Libros / Anticipo
Cerebros ante el efecto Internet
En su nuevo libro Superficiales (Taurus), Nicholas Carr se pregunta lo que da subtítulo al libro: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Experto en nuevas tecnologías y entusiasta cultor de sus múltiples plataformas, Carr revisa sus nuevos hábitos y los de muchos de sus pares en busca de cambios que ya están transformando nuestros procesos de pensamiento
Domingo 29 de mayo de 2011 | Publicado en edición impresa
Detente, Dave. Detente, por favor... Dave, detente. ¿Puedes parar?". Así suplica la supercomputadora HAL al implacable astronauta Dave Bowman en una secuencia célebre y conmovedora hacia el final de la película 2001: una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick. Bowman, a quien la máquina averiada casi ha enviado a una muerte interestelar, está desconectando calmada y fríamente los circuitos de memoria que controlan su cerebro artificial. "Dave, mi mente se está yendo -dice HAL con tristeza-. Puedo sentirlo. Puedo sentirlo".
Yo también puedo sentirlo. Durante los últimos años he tenido la sensación incómoda de que alguien, o algo, ha estado trasteando en mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando la memoria. Mi mente no se está yendo -al menos, que yo sepa-, pero está cambiando. No pienso de la forma que solía pensar. Lo siento con mayor fuerza cuando leo. Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en los recursos de la narrativa o los giros del argumento, y pasaba horas surcando vastas extensiones de prosa. Eso ocurre pocas veces hoy.
Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos. Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo.
Creo que sé lo que pasa. Durante más de una década ya, he pasado mucho tiempo online , buscando y navegando y a veces añadiendo contenido a las grandes bases de datos de Internet.
La Web ha sido un regalo del cielo para mí como escritor. Investigaciones que anteriormente requerían días por las estanterías de hemerotecas o bibliotecas pueden hacerse ahora en cuestión de minutos. Unas pocas búsquedas en Google, algunos clics rápidos en hipervínculos, y ya tengo el dato definitivo o la cita provechosa que estaba buscando. No podría ni empezar a contabilizar las horas o los litros de gasolina que me ha ahorrado la Red. Resuelvo la mayoría de mis trámites bancarios y mis compras en la Web. Utilizo mi explorador para pagar facturas, organizar mis reuniones, reservar billetes de avión y habitaciones de hotel, renovar mi carné de conducir, enviar invitaciones y tarjetas de felicitación. Incluso cuando no estoy trabajando, es bastante posible que me encuentre escarbando en la espesura informativa de la Web: leyendo y escribiendo e-mails, analizando titulares y posts, siguiendo actualizaciones de Facebook, viendo vídeos en streaming , descargando música o sencillamente navegando sin prisa de enlace a enlace. La Web se ha convertido en mi medio universal, el conducto para la mayoría de la información que fluye por mis ojos y oídos hacia mi mente. Las ventajas de tener acceso inmediato a una fuente de información tan increíblemente rica y fácilmente escrutable son muchas, y han sido ampliamente descritas y justamente aplaudidas. "Google -dice Heather Pringle, redactora de la revista Archaeology- es un don asombroso para la humanidad, que reúne y concentra información e ideas que antes estaban tan ampliamente diseminadas por el mundo que prácticamente nadie podía beneficiarse de ellas". Según Clive Thompson, de Wired, "la memoria perfecta del silicio puede ser un don enorme para el pensamiento".
Los beneficios son reales. Pero tienen un precio. Como sugería McLuhan, los medios no son sólo canales de información. Proporcionan la materia del pensamiento, pero también modelan el proceso de pensamiento. Y lo que parece estar haciendo la Web es debilitar mi capacidad de concentración y contemplación. Esté online o no, mi mente espera ahora absorber información de la manera en la que la distribuye la Web: en un flujo veloz de partículas. En el pasado fui un buzo en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo sobre una moto acuática.
