los consultores los aconsejan
Eufemismos en el discurso político:
lo que se dice para no decir
A la hora de enfrentar una dura realidad, política o
económica, la mayoría de los gobiernos eligen términos que “suavicen” el
impacto de las malas noticias. Así, el ajuste se convierte en “sintonía fina”
para el gobierno de Cristina, o el bloqueo de fondos de ahorristas se vuelve un
“corralito”. Desde siempre, los eufemismos forman parte del lenguaje, y atenúan
lo que en realidad se debería decir. El dilema entre eufemismo y disfemismo que
enfrenta todo discurso público: pintar los horrores del infierno o las bondades
del cielo.
Por Silvina L. Marquez
Notas Relacionadas
“Sintonía fina” por ajuste. “Candidatos testimoniales”, o
personas que nunca asumirán sus cargos si son elegidas. “Reacomodamiento de
precios” enmascara la temida inflación. “Flexibilización laboral” en lugar de
despidos más baratos, y “daños colaterales” por muertes debidas a la
imprevisión. ¿Cuál es el verdadero poder que tienen las palabras para que se
busquen expresiones para llamarlas de otra manera?
“Se rebautiza la realidad para hacerla más aceptable y, así, modificar la mala percepción que produce”, explica Pedro Luis Barcia, titular de la Academia Argentina de Letras.
Estas expresiones o eufemismos en lo político y económico toman fuerza a partir del siglo XX, cuando asesores y lingüistas al servicio de los gobernantes comienzan a sugerir que las cosas se denominen de manera más indirecta para que no sean tan contundentes. “Se reflexiona bastante para la designación engañosa tapadora de la realidad. Se ensaya hasta que se acepta y se repite. Ahí ya el eufemismo consiguió cancha”, dice Barcia.
“Se rebautiza la realidad para hacerla más aceptable y, así, modificar la mala percepción que produce”, explica Pedro Luis Barcia, titular de la Academia Argentina de Letras.
Estas expresiones o eufemismos en lo político y económico toman fuerza a partir del siglo XX, cuando asesores y lingüistas al servicio de los gobernantes comienzan a sugerir que las cosas se denominen de manera más indirecta para que no sean tan contundentes. “Se reflexiona bastante para la designación engañosa tapadora de la realidad. Se ensaya hasta que se acepta y se repite. Ahí ya el eufemismo consiguió cancha”, dice Barcia.
Usos. Para el consultor político Mario Riorda, el uso de los
eufemismos “no es nada condenatorio en la comunicación política, más allá de
abusos cotidianos que han generado estigmatizaciones para algunos actores
políticos”. Por ejemplo, la fuerte polémica suscitada en Chile cuando en los
textos escolares se quiso llamar a los gobiernos militares dictatoriales, como
el de Augusto Pinochet, “regímenes militares”, o la denominación “eje del mal”
dada por George Bush a los países que supuestamente apoyan el terrorismo.
A partir de su experiencia en la gestión pública, Carlos Corach considera que “la finalidad del eufemismo –en el campo del discurso político–es hacer más comprensibles y atendibles argumentos que serían rechazados o confundidos si para transmitirlos se utilizaran palabras o giros idiomáticos inadecuados para el auditorio al que se dirigen o agredieran la sensibilidad”. Aclara que “ello no implica que el eufemismo disfrace las intenciones o sea un camuflaje de segundas intenciones, casos en los que –a mi juicio– su utilización es sumamente reprobable y, por añadidura, en la mayoría de los casos inútil”. Palabras significativas para un experimentado político que supo formar parte de un gobierno que planteó “relaciones carnales” con Estados Unidos.
