MEDIOS Y COMUNICACION
Recuperar la palabra
Javier Bráncoli se refiere a una reciente publicación y se pregunta qué aportan las organizaciones comunitarias a la puesta en marcha de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Desde el año 2002, la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA lleva adelante un programa dirigido a organizaciones sociales y comunitarias, en particular vinculadas con el campo de la comunicación y la cultura. La experiencia se reflejó en una reciente publicación: “Donde hay una necesidad, nace una organización”, coeditada por la Facultad y la Editorial Ciccus.
¿Qué aportan las organizaciones comunitarias al debate sobre la aplicación de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual?
Radios comunitarias, periódicos barriales, centros culturales, murgas, grupos de teatro comunitario han sabido instalar, en contextos de crisis y pobreza, otras voces que rompen los discursos monocordes de los medios de comunicación tradicionales.
Las organizaciones y movimientos sociales, que recuperaron fuerza y centralidad en estos años, han sido –en recurrentes ocasiones– estigmatizados. Discursos dominantes que deslegitiman estas experiencias organizativas por su procedencia popular, su apuesta política, los recursos que administran o simplemente por su relación con el Estado. El tratamiento mediático sobre la Fundación Madres de Plaza de Mayo en estos días es un caso testigo, entre muchos otros.
Sin embargo, estas prácticas han generado respuestas desde los sectores más vulnerables de la sociedad para enfrentar las consecuencias más agudas del proceso de empobrecimiento y marginación de amplios sectores de la población. Resulta necesario neutralizar las visiones que se construyen sobre estos actores colectivos desde los centros de poder. Pero ¿cómo debatir públicamente sobre el papel que cumplen estas organizaciones desde una relación tan asimétrica?
Sin dudas, la debatida Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual constituye, a su vez, un logro y una oportunidad para crear nuevas y múltiples voces. Una polifonía que refleje el extendido y variado universo de experiencias y prácticas sociales que se desarrollan en los “márgenes” de la sociedad.
Pero otro aspecto, menos visible, es el papel que cumplen organizaciones y movimientos sociales para intervenir en los microprocesos de comunicación a nivel local, barrial o comunitario. Democratizar la información, generar nuevos canales de participación, construir opiniones y tomar colectivamente decisiones implica (re)pensar la comunicación en un sentido eminentemente político. Resulta necesario para (re)ligar lo que han desgajado décadas de neoliberalismo y resabios dictatoriales. Volver a unir el tejido social dañado por un modelo económico desigual y excluyente, prácticas políticas asfixiantes, manipulaciones, frustrados intentos de participación que son moneda corriente en los barrios populares.
Las organizaciones representan en sí mismas un proyecto de comunicación. Su propia existencia expresa la necesidad de “decir algo” y ha sido el Estado su principal interlocutor. Las tomas de tierras, las demandas por asistencia alimentaria y planes sociales, las acciones socioeducativas que desarrollan, las reivindicaciones de justicia frente a hechos de violencia se han cristalizado en diferentes formas de organización comunitaria a partir de una historia en común, una cultura compartida y diversas formas de solidaridad.
Las organizaciones pueden ser un poderoso instrumento de comunicación con capacidad para transformar su entorno y condiciones de vida en la medida en que puedan resignificar sus prácticas y ser progresivamente cada vez más inclusivas.
Su potencialidad política se expresa a partir de una forma de sociabilidad firmemente arraigada en los sectores populares por relaciones primarias de vecindad y parentesco, una forma de trabajo no mercantil para satisfacer diversas necesidades sociales y una inserción territorial que resulta estratégica.
Las organizaciones producen significados, símbolos, mensajes –todas lo hacen de una u otra manera–, y en ese proceso van descubriendo su capacidad de intervenir en el espacio público. Este “descubrimiento” impacta decisivamente en la subjetividad de los militantes sociales y sus formas de organización y, a su vez, abre las puertas para otras formas de relación con su comunidad.
Desde las ciencias sociales es posible contribuir a la recuperación de la palabra por parte de los sectores populares e intervenir conjuntamente en los debates públicos con renovada fuerza. Esta capacidad estará basada –entre otros factores– en el surgimiento y consolidación de nuevos medios de comunicación comunitarios pero, fundamentalmente, en el fortalecimiento de actores sociales con un proyecto político común que disputen el rumbo y sentido de la sociedad en la que vivimos. Este es el desafío.
