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miércoles, 10 de marzo de 2010

medios

MEDIOS Y COMUNICACION
Ricardo Fort o la era del vacío
Carlos De Angelis sostiene que Ricardo Fort es la manifestación del deseo colectivo de la admiración del hedonismo como fin en sí mismo, entronizando el culto a mirarse al espejo y el éxito, convertido en cultura popular, ayuda a comprender algunos aspectos de nuestra sociedad y su tiempo.
Por Carlos F. De Angelis *
Su imagen tomó por asalto la pantalla televisiva. Sus músculos, tatuajes, cirugías estéticas, piercings y un ostentoso estilo de vida conformaron la irrupción de un personaje poco habitual.
Su presencia, de la mano de uno de los programas más vistos de la televisión argentina, confirmó una vez más la tesis del alcance e impacto de la construcción mediática.
Es claro que este personaje es un producto televisivo y la televisión es una máquina que necesita alimentarse de novedades para lograr impacto en la audiencia. Pero también es cierto que muchas de las propuestas televisivas, aun aquellas de alta calidad, suelen fracasar en un corto tiempo. No es el caso de Ricardo Fort que se constituyó velozmente en alguien “exitoso”.
Esta irrupción genera algunos interrogantes sobre las características y atributos, que le permitieron convertirse en uno de los personajes más comentados para el final del año pasado.
El filósofo francés Gilles Lipovetsky ya planteaba en los tempranos ochenta que la cultura del neonarcisismo impulsaría un nuevo estadio para las sociedades donde el individuo se iría desentendiendo de los lazos y valores sociales que dieron contenido a su rol en comunidad para pasar a estar centrado en sí mismo, en sus logros personales, su cuerpo.
Este planteo, si bien se refería en su momento a los países centrales de Occidente, sin dudas se puede extender hoy día, en plena globalización capitalista, a los confines del planeta.
A la fuerte politización de los años sesenta y setenta donde todo parecía posible, le siguieron la despolitización y el retiro de los sujetos de la “cosa pública” y la falta de interés por los demás. El hombre que desde tiempos remotos se construyó en torno de sus clanes, sus aldeas y sus comunas rompe lanzas y niega su pertenencia a su sociedad, pero no la niega desde un acto emancipador, sino desde un acto individualista.
Este modelo cobra especial intensidad en la Argentina de estos días, donde el hedonismo, los intereses personales y el “mirar el bolsillo propio” parecen ser el pensamiento hegemónico y devienen en una inusual apatía ciudadana y la imposibilidad de desarrollar un proyecto común, no por discrepancia sino por omisión.
El abandono de esos grandes generadores de sentido que fueron el Estado-nación, la idea de un mundo mejor o un hombre nuevo genera un angustioso vacío que se completa con la búsqueda del placer personal e instalan un principio de presente perpetuo que se fusiona con la eternización de la juventud. La dieta permanente, los productos light, la ejercitación constante (que no es el deporte con sus reglas y equipos), las cirugías estéticas, ciertas búsquedas espirituales, la delgadez anoréxica y hasta la dentadura perfecta son los imperativos de la dictadura del bienestar personal.
Los medios, especialmente la televisión, enarbolan este estilo de vida como verdad revelada e imponen los criterios de cómo se debe vivir. Basta con mirar un buen rato las tandas publicitarias de cualquier canal para apreciar estos discursos que diseñan una vida moldeada en este pensamiento unidimensional.
Ricardo Fort condensa ese deseo colectivo (colectivo por simple agregación): la admiración del hedonismo como fin en sí mismo entronizando el culto a mirarse al espejo.
Dos elementos adicionales de su biografía completan esta pintura costumbrista.
Por un lado, la recordación continua de que lo acompañan siempre sus guardaespaldas potencia un virtual halo de intangibilidad.
Por el otro, su remarcado linaje social, por provenir de una familia propietaria de una empresa de origen nacional, recuerdan un fracaso, pues se trata de un sector donde la Argentina depositó en su momento sus sueños y expectativas de un desarrollo industrial autónomo. Sueños que quedaron sepultados en las políticas económicas de la dictadura y de los proyectos neoliberales de la democracia, y muy por detrás de los músculos y tatuajes de su heredero.
La cultura popular marca, como siempre, el ritmo de los cambios sociales, económicos y políticos. Su lectura atenta y desapasionada puede ayudar a comprender algunos aspectos de nuestra sociedad y su tiempo.
* Sociólogo e investigador (UBA).
MEDIOS Y COMUNICACION
Una materia pendiente
Carlos Valle reinstala el debate sobre la dimensión humana de la comunicación y sus aspectos participativos que inciden sobre la vida de la comunidad y reclaman consideración política y social.