Quizá soy una aberración, un caso extraordinario. Pero no parece que sea el caso. Cuando menciono mis problemas con la lectura a algún amigo, muchos dicen que sufren de aflicciones similares. Cuanto más usan Internet, más tienen que esforzarse para permanecer concentrados en textos largos. Algunos están preocupados por convertirse en despistados crónicos. Bastantes de los blogueros que conozco han mencionado el fenómeno. Scott Karp, que solía trabajar en una revista y ahora escribe un blog sobre medios online , confiesa que ha dejado de leer libros completamente. "Estudié Literatura en la universidad, y era un lector voraz de libros -escribe-.
¿Qué ha pasado?". Especula con la respuesta: "¿Y si toda mi lectura es online no tanto porque ha cambiado el modo en el que leo, es decir, por pura conveniencia, sino porque el modo en el que PIENSO ha cambiado?".
Bruce Friedman, que bloguea sobre el uso de ordenadores en la medicina, también ha descrito cómo Internet está alterando sus hábitos mentales. "He perdido casi completamente la capacidad de leer y absorber un artículo largo en pantalla o en papel", reconoce. Patólogo de la facultad de Medicina de la Universidad de Míchigan, Friedman desarrolló este comentario en una conversación telefónica conmigo.
Su pensamiento, dijo, ha adquirido una cualidad stacatto, que refleja el modo en el que capta rápidamente fragmentos cortos de texto desde numerosas fuentes online . "Ya no puedo leer Guerra y paz -admite-. He perdido la capacidad de hacerlo. Incluso un post de más de tres o cuatro párrafos es demasiado para absorber. Lo troceo". [...]
Karp, Friedman y Davis -todos hombres educados con vocación de escribir- se muestran relativamente animados sobre el declive de su capacidad para leer y concentrarse. Después de todo, dicen, los beneficios que obtienen de usar la Web -acceso rápido a montones de información, herramientas potentes de búsqueda y filtrado, una forma fácil de compartir sus opiniones con un público pequeño pero interesado- compensan la pérdida de su capacidad para sentarse tranquilamente y pasar las páginas de un libro o una revista.
Friedman me dijo, en un e-mail, que "nunca ha sido tan creativo" como en los últimos tiempos, y que lo atribuye a "su blog y la posibilidad de revisar/escanear 'toneladas' de información en la Web". Karp está convencido de que leer muchos fragmentos pequeños e interconectados de información en Internet es una forma más eficiente de expandir su mente que leer "libros de 250 páginas", aunque señala que "no podemos reconocer todavía la superioridad de este proceso interconectado de pensamiento porque estamos midiéndolo a partir de nuestro antiguo proceso lineal de pensamiento". Davis reflexiona: "Internet puede haber hecho de mí un lector menos paciente, pero creo que en muchos aspectos me ha hecho más inteligente. Más conexiones a documentos, artefactos y personas implican más influencias externas en mi pensamiento y, por tanto, en mi escritura". Los tres saben que han sacrificado algo importante, pero no regresarían al estado anterior de las cosas.
Para algunas personas, la mera idea de leer un libro se ha vuelto anticuada, incluso algo tonta -como coser tus propias camisas o descuartizar una vaca-. "No leo libros", dice Joe O'Shea, ex presidente del cuerpo de estudiantes en la Universidad de Florida State y beneficiario de la beca Rhodes en 2008. "Acudo a Google, donde puedo absorber información relevante rápidamente". O'Shea, diplomado en Filosofía, no ve razón alguna para atravesar capítulos de texto cuando lleva un minuto o dos escoger los pasajes pertinentes a través de Google Book Search. "Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido -afirma-. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web". Cuando aprendes a ser "un cazador experimentado" en Internet, explica, los libros son superfluos.
