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jueves, 13 de octubre de 2011

medios


MEDIOS Y COMUNICACION

Políticas de comunicación

Washington Uranga señala que la ley forma parte de una política de comunicación, pero no la agota, y recuerda también otros aspectos para continuar trabajando en esa línea.

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Por Washington Uranga

Los dos años que se han cumplido desde la aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual han servido para demostrar que, con voluntad política y herramientas de gestión, se pueden vencer muchos obstáculos y resistencias. Aun los que parecían más difíciles de sortear. En este mismo diario, Damián Loreti (“Ahora dicen que la ley no se aplica”, 10-10-11) hizo un valioso repaso de los importantes avances obtenidos en este tiempo y de los beneficios que ello implica. En esta página, Carlos Valle destaca el valor de la ley como una herramienta para la democracia, pero también deja en evidencia los problemas que sigue enfrentando su instrumentación. Son todos aspectos complementarios de una evaluación que es a todas luces positiva de un proceso de muchos años que tuvo su columna vertebral en la movilización de comunicadores y organizaciones sociales a favor del derecho a la comunicación y que alcanzó su punto de inflexión a partir de la decisión política del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de impulsar la aprobación de la nueva norma respetando el trabajo que se venía realizando en la materia. Perseverancia, militancia, convicciones, decisión, audacia, derechos. Son todas palabras que pueden acumularse a la hora de los primeros balances.

Al mismo tiempo, muchos de los pronósticos catastróficos y pesimistas sobre las consecuencias de la aplicación de la ley no encuentran hoy ningún dato cierto que los compruebe. No hay más periodistas sin trabajo como consecuencia de la ley de SCA, no se cerraron productoras, no se censura con los instrumentos que la ley ofrece. Lo contrario es más fácil de demostrar: existen más oportunidades, se abren nuevas perspectivas y, sobre todo, hay más alternativas de ejercer el derecho a la comunicación. Como bien lo señala Carlos Valle, la ley de SCA es una herramienta de la democracia.

Pero en el campo de la comunicación y de las políticas comunicacionales no está todo dicho en la Argentina. Es necesario seguir trabajando para aprovechar todas las posibilidades que la ley ofrece, transitar todas las sendas abiertas, mejorar en mucho los medios de comunicación audiovisual. Porque, tal como lo señalamos al día siguiente de la aprobación de la norma, la ley fue la culminación de un capítulo pero, lo más importante, el comienzo de un camino que apenas se inicia. Sólo para mencionar algunos temas: habrá que continuar con la asignación de más frecuencias de radio y televisión, pero sobre todo seguir pensando en la producción de contenidos; las universidades deberían tomar las riendas de la producción para acelerar la operatoria con calidad de los canales de televisión que ya tienen asignados; es necesario desarrollar nuevas ideas que integren cultura-educación-comunicación como parte integral de las políticas públicas en todos los niveles.

Siendo importante, la ley de SCA no agota una política de comunicación. Como en cualquier otro aspecto de la convivencia social que atañe a la calidad de vida de los ciudadanos (salud, educación, ambiente, etc.), la comunicación requiere hoy en día de una política pública que, promovida desde la gestión del Estado, impulse y garantice la vigencia de los derechos –en particular del derecho a la comunicación– de todos los actores y sectores. Los medios audiovisuales son una parte fundamental de la comunicación, pero una política de comunicación debe ser más abarcativa y atender a cuestiones tales como el acceso a la información, la promoción e incentivo de los bienes y las industrias culturales y las garantías de una auténtica comunicación de servicio público diferente y al margen de la comunicación de gobierno.

Precisamente este último capítulo es uno de los que más debates puede requerir. En principio, porque existe una larga experiencia que ha confundido lo público con lo estatal y aún más, con lo gubernamental. Es necesario que, como parte del proceso de democratización de la comunicación, se tomen acuerdos políticos, sociales y culturales para definir el sentido y las formas de la comunicación pública, de los medios públicos distintos a los gubernamentales y a los comerciales. Son ámbitos y actividades complementarias, de cuya suma sólo puede resultar una mejor comunicación, más verdaderamente democrática, pluralista y diversa.

Más allá de los logros que ya aportó la ley de SCA y de la consolidación que en sí misma significa para el sistema democrático, el actual período electoral puede servir para ahondar en el debate de ideas. Y seguramente, la gestión que se iniciará el 10 de diciembre podrá profundizar el rumbo en materia de políticas de comunicación basadas en el derecho a la comunicación como derecho humano.

MEDIOS Y COMUNICACION

Herramienta de la democracia

Dos años se han cumplido desde la aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, después de largos debates y un proceso de movilización social. Carlos Valle analiza lo actuado y destaca el valor de la norma como herramienta de la democracia.

