MEDIOS Y COMUNICACION
Otros desafíos
Paola Fernández sostiene que hay otros debates que desbordan
lo relacionado con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Tienen que
ver con la convergencia, el desarrollo de las plataformas digitales y el nuevo
tipo de “prosumidores” a los que hay que atender
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA)
sancionada en 2009 pero cuya aplicación todavía está sesgada (la
judicialización de la ley por parte del Grupo Clarín, entre otros actores,
impidió su cumplimiento pleno) abre un panorama nuevo que no puede limitarse a la
discusión por la estructura de propiedad de las empresas de medios.
La convergencia tecnológica ha dejado de ser un concepto
abstracto para convertirse en una práctica real. En este aspecto, la
posibilidad de las telefónicas de brindar servicios de telefonía celular e
Internet, sumada a al servicio básico de telefonía fija, quedó fuera de la LSCA
y de toda reglamentación.
En este marco de situación, la disputa por la estructura de
propiedad deja afuera una problemática de la que debemos tomar conciencia en el
corto plazo. La apertura de la Televisión Digital Terrestre (TDT) y las nuevas
licencias que quedarán disponibles si se aplica la LSCA en su totalidad dejan
la cuestión de los contenidos, y por ende, de la sustentabilidad de las nuevas
señales, libradas al azar. Y en este sentido, las audiencias pasan a ser cada
vez más importantes.
Las plataformas digitales exigen pensar la producción y el
consumo desde otra lógica que ya no es la misma que estaba implícita en la
realización de cualquier producto televisivo. A la aleatoriedad que siempre
tuvieron las audiencias se suman otros factores, como por ejemplo el visionado
por Internet y, consecuencia de ello, otro tipo de exigencia de calidad en los
productos que consume y la atemporalidad con la que se realizan.
El desafío actual será dotar de contenidos estos espacios
frente a audiencias que ya no se conforman con esperar una hora determinada
–impuestas por los directivos del canal de TV– para ver sus programas
favoritos. Y peor aún, para ver sus programas favoritos que no son nacionales.
Es necesario dar un primer paso para acostumbrar a las
audiencias a visionar contenidos locales que, a su vez, deben ser de calidad.
Esto nos lleva al problema de la rentabilidad de la producción y su
sustentabilidad en el tiempo. Pero también implica pensar en otra forma de
hacer televisión.
Pensar las multiplataformas como una posibilidad para
garantizar la permanencia de las audiencias se presenta como una opción. Pero,
lamentablemente, quienes están en condiciones de brindar estos servicios son
empresas que quedaron fuera de la legislación que tantos años hemos tardado en
conseguir. Y esto no es un dato menor.
La disputa por una ley que garantice más voces nos ha
distraído de una cuestión de no menor importancia: cómo garantizar estas voces.
Frente a una televisión que cada día pierde más asiduos, ante la explosión de
nuevas formas de comunicación e información, parece que siempre nos faltan, en
lo que concierne al sistema de medios argentinos, cinco para el peso.
Hoy en día, ya no puede pensarse la lógica del broadcasting
(comunicación uno a muchos) como la predominante. El auge de las redes sociales
y las plataformas colaborativas (blogs, YouTube, por mencionar algunas) han
configurado un nuevo mapa de comunicación donde el rol del consumidor pasa a
ser cada vez más el del productor, sin ser tan relevante la cantidad de gente
que lo vea o lo siga. Es lo que Henry Jenkins denomina “prosumidor”: un híbrido
entre los dos términos, productor y consumidor.
En estos tiempos modernos, donde las audiencias están cada
vez más fragmentadas y cuando cuesta cada vez más generar ganancias o incluso
cubrir los costos de producción y distribución, las empresas de medios
necesitan apuntar a estrategias transmedias para que sus productos sean
sustentables. Esto implica nuevas inversiones pensando no en audiencias masivas
que ya no existen, sino en el consumo fragmentado capitalizando los usos y las
prácticas de las redes sociales para atender a los nuevos usuarios. Y eso nos
lleva a preguntarnos qué tipo de productores-empresas podrán llevar adelante
este desafío sin que sea acallada ninguna voz por falta de fondos.
En este nuevo panorama se tornará necesario retomar la
disputa por la estructura de propiedad. En el nuevo escenario el protagonista
ya no será el Grupo Clarín, sino aquellas empresas que sepan capitalizar (y que
de hecho ya lo hacen en España) el fenómeno de la convergencia. A no ser que el
propio Estado se anticipe a los nuevos tiempos modernos.
* Licenciada en Comunicación Social, Universidad Nacional de
Quilmes. Becaria del Departamento de Ciencias sociales UNQ. fernandezp28@gmail.com
Noticias de diván
Ximena Schinca denuncia la utilización de categorías
patologizantes en el ejercicio del periodismo que encubren discriminaciones y
subestimaciones.