O'Shea parece ser más la regla que la excepción. En 2008, una firma de investigación y consultoría llamada nGenera publicó un estudio sobre los efectos de Internet en la población joven. La compañía entrevistó a unos seis mil miembros de lo que llama "generación Web" (niños que han crecido usando Internet). "La inmersión digital -escribió el investigador principal- ha afectado incluso al modo en el que absorben información. Ya no leen necesariamente una página de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Puede que se salten algunas, buscando información pertinente". En una charla de una reciente reunión Phi Beta Kappa, la profesora de la Universidad de Duke Katherine Hayles confesó: "Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros". Hayles enseña inglés; los estudiantes de los que habla son estudiantes de Literatura.
La gente usa Internet de muchas maneras diferentes. Algunas personas han adoptado ansiosa, incluso compulsivamente, las últimas tecnologías. Mantienen cuentas con una docena, o más, de servicios online , y están suscritas a multitud de feeds de información. Bloguean y etiquetan, mandan mensajes y tweets. A otras no les importa mucho estar a la última, pero de todas formas están online la mayor parte del tiempo, tecleando en su ordenador de sobremesa, su portátil, su teléfono móvil. La Web se ha convertido en una parte esencial de su trabajo, sus estudios o su vida social, y muchas veces de los tres. Todavía hay gente que se conecta sólo algunas veces al día -para comprobar su correo, seguir alguna noticia, investigar sobre algún tema de interés o hacer alguna compra-. Y hay, por supuesto, muchas personas que no utilizan Internet para nada, ya sea porque no pueden permitírselo o porque no quieren. Lo que está claro, sin embargo, es que para la sociedad en su conjunto la Web se ha convertido, en tan sólo los veinte años transcurridos desde que el programador de software Tim Berners-Lee escribiera el código para la World Wide Web, en el medio de comunicación e información preferido. La magnitud de su uso no tiene precedentes, ni siquiera según los estándares de los medios de comunicación de masas del siglo XX. El ámbito de su influencia es igualmente amplio. Por elección o necesidad, hemos abrazado su modo característicamente instantáneo de recopilar y dispensar información.
Pareciera que hemos llegado, como anticipó McLuhan, a un momento crucial en nuestra historia intelectual y cultural, una fase de transición entre dos formas muy diferentes de pensamiento. Lo que estamos entregando a cambio de las riquezas de Internet -y sólo un bruto se negaría a ver esa riqueza-es lo que Karp llama "nuestro viejo proceso lineal de pensamiento". Calmada, concentrada, sin distracciones, la mente lineal está siendo desplazada por una nueva clase de mente que quiere y necesita recibir y diseminar información en estallidos cortos, descoordinados, frecuentemente solapados -cuanto más rápido, mejor-. John Battelle, ex editor de una revista y profesor de Periodismo que dirige ahora una agencia de publicidad online , ha descrito la fascinación intelectual que experimenta cuando navega por páginas web: "Cuando hago bricolaje en tiempo real durante varias horas, ?siento' cómo se enciende mi cerebro, ?siento' que se vuelve más inteligente". La mayoría de nosotros ha experimentado sensaciones similares cuando está online . Los sentimientos son intoxicadores, tanto que pueden distraernos de las consecuencias cognitivas más profundas que tiene la Web.
Durante los últimos cinco siglos, desde que la imprenta de Gutenberg hiciese de la lectura un afán popular, la mente lineal y literaria ha estado en el centro del arte, la ciencia y la sociedad. Tan dúctil como sutil, ha sido la mente imaginativa del Renacimiento, la mente racional de la Ilustración, la mente inventora de la Revolución Industrial, incluso la mente subversiva de la modernidad. Puede que pronto sea la mente de ayer.
TEXTUALES
- "Los beneficios son reales. Pero tienen un precio. Como sugería McLuhan, los medios no son sólo canales de información. Proporcionan la materia del pensamiento, pero también modelan el proceso de pensamiento. Y lo que parece estar haciendo la Web es debilitar mi capacidad de concentración y contemplación."
- "Lo que estamos entregando a cambio de las riquezas de Internet -y sólo un bruto se negaría a ver esa riqueza- es lo que Karp llama "nuestro viejo proceso lineal de pensamiento."
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