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miércoles, 30 de mayo de 2012

medios

MEDIOS Y COMUNICACION
Poli-ladrón
En una perspectiva similar, Roberto Samar asegura que, en la mayoría de los casos, la noticia policial es funcional a modelos basados en el castigo y la exclusión.
 Por Roberto Samar *
Desde la primera infancia consumimos a través de las industrias de entretenimiento discursos que van estructurando una sociedad bipolar, esencialmente constituida por buenos y malos. Lamentablemente, con el tiempo estos discursos inciden en una mirada que en la actualidad se presenta como dominante en materia de seguridad.
Ese pensamiento es funcional a modelos basados en el castigo y la exclusión, ya que pone al “otro” en el lugar del “malo”. A modo de ejemplo en este pensamiento que circula en los grandes medios de comunicación, un detenido “es un delincuente”, “es malo” y no una persona que se sospecha que cometió un delito en un momento determinado. Por lo cual, en primera instancia es inocente y luego, si infringió la ley, no necesariamente volverá a hacerlo.
Pensar al otro como “malo” no le permite la posibilidad de cambio, ya que lo define como una característica constitutiva. Por lo tanto cuantos más “malos” podamos encerrar y por mayor cantidad de tiempo, mejor.
En ese sentido, se va construyendo en el imaginario social un “nosotros” los “buenos”. Asimismo, nuestra identidad se define y toma fuerza en relación con un “otro”, sobre quien cargamos la idea del mal o le depositamos las causas de nuestras limitaciones. En otras palabras, lo constituimos como chivo expiatorio. Como soy lo que no es el otro, cuanto más negativa sea esa imagen, mayor será mi diferenciación.
Según Stella Martini, “el imaginario es el conjunto de imágenes, la representación hecha memoria, experiencias y proyectos y/o utopías, de que se vale un grupo social para explicar, ordenar el mundo social, situarse y actuar en él. Es una construcción tanto consciente como inconsciente”. Asimismo, este “imaginario es el que opera en la construcción de estigmas, en el rechazo del otro, en la aplicación de sanciones sociales al alter”.
En cada momento histórico hubo en los discursos hegemónicos una otredad que fue cambiando con el paso del tiempo de sector social. Fueron los pueblos originarios para la generación del ’80, los inmigrantes a principios de siglo pasado, los “cabecitas negras” en la década del ’40 y los “subversivos” en la última dictadura militar. En la actualidad, cuando en la agenda mediática la inseguridad se presenta como dominante, ese “otro” son el inmigrante de los países limítrofes y los jóvenes de los barrios carenciados.
Sin embargo, la construcción en el imaginario colectivo de ese “otro” que nos da miedo y que se presenta como la causa de nuestros problemas no tiene necesariamente un correlato con la realidad.
A modo de ejemplo, como señala el juez de la Corte Suprema de la Nación Raúl Eugenio Zaffaroni: según el relevamiento de homicidios dolosos del alto tribunal con datos del 2010, “sobre 168 hechos, ninguno fue cometido por un ciudadano boliviano, y hubo sólo dos casos atribuibles a menores de 16 años”.
Sin embargo, este pensamiento estigmatizante incide en la realidad. El miedo aísla, debilita el tejido social. Aumenta la distancia del nosotros y los otros. Profundiza la discriminación y en consecuencia será mayor la exclusión del sector social tomado como chivo emisario.
Recientemente en la presentación del libro que realizaron las internas poetas de la Unidad 16 de Neuquén, uno de los coordinadores de la actividad planteó que debemos derribar muros y construir más puentes. Como comunicadores sociales, si deseamos construir una sociedad más inclusiva, nuestra función debería ser trabajar en derribar los muros discursivos que también producimos en nuestros puestos de trabajo.
* Licenciado en Comunicación Social. Docente de Filosofía Política Moderna UNLZ
MEDIOS Y COMUNICACION
La herencia positivista
Dos miradas sobre la noticia policial y sus consecuencias en la construcción de los imaginarios colectivos. Juan Pedro Gallardo repasa teorías para sostener que la noticia policial construye caracterizaciones que inciden sobre el orden social.
 Por Juan Pedro Gallardo*
La destrucción del Estado social socavó las bases de numerosas instituciones políticas, que regulaban y sostenían la vida cotidiana. Paralelamente, los sujetos, como consecuencia del significativo crecimiento de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, experimentaron importantes cambios en los modos de relacionarse.
