Adherentes de la pagina

miércoles, 4 de septiembre de 2013

tendencias modernas

Los contenedores de basura, la nueva guerra entre vecinos

Buenos Aires
Nadie quiere tenerlos enfrente y los van cambiando de lugar; no se respeta lo que debe tirarse y lo que no y es común que se colmen y rebasen; pese a estar prohibido, los cartoneros se meten a rescatar lo reciclable; acusan a los encargados de discriminarlos
 
Contenedores colmados de residuos perjudican a transeúntes y ciclistas. Foto: LA NACION / Matías Aimar
 

Hace unos meses un hombre mató a golpes a otro después de varias peleas por la ubicación del contenedor de basura de la cuadra. Según se supo, el inmenso tacho molestaba al agresor porque le obstruía la visión a su madre, que vigilaba desde la casa cuando él estacionaba el auto; entonces, todos los días lo llevaba a la esquina, y su vecino lo devolvía a su lugar por la noche. Pero un día la discusión se les fue de las manos.
El presidente de la cooperativa El amanecer de los cartoneros, Sergio Sánchez, recuerda esta noticia policial para graficar al extremo los conflictos generados entre vecinos desde que los contenedores irrumpieron en el paisaje de la ciudad de Buenos Aires. "Siempre encontramos que los corren, que los quisieron llevar a la esquina, que los bajan de la vereda. A otros directamente los tiran al medio de la calle", cuenta este "promotor ambiental", como lo bautizó el gobierno en su nuevo sistema de recolección de residuos. "Si tenés un negocio, un quiosco, un restaurante, un negocio de ropa no lo querés tapando tu vidriera. Por eso los corren y los encontrás en cualquier lado menos donde tienen que estar", explica.
Donde tienen que estar hace referencia al lugar que les asignó el ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño. Desde allí informan que "los contenedores están siendo ubicados en lugares establecidos a partir de un análisis técnico que incluye diferentes aspectos: normativos, porque no pueden obstaculizar la entrada y salida de vehículos; viales, ya que no pueden estar frente a paradas de colectivos y de infraestructura, esto es, no pueden obstruir instalaciones de servicios como bocas de tormentas, sumideros o cámaras de luz o gas". Sin embargo, nada de eso parece cumplirse. Con el fin de evitar que los contenedores sean movidos de lugar se realizaron demarcaciones en las calles y en las veredas asignadas.
 
Fachada del edificio donde vive Julio Zunino. 
 

Al vecino de Palermo Julio Zunino la decisión de instalarle un mastodonte negro frente a la entrada de su edificio no le cierra ni un poco. Vive en la avenida Santa Fe al 3600. Ya de por sí es un lugar movido: pegado a la izquierda tiene un quiosco de revistas, del otro lado, una parada de colectivos cuya cola siempre pasa por enfrente de su edificio; ahora el contenedor sobre la vereda, a dos pasos y medio de la puerta. "Conté los pasos. Es difícil de salir. Tengo una hija discapacitada y es incómodo entrar y salir con ella, al punto que el transporte ya no la puede pasar a buscar por el frente de casa", cuenta. También habla de personas mayores que se ayudan para caminar y no tienen espacio.
De la bronca estuvo pensando en bajarlo a la calle para liberar ese lugar, pero con los colectivos teme hacer un desastre. "Si lo hablo con los vecinos seguro que se prenden. Están todos re calientes", dice. Cuenta que denunció en la página del gobierno de la Ciudad las irregularidades que viven desde que pusieron el contenedor frente al edificio. Después supo que, sin ponerse de acuerdo, varios vecinos habían hecho lo mismo. Para todos, la respuesta fue la misma: ninguna.
"A veces desarman lavarropas y tiran los telgopores en el contenedor. En dos minutos lo llenan. Lo demás queda afuera. Hasta la entrada del auto llegan a tapar con la basura que ya no les cabe"

Zunino vive al lado de un local de electrodomésticos. Cree que eso agrava todo. "A veces desarman lavarropas y tiran los telgopores en el contenedor. En dos minutos lo llenan. Lo demás queda afuera. Hasta la entrada del auto llegan a tapar con la basura que ya no les cabe", relata. Muestra las fotos de un momento en que el contenedor estaba con copete, entre el telgopor y otra basura, más cartones y bolsas sembradas a los costados. "Les tuve que pedir que no sacaran más sus desperdicios. ¿Cómo hacían antes? Qué vuelvan a la forma anterior; sino esto es un basural", replica aquella charla. "Esa vez lo hicieron, pero me tengo que quedar a vigilarlos antes de que cierren y no puede ser".
Según el gobierno de la Ciudad hay colocados 20.262 contenedores metálicos, distribuidos en 15.824 cuadras. Como parte del Plan de Higiene Urbana, que se pretende concluir en 2014, la instalación de estos grandes basureros de 3200 litros de capacidad, está acompañada por una campaña de concientización que informa que allí sólo debe arrojarse basura orgánica y en bolsas de consorcio cerradas. Para lo reciclable están las "columnas verdes", o "campanas", que son de color amarillo y en lugar de una tapa tienen una ranura por donde deben introducirse cartones, papeles y botellas plásticas y de vidrio. Pero la campaña no llega a todos y cada quien le echa la culpa a otro.
 
