Psicología
Escribir, esa saludable tarea
Una palabra, una frase, una carta, un diario íntimo, un blog, un libro. El acto de tomar nota de los sentimientos y las experiencias es, según los especialistas, una buena manera de mejorar la calidad de vida, superar los traumas, sobrellevar los dolores
Casi sin saberlo, Susana calma su ansiedad mientras escribe la lista del supermercado. Pablo aminora la marcha de su obsesión cuando apunta las tareas pendientes. Renata escribe sobre sus desvelos y vence el insomnio. Borges pudo volver a dormir cuando publicó Funes el memorioso . Carlos avanza en su cuento sobre el cáncer que creyó imbatible. Cuando Isabel Allende publicó Paula , comenzó a calmar el dolor por la enfermedad terminal de su hija. La actriz María Valenzuela "sorteó la locura" cuando empezó a anotar en un cuaderno cada paso de la milagrosa recuperación de Malena. El mundo pudo conocer el diario íntimo de Anna Frank. Hoy Lucía tiene un blog donde describe su "amistad de barro y cristal" con la anorexia.
Como la de ellos, miles de historias de ilustres y desconocidos se convierten en fiel testimonio de este ejercicio sanador que gana adeptos en el mundo. En las últimas décadas, distintas investigaciones científicas destacan el valor de la escritura como herramienta terapéutica. No es necesario conocer de reglas o técnicas narrativas. Sólo hace falta una lápiz, un papel y animarse.
"A través de la escritura, las personas atravesadas por situaciones de estrés logran mejorar su bienestar psicológico y físico", anticipa Mónica Bruder, doctora en Psicología y experta en cuestiones de escritura terapéutica. "Cuando escribimos, liberamos lo que llevamos dentro -explica Bruder-. Hay un desbloqueo emocional intenso, en el que se comprometen el pensamiento, la emoción y la palabra escrita. Así, descubrimos lo inconsciente, revertimos miedos, descubrimos las causas de tantos dolores, sufrimiento y limitaciones."
¿Por qué necesitó el hombre escribir ya desde la era de las cavernas? ¿Qué recurso o impulso natural lo llevó a explorar e inventar sistemas gráficos?
Un paso decisivo en la evolución del Homo sapiens fue la adquisición de un vínculo entre el pensamiento y los símbolos materiales. La actividad gráfica puede entenderse entonces como una extensión de las facultades cognitivas del ser humano. Parecería imperiosa la necesidad de escribir desde tiempos primitivos.
En un principio no hubo letras, alfabetos ni palabras; había imágenes, dibujos, formas, aparentemente sin sentido, pero indudablemente con una significación. El hombre quería decir algo y necesitaba decirlo por escrito.
Esta idea evolucionó en silencio con la humanidad y hoy es posible certificarlo. Podemos decir que cuando se escribe se "descubre" y en la expresión se devela un "algo" que nos da bienestar.
Intentemos hacer este ejercicio. Imaginemos la siguiente escena, como si fuera una película: un hombre, sentado frente a la mesa, escribe. En ese momento mágico, se fugan del cuerpo la razón y las emociones. La razón la abraza, la contiene. La emoción se resiste, pero la necesita. Se necesitan como opuestos que se atraen. El abrazo corona al hombre, que busca, y en un momento fecundo encuentra y escribe. Las palabras vuelan sobre la hoja, mariposas de todos colores cargan letras de todo tipo. La idea se imprime. Se define el sentimiento, eso que el hombre necesitaba decir. ¿Qué escribió?, ¿qué dijo? Esa es otra película, otro ejercicio. Más adelante.
"El pensamiento es más lento que la emoción -explica Bruder-; así como escribir es más lento que pensar. En este cruce de tiempos del sentir-pensar-escribir, la razón libera las palabras necesarias. Así es como la escritura, el cerebro y el sistema inmunológico se triangulan en busca del bienestar."
Juan ya no grita cuando pelea con su mujer, le deja mensajes pegados en la alacena. "Aprendí a escribir lo que no podía decir, y tomo menos remedios para la presión", confiesa, orgulloso, su fórmula, ahora no tan secreta, para seguir casado. "Fue el consejo más sano que recibí de una amiga tan cabrona como yo -detalla Juan-. Ya cansado de discutir en vano, por consejo de su amiga, Juan escribe y se relaja. "Es que cuando te detenés a escribir se empieza a relajar ese impulso que parece arrasarlo todo."
Cuando Juan deja mensajes en la alacena, calma su ansiedad, su enojo, dice lo que siente. Con lo que escribe: "Estoy enojado", "vuelvo tarde", "perdoname", "me equivoqué", lo que sea. Juan ya no grita, pero tampoco calla. Escribe, dice, sana.
Por un lado, está lo sanador del acto puro de escribir ("el abrazo de la razón y la emoción", del que hablábamos hace un instante). Por otro, aún más saludable y beneficioso, aparece el contenido, el mensaje que trae lo que uno escribe ("eso que el hombre de la película quería decir", y dijo, pero todavía no sabemos).
Así, lo que podríamos llamar "acto" y "producción" irrumpen en la hoja como dos momentos esenciales.
Hay evidencia fisiológica en el "acto". La escritura puede reducir la tensión arterial e incrementa el nivel de linfocitos circulantes en el torrente sanguíneo; es decir que aumentan las células responsables de la respuesta inmunitaria.
En 1999, un estudio de la Revista de la Asociación Médica Americana, de EE.UU., fue el primero en examinar los efectos de la escritura en enfermos. Los investigadores encontraron que los pacientes con asma que habían escrito sobre experiencias tales como accidentes automovilísticos, abuso físico, divorcio o sexualidad habían logrado mejorar su función pulmonar en promedio en un 19 por ciento. Por otra parte, en pacientes con artritis reumatoidea los síntomas mejoraron en un 28 por ciento.
En la "producción", en materia psicológica, la escritura fuerza al hombre a romper con la tormenta de pensamientos ocultos y recurrentes y lo ayuda a concretar lo que siente. Al conocer, disminuye la incertidumbre, toma conciencia, descubre, libera, comienza a sanar.
¿Qué escribió el hombre de la película? Sólo él lo sabe. Tal vez necesite compartirlo; tal vez no. ¿Cuál sería el argumento de la película que hoy escribiríamos cada uno de nosotros?
En primera persona
Mónica Bruder tuvo la suerte de estudiar y trabajar con James Pennebaker, profesor en la Universidad de Texas y pionero en este campo de estudio; él desarrolló con sus colaboradores distintas técnicas de escritura terapéutica que se vienen utilizando en la investigación clínica.
Pennebaker propone escribir, en primera persona, la situación más traumática que nos haya tocado vivir. Así, comienza la catarsis, el desahogo.
Pennebaker comparte con cientos de profesionales de la salud que "la descarga de las emociones mediante los gritos, el llanto, la risa u otros medios puede mejorar de manera permanente la salud psicológica y física. Es importante que los individuos expresen libremente sus emociones. Guardarse de manera activa los sentimientos puede ser estresante".
"La muerte de un ser querido, el divorcio, la pérdida de trabajo, las enfermedades terminales y otras crónicas, como el asma y la diabetes, suelen ser los eventos traumáticos más recurrentes en la clínica", detalla Bruder.
Cada día, más escuelas de salud mental coinciden con la idea de que una enfermedad física guarda estrecha relación con lo psicológico. Es en este escenario donde la por entonces cuestionada pareja "cuerpo-mente" parece coincidir en un baile armonioso al compás del lápiz. "Con la escritura terapéutica regulamos los procesos mentales, avivamos la actividad creativa y se amplían las posibilidades de hacer productiva la actividad neuronal", señala Bruder. Con las neuronas trabajando a favor del bienestar, el cerebro le ofrece al organismo la energía necesaria para sobrevivir.
La propia Mónica Bruder vivió en carne propia la experiencia más simple y sorpresiva: "Tenía que dar una conferencia en un hospital. Era inevitable que me encontrase en el lugar con alguien con quien estaba profundamente enojada después de una situación límite. Me broté. Faltaban horas para la conferencia y el sarpullido era algo cada vez más rojo e insoportable. Empecé a escribir en papelitos todo lo que no le debería haber dicho a quien provocó mi alergia. A la mañana siguiente, ya no había comezón ni rastros".
