ARGENTINA EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
Las dos caras del envase
En esta columna, el autor subraya la importancia que actualmente ha adquirido el diseño y las características de los envases, pero señala casos en los que su manejo es, cuanto menos, engorroso para los usuarios del producto. La necesidad de balancear seguridad con practicidad.
Los envases han cobrado una dimensión estratégica con el auge del autoservicio y la publicidad en punto de venta, lo que ha llevado a productores, diseñadores y publicitarios a extremar sus atractivos estéticos y tecnológicos. Diseños seductores exaltados por el uso del color, y por los últimos adelantos técnicos en el área de los materiales y la producción, convirtieron al envase en un protagonista de los mercados, sobre todo de los productos masivos y cotidianos.
Hoy el envase no decide solamente la comunicación, sino también, en algunos casos, la naturaleza del contenido. El ejemplo de Axe es demostrativo: las formas y colores del continente sirven para bautizar el contenido. Confieso de entrada que soy un enamorado de los envases, y que algunos de ellos me parecen más atractivos que su exaltación artística en los cuadros de Andy Warhol.
Pero este triunfo tiene dos caras. La menos visible son los riesgos que comienza a enfrentar el envase en un aspecto tan sensible como el cuidado del medio ambiente, siempre latentes en el caso de los aerosoles, o con los efectos colaterales que presentan nuevos materiales cuyo tiempo de ensayo, por las inevitables presiones de la competencia, no son siempre los que demanda su presentación. El último ejemplo en este aspecto acaba de recogerlo AdAge, en un artículo traducido y brindado a sus lectores por Adlatina hace unos días. La empresa Sigg, fabricante de botellas reusables que alcanzaron gran éxito entre las consumidoras norteamericanas más ahorrativas, vieron cómo se derrumbaban sus ventas y su reputación al comprobarse que contenían vestigios tóxicos dañinos para la salud. Pero quiero referirme aquí a otro talón de Aquiles del envase moderno que hasta ahora no ha merecido, creo, la atención que debe tener. Se trata de un aspecto práctico, derivado del imperativo estético y, más de fondo, de compromisos con la inviolabilidad y protección del contenido que, presumo, desvelan tanto a los fabricantes de envases como a las marcas que los utilizan.
La protección del contenido es, lo sé, uno de los imperativos categóricos del envase desde el principio mismo de su existencia profesional. Pero pregunto: ¿es que la tecnología no se ha desarrollado aún lo suficiente para poder quitar el envoltorio plástico de un CD, un DVD o un simple paquete de galletitas sin la ayuda de unas tijeras u otro objeto filoso? No todos somos peluqueros o modistos que tienen siempre a mano ese utensilio. Sí, ya sé que hay una manera más fácil de hacerlo mediante esas tirillas, pero no la tienen todos los productos. Además, ¿no hay otra forma de abrir los complejos cierres de algunos detergentes sin tener que hacer un curso acelerado de violación de cajas fuertes? Presionar, girar a la izquierda, a la derecha, empujar.
¿Qué hay que hacer para sacar de sus envases moldeados en plástico duro a algunos juguetes y elementos electrónicos pequeños, como un mouse, por ejemplo? Ni con tijeras. Sin un hacha es difícil.
Días pasados, mi señora compró un lápiz de labios; tenía algo así como un stent de plástico duro que, como estábamos en una confitería, sólo pudimos quitar con la ayuda del único objeto más contundente que teníamos a mano: un llavero.
En productos que pueden comprarse en potes, personalmente trato de evitar las versiones que vienen en envases más complicados, aunque aparentemente más elegantes o más sencillos. Esos picos extensibles no siempre funcionan.
El problema no es fácil de resolver porque, lo admito, la lucha contra los merodeadores de supermercados, hambrientos o perversos, es cosa de todos los días. Los envases de algunos productos, como las papas fritas envasadas, hay que sopesarlos o agitarlos para no pagar por llenos los que están vacíos.
Si los envases tienen dos caras, el delito tiene decenas, centerares quizá. ¿Recuerdan la crisis de las jeringas de Pepsi en Estados Unidos? Sucedió dos décadas atrás, a raíz de la violación del contenido de varias botellas encontradas en un supermercado. La autora, descubierta y procesada, había utilizado una jeringa para contaminar la bebida con propósitos extorsivos.
No fue el único ni el último caso. En 1982 se produjo un caso antológico por su gravedad y por la forma de encarar la solución por parte de la empresa. Ocho personas murieron en Estados Unidos después de haber ingerido cápsulas envenenadas e introducidas en un envase del popular analgésico Tylenol. Los reflejos del laboratorio fueron instantáneos, pero tuvo que invertir tiempo y dinero para demostrar su inocencia y evitar un fuerte daño a su imagen.La seguridad, pues, es una prioridad de los envases. Pero hay otra muy importante: la practicidad. Cualquiera sea su forma y color, tiene que facilitar el acceso al contenido en vez de hacerlo más difícil. Parece que en este aspecto tiene mucho camino por recorrer; en el trayecto, sería bueno apelar al sentido común, además de la creatividad y la tecnología.