Por Carlos Valle *
Por varias décadas, especialmente en los ámbitos internacionales, no se han discutido políticas destinadas a lograr un desarrollo más democrático de las comunicaciones que posibiliten la participación de toda la comunidad. Se trata de una situación que, si bien tiene dimensiones comerciales y técnicas –preeminentes, y a veces exclusivas, en la consideración del tema–, posee connotaciones sociales profundas que han sido dejadas de lado en los foros de debate. Esta dimensión humana del problema y sus efectos sobre la vida de la comunidad toda reclama su consideración y es aún una materia pendiente.
El mundo de la comunicación atravesó una época de optimismo con el convencimiento de que era no sólo necesario sino posible reivindicar el derecho de los pueblos a desarrollar y sostener su propia cultura comenzando por democratizar las comunicaciones. La comunicación como derecho humano debía ponerse en práctica a través de políticas nacionales e internacionales. Es esta búsqueda la que lleva a la Unesco a iniciar un largo proceso en la prosecución de una comunicación más libre y equilibrada, para lo cual constituye la Comisión McBride, que produce el desafiante documento llamado “Nuevo Orden Internacional de la Comunicación y la Información” (Nomic). Como todo informe que trata de conciliar posiciones diversas, se torna ambiguo, contradictorio y deficiente. Su implementación pronto comenzó a ser resistida. A fines de 1984, EE.UU., Gran Bretaña y Singapur se retiran de la Unesco alegando, entre otras cosas, que el Nomic representaba un intento de restringir la libertad de prensa y la iniciativa privada. Se trata de una historia no tan lejana pero, lamentablemente, maltratada, criticada y olvidada por muchos.
No es por casualidad que el desarrollo de este proceso por una comunicación más libre y balanceada haya estado emparentado con la búsqueda de un nuevo orden económico, que involucró a los países del Tercer Mundo. Esta búsqueda se basaba en la convicción de que el crecimiento por sí mismo no representa la solución para los problemas de los países más desfavorecidos y que el mercado libre no es el mecanismo más eficaz para producir una distribución más justa de los recursos.
Recoger la experiencia del pasado y evaluar sus propuestas y hechos es no solo valioso sino también necesario. Este ejercicio provoca una sensación de déjà vu, porque se percibe que siguen presentes los mismos problemas y, en muchos casos, se han agravado.
El desvanecimiento del optimismo de aquellas décadas, no sólo en el campo de las comunicaciones, se ha convertido en una constante en el ámbito global. Las utopías se han tornado desencantos. La solidaridad, una propuesta inaceptable en un mundo en el que cada uno debe arreglárselas como mejor pueda. Todo se ve sin propósito, sólo en términos de causa y efecto; los hechos reemplazan a los valores. El progreso, la expansión y la modernización se convierten en lo más importante.
La comunicación hoy plantea serios cuestionamientos a la comunicación en general que pueden resumirse, al menos, en los siguientes puntos:
Cuestiona a la comunicación, especialmente la comunicación masiva, por ser verticalista y unidireccional en el envío de sus mensajes.
Cuestiona que el poder de la comunicación esté en manos de unos pocos, cuyo propósito básico es su propio beneficio.
Cuestiona que los medios comerciales, tan potentes y penetrantes, están básicamente al servicio del consumismo, donde el ser humano es considerado “masivamente”, no como un ser libre y creativo, sino como un potencial consumidor que necesita ser estimulado a consumir, un ser que debe comprender que en el consumo satisface sus necesidades más primarias.
Cuestiona que la comunicación tradicional sea “masiva” por su influencia sobre los aspectos que contribuyen a la ausencia del ejercicio de la libertad: la pasividad, la inercia, el debilitamiento de la capacidad de pensar y decidir.
Cuestiona que la comunicación de las grandes potencias generalmente muestra una falta de respeto por las culturas locales, un desconocimiento y desinterés por las realidades que estos países soportan y denuncian su propósito de dominación política, económica y cultural.
Un grupo de comunicadores latinoamericanos reunidos en Lima, Perú (1990), analizando la crítica situación de la comunicación ya solicitaban: “Hoy más que ayer, con énfasis sobre la práctica antes que sobre la retórica, hay que procurar una Nueva Comunicación, sin mitificar fórmulas y eslogan ni desconocer los cambios, pero sin renunciar al ideal supremo de una comunicación libre de intereses económicos y políticos, a la vez participativa, sujeta a criterios superiores de solidaridad y justicia”.
* Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas.

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