Confesiones a la carta
Así como hoy podemos jugar con la idea de que todo empezó en las cavernas, se registra que desde el Renacimiento muchas personas tomaron el hábito de escribir diarios personales, cartas de amor, experiencias reales o imaginarias. Sin embargo, recién en los últimos 20 años los expertos han comprobado que las personas que escriben acerca de sus experiencias más dolorosas no sólo se sienten mejor, sino que visitan al doctor con menos frecuencia e incluso tienen respuestas inmunológicas más fuertes. Escribir en primera persona parece ser el acto más puro de escritura terapéutica.
Diarios íntimos que devinieron en blogs. Cartas que hoy viajan en e-mails. Libros, autobiografías que siguen apareciendo como ofertas de autoayuda tanto para quien las escribe como para quien las lee.
Los seres humanos han sido capaces de producir grandes obras literarias en momentos conflictivos de su vida. La mayoría de los escritores de profesión, y también los aficionados, parten de sus propias experiencias traumáticas o dolorosas.
Imre Kertész, premio Nobel de Literatura 2002, y sobreviviente de los campos nazis, declaró -en un artículo publicado en LA NACION- cuando obtuvo su premio máximo: "No poseo otra identidad que el escribir. La escritura nos permite tomar conciencia de que no tenemos que ver con nosotros mismos. El hombre actual tiende a olvidar".
Todos conocemos el valor de la obra de Ana Frank. Los diarios íntimos de aquella adolescente judía, víctima del régimen nazi, que vivió escondida con su familia y otras personas en la parte trasera de una oficina. "Por eso, al final siempre vuelvo a mi diario: es mi punto de partida y mi destino (...) Le prometeré que, a pesar de todo, perseveraré, que me abriré mi propio camino y me tragaré mis lágrimas", escribió en una de sus páginas.
Claro está que la escritura es una herramienta perfecta para las almas con intenciones de resiliencia. Así como los relatos durante y después del Holocausto, los argentinos debemos hacernos cargo de tantos escritos terapéuticos que dejaron muchos sobrevivientes y tantos muertos durante el Proceso militar.
La memoria es otro efecto positivo y fundamental de la escritura terapéutica. Quien escribe adquiere y recuerda información. Cuando uno escribe permite que esa información permanezca viva y latente.
"La mía es una vida de mierda. En realidad, yo escribo porque si no estaría en el Moyano. En una silla. Hamacándome", decía quien perdió a su madre en un accidente cuando tenía sólo 8 años. Creció enojada por haber perdido el arrope más seguro. Cuando tenía 20, nació su hija Verónica. Desde ese día, empezó a escribir un libro que, seis años después, la haría famosa.
"Que me tenga, que me tenga mucho. Que se llene de mí. Que me respire. Que me toque. Que me obligue a quererla con toda mi alma y mi cuerpo también. Que me diga «mamita no te vayas». Que me lo diga para que yo me quede", escribió Poldy Bird en Cuentos para Verónica, el segundo libro más vendido después del Martín Fierro.
Poldy quedó viuda a los 36 años. Los libros que siguió escribiendo la mantuvieron en pie. En octubre de 2008, Verónica murió en forma súbita. Fue un ataque cerebral. Entonces Poldy escribió: "Todo lo alumbra su nombre. Porque ella usaba zapatitos de charol con medias blancas...".
La vida es cuento
Así como Pennebaker propone escribir en primera persona para superar situaciones traumáticas y alcanzar el bienestar psicológico, la doctora Mónica Bruder propone dar un paso más allá. Escribir un cuento con final feliz puede convertirse en una receta terapéutica más creativa, más beneficiosa.
"Se entiende por cuento terapéutico todo cuento escrito por un sujeto a partir de la situación traumática más dolorosa que haya vivido y cuyo conflicto concluye con final «feliz» o positivo; la situación traumática vivida en el pasado se resuelve positivamente en el cuento", define Bruder.
En todo cuento terapéutico hay un conflicto que se resuelve. La escritura de un cuento terapéutico puede ser comparada con las etapas de un tratamiento psicológico. Cuando uno busca ayuda terapéutica tiene un motivo de consulta, se establece un camino para enfrentar el conflicto y se llega o se debería llegar a una elaboración de esa "cuestión o inquietud" que nos llevó a la terapia. Cuando se escribe un cuento terapéutico hay una introducción, un conflicto, una resolución.