Como un mantra, al comenzar sus estudios, los futuros
psicólogos suelen repetir que “toda interpretación fuera de sesión es una
agresión”. A contramano del postulado con rima, el psicoanálisis de oficio se
ha vuelto práctica cotidiana en parte del periodismo político argentino. Mala
costumbre, le dicen. Muchas veces la expresión más subjetiva de la escritura
periodística –la opinión– suele deslizarse en ese límite borroso que se abre
entre la comprensión y la interpretación antojadiza de los hechos.
Es cierto que con frecuencia, y también por los gajes del
oficio, el periodismo suele incorporar categorías diversas, interpretaciones
psicológicas o taxonomías diagnósticas –incluso cuestionadas por las
disciplinas que les dieron origen– como elemento significativo para construir
noticias. Haciendo uso de ese recurso y a la vanguardia de cierta tendencia
editorial, las tapas de la revista Noticias se preguntaron si Cristina Kirchner
estaba bajo tratamiento psiquiátrico (11/2006), debatieron si una paciente maníaco-depresiva
o con trastorno bipolar podía gobernar un país y se sumaron a la “preocupación”
por la salud mental de la Presidenta que, según filtraciones de los expedientes
Wikileaks, inquietaba a la diplomacia estadounidense (12/2010).
En poco tiempo, parte de las columnas políticas de los
periódicos se hicieron eco y se multiplicó el tono psicoanalítico de las voces
informativas. Al momento de analizar coyunturas, hablaron de la “depresiva
crónica”, de una mujer con “enorme dependencia psicológica y política de su
esposo”, de una “desvalida a la que hay que proteger”, de una “señora” (“la
señora de Kirchner”, según insiste un columnista) que vive “bajo el imperio de
las emociones” y gestiona “entre el ataque y los nervios”. También sugirieron
supuestos “desbordes” causados por su “desorden hormonal” tras la operación de
tiroides e interpretaron la falta de maquillaje como signo de una “profunda
depresión”. Y en oportunidades, comentaristas de larga trayectoria aseguraron
que gobierna el país “una señora desequilibrada”, prescribieron licencias sin
consulta previa o recomendaron a los mejores psiquiatras, psicólogos y
endocrinólogos.
Ilustrada con un dibujo de la Presidenta en solitaria
excitación (proveniente del clip de la hasta entonces ignota agrupación Rockaditos),
Noticias volvió a dedicar su tapa a un informe que se abochorna del supuesto
“goce” de una Cristina Kirchner “desenfadada”, con “su libido puesta en el
ejercicio del poder” y un liderazgo que “exige la sumisión de los otros”
(9/2012). Todo esto a expensas de cualquier análisis político. Y sin embargo,
la mayor confusión se produce cuando se esconde, bajo el disfraz de categoría
científica, la agresión deliberada, el golpe bajo o machismo velado, que
pareciera evitar expresiones de misoginia descarnada de quienes desprecian ya
sea el placer, la sensibilidad o la condición femenina. Línea editorial que
muchas veces subyace a cierto uso del lenguaje, que no es monopolio de parte
del periodismo argentino. Ni del periodismo. No hace mucho, Michelle Bachelet
recordaba que, durante su campaña para la presidencia de Chile, la oposición
buscaba “disminuirla” argumentando que lograba el apoyo de la ciudadanía porque
era “simpática, no competente”, y que cuando se emocionaba en un discurso se
debía a que era “histérica y no sabía controlar sus emociones”. Cruzando
océanos e ideologías, y con menos pretensiones científicas, el escote de un
vestido de Angela Merkel fue sujeto a discusión por la prensa alemana, que no
perdonó a la canciller haber abandonado su sobrio estilo para la gala de una
ópera. “Si fuera hombre, mis atuendos no serían objeto de un debate”, aseguró
Merkel.
Ya hace tiempo que las teorías en periodismo y comunicación
aceptaron la imposibilidad humana de “reflejar” la realidad y coincidieron con
Nietzsche en que sólo hay interpretaciones. O, en el caso, construcciones en
formato de noticia. Y es por eso, y por la libertad de expresión y su
ejercicio, que el desempeño profesional requiere de mayor reflexión sobre el
contenido, la forma y el contexto en el que se introducen ciertas variables a
la reconstrucción de los hechos: si la realidad no dice cómo escribirla, la
responsabilidad recae sobre quien asume el rol de intérprete. En la utilización
de categorías patologizantes anidan procesos de discriminación y
subestimaciones de un saber que, ejercido a la violeta y sin reservas, agrede
antes de comprender. Y tanto para construir como para interpretar, la agresión
no es psicoanálisis, pero tampoco periodismo.
* Coordinadora del Departamento de Diversidad y Género de la
SID. (www.sidbaires.org.ar)
@ximeschin.
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