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lunes, 21 de febrero de 2011

Freelancers: cómo se vive el trabajo sin oficina

Cómo es la experiencia de abandonar la vida full time y entrar al particular mundo laboral en casa. Wi-fi o muerte y el cortado eterno en los bares de Palermo. 
Por Nicolas Artusi

La paradoja de los tiempos portátiles está en que no gozamos del aguinaldo ni del franco compensatorio, pero cargamos con todo el peso de la oficina sobre nuestras espaldas, literalmente: en la mochila. Hacemos de los bares despachos personales, armados con el escudo de los caballeros actuales (la computadora) y, si hubo un tiempo en que nos identificamos por el factor sanguíneo (RH), hoy nos reconocemos en nuestros teléfonos con 3G y exigimos wi-fi como otro derecho humano. Con internet se vive, se come, se educa.

Siempre adelantados a los antropólogos, los publicitarios (esos sociólogos del yogur y la cerveza) copan minutos de la tanda con los personajes que me identifican en mi nueva vida como freelance: gracias al wi-fi, yo también hablo por chat con mis jefes en pishama, paro en parrillitas de la ruta para contestar mails o juego al poker online en slip. Pero no me considero top: apenas, laptopista. Eternizo un cortado hasta límites intolerables por todos los protocolos gastronómicos conocidos; me desespero ante la fatiga de los mozos a los que confundo con mis empleados; chequeo compulsivamente el estado de "mi" batería como si fuera el robot Jaime, desprovisto de impulso vital frente al bajón de energía; desvío la atención ante cada novedad en mi Cronología (último tweet recibido mientras escribo esto: "Tengo un blog secreto en el que subo fotos de minas en bolas jugando con rastis" ).

Y mientras recuerdo al prócer literario que imaginó el atasco eterno en su novelón Los autonautas de la cosmopista, pierdo la paciencia ante la advertencia del maldito Windows, que en cartelito amarillo hepatitis me amenaza: "Intensidad de la señal: baja". Quedo embotellado, embotado, embelesado ante el cuelgue: se podrá decir que me he vuelto un zombie psicótico (en todo este día de trabajo portátil, lo juro, no-hablé-con-nadie) o que soy un reprimido emocional: con estos compañeros ocasionales no se intercambian palabra, sonrisa o mirada. Homologados por el jean prelavado y la remerita raída, parecemos fugados de un capítulo de la serie The Walking Dead, zombies adormilados con el aislamiento de un callcenter, aun en el espacio público.

Aunque acaso sea cierto que nadie trabaja realmente en una cafetería. Miro a los costados y me cruzo con palermitanos enfrascados en su novela inédita, su post inédito y cito para mí las palabras del primer trabajador: "¡Andá a laburar!". Se dirá que no podemos trabajar en casa, donde cualquier acontecimiento nos dará excusa para la distracción. Atascados en la cosmopista, nos concentramos con intensidad, replicamos la pasividad presurizada de una cabina de avión: el bar nos ofrece una estructura rígida y los freelancers, aún incapaces de ceñirnos a las reglas de una oficina, necesitamos de algún ritual diario.

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