"Los personajes del cuento representan al autor de dicho cuento -explica Bruder-. Los diferentes personajes son los distintos aspectos de ese Yo que escribe. Este juego de persona/personaje ayudaría a provocar este cambio en el bienestar de los sujetos."
Cuando se escribe en tercera persona, suelen aparecer temas que nunca pudieron ser abordados con anterioridad por quien escribe. Poner el nudo del conflicto en la ropa de otro personaje no es lo mismo que cargar con ese traje gris y pesado.
"El conflicto que se resuelve en el cuento terapéutico se presenta como una fotografía, como una condensación de lo vivido traumáticamente por el sujeto y que termina finalmente", asegura Bruder, quien está convencida de que "el cuento terapéutico es afecto".
"Al señalar que el cuento es afecto -explica-, se incluyen tanto los afectos positivos como los negativos. Siguiendo las líneas de investigación actuales de la psicología salugénica, centrada en la salud y no en la enfermedad, se considera que el final feliz o positivo le permite al sujeto creador de ese cuento conectarse con los aspectos más saludables de su persona."
¿Qué película escribiríamos hoy sobre nuestra vida? ¿Qué cuento? ¿Qué blog, qué diario, qué frase, qué idea? Lápiz y papel siempre a mano. Una palabra escrita puede bastar para sanarnos.
Por Eduardo Chaktoura
Con letra de molde
A los pocos meses de casarse, Paula, la hija de la escritora Isabel Allende, ingresó de urgencia en el Hospital Clínico de Madrid en estado de coma irreversible. Su madre vivió el calvario junto a ella. Allende escribió la novela Paula para liberar su eterno dolor, sus angustias y sus miedos: "Escucha, mamá [...]. Vengo a pedirte ayuda..., quiero morir y no puedo. [...] estoy atrapada. En mi cama sólo está mi cuerpo sufriente desintegrándose día a día [...] pero nadie me escucha. Estoy muy cansada. ¿Por qué todo esto?"
"Escribir me dio la calma, la fortaleza que me salvó de la locura", confiesa la actriz María Valenzuela. En 2003, su hija Malena, entonces con 19 años, sufrió un aneurisma cerebral que la llevó a vivir 13 días en un preocupante coma farmacológico. "Sabía que Malena iba a despertar en algún momento -cuenta Valenzuela-, y ella tenía que saber todo lo que estaba pasando. No quería que en su historia quedara un agujero negro. No quería que la memoria frágil nos traicionara y que tantas cosas que vivimos quedasen en el olvido. Estaba escribiendo para mi princesa."
La entrevista a Poldy Bird publicada por LN R el 28 de octubre pasado permite coronar esta idea de "escribir para salvar vidas". "Escribía todo lo que iba pasando -recuerda-. Mi cuaderno y yo íbamos juntos a todas partes. Escribía (...) hasta en el baño, que era el único lugar donde me permitía escribir y llorar al mismo tiempo. Cuando lograba dormir, guardaba el cuaderno bajo el colchón, escondido como un tesoro."
Consejos prácticos para escribir
Cualquier momento es válido para volcar sobre el papel esa idea o sentimiento que nos da vueltas en la cabeza y en el resto del cuerpo. No hay contraindicaciones, pero los que necesitan sugerencias para una práctica más precisa y terapéutica, tomen nota:
Encuentre un espacio y tiempo para escribir sin interrupciones.
Prométase escribir un mínimo de 15 minutos diarios, por lo menos durante 3 o 4 días seguidos.
Una vez que empezó, escriba continuamente, sin preocuparse por gramática u ortografía. Si se le acaban los temas, repita lo que ya escribió.
Escriba acerca de:
Temas en los que está pensando mucho, o que le preocupan.
Cosas con las que sueña.
Cuestiones que están afectando su vida de modo no saludable.
Temas que ha venido evitando por días, meses o años.
Escriba con absoluta honestidad.
Para ello, conviene planear deshacerse de lo escrito al terminar. Luego se verá: puede guardarlo, editarlo, borrarlo, quemarlo, romperlo o comerlo (no recomendado).
