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lunes, 8 de marzo de 2010


El nazismo según Hollywood
El nazismo se está convirtiendo en un nuevo campo de juego para la diversión de los chicos malos de Hollywood.

Ya el año pasado fuimos espectadores de Inglourious Basterds, de Quentin Tarantino, en la que Hitler muere no en Berlín, sino en París, en el incendio de una sala cinematográfica. Combatientes judíos por la libertad arrancan la cabellera a los nazis capturados y marcan a cuchillo svásticas en la frente de los que dejan ir. El sargento Donny Donowitz, alias el Oso Judío, juega básquetbol con los cráneos de sus víctimas. El propio Hitler se convirtió en una especie de Gran Productor, tras haber extendido los límites de su estudio a Alemania y el resto de Europa. Y el autor, interrogado acerca del significado profundo de su cinta, no titubeó al explicar que, para estos ángeles antinazis, cuyas “abuelitas” europeas habían permanecido “impotentes” la primera vez que los alemanes habían “tocado a sus puertas”, los tiempos habían cambiado y “la hora de la venganza había llegado”. Tarantino, por supuesto, seguía siendo Tarantino. Gracias a Dios, el autor de Pulp Fiction y Reservoir Dogs no había perdido nada de su genio. Pero uno tenía problemas para imaginarse qué podría obtener de tal filme un adolescente más o menos informado de California o Minnesota o incluso de la vieja Europa. Y era imposible no percibir el tipo de sacudimiento en el orden de la verdad que, pese a, o en realidad debido a ese mismo talento, esta película engendraría inevitablemente. ¿Antinazismo, realmente, como una respuesta de los nietos a la humillación de las abuelas? En otras palabras, ¿la guerra de 1939 como una respuesta a la 1914? Y, después de todo, ¿quién sabe en qué condiciones Hitler realmente expiró? ¿Quién sabe si no falleció por esta sobredosis de cinema aquí descripto y la mise en abyme por el filme? Los hechos se convierten, a medida que la historia y la producción avanzan, en este material crudo que el gran espectáculo tarantiniano traga, escupe y finalmente borra, ¿por qué una muerte no filmada en un oscuro búnker de Berlín no terminaría cediendo su lugar a esta muerte, presentada en imágenes, orquestada y producida en la obra de un genio? Uno teme pronunciar la palabra, porque podría parecer tan cargada de los que es políticamente correcto. Y no obstante, en las gozosamente macabras travesuras de Inglourious Basterds hay un riesgo real de revisionismo. Hoy toca el turno a otro gigante del cine estadounidense, Martin Scorsese, de echar mano de este material altamente inflamable que es la historia del nazismo –asumiendo una responsabilidad similar, me temo, al hacerlo–. Una vez más, no hay duda del talento o del argumento de Shutter Island, que fusiona referencias de Hitchcock, Samuel Fuller, Vincente Minnelli o la poca conocida isla de los Muertos por Val Lewton y Mark Robson, todo con un virtuosismo asombroso. Pero, una vez más, ¿qué hay de la identificación implícita de Guantánamo con los campos de exterminio? ¿Qué hay de la Isla del Diablo, localizada en el corazón de Estados Unidos, donde el gobierno supuestamente ha reciclado a los ex criminales nazis después de la guerra? ¿Y Dachau? ¿Qué puede uno decir de estas imágenes de un Dachau confundido con Auschwitz con una inconsciencia casual, dado que el famoso letrero Arbeit Macht Frei ha sido colocado en su portón? ¿Qué puede uno pensar de esas tumbas colectivas donde los muertos coloreados nos miran con ojos de cera o de muñecas de plástico, acosando la mente del héroe como un terrible leit motiv constantemente a lo largo del filme? Y finalmente, ¿cómo puede uno dejar de ver fijamente la escena de la cámara de gas vacía cuya puerta abre Leonardo Di Caprio accidentalmente en sus caminatas subterráneas por el hospital psiquiátrico donde lleva a cabo su investigación, y la cabeza de ducha sin funcionar que alcanza a ver? ¿Dejaremos pasar sin reaccionar las pilas de cadáveres color de dulce, con photoshop y cirugía estética que parecen acabar de salir de una composición de Jeff Koons? ¿Y deberíamos permitirles seguir cavando en este abismo que evita deliberadamente las restricciones del tiempo, donde esas imágenes, que sabemos, son inconcebibles, como señaló Claude Lanzmann en referencia a Schindler’s List, están atenuadas, manipuladas, sujetas a efectos especiales, computarizadas? La verdad es que el nazismo se está convirtiendo en un nuevo campo de juego para la diversión de los chicos malos de Hollywood, cuyos magnates han decidido que tienen derecho a decretar lo que es real y lo que no le es cada momento. Más bien, es un autoservicio, ni más ni menos tabú que cualquier otro, en el que aquellos que eligieron pensar que dado que las narraciones son las que hacen girar al mundo, la realidad no debe ser otra cosa que una forma más de ficción, y hay que elegir. El arte es la prioridad. No la memoria. Y, aún más, lo que es moral, que necesita de una “ nueva ola” para recordarnos que es todavía, y más que nunca, el negocio del cine
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