El surgimiento de estas novedosas formas de interacción produjo sociedades ampliamente mediatizadas, donde las noticias cumplen la función de visibilizar los hechos considerados de importancia pública. Dentro de este contexto, la noticia policial detenta una particular habilidad para dar cuenta de las amenazas que pueden alterar lo cotidiano e inscribir, entre otras cosas, estereotipos sociales en torno de los sujetos que cometen delitos.Para Stella Martini, los relatos sobre el crimen en los medios de comunicación masiva se distinguen en el conjunto de la información al poner en escena los hilos frágiles que se tensan entre la vida y la muerte, al separar territorios reales y simbólicos de un lado y otro de la ley y al hablar del poder, la violencia y la impunidad en la sociedad actual. (Martini, S.; 2002, “Agendas policiales de los medios en la Argentina: la exclusión como un hecho natural”. En Gayol S. y Kessler G.., comps., Violencias, delitos y justicias en la Argentina. Buenos Aires, Manantial-Universidad Nacional de General Sarmiento, p. 97.)
Es por ello que la noticia policial, al hacer hincapié sobre la inseguridad de la vida privada y de la vida comunal, no sólo proporciona material para el análisis del orden social, sino que también permite discutir sobre las caracterizaciones que asumen en el relato mediático, y por lo tanto público, los tipos de delitos y los sujetos que incurren en la comisión de algunos de ellos.Así y todo, estas caracterizaciones no son creaciones abruptas ni mucho menos recientes, ya que el relato criminal tiene sus orígenes mucho antes de la aparición de la prensa de masas. A modo de ejemplo, basta con mencionar las historias reproducidas en los folletines o en los pliegos de cordel.En estos dispositivos tuvieron lugar las primeras expresiones escritas de los hechos delictivos, con unas formas de narrarlos donde se ponía de manifiesto el pasaje de una cultura centrada en el verso, hacia otra focalizada en la prosa. De esta manera, la figura del bandido-héroe, las epopeyas medievales o las supersticiones populares, se combinaron fructíferamente para el deleite de los fantasiosos lectores.
Fue recién a partir de la nueva realidad comunicativa impuesta por la cultura industrializada y masiva a finales del siglo XIX, donde el pensamiento criminológico moderno encontró, en su amalgama con ésta, la posibilidad de potenciar su influencia hacia casi la totalidad de las sociedades de por aquel entonces.
Por su parte, la criminología surgió como saber separado de la política y asociado al quehacer científico, con aura de neutralidad y verdad. Cesare Lombroso, autor destacado de esta matriz de pensamiento, describió al hombre delincuente por conductas atávicas, determinados rasgos físicos y como ser atrasado en su evolución natural, que constituía un agente patológico del cual la sociedad debía defenderse.Al mismo tiempo, hubo positivistas inspirados tanto en ideas de izquierda como de derecha. Enrico Ferri, inicialmente socialista y luego fascista, concibió el origen de la delincuencia en la pobreza e intervino “en la clasificación de delincuentes que hizo famosa a la escuela positivista: nato, loco, habitual, ocasional y pasional”. (Anitua, G., 2006, Historia de los pensamientos criminológicos. Buenos Aires, Editores del Puerto, p. 188.)Ubicado a la derecha de las anteriores perspectivas, incluso la de Lombroso, se ubicó Rafaelle Garófalo. Este autor, eurocentrista y racista, conceptualizó al “delito natural” como enemigo de la sociedad e introdujo la noción de “peligrosidad”, como perversidad constante y activa, hecho por el cual la pena no debería ser proporcional al daño ocasionado sino que a la peligrosidad del sujeto.En la Argentina, el más destacado criminólogo positivista fue José Ingenieros. Su principal interés radicó en establecer el modo de descubrir a los simuladores que pretendían eludir el castigo penal, aludiendo enfermedad mental.Este breve y acotado repaso por la obra de los principales autores de esta corriente filosófica, clarifica el origen de palabras, ideas y significaciones todavía muy vigentes en la boca y la pluma de numerosos comunicadores.Por tanto, es fácil recordar, ante una gran cantidad de acontecimientos transmitidos, la temblorosa voz de la cronista de TN, cuando, cubriendo la inundación de un barrio porteño, confundió a jóvenes ayudando a su madre a desagotar su comercio con delincuentes, por el sólo hecho de tener “gorrita” sobre sus cabezas.
* Presidente del Centro de Estudios para la Inclusión Social.

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