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sábado, 23 de julio de 2011

tendencias modernas

Es más frecuente que la depresión pero se la confunde con la timidez

Fobias sociales: un trastorno cada vez más habitual en las ciudades

Publicado el 23 de Julio de 2011

El 20% de los argentinos padece este desorden psicológico. Si bien se duplicaron las consultas en los últimos diez años, todavía muchos no se tratan. Con un diagnóstico temprano y eficaz, el 90% se recupera rápidamente.
El corazón late cada vez más fuerte, transpira, el rostro se enrojece y los músculos se endurecen preparándose para la fuga. Así responde el cuerpo ante una amenaza, y es lo que sienten quienes padecen de fobia social. También se lo conoce como trastorno de ansiedad social y se caracteriza por el temor a enfrentar situaciones sociales y a ser evaluados de forma negativa por los demás. De esta forma, lo que para algunos son acciones sencillas, como comprar el pan, pedir la hora en la calle, hablar en público o asistir a una fiesta, son misiones imposibles para quien sufre el contacto social.
Los especialistas calculan que en el país las consultas por esta patología se duplicaron en los últimos diez años, y que cerca de un 20% de los argentinos la padece, aunque muchos sin saberlo. Sin embargo, aseguran que con un tratamiento adecuado, más del 90% puede superarla. Según Enzo Cascardo, psiquiatra y director del Centro de Investigaciones Médicas en Ansiedad (IMA) “las consultas aumentan porque también lo hace el conocimiento en la población sobre esta enfermedad, así también como las situaciones estresantes”. “Se estima que 140 personas de cada mil, tuvieron o van a tener fobia social”, agrega el experto, quien asegura que la fobia social es más frecuente que la depresión, y que “muchas veces la gente demora en consultar porque cree que se trata de timidez, pero es una enfermedad altamente invalidante”.
Sentado en un sillón de la sala de espera de Hémera, centro de estudios del estrés y la ansiedad, está Juan. Se lo ve relajado. “Hace dos años hubiera sido imposible para mí dar una nota”, es lo primero que dice después de saludar, algo que también le hubiera resultado dificultoso hace dos años, al menos no sin que sus mejillas se saturaran de rojo o comenzara a sudar…
“La fobia fue una mochila muy pesada que cargué desde chico y que no me dejaba llevar una vida normal”, dice Juan de 51 años y sigue: “decidí no ir a fiestas porque al no hablar con nadie, llamaba la atención. Encima como soy cordobés, siempre se acercaba alguien y me decía, ‘cordobés, ¡contate un chiste!’ y yo me iba sin decir nada. Quedaba como un tipo raro, pero nadie sabía que yo estaba sufriendo muchísimo”, confiesa abrumado.
El miedo a ser juzgado y sentirse avergonzado es tan intenso y persistente que interfiere en sus vidas, no pueden formar pareja, no pueden estudiar una carrera, otros pierden su trabajo o directamente no lo consiguen.
Después de 24 sesiones de un tratamiento psicológico, Juan pudo salir adelante y quebrar con el silencio en el que vivía sumergido. Es ingeniero, está casado desde hace 20 años y tiene dos hijas. Si bien con su familia nunca tuvo problemas “sociales”, en la oficina tenía que interactuar, tomar decisiones, y dar órdenes, pero él trataba de evitarlo “creía que se iban a reír de mí”, cuenta Juan y admite en voz baja que “fue complicado decidir hacer un tratamiento, pero si no lo hacía, no iba a poder vivir en paz”.
Sin embargo, llegar a una consulta no es nada fácil, el primer paso es aceptar la patología, reconocerlo, y después decidirse a tratarla. “La conducta favorita de los fóbicos sociales es la evitativa de todas aquellas situaciones que impliquen interacción con un otro, y también suelen evitar confrontar el problema. El proceso de recuperación puede ser largo, pero es fundamental para lograr una mejor calidad de vida”, explica Patricia Gubbay, psicóloga y directora de Hémera.
Los especialistas concuerdan en la importancia de un diagnóstico precoz y preciso para evitar complicaciones y mejorar la calidad de vida. La mayoría de las consultas recibidas en los distintos centros de atención a la ansiedad se dan entre personas de entre 20 a 35 años. Según Gubbay, esto se debe a que se pide ayuda recién cuando creen que lo que les pasa impide desarrollarse, conseguir pareja o ascender en su trabajo.
Las causas que generan la fobia social son diversas, puede existir un elemento genético causante del pánico y la fobia social debido a la duplicación una extensa zona del cromosoma 15. Otra de las causas son las experiencias infantiles en las que los padres hayan sido muy exigentes, o sobreprotectores o perfeccionistas, y las situaciones desencadenantes en las que se la pasó verdaderamente mal, como un momento de ridículo.
Más allá de comprender por qué les pasa, la consulta a tiempo es, según los expertos, lo que permite prevenir las peores consecuencias. Al respecto, un estudio realizado por la empresa de innovación tecnológica IMA en Argentina, reveló que ocho de cada diez casos de fobia social estaban vinculados a otros trastornos como depresión y alcoholismo. Los informes clínicos revelan que la ansiedad social suele preceder al abuso o dependencia del alcohol, ya que los pacientes beben como un modo de automedicarse, disminuyendo los niveles de ansiedad gracias a la desinhibición que el alcohol produce. “Gran parte de quienes la padecen son personas jóvenes, que presentan un alto grado de vulnerabilidad a desarrollar una adicción incluso pensar en suicidio”, explica Gubbay.
Diego tiene 27 años, es coordinador logístico en un depósito de la marca de ropa Columbia. Antes de realizar el tratamiento, “veía gente y me escapaba”, cuenta. “Lo que más me costaba eran las reuniones de trabajo, siempre faltaba poniendo alguna excusa y por eso no pude ascender.” Lo mismo le ocurría cuando iba a comprar algo al kiosco, o al entablar una relación amorosa o de amistad “me ponía muy nervioso, me temblaban las manos, y no podía hacerlo, por eso en más de una oportunidad pensé en matarme”, admite Diego.
En la mayoría de los casos los síntomas de la ansiedad social se presentan frente a desconocidos. Sin embargo, Diego también tenía problemas para comunicarse con su familia. “Un día vino mi hermano a cenar, a quien no veía hacía dos años, y sentí que no podía estar sentado en la misma mesa, no quería que me mirara ni me preguntara nada. No lo pude soportar”, cuenta el joven quien buscó ayuda en la terapia grupal.
El primer día de tratamiento, él quería desaparecer. “Lo único que pude decir era mi nombre y salí de ahí pensando que la única solución era el suicidio. Después de seis meses pudo superarlo, hablar con desconocidos y enfrentar la vida. “Hoy doy gracias a mi psicóloga que me obligó a ir por segunda vez al grupo y me considero un 90% recuperado.” <

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