(Extraído de: Pennebaker, James W., Writing and Health: Some Practical Advice)
Escribir, esa saludable tarea
Una palabra, una frase, una carta, un diario íntimo, un blog, un libro. El acto de tomar nota de los sentimientos y las experiencias es, según los especialistas, una buena manera de mejorar la calidad de vida, superar los traumas, sobrellevar los dolores
Casi sin saberlo, Susana calma su ansiedad mientras escribe la lista del supermercado. Pablo aminora la marcha de su obsesión cuando apunta las tareas pendientes. Renata escribe sobre sus desvelos y vence el insomnio. Borges pudo volver a dormir cuando publicó Funes el memorioso . Carlos avanza en su cuento sobre el cáncer que creyó imbatible. Cuando Isabel Allende publicó Paula , comenzó a calmar el dolor por la enfermedad terminal de su hija. La actriz María Valenzuela "sorteó la locura" cuando empezó a anotar en un cuaderno cada paso de la milagrosa recuperación de Malena. El mundo pudo conocer el diario íntimo de Anna Frank. Hoy Lucía tiene un blog donde describe su "amistad de barro y cristal" con la anorexia.
Como la de ellos, miles de historias de ilustres y desconocidos se convierten en fiel testimonio de este ejercicio sanador que gana adeptos en el mundo. En las últimas décadas, distintas investigaciones científicas destacan el valor de la escritura como herramienta terapéutica. No es necesario conocer de reglas o técnicas narrativas. Sólo hace falta una lápiz, un papel y animarse.
"A través de la escritura, las personas atravesadas por situaciones de estrés logran mejorar su bienestar psicológico y físico", anticipa Mónica Bruder, doctora en Psicología y experta en cuestiones de escritura terapéutica. "Cuando escribimos, liberamos lo que llevamos dentro -explica Bruder-. Hay un desbloqueo emocional intenso, en el que se comprometen el pensamiento, la emoción y la palabra escrita. Así, descubrimos lo inconsciente, revertimos miedos, descubrimos las causas de tantos dolores, sufrimiento y limitaciones."
¿Por qué necesitó el hombre escribir ya desde la era de las cavernas? ¿Qué recurso o impulso natural lo llevó a explorar e inventar sistemas gráficos?
Un paso decisivo en la evolución del Homo sapiens fue la adquisición de un vínculo entre el pensamiento y los símbolos materiales. La actividad gráfica puede entenderse entonces como una extensión de las facultades cognitivas del ser humano. Parecería imperiosa la necesidad de escribir desde tiempos primitivos.
En un principio no hubo letras, alfabetos ni palabras; había imágenes, dibujos, formas, aparentemente sin sentido, pero indudablemente con una significación. El hombre quería decir algo y necesitaba decirlo por escrito.
Esta idea evolucionó en silencio con la humanidad y hoy es posible certificarlo. Podemos decir que cuando se escribe se "descubre" y en la expresión se devela un "algo" que nos da bienestar.
Intentemos hacer este ejercicio. Imaginemos la siguiente escena, como si fuera una película: un hombre, sentado frente a la mesa, escribe. En ese momento mágico, se fugan del cuerpo la razón y las emociones. La razón la abraza, la contiene. La emoción se resiste, pero la necesita. Se necesitan como opuestos que se atraen. El abrazo corona al hombre, que busca, y en un momento fecundo encuentra y escribe. Las palabras vuelan sobre la hoja, mariposas de todos colores cargan letras de todo tipo. La idea se imprime. Se define el sentimiento, eso que el hombre necesitaba decir. ¿Qué escribió?, ¿qué dijo? Esa es otra película, otro ejercicio. Más adelante.
"El pensamiento es más lento que la emoción -explica Bruder-; así como escribir es más lento que pensar. En este cruce de tiempos del sentir-pensar-escribir, la razón libera las palabras necesarias. Así es como la escritura, el cerebro y el sistema inmunológico se triangulan en busca del bienestar."
Juan ya no grita cuando pelea con su mujer, le deja mensajes pegados en la alacena. "Aprendí a escribir lo que no podía decir, y tomo menos remedios para la presión", confiesa, orgulloso, su fórmula, ahora no tan secreta, para seguir casado. "Fue el consejo más sano que recibí de una amiga tan cabrona como yo -detalla Juan-. Ya cansado de discutir en vano, por consejo de su amiga, Juan escribe y se relaja. "Es que cuando te detenés a escribir se empieza a relajar ese impulso que parece arrasarlo todo."
Cuando Juan deja mensajes en la alacena, calma su ansiedad, su enojo, dice lo que siente. Con lo que escribe: "Estoy enojado", "vuelvo tarde", "perdoname", "me equivoqué", lo que sea. Juan ya no grita, pero tampoco calla. Escribe, dice, sana.
Por un lado, está lo sanador del acto puro de escribir ("el abrazo de la razón y la emoción", del que hablábamos hace un instante). Por otro, aún más saludable y beneficioso, aparece el contenido, el mensaje que trae lo que uno escribe ("eso que el hombre de la película quería decir", y dijo, pero todavía no sabemos).
Así, lo que podríamos llamar "acto" y "producción" irrumpen en la hoja como dos momentos esenciales.
Hay evidencia fisiológica en el "acto". La escritura puede reducir la tensión arterial e incrementa el nivel de linfocitos circulantes en el torrente sanguíneo; es decir que aumentan las células responsables de la respuesta inmunitaria.
En 1999, un estudio de la Revista de la Asociación Médica Americana, de EE.UU., fue el primero en examinar los efectos de la escritura en enfermos. Los investigadores encontraron que los pacientes con asma que habían escrito sobre experiencias tales como accidentes automovilísticos, abuso físico, divorcio o sexualidad habían logrado mejorar su función pulmonar en promedio en un 19 por ciento. Por otra parte, en pacientes con artritis reumatoidea los síntomas mejoraron en un 28 por ciento.
En la "producción", en materia psicológica, la escritura fuerza al hombre a romper con la tormenta de pensamientos ocultos y recurrentes y lo ayuda a concretar lo que siente. Al conocer, disminuye la incertidumbre, toma conciencia, descubre, libera, comienza a sanar.
¿Qué escribió el hombre de la película? Sólo él lo sabe. Tal vez necesite compartirlo; tal vez no. ¿Cuál sería el argumento de la película que hoy escribiríamos cada uno de nosotros?
En primera persona
Mónica Bruder tuvo la suerte de estudiar y trabajar con James Pennebaker, profesor en la Universidad de Texas y pionero en este campo de estudio; él desarrolló con sus colaboradores distintas técnicas de escritura terapéutica que se vienen utilizando en la investigación clínica.
Pennebaker propone escribir, en primera persona, la situación más traumática que nos haya tocado vivir. Así, comienza la catarsis, el desahogo.
Pennebaker comparte con cientos de profesionales de la salud que "la descarga de las emociones mediante los gritos, el llanto, la risa u otros medios puede mejorar de manera permanente la salud psicológica y física. Es importante que los individuos expresen libremente sus emociones. Guardarse de manera activa los sentimientos puede ser estresante".
"La muerte de un ser querido, el divorcio, la pérdida de trabajo, las enfermedades terminales y otras crónicas, como el asma y la diabetes, suelen ser los eventos traumáticos más recurrentes en la clínica", detalla Bruder.
Cada día, más escuelas de salud mental coinciden con la idea de que una enfermedad física guarda estrecha relación con lo psicológico. Es en este escenario donde la por entonces cuestionada pareja "cuerpo-mente" parece coincidir en un baile armonioso al compás del lápiz. "Con la escritura terapéutica regulamos los procesos mentales, avivamos la actividad creativa y se amplían las posibilidades de hacer productiva la actividad neuronal", señala Bruder. Con las neuronas trabajando a favor del bienestar, el cerebro le ofrece al organismo la energía necesaria para sobrevivir.
La propia Mónica Bruder vivió en carne propia la experiencia más simple y sorpresiva: "Tenía que dar una conferencia en un hospital. Era inevitable que me encontrase en el lugar con alguien con quien estaba profundamente enojada después de una situación límite. Me broté. Faltaban horas para la conferencia y el sarpullido era algo cada vez más rojo e insoportable. Empecé a escribir en papelitos todo lo que no le debería haber dicho a quien provocó mi alergia. A la mañana siguiente, ya no había comezón ni rastros".
Confesiones a la carta
Así como hoy podemos jugar con la idea de que todo empezó en las cavernas, se registra que desde el Renacimiento muchas personas tomaron el hábito de escribir diarios personales, cartas de amor, experiencias reales o imaginarias. Sin embargo, recién en los últimos 20 años los expertos han comprobado que las personas que escriben acerca de sus experiencias más dolorosas no sólo se sienten mejor, sino que visitan al doctor con menos frecuencia e incluso tienen respuestas inmunológicas más fuertes. Escribir en primera persona parece ser el acto más puro de escritura terapéutica.
Diarios íntimos que devinieron en blogs. Cartas que hoy viajan en e-mails. Libros, autobiografías que siguen apareciendo como ofertas de autoayuda tanto para quien las escribe como para quien las lee.
Los seres humanos han sido capaces de producir grandes obras literarias en momentos conflictivos de su vida. La mayoría de los escritores de profesión, y también los aficionados, parten de sus propias experiencias traumáticas o dolorosas.
Imre Kertész, premio Nobel de Literatura 2002, y sobreviviente de los campos nazis, declaró -en un artículo publicado en LA NACION- cuando obtuvo su premio máximo: "No poseo otra identidad que el escribir. La escritura nos permite tomar conciencia de que no tenemos que ver con nosotros mismos. El hombre actual tiende a olvidar".
Todos conocemos el valor de la obra de Ana Frank. Los diarios íntimos de aquella adolescente judía, víctima del régimen nazi, que vivió escondida con su familia y otras personas en la parte trasera de una oficina. "Por eso, al final siempre vuelvo a mi diario: es mi punto de partida y mi destino (...) Le prometeré que, a pesar de todo, perseveraré, que me abriré mi propio camino y me tragaré mis lágrimas", escribió en una de sus páginas.
Claro está que la escritura es una herramienta perfecta para las almas con intenciones de resiliencia. Así como los relatos durante y después del Holocausto, los argentinos debemos hacernos cargo de tantos escritos terapéuticos que dejaron muchos sobrevivientes y tantos muertos durante el Proceso militar.
La memoria es otro efecto positivo y fundamental de la escritura terapéutica. Quien escribe adquiere y recuerda información. Cuando uno escribe permite que esa información permanezca viva y latente.
"La mía es una vida de mierda. En realidad, yo escribo porque si no estaría en el Moyano. En una silla. Hamacándome", decía quien perdió a su madre en un accidente cuando tenía sólo 8 años. Creció enojada por haber perdido el arrope más seguro. Cuando tenía 20, nació su hija Verónica. Desde ese día, empezó a escribir un libro que, seis años después, la haría famosa.
"Que me tenga, que me tenga mucho. Que se llene de mí. Que me respire. Que me toque. Que me obligue a quererla con toda mi alma y mi cuerpo también. Que me diga «mamita no te vayas». Que me lo diga para que yo me quede", escribió Poldy Bird en Cuentos para Verónica, el segundo libro más vendido después del Martín Fierro.
Poldy quedó viuda a los 36 años. Los libros que siguió escribiendo la mantuvieron en pie. En octubre de 2008, Verónica murió en forma súbita. Fue un ataque cerebral. Entonces Poldy escribió: "Todo lo alumbra su nombre. Porque ella usaba zapatitos de charol con medias blancas...".
La vida es cuento
Así como Pennebaker propone escribir en primera persona para superar situaciones traumáticas y alcanzar el bienestar psicológico, la doctora Mónica Bruder propone dar un paso más allá. Escribir un cuento con final feliz puede convertirse en una receta terapéutica más creativa, más beneficiosa.
"Se entiende por cuento terapéutico todo cuento escrito por un sujeto a partir de la situación traumática más dolorosa que haya vivido y cuyo conflicto concluye con final «feliz» o positivo; la situación traumática vivida en el pasado se resuelve positivamente en el cuento", define Bruder.
En todo cuento terapéutico hay un conflicto que se resuelve. La escritura de un cuento terapéutico puede ser comparada con las etapas de un tratamiento psicológico. Cuando uno busca ayuda terapéutica tiene un motivo de consulta, se establece un camino para enfrentar el conflicto y se llega o se debería llegar a una elaboración de esa "cuestión o inquietud" que nos llevó a la terapia. Cuando se escribe un cuento terapéutico hay una introducción, un conflicto, una resolución.