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Por Carlos A. Valle *

Dos años después de su sanción la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Nº 26.522), aprobada tras largas discusiones y acusaciones de todo tipo, sigue enfrentando dificultades para su puesta en marcha.

Varios jueces se mostraron reacios a su implementación total o parcial. Hay, al menos, uno que teniendo un concepto bastante laxo de lo que es una “medida cautelar” sigue manteniendo en suspenso un artículo clave para el desmantelamiento del oligopolio de medios y la consiguiente puesta en marcha de una distribución democrática de las ondas (Art. 161). La Corte Suprema se ha pronunciado en forma muy esquiva sobre el tema, indicando que las medidas cautelares debieran durar un plazo razonable, pero sin mencionar su duración. Joaquín Morales Solá ya pronosticaba: “A la futura ley de medios audiovisuales le aguarda el fárrago lento y arduo de una compleja gestión judicial. Será, al mismo tiempo, una ley fugaz; un próximo gobierno la cambiará o hará una nueva” (La Nación, 4/10). Adrián Ventura extrema el dramatismo: “La democracia se suicidó”. Con una lectura particular de la historia concluye: “En 1989 se derrumbó el Muro de Berlín, en 2009, el Gobierno y el Congreso, alegremente, construyeron el muro de la censura”.

Todas estas predicciones, que fueron acompañadas por reiteradas acciones contra la ley, están demorando su plena implementación. Con la instalación de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual se tomaron varias medidas para implementar la ley, pero sus resoluciones reglamentarias están enfrentando un fuerte rechazo o simplemente son ignoradas.

Todavía sigue llamando la atención que una ley de comunicaciones de la dictadura haya sobrevivido en la era democrática. Pasaron más de 25 años y varios gobiernos elegidos por el pueblo. En estos años se introdujeron algunas modificaciones que no han hecho más que incrementar la concentración de los medios y limitar o impedir la participación de multitud de voces de la sociedad. En estos años se elaboraron más de 75 proyectos de ley que nunca fueron tratados por el Parlamento. Esto parece indicar que la voluntad política ha estado sometida a los poderes empresariales que, desde hace muchos años, quieren seguir marcando el paso del país.

Con la ley se han rescatado muchas de las iniciativas elaboradas mayormente a partir de los aportes de muy variados grupos sociales y políticos. Cuando la comunidad se reúne, reflexiona y piensa como tal, surgen aportes y se abren caminos para que su voz sea escuchada en los lugares de decisión. Los aportes y la dedicación de tantos grupos para que la comunidad pueda tener acceso a la comunicación y para que la cultura que crea el pueblo pueda compartirse no han sido en vano. La riqueza del diálogo y el disenso posibilita la oportunidad de abrirse a nuevas propuestas y reconsiderar las propias, conocer verdades ocultas o intereses particulares.

Las declamaciones en defensa de la manoseada “libertad de prensa” de muchos medios podrían resumirse a “los negocios no se tocan”. A pesar de este repiqueteo descalificador no pudieron impedir que muchas otras voces comenzaran hacerse oír. Lejos se está de negar el carácter comercial de buena parte de los emprendimientos de medios. Pero hay dos cosas que no se pueden obviar. Una, que la comunicación de la comunidad no puede reducirse a un negocio. El reduccionismo mercantilista de la comunicación es una forma de establecer el poder totalitario del negocio. Dos, la posibilidad del negocio de los medios tiene que tener un límite y una orientación. El espectro radioeléctrico es un bien de dominio público y debe ser regulado. Este es el camino para una verdadera democracia. Las dificultades que sigue encontrando la ley para su implementación no han impedido que otras voces se manifestaran. El halo de infalibilidad y autoridad que muchos medios y periodistas ejercieron por muchos años se ha ido desmoronando.

¿De dónde ha venido esa arrogancia de los medios para considerarse dueños indiscutibles de la verdad? Se podría pensar si algo de esto no lo han heredado o tomado de los religiosos. La actitud todopoderosa de los religiosos, en muchos momentos de la historia, definía los límites entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, lo justo de lo injusto. El poder que provee tener la información pone una distancia y un grado de superioridad en la relación que inhibe toda crítica. Pero los tiempos de la autoridad religiosa impositiva han terminado, la verdad no les pertenece. La verdad se va creando en la verdadera comunicación sin ataduras de la comunidad toda.

Nuestro país ha vivido muchos períodos de oscuridad y opresión que han costado muchas vidas, impedido mucha creatividad, producido mucho dolor. No se pueden plegar las banderas de la ciudadanía responsable por el atropello de unos pocos que sólo tienen el argumento de su fuerza y su poder económico. Hoy tenemos las herramientas para bregar por una comunicación democrática que cree la comunidad solidaria.

* Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC).


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