MEDIOS Y
COMUNICACION
La libertad, esa
tensión... 1
Marta Riskin recorre el camino de
las ideas y los debates sobre libertad de expresión y libertad de información,
experiencias y situaciones para aportar otra mirada sobre la Ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual y la contribución que, al margen de los debates
jurídicos, ya hizo a la sociedad argentina alentando diálogos ciudadanos desde
la diversidad.
Desde Rosario
La primera imprenta de Buenos
Aires fue la de los Niños Expósitos. Allí se editaron, entre otros, el Himno
Nacional, la Gazeta de Mariano Moreno y el Correo de Comercio de Manuel
Belgrano, pero no todas sus páginas fueron gloriosas.
El 19 de julio de 1821, La Gazeta
de Buenos Ayres festejaba que “murió el abominable Güemes al huir de la
sorpresa que le hicieron los enemigos”.
También por entonces, los buitres
eran buena compañía para ciertos connacionales y, en 1824, todavía gracias a
Rivadavia, la vieja imprenta fue enviada a Salta para evitar expresiones
patrióticas.
Con el tiempo, sus tipos de plomo
serían fundidos y convertidos en balas, pero aun así, sus restos perduraron y
formaron parte de nuevas instalaciones gráficas.
Quien apoya la dependencia
nacional a alguna corona considera al Estado un cómplice o un subordinado y
enemigo a gobiernos como el de don Martín Miguel de Güemes, que no se someten a
sus intereses. Aún visten máscara republicana y condicionan la libertad pública
al diseño de sus negocios y usan intrigas y cautelares a medida. Un buen
ejemplo al respecto es la instalación de la confusión mediática entre libertad
de expresión, libertad de imprenta y libertad de prensa.
La libertad de expresión es
reconocida universalmente como derecho humano a la libertad de pensamiento y la
palabra. La libertad de prensa alude a la existencia de garantías ciudadanas
para editar contenidos impresos sin censura previa y la libertad de imprenta es
el derecho de cualquier persona a poseer, operar y dedicarse al oficio de la
imprenta, si posee los medios materiales para hacerlo.
No son sinónimos. El primer
derecho es inseparable de la condición humana, el segundo del trabajo y el
último de la propiedad privada; pero sobre todo, la libertad de prensa e
imprenta no incluyen al espectro radioeléctrico, es decir las frecuencias de
radio y televisión transportadas por el espacio aéreo y soberano de la Nación,
propiedad y administración exclusiva del Estado Nacional.
La ley de medios audiovisuales
sólo reglamenta la distribución de frecuencias y sus contenidos, pero se la
acusa de coartar las libertades de expresión, prensa e imprenta. La obstinación
en la mentira demuestra que el monopolio de la palabra, la deconstrucción de
los recuerdos y la institucionalización de los olvidos son condiciones
ineludibles para lograr el canje de las ideas por el consumo de baratijas.
La búsqueda de la libertad de
John Locke tiene poca relación con el “... liberalismo agresivo, que es un
dogma y ahora una ideología de guerra”2, y cuyos cortesanos, por dinero o por
ilusión de pertenencia a “clases superiores” de intelecto o linaje, suministran
guiones; aunque no puedan “aceptar que la democracia tiene tres poderes” sin
asegurarse la servidumbre de alguno o afirmen que “la sociedad padece
importantes problemas olvidados por sus gobernantes” y silencien las causas.
Sin embargo, tanto detrás del
rechazo como del reclamo popular por la plena vigencia de la ley de medios,
crece y se extiende una certeza clave: la información, la educación y la
cultura no son mercancías de lujo, sino derechos humanos lisos y llanos y más
temprano que tarde, las injusticias e infamias, simplemente... se ven.
Como en un cuadro de Caravaggio,
el largo conflicto por la aplicación de la Ley 26522 ha desplegado frente a la
opinión pública aquello “de lo que no se habla” y “qué defiende cada quien”.
La aparición de voces
alternativas ya permitió el reencuentro de acciones con discursos.
La ciudadanía comprueba los
intereses sectoriales que se venden como colectivos, a los magistrados que de
lo jurídico sólo lucen la toga, y a los representantes de trabajadores o
funcionarios que eluden las leyes.
También, los propietarios de
vidas y haciendas sinceran sus opiniones preiluministas: desde la predilección
por el voto calificado y la convicción de ser fuentes divinas de toda verdad y
justicia hasta la cosmovisión de mundo inequitativo que proponen los raptores
de la Fragata Libertad, el juez Griesa y los pajarracos locales.
La práctica social es de suma
imperfecta.
En el cruce de verdades relativas
se fortalece al colectivo democrático. Es todo un cambio. Se puede, como aquel
protagonista del cuento de García Márquez, estar “tan resignado a morir, que
acaso muera de resignación” o incorporarse al desafío; pero ya no se trata de
un acto reflejo sino de una elección consciente.
La libertad de expresión posee
larga historia y costumbres de paciencia y espera. Espera de esperanza.
Las balas siempre se transforman
en palabras.
* Antropóloga. Universidad
Nacional de Rosario
1 Elías Canetti: La provincia del
hombre, Cuaderno de notas, 1942-1972.
2 Merleau-Ponty: Humanismo y
terror.
