Adherentes de la pagina

domingo, 24 de julio de 2011

medios

El mundo

El periodismo después de Murdoch

El caso de las escuchas telefónicas en Gran Bretaña, que derivó en el cierre del tabloide News of the World, divide opiniones entre quienes temen que el desprestigio afecte a la prensa en general, quienes creen que lo mejor del periodismo se beneficiará con la caída en desgracia del magnate de origen australiano y quienes denuncian una sobreactuación mediática

Domingo 24 de julio de 2011 | Publicado en edición impresa
El periodismo después de Murdoch
Una protesta en Londres, esta semana, contra los métodos inescrupulosos de los medios de Rupert Murdoch. / Fotos de Reuters/ Olivia Harris; Reuters//Paul Hackett y AFP/ Alessandro AbbonizioVer más fotos

Juana Libedinsky
LA NACION
NUEVA YORK/LONDRES
Metáforas a ambos lados del Atlántico no faltan. Se habla de una nueva caía del Muro de Berlín, de un nuevo Watergate, de la eliminación del Imperio del Mal o de una "primavera británica", por analogía con la "primavera árabe" que, hasta hace tan poco, había dominado los titulares y el interés general y que ahora, junto a Dominique Strauss-Kahn y el cuestionamiento al sistema periodístico y judicial que acarreó su arresto, parece completamente olvidada. Para otros, en cambio, se trata de un mero ataque de histeria de los medios, convenientemente desplegado en el verano boreal, cuando nunca hay noticias fuertes, más allá de la última pelea entre millonarios por el estacionamiento de jets en los Hamptons en los diarios de EE.UU. o los excesos de bebida de los jóvenes británicos en las playas más populares de Grecia o las Baleares en los matutinos de Inglaterra.
Pero ¿qué es, en realidad, el caso Murdoch, sobre todo para el periodismo anglosajón? ¿Habrá acaso un antes y un después en el mundo de los medios, o los intereses corporativos son tales que, una vez llegado el otoño, los millonarios volverán a sus oficinas de Wall Street, los jóvenes bebedores a sus aulas universitarias de Oxford o Manchester, y todo será " bussiness as usual "?
A pesar de todo lo que ha salido publicado, hay quienes creen que todavía es demasiado temprano para saber. Así opina por ejemplo Dave Saldana, especialista de Free Press, el principal grupo con sede en Washington dedicado a incentivar la reforma, independencia y calidad periodística en los medios de comunicación. "Puede ser que, en términos de medios, eventualmente todo quede atado al tabloide de Murdoch News of the World. Y que, con su cierre, incluso el desprestigio que trajo a los políticos y a la policía asociados al escándalo de las escuchas ilegales quede circunscripto a un tabloide que no está más. Pero también puede ser que todavía ni siquiera haya salido a la luz la gravedad de la situación para el periodismo en general".
"Nosotros creemos -dijo Saldana a La Nacion- que el periodismo es fundamental para la democracia, y que el cinismo y la falta de credibilidad que rodean a la profesión son peligrosos para un sistema que protege las libertades. Casos como éste sólo sirven para reforzar el desprestigio de la profesión ante los ciudadanos, que deben poder creer en ella para que cumpla su razón de ser cívica".
Otros observadores, sin embargo, no tienen dudas de que cualquier cosa que sea mala para Murdoch no puede ser sino buena para el periodismo. Todd Gitlin, una eminencia de la Universidad de Columbia, lo resumió de manera tan visceral que parece difícil no sorprenderse ante la pasión puesta en la respuesta de un circunspecto profesor universitario, pese a que el tema seguramente lo amerite. "Realmente me conmueve el esfuerzo de los conservadores que tratan de defender a Murdoch y sus empresas como ejemplos de la mentalidad ?no me pisotees, Estado'", dijo en referencia a la fama de los medios del multimillonario de origen australiano de ir como perros de caza tras los políticos. O al menos tras ciertos políticos. "Murdoch -añadió- es simplemente uno de lo grandes pisoteadores de nuestro tiempo. Ha corrompido a la prensa británica, tanto a los tabloides The Sun y News of the World como a los distinguidos The Times y Sunday Times, y no a escala industrial sino a escala de cartel".
A su juicio, esta influencia negativa del magnate de los medios no se limitó a Gran Bretaña: "Aquí, en EE.UU., ha degradado al Wall Street Journal, alguna vez conocido por sus investigaciones serias, para no hablar de la maldad destilada de su tabloide New York Post, que evidentemente conserva tal poder en el Estado de Nueva York que hubo senadores que se negaron a responder a los periodistas que llamaban para conocer sus opiniones sobre las investigaciones del FBI y la Securities Exchange Comission a News Corp, el conglomerado de Murdoch. Y las palabras faltan para hablar de la influencia venenosa del canal de cable Fox News, no sólo en la vida de EE.UU. sino, por su poder, en la vida del mundo".
Gitlin agregó que el problema británico -que es también el problema norteamericano- no es tanto la ilegalidad de las escuchas ilegales llevadas a cabo por News of The World. El problema de fondo, a su juicio, es la manera en que Murdoch estableció un control sobre el poder político. Asegura en este sentido que la única diferencia entre la clase política norteamericana y la británica es que, mientras en las islas británicas Murdoch controlaba a laboristas y conservadores por igual, en Estados Unidos "sólo los republicanos" le rinden pleitesía.
