedad metida a escribir su historia pública y
a confrontarla con el poder. Pero con una novedad en relación con los
tradicionales medios públicos, el mango de la sartén lo tienen aquí Felipe y
María.
* Comunicador social.
Ex ministro de Comunicación y Desarrollo de Paraguay durante de la presidencia
de Fernando Lugo.
MEDIOS Y COMUNICACION
Una agenda para la cultura digital
A partir de los intercambios en el Foro
Hacia una Agenda para la Cultura Digital en la Argentina, Natalia Calcagno
continúa el debate sobre el rol del Estado frente a la convergencia
tecnológica.
Por Natalia Calcagno *
¿Cuál es el valor de la creatividad en
la era digital? ¿Internet es solamente un soporte? ¿Tiene sentido un sistema
jurídico que protege derechos de copia en un entorno tecnológico basado
justamente en la posibilidad de copiar fácilmente? ¿Cuál es el rol del Estado
frente a la convergencia tecnológica?
Estas y otras
preguntas fueron ejes del Foro Hacia una Agenda para la Cultura Digital en la
Argentina, que tuvo lugar en septiembre pasado en la Facultad de Ciencias
Económicas de la UBA. Organizadas por el Sistema de Información Nacional de la
Cultura Argentina (SInCA) de la Secretaría de Cultura de la Nación, las dos
jornadas de trabajo analizaron los aspectos económico, social, tecnológico y
regulatorio. Y alcanzaron una primera gran conclusión: hay problemas y desafíos
que se inauguran en la era digital y que todavía no están claros ni
suficientemente debatidos; es necesario entonces definir una agenda para la
cultura digital de manera colectiva y plural, antes de que la definan unos pocos
grandes grupos económicos interesados en la temática.
Para empezar, es
fundamental, prioritario y hasta obvio a esta altura del desarrollo tecnológico
reducir al mínimo la brecha digital, es decir, es necesario incluir a todos en
el uso de las nuevas tecnologías, porque de otra manera se profundizan los
abismos sociales, políticos, económicos y culturales, y por lo tanto, se
vulneran derechos.
Rodolfo Hamawi,
director nacional de Industrias Culturales, planteó otro nudo a resolver: “En
el mundo digital la concentración económica no desaparece, y en algunos casos
se exacerba. Cuando hay lógica comercial en el tráfico de contenidos
culturales, el Estado tiene que regular para garantizar el acceso y evitar la
exclusión”. En Internet hay alrededor de 700 millones de sitios activos, se
comparten 500 millones de fotos cada día y se suben por minuto 100 horas de
grabación a YouTube. Sin embargo, los canales masivos para acceder a semejante
producción son muy pocos –Google, Yahoo, Facebook o YouTube– y determinan la
forma en que las personas acceden a Internet y, a través de estos canales, ven
el mundo.
La digitalización
abre también una nueva dimensión del derecho a la información. Esto queda
claro, por ejemplo, en las nuevas Constituciones de países latinoamericanos
como Ecuador, Bolivia o México, que plantean el acceso a las TIC y a Internet
como derecho constitucional.
“La nube”, ese cúmulo
inabarcable de contenidos que parece estar en ninguna parte y en todas,
rejerarquiza los consumos de manera globalizada a través de los buscadores.
Estos definen los contenidos que ven los usuarios (y los que no) in-dexando
búsquedas y priorizando unos sitios por sobre otros. En este sentido, asegurar
la neutralidad de la red aparece como una necesidad básica. Para permitir la libertad
de información y expresión, y también para garantizar la visibilidad de los
productores culturales regionales no masivos. “La nube no es otra cosa que un
montón de servidores en un oscuro sótano de Idaho, regido por las leyes donde
están dichos servidores”, señaló Beatriz Busaniche, secretaria de Fundación Vía
Libre, para sub-rayar la necesidad de dotar a la red de una neutralidad que
evite manipulaciones de grandes jugadores globales.
¿Y qué pasa con el
derecho de autor cuando las tecnologías digitales no hacen otra cosa que copiar
información de un dispositivo a otro? “La creatividad debería encontrar en lo
digital una oportunidad de revalorizarse. Es un buen momento para repensar el justo
valor que debe tener la creatividad, transformando los paradigmas de la era
industrial”, afirmó Roberto Igarza, especialista en comunicación y tecnologías.
Otro tema a resolver: cómo compatibilizar la libertad de acceso con la
propiedad intelectual; cómo garantizar a los autores que vivan de sus
creaciones, con una justa retribución por su trabajo.
En el Foro, del que
participaron, entre otros, Pedro Less Andrade (director de Google Argentina),
Osvaldo Nemirovsky (TDA), Silvina Reyes (Cámara Argentina de Comercio
Electrónico), Washington Uranga (periodista de Página/12), Hernán Botbol
(fundador de Taringa!) y Víctor Yunes (Sadaic), hubo una temática que atravesó
todos los paneles: el rol del Estado. Sin dudas, la intervención de lo público
en el mundo digital se traduce a partir de iniciativas como Conectar Igualdad,
que con cada computadora entrega miles de contenidos y herramientas que
permitan generarlos. O la Televisión Digital Abierta, una innovación
tecnológica gratuita y masiva con un fuerte sentido de inclusión. O Argentina
Conectada, que dirige la inversión pública allí a donde no va la privada,
instalando cableado para el acceso a Internet en zonas vulnerables o de baja
densidad de población.
Estos diversos tipos
de intervención del Estado en la esfera de la cultura digital –regulando
relaciones, proveyendo infraestrucura, equipamiento, conectividad y contenidos–
son necesarios para que el mundo conectado sea un espacio donde todos puedan
ejercer su derecho a expresarse y a informarse con libertad e igualdad. Y en
este sentido, son los no conectados quienes más necesitan del Estado para no
quedar excluidos de una nueva etapa civilizatoria en la que los bienes
culturales se han desmaterializado, transformándose en bytes que modifican las
pautas de consumo y de producción cultural.
* Socióloga (UBA),
coordinadora de los Programas Sistema de Información Cultural de la Argentina
(SInCA) y Laboratorio de Industrias Culturales (LIC), Secretaría de Cultura de
la Nación.
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