"Los personajes del cuento representan al autor de dicho cuento -explica Bruder-. Los diferentes personajes son los distintos aspectos de ese Yo que escribe. Este juego de persona/personaje ayudaría a provocar este cambio en el bienestar de los sujetos."
Cuando se escribe en tercera persona, suelen aparecer temas que nunca pudieron ser abordados con anterioridad por quien escribe. Poner el nudo del conflicto en la ropa de otro personaje no es lo mismo que cargar con ese traje gris y pesado.
"El conflicto que se resuelve en el cuento terapéutico se presenta como una fotografía, como una condensación de lo vivido traumáticamente por el sujeto y que termina finalmente", asegura Bruder, quien está convencida de que "el cuento terapéutico es afecto".
"Al señalar que el cuento es afecto -explica-, se incluyen tanto los afectos positivos como los negativos. Siguiendo las líneas de investigación actuales de la psicología salugénica, centrada en la salud y no en la enfermedad, se considera que el final feliz o positivo le permite al sujeto creador de ese cuento conectarse con los aspectos más saludables de su persona."
¿Qué película escribiríamos hoy sobre nuestra vida? ¿Qué cuento? ¿Qué blog, qué diario, qué frase, qué idea? Lápiz y papel siempre a mano. Una palabra escrita puede bastar para sanarnos.
Por Eduardo Chaktoura
Con letra de molde
A los pocos meses de casarse, Paula, la hija de la escritora Isabel Allende, ingresó de urgencia en el Hospital Clínico de Madrid en estado de coma irreversible. Su madre vivió el calvario junto a ella. Allende escribió la novela Paula para liberar su eterno dolor, sus angustias y sus miedos: "Escucha, mamá [...]. Vengo a pedirte ayuda..., quiero morir y no puedo. [...] estoy atrapada. En mi cama sólo está mi cuerpo sufriente desintegrándose día a día [...] pero nadie me escucha. Estoy muy cansada. ¿Por qué todo esto?"
"Escribir me dio la calma, la fortaleza que me salvó de la locura", confiesa la actriz María Valenzuela. En 2003, su hija Malena, entonces con 19 años, sufrió un aneurisma cerebral que la llevó a vivir 13 días en un preocupante coma farmacológico. "Sabía que Malena iba a despertar en algún momento -cuenta Valenzuela-, y ella tenía que saber todo lo que estaba pasando. No quería que en su historia quedara un agujero negro. No quería que la memoria frágil nos traicionara y que tantas cosas que vivimos quedasen en el olvido. Estaba escribiendo para mi princesa."
La entrevista a Poldy Bird publicada por LN R el 28 de octubre pasado permite coronar esta idea de "escribir para salvar vidas". "Escribía todo lo que iba pasando -recuerda-. Mi cuaderno y yo íbamos juntos a todas partes. Escribía (...) hasta en el baño, que era el único lugar donde me permitía escribir y llorar al mismo tiempo. Cuando lograba dormir, guardaba el cuaderno bajo el colchón, escondido como un tesoro."
Consejos prácticos para escribir
Cualquier momento es válido para volcar sobre el papel esa idea o sentimiento que nos da vueltas en la cabeza y en el resto del cuerpo. No hay contraindicaciones, pero los que necesitan sugerencias para una práctica más precisa y terapéutica, tomen nota:
Encuentre un espacio y tiempo para escribir sin interrupciones.
Prométase escribir un mínimo de 15 minutos diarios, por lo menos durante 3 o 4 días seguidos.
Una vez que empezó, escriba continuamente, sin preocuparse por gramática u ortografía. Si se le acaban los temas, repita lo que ya escribió.
Escriba acerca de:
Temas en los que está pensando mucho, o que le preocupan.
Cosas con las que sueña.
Cuestiones que están afectando su vida de modo no saludable.
Temas que ha venido evitando por días, meses o años.
Escriba con absoluta honestidad.
Para ello, conviene planear deshacerse de lo escrito al terminar. Luego se verá: puede guardarlo, editarlo, borrarlo, quemarlo, romperlo o comerlo (no recomendado).
(Extraído de: Pennebaker, James W., Writing and Health: Some Practical Advice)
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