El historiador y analista político británico Timothy Garton Ash, que escribe desde la Universidad de Stanford, en California, sorprendido por la intensidad transatlántica del debate ("Los americanos se despiertan con Hugh Grant en la televisión diciéndoles por qué deberían temer a Murdoch"), fue incluso más lejos al retratar la situación en Gran Bretaña. Aseguró que la debacle de Murdoch muestra una enfermedad que se ha expandido lentamente por el corazón del Estado británico durante los últimos 30 años. "Es el ataque al corazón que alerta que uno está enfermo, pero que también da la oportunidad de emerger más sano que antes. La causa de fondo de esta enfermedad británica ha sido un poder fuera de control de los medios. Su principal síntoma ha sido el miedo", escribió en Los Angeles Times.
Este miedo, razona Garton Ash, se apoderó tanto de los políticos como de la policía y Scotland Yard, porque si los tabloides no iban de hecho tras uno, siempre estaba el riesgo de que eventualmente lo hicieran, y con métodos inescrupulosos e ilegales.
"Aun si quedan por aflorar revelaciones peores que las ya escuchadas sobre el pasado, el futuro luce más promisorio. Lo mejor del periodismo ha expuesto lo peor. Los líderes políticos y los representantes ante el Parlamento están, al fin, reafirmando la supremacía de los políticos electos sobre los barones mediáticos no electos. La barrera del miedo ha sido superada", sostuvo.
Un guión atrapante
En tanto, la saga de los teléfonos pinchados tiene a todos, a uno y otro lado del Atlático, enganchados como una de esas series policiales que no se puede dejar de ver por la noche y de las cuales es de rigor hablar al día siguiente en la calle y en la oficina. Con sus sucesivas capas de intriga, que arrancaron con villanos clásicos como los reporteros de tabloides y los detectives privados que éstos contrataban y que, de a poco, dieron paso a una escalada de teorías conspirativas que involucran a lo más alto del poder político, ni el más hábil guionista de Hollywood podría haberlo hecho mejor. Pero la historia bordeó lo inverosímil cuando, esta semana, un cómico desesperado intentó tirarle un pastel de crema a Murdoch mientras éste hablaba ante el Parlamento y su mujer, Wendy Deng, lo interceptó con un rápido movimiento. Durante todo un día de lo único que se habló fue de la extraordinaria capacidad de la esposa del millonario para detener tortas voladoras.
Algunos analistas, de hecho, creen que con la repercusión que está teniendo el caso se está exagerando. En un artículo publicado en The Guardian, paradójicamente el medio de centro izquierda que más investigó todo el caso de las escuchas, el comentarista Simon Jenkins, que antes trabajaba para The Times, sostuvo lo siguiente: "Que todo el mundo supiera que entre los periodistas y la policía había intercambios materiales no los hace aceptables, y mucho menos legales. Y tampoco es edificante saber hasta qué punto están íntimamente relacionados los editores y los políticos. Pero esto no es ni la caída del Muro de Berlín ni los juicios de Nuremberg. La gente más humilde no está haciendo manifestaciones contra el gran Satán Rupert Murdoch, "el hombre más perverso del mundo", según la descripción de la BBC. Más bien están furiosos por el hecho de haber perdido su tabloide favorito. Hay un límite en cuanto al significado que puede tener un hecho; en general, la mayor parte termina siendo pura histeria".
"La propiedad de los medios -añadió Jenkins-, en particular de los diarios, siempre ha sido loca y excéntrica, dominada por cuestiones de ego y ansias de grandeza. Pocas veces tiene que ver con ganar dinero. De haber sido así, evidentemente habría habido muchos menos diarios. La influencia de Murdoch sobre la industria de los medios en general ha sido la de un innovador serial, que se confrontó con los sindicatos, bajó los costos de producción, y ahora pone tarifas al acceso por Internet. Todos los diarios se han beneficiado con esto, aunque detesten reconocerlo".
Nada de esto justifica el hecho de engañar al Parlamento y pinchar teléfonos. Pero la tormenta de histeria que se está viviendo hoy parece tener menos que ver con un intento sensato de redefinir la ética del periodismo que con un intento algo burdo de reestructurar una industria. El temor de Saldana es que, dado el efecto global del escándalo Murdoch, esto se interprete como una evidencia de que es necesario un mayor control por parte del Estado en los medios de comunicación. "La discusión de fondo siempre tiene que ser de mayor competencia y autorregulación de la prensa. Esta tiene que ser libre. Que se meta el Estado a intentar manipularla es básicamente lo mismo que lo haga una corporación, ya que entonces defenderá intereses y no podrá ser un árbitro imparcial", explicó.
"En este momento -concluyó para LA NACION John Naughton, director del programa para periodistas de la Universidad de Cambridge- se está viviendo una sensación irreal de alivio, un poco como la experimentada cuando renunció Mubarak en Egipto. Pero hay un largo camino por delante, y no estoy seguro de que todo vaya a ser navegar en mares calmos".

No hay comentarios: