EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
TV: ¿de qué lado está el Comfer?
En su trabajo de hoy, el columnista de adlatina.com traza un paralelo entre el Confer y el INDEC, en la Argentina, y se refiere en términos críticos al funcionamiento del organismo que debería velar por la calidad de programación de los canales de televisión.
hay culpas de los anunciantes cuando no seleccionan adecuadamente los programas donde pondrán su publicidad.
El paralelo es tentador, debido a que el INDEC y el Comfer tienen en común no sólo su carácter de organismo oficial, sino también la costumbre de ignorar la realidad en sus respectivos ámbitos. Mientras el INDEC manipula los índices de precios para ocultar la verdad de un proceso inflacionario que nos agobia, el Comfer permanece impasible ante ante la realidad de una televisión que constantemente pone a prueba la tolerancia pasiva del público, que protesta pero no actúa.
No cuesta mucho averiguar de qué lado está el Comfer. El año pasado, en unas jornadas sobre comunicación responsable organizadas por el Grupo de Estudios de la Comunicación Institucional (GIECI), y la Universidad Católica Argentina (UCA), el entonces titular del organismo estatal, Julio Barbaro, gambeteó las críticas a los programas más transgresores diciendo algo así como que “a la libertad de expresión se la combate con más libertad”, sin reparar en que por momentos la libertad televisiva incursiona en el libertinaje.
Hace unos días, su actual directivo, Gabriel Mariotto, dio a conocer un comunicado en el que señalaba la intención del organismo de sancionar al canal de noticias Crónica TV por “la extrema crudeza de los contenidos emitidos” y en especial “las reiteradas imágenes de la muerte del ex comisario Mario ‘Malevo’ Ferreyra, quien prefirió suicidarse antes que entregarse a la Justicia.
No vi el programa en cuestión, y en consecuencia no puedo opinar puntualmente sobre él, pero me sumo al rechazo de barbaridades de este tipo. Sobre todo porque no se limitan al programa original, sino que se siguen propagando, machaconamente, a través de los ciclos de chismes de la tarde, que ni siquiera se detienen ante la barrera del “horario de protección al menor”. El periodismo televisivo, por el hecho de manejar una herramienta tan poderosa como la imagen, y de llegar directamente al living de los televidentes, debería autocontrolarse más que el que se expresa a través de otros medios de menor impacto.
Lo que llama la atención es que el Comfer no parece aplicar la misma vara a otro tipo de transgresiones, tanto o más importantes que la denunciada por resultar cotidianas, como el regodeo en la violencia, la obsesiva apelación al sexo y la delectación en mostrar las intimidades, nada ejemplares, de personas que viven de los medios y se prestan a su manoseo.
No sé si los dos hechos pueden conectarse entre sí, pero pocos días después del inusual gesto severo del Comfer ante las emisiones de Crónica TV, se difundió una declaración conjunta firmada por representantes de distintos credos religiosos, quienes hicieron sonar la alarma ante el grave deterioro de los contenidos de la televisión y el efecto nocivo que provocan en los menores.
La Mesa de Televisión y Valores, integrada por miembros de las religiones católica, judía, evangélica y musulmana de la Argentina, a los que acompañaron representantes de varias organizaciones civiles, hizo un diagnóstico preocupante, principalmente en los horarios de protección al menor que son impunemente violados por los destructores del lenguaje y las buenas costumbres.
“La manipulación de audiencias y televidentes es una acción grave y disolvente del tejido social”, expresa en una de sus partes el reclamo conjunto, que subrayó, asimismo, la creciente degradación de la mujer, a lo que debo agregar que, llamativamente, la televisión perpetra ante la pasividad, incluso la complicidad, de las que deberían ser las primeras en rebelarse.
La televisión es un ejemplo, quizá de los más importantes, de que la tecnología se desarrolla a una velocidad superior a nuestra capacidad de absorción. En un sociedad en que la emoción supera a la reflexión, la gente es sepultada diariamente por toneladas de informaciones y entretenimientos; el resultado es una enorme confusión, donde no puede abrirse paso el pensamiento y la interpretación. En el mosaico televisivo, todo parece tener la misma dimensión y jerarquía, desde las promesas de un político que solicita nuestro voto hasta las opiniones sobre problemas internacionales de un deportista que, desde el pedestal de su fama, pontifica sobre lo que desconoce.
Hay más de un culpable del estado de la televisión argentina, aparte de quienes la hacen, difunden y ganan con ella. El primero es el Estado, encargado de regularla, en armonía con otros involucrados en su producción; pero los gobiernos, ya se sabe, soslayan sus deberes específicos para dedicarse a funciones delegables pero que dan mayores réditos políticos.
Tampoco hay que exculpar a los anunciantes, porque si bien la publicidad, de la que son responsables, es la menos criticable de la mezcla televisiva, entra en sus deberes la elección de los programas a los que confían sus productos y servicios. Este aspecto debería entrar también en su concepto de autorregulación. La transgresión, es un hecho, construye celebridades circunstanciales y beneficia económicamente al vehículo, pero, por el contrario, las marcas que apoyan algunos de estos programas con el dinero de sus anuncios pueden verse seriamente perjudicadas, en el mediano plazo, por las malas compañías.
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