Los contenedores negros, destinados a residuos orgánicos, son receptores de basura de todo tipo; correrlos a la esquina, un clásico.  Foto:  LA NACION  / Matías Aimar
Foto 1 de 15

Sergio Gómez es encargado del edificio de Soler 3800, en Palermo Viejo, donde vive desde hace 18 años. Parado frente a su casa mira el contenedor negro que pusieron hace tres meses justo enfrente de la ventana de una vecina de su edificio. "Un día amanecimos con esto. Después vinieron unos chicos con unos folletos sobre lo que había que tirar y lo que no; lo repartí entre los vecinos, pero acá nadie separa nada", aclara. Calcula que de los 16 departamentos, uno o dos pone por un lado las botellas y, por otro, la basura común. "El tema es que yo no sé qué hacer con lo otro, porque habían dicho que en 15 días traían el contenedor para reciclar y nunca volvieron. Yo termino tirando todo en el negro". Acaba de decir esto y sale una de las vecinas con una caja de pizza vacía. Pisa el pedal del contenedor y la arroja.
Gómez también usa la palabra "basural" para referirse al frente de su edificio. De mañana todo luce sin mayores problemas; por la tardecita dice que adentro y afuera encuentra maderas, restos de materiales de construcción, lo que venga. "Para el que no lo tiene al frente es mejor porque antes había bolsas negras en tres de las cuatro esquinas. Hay dos negocios y una iglesia. Se quejaban porque tirábamos ahí todos los de la cuadra; los cartoneros las terminaban rompiendo y era un desparramo", recuerda.
El plan diseñado por el gobierno porteño pretende involucrar a los cartoneros como "promotores ambientales" urbanos autorizados a disponer del material reciclable recolectado en los contenedores amarillos o "campanas". "Nosotros no podemos tocar nada de los contenedores negros porque se supone que van a tirar en las campanas, pero esas ranuras son muy incómodas. Quién va a ir a tirar ahí botella por botella. No lo hace nadie y perdemos mucho de lo que conseguíamos antes de la basura", explica Sánchez, referente cartonero, vecino de Villa Fiorito.
 
Las campanas o columnas verdes, para la basura reciclable, son las nuevas incorporaciones del gobierno de la Ciudad. Foto: Archivo 
 

La opción alternativa de los vecinos que no tienen una "campana" cerca donde tirar lo reciclable es esperar al "promotor ambiental" que, de forma personal y puerta a puerta, pasará a recolectar lo preseleccionado. Esa es la logística del sistema en teoría. "Acá ningún cartonero me tocó nunca el timbre", se ataja Isabel Zerda, 20 años como encargada en un edificio de Palermo, que tiene un contenedor negro del otro lado de la calle. A ella le facilitó el trabajo. Ahora tira todo ahí, en lugar de cargar con las bolsas hasta la esquina. "Ahí va todo, ningún vecino separa nada para reciclar", dice. Eso sí, aclara que cumple en sacar la basura en horario -entre las 19 y las 20- y dentro de las bolsas negras.
"A veces me encuentro con cartoneros adentro del contenedor. Me pegué un susto la primera vez", dice. Suele haber uno afuera teniendo la tapa y un compañero busca en el interior. "Me ha pasado que llego a tirar y uno me dice: 'Dejálo acá afuera que lo revisamos y después lo metemos'. Ví que cumplen".
Sánchez, presidente de una cooperativa con 3000 recicladores, defiende esta actitud con lo que considera un ataque de los encargados. "La discriminación todavía existe con los cartoneros. Tocamos el timbre y nunca tienen nada para darnos, o nos dan muy poco. No nos alcanza si descartamos todo lo que tiran mal en los contenedores", denuncia. Por eso, algunos se zambullen a buscar.
Marcelo Castressana vive con un amigo en la planta baja de un departamento en Villa Crespo, sobre Scalabrini Ortiz al 400. Reconoce que se redujo mucho la basura de esa avenida. Recuerda "montañas" de restos de telas en las esquinas; es una zona con varias fábricas de ropa. "Algo había que hacer con esta basura descomunal, pero la mala suerte es que pusieron un tacho gigante con basura alrededor justo enfrente de mi casa, que también es sala de ensayo con mi banda", dice Castressana, cantante de La Runa Mula. Como la vereda se redujo a la mitad, aunque estén en una planta baja, ya no resulta tan cómodo entrar y salir con los instrumentos. "Los chicos, los primeros días lo tiraron a la mitad de la calle, pero volvió a aparecer en el mismo lugar", cuenta. Se resigna a que el contenedor sea lo primero que ve cuando sale de su casa.
 
La basura y el olor malhumoran en diferentes paradas de colectivo. Foto: LA NACION / Matías Aimar
 

Juan Pablo Gelmine espera el 130 en el bajo porteño, frente a Plaza Roma. La cola de unas diez personas se interrumpe por un contenedor negro. Le parece una "pésima decisión" por varias razones: se desarma la cola y a veces se duplica, el colectivo a veces no te ve y no para, cuando el contenedor está muy lleno -lo ha encontrado con un palo para que quedara abierto y entraran más cosas- le desagrada mucho estar durante un rato pegado a la basura esperando. "¿Te imaginás la baranda que va a haber en verano?", cuestiona. "No soy entendido, pero creo que no es la forma, no es el lugar. Me canso de putear por dentro", dice. Se excusa, llega el colectivo y, efectivamente, hay una cola duplicada intentando subir.
Cae la tarde del sábado pasado y Juan, que cuenta la anécdota pero sin dar su apellido, termina de hacer una limpieza profunda de la baulera de su edificio, en Saavedra. Descubre que una valija grande con los cierres rotos le puede servir de bolsa de consorcio. Allí mete papeles, libros que ni se podían donar, maderas que no va a reutilizar, cables. "Cerré la valija y la despaché en el contenedor que está enfrente de la casa de mi vecino. El viaje con culpa fue cortito", dice, con picardía..
Por   | LA NACION

No hay comentarios: