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miércoles, 12 de diciembre de 2012

medios


MEDIOS Y COMUNICACION

Otros desafíos

Paola Fernández sostiene que hay otros debates que desbordan lo relacionado con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Tienen que ver con la convergencia, el desarrollo de las plataformas digitales y el nuevo tipo de “prosumidores” a los que hay que atender

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Por Paola Fernández *

La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA) sancionada en 2009 pero cuya aplicación todavía está sesgada (la judicialización de la ley por parte del Grupo Clarín, entre otros actores, impidió su cumplimiento pleno) abre un panorama nuevo que no puede limitarse a la discusión por la estructura de propiedad de las empresas de medios.

La convergencia tecnológica ha dejado de ser un concepto abstracto para convertirse en una práctica real. En este aspecto, la posibilidad de las telefónicas de brindar servicios de telefonía celular e Internet, sumada a al servicio básico de telefonía fija, quedó fuera de la LSCA y de toda reglamentación.

En este marco de situación, la disputa por la estructura de propiedad deja afuera una problemática de la que debemos tomar conciencia en el corto plazo. La apertura de la Televisión Digital Terrestre (TDT) y las nuevas licencias que quedarán disponibles si se aplica la LSCA en su totalidad dejan la cuestión de los contenidos, y por ende, de la sustentabilidad de las nuevas señales, libradas al azar. Y en este sentido, las audiencias pasan a ser cada vez más importantes.

Las plataformas digitales exigen pensar la producción y el consumo desde otra lógica que ya no es la misma que estaba implícita en la realización de cualquier producto televisivo. A la aleatoriedad que siempre tuvieron las audiencias se suman otros factores, como por ejemplo el visionado por Internet y, consecuencia de ello, otro tipo de exigencia de calidad en los productos que consume y la atemporalidad con la que se realizan.

El desafío actual será dotar de contenidos estos espacios frente a audiencias que ya no se conforman con esperar una hora determinada –impuestas por los directivos del canal de TV– para ver sus programas favoritos. Y peor aún, para ver sus programas favoritos que no son nacionales.

Es necesario dar un primer paso para acostumbrar a las audiencias a visionar contenidos locales que, a su vez, deben ser de calidad. Esto nos lleva al problema de la rentabilidad de la producción y su sustentabilidad en el tiempo. Pero también implica pensar en otra forma de hacer televisión.

Pensar las multiplataformas como una posibilidad para garantizar la permanencia de las audiencias se presenta como una opción. Pero, lamentablemente, quienes están en condiciones de brindar estos servicios son empresas que quedaron fuera de la legislación que tantos años hemos tardado en conseguir. Y esto no es un dato menor.

La disputa por una ley que garantice más voces nos ha distraído de una cuestión de no menor importancia: cómo garantizar estas voces. Frente a una televisión que cada día pierde más asiduos, ante la explosión de nuevas formas de comunicación e información, parece que siempre nos faltan, en lo que concierne al sistema de medios argentinos, cinco para el peso.

Hoy en día, ya no puede pensarse la lógica del broadcasting (comunicación uno a muchos) como la predominante. El auge de las redes sociales y las plataformas colaborativas (blogs, YouTube, por mencionar algunas) han configurado un nuevo mapa de comunicación donde el rol del consumidor pasa a ser cada vez más el del productor, sin ser tan relevante la cantidad de gente que lo vea o lo siga. Es lo que Henry Jenkins denomina “prosumidor”: un híbrido entre los dos términos, productor y consumidor.

En estos tiempos modernos, donde las audiencias están cada vez más fragmentadas y cuando cuesta cada vez más generar ganancias o incluso cubrir los costos de producción y distribución, las empresas de medios necesitan apuntar a estrategias transmedias para que sus productos sean sustentables. Esto implica nuevas inversiones pensando no en audiencias masivas que ya no existen, sino en el consumo fragmentado capitalizando los usos y las prácticas de las redes sociales para atender a los nuevos usuarios. Y eso nos lleva a preguntarnos qué tipo de productores-empresas podrán llevar adelante este desafío sin que sea acallada ninguna voz por falta de fondos.

En este nuevo panorama se tornará necesario retomar la disputa por la estructura de propiedad. En el nuevo escenario el protagonista ya no será el Grupo Clarín, sino aquellas empresas que sepan capitalizar (y que de hecho ya lo hacen en España) el fenómeno de la convergencia. A no ser que el propio Estado se anticipe a los nuevos tiempos modernos.

* Licenciada en Comunicación Social, Universidad Nacional de Quilmes. Becaria del Departamento de Ciencias sociales UNQ. fernandezp28@gmail.com

Noticias de diván

Ximena Schinca denuncia la utilización de categorías patologizantes en el ejercicio del periodismo que encubren discriminaciones y subestimaciones.

