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lunes, 23 de noviembre de 2009

De medios y empresas de Julio benavidez

Joan Costa:
El mito de la autoridad, o las cosas son más sencillas de lo que parece.
Como cada 30 días entregamos el documento que Joan Costa produce y que comparte con nuestros lectores.

Demasiadas veces las palabras inspiran respeto según quien las dice. Parece que la razón está en quien habla, diga lo que diga, más que en lo que dice. Y nadie se atreve a discutirle. Aquí cuento una anécdota que va en este sentido.A ciertas “autoridades” no siempre hay que tomarlas en serio. Por más que parezca que hablan ex catedra ya sabemos que a menudo se habla, se habla y se escribe pero al final no se dice nada. El problema que conllevan las palabras es que se supone que cuando una persona habla, está diciendo algo (sino, ¿para qué hablar?). Esta expectativa tan lógica aumenta exponencialmente cuando quien habla o escribe se le considera “autoridad en la materia”.Rudolf Carnap, uno de los líderes del Círculo de Viena, exigía que “Cuando uno hace una afirmación, también debe probarla”. Pero el tema que quiero traer aquí no es una afirmación de una “autoridad competente”, sino una pregunta que esta persona nos lanza. Y en este caso, puesto que el personaje en cuestión sólo pregunta pero no afirma, entonces ya no tiene nada que demostrar.Me estoy refiriendo a una incógnita que el célebre semiólogo Roland Barthes planteó a propósito de la escritura. La pregunta dice así: “Las palabras están hechas de letras, de acuerdo, pero ¿de qué están hechas las letras?”.Comenté esta pregunta de Barthes entre un grupo de amigos, y lo hice con toda naturalidad, sin darle demasiada importancia, como si se tratara de una simple boutade -que es lo que en realidad pienso-. Para mí es como una broma o un chiste, porque me parece que la pregunta es obvia. Y tú, que me estás leyendo, podrías tratar de responderla, lo que sería un buen ejercicio.Pero a pesar de que no planteé en serio la pregunta de Barthes, la verdad es que logró descolocar a los presentes, como llevados por la presunción de que algo importante se debía encerrar en esta incógnita. Si el gran Barthes la puso negro sobre blanco ¡por algo sería! Sin embargo, nadie en el grupo aventuraba un comentario. A la vista de ese silencio decidí seguir:“¿De qué están hechas las letras? Pues para mí está muy claro”...Uno de los asistentes me cortó. Levantó la mano y con expresión trascendente sólo dijo: “No está tan claro, ni es tan sencillo”. Y frunció el ceño como diciendo: “Cuidado, que esto es muy serio”. Y repetía la pregunta reflexionándola: “De qué están hechas las letras”..Era el filósofo del grupo.En ese momento pensé que si yo no hubiese nombrado al autor y hubiera aventurado la pregunta como cosa mía, el amigo filósofo no se habría tomado la cosa en serio. ¡Es el problema de la autoridad! Un problema que conlleva a la vez otro problema: El de hacernos pensar las cosas con palabras en lugar de observarlas directamente, sin apriorismos intelectuales de por medio.No tengo dudas sobre lo que pregunta Barthes. Yo sé de qué están hechas las letras, desde los sumerios hasta hoy, y lo sé porque no pienso con palabras, sino que observo qué hacemos la gente con las letras. Por eso lo sé.Pero en la reunión continuaba el silencio expectante ante el solemne toque de atención lanzado por el filósofo. “Esto no es ninguna tontería -prosiguió-. Hay que reflexionar”. Y puso otra vez cara de concentrarse.“No hay que pensarlo demasiado -atajé seguro-. Todos sabemos de qué están hechas las letras: de trazos”. “No es tan obvio”, replicó el amigo, como zanjando que yo me había precipitado y que la cosa había que rumiarla.“Es evidente -insistí-. Las letras están hechas de trazos y sólo de trazos. Lo sé muy bien porque escribo”. Los asistentes sonrieron como aliviados. Estaba claro. Pero el filósofo no dio el asunto por terminado y siguió con el gesto grave de quien se aísla del mundo. Por lo visto, para él la cosa era imposible que fuera tan sencilla... De pronto, levantó la cabeza e hizo señal de hablar. De nuevo, silencio y expectación absolutos. El amigo replicó: “También están hechas de sonidos”. Todos los ojos se abrieron como si dijeran: “¡Ah! atención, que esto no acabó”. El filósofo parecía ganar terreno. “No, las letras son mudas -corté-. No están hechas de sonido. El sonido lo pones tú si lees en voz alta. Pero también leemos en silencio. Además -rematé-, nosotros no leemos letras, leemos palabras”.La mayoría asintieron y el asunto quedó zanjado. La conversación giró en redondo y siguió por otros derroteros, y el filósofo se explayó hablando de sus viajes por el mundo. Feliz, recuperó el protagonismo. (Pero las letras están hechas de trazos).Colofón:A pesar de la anécdota relatada aquí, no he dejado el tema, y he seguido a pies juntillas la exigencia de Carnap: “Cuando hagas una afirmación, también debes probarla”. Así, en mi libro La Forma de las Ideas he desarrollado a fondo los argumentos en respuesta a la pregunta de Barthes. Están en el capítulo titulado “La materia de las ideas”, págs. 111 a 136.[1] Y al mismo tiempo, he aprovechado el viaje para escribir, siguiendo a Barthes, otro capítulo: “De qué están hechas las imágenes”.© Joan CostaPara recordar, la última entrevista con Joan, desde aquí.
[1] La Forma de las Ideas. Cómo piensa la mente. Estrategias de la imaginación creativa (2008). Costa Punto Com Editor, Barcelona.

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