MEDIOS Y COMUNICACION
Eficacia de la razón
narrativa
Utilizando el ejemplo de la serie
televisiva The booth at the end para mostrar otras formas de construir
historias, Ricardo Haye sostiene que la Argentina haría muy bien en detenerse a
observar arquitecturas argumentales como ésta porque son las que permiten
argumentar que el relato conlleva posibilidades de transferir información,
proponer temas en debate o dar a conocer puntos de vista.
Desde General Roca, Río Negro
El tipo se pasa toda la serie
sentado en la misma mesa de bar. Se trata de un bar mediocre, de esos que
funcionan en un viejo ómnibus reciclado.
Pero no solo el protagonista
permanece allí todo el tiempo. También lo hace la cámara, en abierto desafío a
los paradigmas establecidos de relato audiovisual.
En The boot at the end no hay
variedad de locaciones y mucho menos efectos especiales espectaculares. Ni
siquiera vemos persecuciones vertiginosas, incendio de coches o edificios,
balaceras o gente enfrentándose a los golpes.
Y, sin embargo, es muy difícil
abandonar su relato intrigante.
Originalmente la historia de
Christopher Kubasik se desarrollaba en 62 miniepisodios concebidos para la web,
pero el suceso que alcanzó determinó que la señal televisiva estadounidense de
cable FX (filial de la cadena Fox) se interesara por el producto y lo incluyese
en su programación en la forma de diez capítulos de alrededor de 12 minutos
cada uno.
La singularidad de The booth...
es la simpleza casi minimalista de su puesta en escena. Todo lo que se muestra
ocurre en un mismo ambiente: el interior de ese bar sin muchas pretensiones,
junto a la carretera. En la mesa del fondo se sienta un hombre al que recurren
personas que buscan cumplir un deseo. El hombre, del que no sabemos nada, los
escucha y les promete que podrán hacerlo siempre y cuando paguen el precio. Lo
que les pide a cambio es que ejecuten alguna acción inconcebible en la que
hasta allí venía siendo su vida cotidiana y que lo mantengan minuciosamente
informado sobre los pormenores de ese trayecto en el que sacrifican su moral.
Un padre está desesperado por
salvar a su hijo enfermo; una anciana quiere recuperar a su esposo que está
hundido en las tinieblas del Alzheimer; una monja plantea que quiere volver a
escuchar a Dios para sostener su fe; una muchacha explica que quiere ser más
bonita; un hombre solo sueña con casarse con una modelo escultural; un policía
intenta conseguir el afecto de un hijo rebelde.
Para alcanzar lo que pretenden
tendrán que matar a un niño, poner una bomba en algún sitio público,
embarazarse, robar un banco, cuidar de alguien o proteger a un colega corrupto.
A nadie se obliga a nada. Pero a
todos se los confronta con el interrogante de qué tan lejos están dispuestos a
llegar para obtener lo que quieren. Y también al de si luego sus conciencias
podrán soportar la crueldad de los actos cometidos.
Ante el pacto fáustico que se le
propone, uno de los personajes inquirirá:
–¿Cómo puedo saber que no eres el
diablo?
La respuesta que recibe no lo
tranquiliza ni acerca certezas a los espectadores:
–No puedes.
La serie concluye sin que se sepa
si ese hombre misterioso e inalterable es un mago, una entidad angélica o el
mismo demonio.
Aunque no muestra ninguna escena
violenta, The booth at the end sugiere climas inquietantes que predisponen al
terror filosófico.
Esa lógica invulnerable que los
sajones expresan anteponiendo el “to show” (mostrar) al “to tell” (contar),
encuentra aquí una formidable excepción a la regla. El texto representacional
cede protagonismo al puro relato, que solo puede sostenerse sobre una base de
ideas originales, planteos interesantes y diálogos inteligentes.
No hay exteriores y no se muestra
ninguna de las acciones que se encomiendan a los “clientes”. La fuerza
expresiva de la serie descansa en la conversación entre la persona que desea y
la que concede. Los acontecimientos solo pueden ser imaginados a partir de las
palabras que los narran, en una muy lograda contravención de aquella máxima que
sostiene que la televisión es imagen en movimiento. Mientras tanto, el hombre
de la mesa del fondo registra escrupulosamente los detalles que le van
acercando sus interlocutores.
The booth at the end es un
ejemplo extraordinario de cómo se puede edificar una historia cautivante con un
mínimo presupuesto y confiando en la potencia de la palabra.
Un país como la Argentina, que en
las vísperas de su transición definitiva hacia la digitalización televisiva se
debate acerca de cómo construir una consistente y necesaria industria
audiovisual, haría muy bien en detenerse a observar arquitecturas argumentales
como ésta porque son las que justifican el énfasis con que muchos pensadores
han reivindicado el valor de la “razón narrativa”: el relato conlleva
posibilidades eficacísimas de transferir información, proponer temas en debate
o dar a conocer puntos de vista.
Aprovechándose de esas
fortalezas, Kubasik nos pone a pensar en cierto relativismo epocal que propicia
el desplazamiento progresivo de las barreras morales y nos confronta con aquel
interrogante perturbador: ¿hasta dónde somos capaces de llegar para conseguir
algo?
Es mucho más que lo que suelen
plantearnos tantas propuestas zonzas que nutren las pantallas.
* Docente e investigador de la
Universidad Nacional del Comahue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario