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lunes, 3 de noviembre de 2008

LA PAGINA DE ANALISIS DE DISCURSOS
Pentágono
La publicidad de una puerta blindada que divide a víctimas y victimarios según sus rasgos.
Por Sandra Russo
Así se llaman unas puertas blindadas cuya publicidad me perturba cada vez que la pasan. Muestra a un negro corriendo. No es una persona corriendo ni un hombre corriendo. Es un negro corriendo. Tampoco es un negro como Barack Obama o como Pelé o como Rubén Rada. Específicamente, es un negro de mierda. El personaje que corre moviendo con él la panza inequívocamente hinchada de cerveza es un hombre quizás argentino, quizá paraguayo o peruano, sin rasgos europeos. Su fisonomía es la de cualquier hombre común y corriente que toma el tren a las seis de la mañana en Moreno para ir a trabajar a la obra en Capital. O la de un colectivero, o un taxista. O la de un kiosquero, o un mecánico. Pero tiene la barba crecida y la cara sudada mientras corre. Corre hacia lo que en una segunda instancia se ve que es una puerta. Choca con toda la fuerza de su cuerpo grueso contra la puerta. Rebota contra Lo Blindado y cae.
Del otro lado de la puerta, sin siquiera escuchar el ruido que provoca un cuerpo grueso cuando rebota contra una puerta, está la familia que debe ser protegida de los negros de mierda. Es una familia que no necesita descripción. Es una familia. Las familias en la publicidad televisiva nunca son familias de negros de mierda. La idea de familia catódica vira al castaño claro por lo menos. Y decididamente, incluye rasgos europeos.
Yo creo que se trata de un caso de lisa y llana discriminación. Es la puesta en escena de un intento de robo en el que se reparten según los roles los orígenes étnicos. Esa publicidad, vista desde los millones de hogares en los que los espectadores tienen los rasgos del ladrón, es un insulto. Lleva el cliché y el prejuicio inscripto en el casting.
Esa publicidad refleja y retroalimenta la lectura que hacen de la inseguridad algunos de los sectores que hoy piden seguridad. La explicación del malestar siempre vive en la villa de al lado. O en Fuerte Apache. El testimonio a TN de Edgar, el chico que dijo sobre el asesinato de esta semana “no sé si estaban drogados, a mí careta también me da para cargarme a un gendarme por las veces que me cagaron a palos”, fue coronado con su propia detención. En el video que secuestraron y que él estaba mostrando a la prensa, se veía a un grupito de púberes jugar con armas.
Sí, hay armas en Fuerte Apache y en las villas. Pero no hay solamente armas. Todo aquel que vive allí y saca la cabeza y vive con terror pero no puede vivir en otro lado, no es premiado sino estigmatizado. ¿Cuántos de nosotros persistiríamos en la dirección correcta invirtiendo todo nuestro esfuerzo, si en lugar de ser aceptados socialmente fuéramos diariamente estigmatizados no por lo que hacemos sino por nuestros rasgos y nuestros domicilios? Sigo preguntándomelo. ¿Cuántos?
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