Las dos caras del envase
En esta columna, el autor subraya la importancia que actualmente ha adquirido el diseño y las características de los envases, pero señala casos en los que su manejo es, cuanto menos, engorroso para los usuarios del producto. La necesidad de balancear seguridad con practicidad.
Los envases han cobrado una dimensión estratégica con el auge del autoservicio y la publicidad en punto de venta, lo que ha llevado a productores, diseñadores y publicitarios a extremar sus atractivos estéticos y tecnológicos. Diseños seductores exaltados por el uso del color, y por los últimos adelantos técnicos en el área de los materiales y la producción, convirtieron al envase en un protagonista de los mercados, sobre todo de los productos masivos y cotidianos.
Hoy el envase no decide solamente la comunicación, sino también, en algunos casos, la naturaleza del contenido. El ejemplo de Axe es demostrativo: las formas y colores del continente sirven para bautizar el contenido. Confieso de entrada que soy un enamorado de los envases, y que algunos de ellos me parecen más atractivos que su exaltación artística en los cuadros de Andy Warhol.
Pero este triunfo tiene dos caras. La menos visible son los riesgos que comienza a enfrentar el envase en un aspecto tan sensible como el cuidado del medio ambiente, siempre latentes en el caso de los aerosoles, o con los efectos colaterales que presentan nuevos materiales cuyo tiempo de ensayo, por las inevitables presiones de la competencia, no son siempre los que demanda su presentación. El último ejemplo en este aspecto acaba de recogerlo AdAge, en un artículo traducido y brindado a sus lectores por Adlatina hace unos días. La empresa Sigg, fabricante de botellas reusables que alcanzaron gran éxito entre las consumidoras norteamericanas más ahorrativas, vieron cómo se derrumbaban sus ventas y su reputación al comprobarse que contenían vestigios tóxicos dañinos para la salud. Pero quiero referirme aquí a otro talón de Aquiles del envase moderno que hasta ahora no ha merecido, creo, la atención que debe tener. Se trata de un aspecto práctico, derivado del imperativo estético y, más de fondo, de compromisos con la inviolabilidad y protección del contenido que, presumo, desvelan tanto a los fabricantes de envases como a las marcas que los utilizan.
La protección del contenido es, lo sé, uno de los imperativos categóricos del envase desde el principio mismo de su existencia profesional. Pero pregunto: ¿es que la tecnología no se ha desarrollado aún lo suficiente para poder quitar el envoltorio plástico de un CD, un DVD o un simple paquete de galletitas sin la ayuda de unas tijeras u otro objeto filoso? No todos somos peluqueros o modistos que tienen siempre a mano ese utensilio. Sí, ya sé que hay una manera más fácil de hacerlo mediante esas tirillas, pero no la tienen todos los productos. Además, ¿no hay otra forma de abrir los complejos cierres de algunos detergentes sin tener que hacer un curso acelerado de violación de cajas fuertes? Presionar, girar a la izquierda, a la derecha, empujar.
¿Qué hay que hacer para sacar de sus envases moldeados en plástico duro a algunos juguetes y elementos electrónicos pequeños, como un mouse, por ejemplo? Ni con tijeras. Sin un hacha es difícil.
Días pasados, mi señora compró un lápiz de labios; tenía algo así como un stent de plástico duro que, como estábamos en una confitería, sólo pudimos quitar con la ayuda del único objeto más contundente que teníamos a mano: un llavero.
En productos que pueden comprarse en potes, personalmente trato de evitar las versiones que vienen en envases más complicados, aunque aparentemente más elegantes o más sencillos. Esos picos extensibles no siempre funcionan.
El problema no es fácil de resolver porque, lo admito, la lucha contra los merodeadores de supermercados, hambrientos o perversos, es cosa de todos los días. Los envases de algunos productos, como las papas fritas envasadas, hay que sopesarlos o agitarlos para no pagar por llenos los que están vacíos.
Si los envases tienen dos caras, el delito tiene decenas, centerares quizá. ¿Recuerdan la crisis de las jeringas de Pepsi en Estados Unidos? Sucedió dos décadas atrás, a raíz de la violación del contenido de varias botellas encontradas en un supermercado. La autora, descubierta y procesada, había utilizado una jeringa para contaminar la bebida con propósitos extorsivos.
No fue el único ni el último caso. En 1982 se produjo un caso antológico por su gravedad y por la forma de encarar la solución por parte de la empresa. Ocho personas murieron en Estados Unidos después de haber ingerido cápsulas envenenadas e introducidas en un envase del popular analgésico Tylenol. Los reflejos del laboratorio fueron instantáneos, pero tuvo que invertir tiempo y dinero para demostrar su inocencia y evitar un fuerte daño a su imagen.La seguridad, pues, es una prioridad de los envases. Pero hay otra muy importante: la practicidad. Cualquiera sea su forma y color, tiene que facilitar el acceso al contenido en vez de hacerlo más difícil. Parece que en este aspecto tiene mucho camino por recorrer; en el trayecto, sería bueno apelar al sentido común, además de la creatividad y la tecnología.
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