* Docente e Investigador, Facultad de Ciencias Sociales, UB
MEDIOS Y COMUNICACION
Política y medios: Macri vs. Filmus
La polémica en torno del debate televisivo entre Macri y Filmus por las elecciones en la ciudad de Buenos Aires le permite a María Graciela Rodríguez hacer consideraciones sobre el papel de los medios y su condición de actores políticos en el escenario de la cultura.
La discusión sobre el debate entre Mauricio Macri y Daniel Filmus trae a colación los vínculos entre cultura, política y medios de comunicación, una tríada que es profundamente constitutiva de la contemporaneidad. Su desmenuzamiento y análisis ameritarían largas y sesudas reflexiones, porque exceden los límites de un hecho puntual como lo es un debate entre candidatos preelectorales.
No obstante, y sin desmerecer aquello, aquí me gustaría detenerme solamente en dos cuestiones que comenzaron a correr a lo largo de los días, después de que Filmus impusiera condiciones apartadas del sentido común. Las dos cuestiones sobre las que me gustaría detenerme en esta oportunidad son, por un lado, el gesto político (en la plenitud del sentido de “político”) de Filmus y, por el otro, el rol de la televisión pública.
En los últimos años nos hemos acostumbrado a que la agenda político-electoral la motoricen algunos programas de televisión relacionados con el multimedios Clarín. Los candidatos, funcionarios, legisladores son convocados a ir a los platós televisivos donde responden preguntas elaboradas por el periodismo anfitrión. Es una lógica de la “invitación”, en que el dueño de casa propone el menú y los invitados se limitan a comentar sobre lo ofrecido. Dicho de otro modo, estos programas construyen el marco donde dialogar, encuadran los intercambios, deciden sobre interlocuciones posibles. De algún modo, y con la contundencia que dan la rutinización y la repetición, la ciudadanía ha ido naturalizando la legitimidad de estos espacios que aparecen, así, como los únicos posibles. No obstante, con su gesto de negarse a debatir con Macri exclusivamente en ese espacio televisivo, y de proponer, en cambio, que se multipliquen, Filmus produce dos cosas: por un lado, rompe con la naturalización, quebrando la ilusión de que es el medio el único habilitado para proponer el marco de interlocución, porque es el que “invita”; y por el otro, se corre del lugar de invitado y se impone como actor de peso pleno en la contienda.
Y lo notable es que hace esto desde la propia esfera de la política, ámbito donde efectivamente se asienta el debate preelectoral. Esto implica una rotación en la dirección de las acciones, porque es el actor político el que inicia la jugada. El detalle es que el multimedio también es un actor político. No obstante, la diferencia es que siempre disfrazó sus intenciones con la muletilla de la libertad de expresión, mientras que los candidatos políticos son, justamente, y va de suyo, actores políticos. Asombra entonces gratamente el gesto de Filmus, porque invierte la dirección naturalizada.
Además, el otro tema que ha puesto en el tapete el gesto del senador es la cuestión del rol de la televisión pública en el encuadramiento de estos debates. Y acá también se juegan condicionantes perceptivos ligados a una sedimentación cultural, de tiempos muy largos, arraigados en la ciudadanía. Y es que en el imaginario de la televisión pública aún permanecen, si bien en algún sentido como retazos, imágenes diversas pero pregnantes: la Argentina Televisora Color inaugurada por los militares para el Mundial 78, y también la que luego llenó sus pantallas con cortes de manzana, tetas y timbas.
El cambio de nombre en los sucesivos gobiernos no terminó de limar esas imágenes, que todavía hoy persisten como pátinas oleosas.
Sin embargo, la televisión pública es, por derecho ciudadano, el espacio más adecuado para la realización de este debate. En primer lugar, porque es una señal gratuita, a diferencia de las señales de cable que son pagas; y en segundo lugar, porque el Estado es la única garantía de respeto y neutralidad. Si no cumple ese papel de garante, entonces puede ser sancionada a través de mecanismos auditables de control social.
Pero, claro, ése es otro debate.
* Doctora en Ciencias Sociales. Idaes-Unsam / FSOC-UBA
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