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Por Ximena Schinca *

Como un mantra, al comenzar sus estudios, los futuros psicólogos suelen repetir que “toda interpretación fuera de sesión es una agresión”. A contramano del postulado con rima, el psicoanálisis de oficio se ha vuelto práctica cotidiana en parte del periodismo político argentino. Mala costumbre, le dicen. Muchas veces la expresión más subjetiva de la escritura periodística –la opinión– suele deslizarse en ese límite borroso que se abre entre la comprensión y la interpretación antojadiza de los hechos.

Es cierto que con frecuencia, y también por los gajes del oficio, el periodismo suele incorporar categorías diversas, interpretaciones psicológicas o taxonomías diagnósticas –incluso cuestionadas por las disciplinas que les dieron origen– como elemento significativo para construir noticias. Haciendo uso de ese recurso y a la vanguardia de cierta tendencia editorial, las tapas de la revista Noticias se preguntaron si Cristina Kirchner estaba bajo tratamiento psiquiátrico (11/2006), debatieron si una paciente maníaco-depresiva o con trastorno bipolar podía gobernar un país y se sumaron a la “preocupación” por la salud mental de la Presidenta que, según filtraciones de los expedientes Wikileaks, inquietaba a la diplomacia estadounidense (12/2010).

En poco tiempo, parte de las columnas políticas de los periódicos se hicieron eco y se multiplicó el tono psicoanalítico de las voces informativas. Al momento de analizar coyunturas, hablaron de la “depresiva crónica”, de una mujer con “enorme dependencia psicológica y política de su esposo”, de una “desvalida a la que hay que proteger”, de una “señora” (“la señora de Kirchner”, según insiste un columnista) que vive “bajo el imperio de las emociones” y gestiona “entre el ataque y los nervios”. También sugirieron supuestos “desbordes” causados por su “desorden hormonal” tras la operación de tiroides e interpretaron la falta de maquillaje como signo de una “profunda depresión”. Y en oportunidades, comentaristas de larga trayectoria aseguraron que gobierna el país “una señora desequilibrada”, prescribieron licencias sin consulta previa o recomendaron a los mejores psiquiatras, psicólogos y endocrinólogos.

Ilustrada con un dibujo de la Presidenta en solitaria excitación (proveniente del clip de la hasta entonces ignota agrupación Rockaditos), Noticias volvió a dedicar su tapa a un informe que se abochorna del supuesto “goce” de una Cristina Kirchner “desenfadada”, con “su libido puesta en el ejercicio del poder” y un liderazgo que “exige la sumisión de los otros” (9/2012). Todo esto a expensas de cualquier análisis político. Y sin embargo, la mayor confusión se produce cuando se esconde, bajo el disfraz de categoría científica, la agresión deliberada, el golpe bajo o machismo velado, que pareciera evitar expresiones de misoginia descarnada de quienes desprecian ya sea el placer, la sensibilidad o la condición femenina. Línea editorial que muchas veces subyace a cierto uso del lenguaje, que no es monopolio de parte del periodismo argentino. Ni del periodismo. No hace mucho, Michelle Bachelet recordaba que, durante su campaña para la presidencia de Chile, la oposición buscaba “disminuirla” argumentando que lograba el apoyo de la ciudadanía porque era “simpática, no competente”, y que cuando se emocionaba en un discurso se debía a que era “histérica y no sabía controlar sus emociones”. Cruzando océanos e ideologías, y con menos pretensiones científicas, el escote de un vestido de Angela Merkel fue sujeto a discusión por la prensa alemana, que no perdonó a la canciller haber abandonado su sobrio estilo para la gala de una ópera. “Si fuera hombre, mis atuendos no serían objeto de un debate”, aseguró Merkel.

Ya hace tiempo que las teorías en periodismo y comunicación aceptaron la imposibilidad humana de “reflejar” la realidad y coincidieron con Nietzsche en que sólo hay interpretaciones. O, en el caso, construcciones en formato de noticia. Y es por eso, y por la libertad de expresión y su ejercicio, que el desempeño profesional requiere de mayor reflexión sobre el contenido, la forma y el contexto en el que se introducen ciertas variables a la reconstrucción de los hechos: si la realidad no dice cómo escribirla, la responsabilidad recae sobre quien asume el rol de intérprete. En la utilización de categorías patologizantes anidan procesos de discriminación y subestimaciones de un saber que, ejercido a la violeta y sin reservas, agrede antes de comprender. Y tanto para construir como para interpretar, la agresión no es psicoanálisis, pero tampoco periodismo.

* Coordinadora del Departamento de Diversidad y Género de la SID. (www.sidbaires.org.ar) @ximeschin.

 

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