A partir de su experiencia en la gestión pública, Carlos Corach considera que “la finalidad del eufemismo –en el campo del discurso político–es hacer más comprensibles y atendibles argumentos que serían rechazados o confundidos si para transmitirlos se utilizaran palabras o giros idiomáticos inadecuados para el auditorio al que se dirigen o agredieran la sensibilidad”. Aclara que “ello no implica que el eufemismo disfrace las intenciones o sea un camuflaje de segundas intenciones, casos en los que –a mi juicio– su utilización es sumamente reprobable y, por añadidura, en la mayoría de los casos inútil”. Palabras significativas para un experimentado político que supo formar parte de un gobierno que planteó “relaciones carnales” con Estados Unidos.
Arbolitos y corralitos. Si en lo político abundan los
eufemismos, es en el campo de las políticas económicas donde suelen ser moneda
corriente. Allí se han inventado conceptos disparatados como “crecimiento
negativo”, que “se usa para disimular una realidad desagradable, decrecimiento
o disminución”, explica la periodista y profesora de Lengua Lucila Castro. Los
eufemismos también nacen de la “corrección política”, como decir “persona con
sobrepeso” por gordo u obeso, o “pueblos originarios” por indígenas, aborígenes
o indios. “A veces se combinan los dos motivos: ‘personas con capacidades
especiales’ por discapacitados, inválidos o lisiados”, agrega Castro. Los
hombres de negocios, por ejemplo, no suelen tener “problemas”, sino que
enfrentan “desafíos” o “retos”. Tampoco existen los países subdesarrollados,
sino aquéllos “en vías de desarrollo”.
En todo el mundo, cuando un gobierno aplica un recorte al gasto público –que suele golpear al gasto social–, prefiere expresiones como “medidas de ahorro”, que hacen pensar en algo bueno, como es el acto de ahorrar, y no en un ajuste, que inmediatamente remite a la pérdida de derechos.
Así, el gobierno de Cristina Kirchner anunció la “sintonía fina” del modelo económico, en lugar del más pedestre ajuste. “‘Sintonía fina’ da la impresión, vinculándolo al dial de la radio antigua, que uno va buscando un punto con el que se esté más acorde con lo que se quiere escuchar bien. En realidad, nada de esto es sintonía fina. También podría entenderse en un ballet el acuerdo que tienen los bailarines para manejarse con habilidad y articulación”, explica Barcia. Otra notable expresión K para mejorar la realidad fue el “reacomodamiento de precios” con el que en 2010 el entonces ministro de Economía, Amado Boudou, negó que existiera inflación en la Argentina. Para Barcia, el “más desgraciado” de los eufemismos es “corralito”. “Es un diminutivo que indica lo pequeño, pero a la vez está cargado de afectividad. En el contexto mental de aquél que recibe la palabra, es un lugar de protección hecho de plástico para que el chico no se perjudique. Es tranquilidad de la madre, pero todo esto en realidad era que se le negaba la posibilidad de manejar sus fondos, tratándolo como a una criatura indefensa que no era capaz de decidir por sí”. También es frecuente el uso de la expresión “racionalización de los sueldos” para decir que se va a disminuir el salario. Algunas veces, para fomentar la jubilación los gobiernos hablan de plan de incentivación de bajas voluntarias. “Es un largo eufemismo para decir ‘lo estamos empujando a usted a que se jubile’”, sintetiza Barcia.
Un caso hilarante fue el del jefe del gobierno español, Mariano Rajoy, negándose a llamar “rescate” a la millonaria ayuda financiera que recibió de la Unión Europea. “Vía de crédito”, “crédito blando”, “ayuda europea”: a Rajoy se le acabaron los eufemismos, pero fue en vano. Al día siguiente, los mercados castigaron a los bonos de la deuda española.
En todo el mundo, cuando un gobierno aplica un recorte al gasto público –que suele golpear al gasto social–, prefiere expresiones como “medidas de ahorro”, que hacen pensar en algo bueno, como es el acto de ahorrar, y no en un ajuste, que inmediatamente remite a la pérdida de derechos.
Así, el gobierno de Cristina Kirchner anunció la “sintonía fina” del modelo económico, en lugar del más pedestre ajuste. “‘Sintonía fina’ da la impresión, vinculándolo al dial de la radio antigua, que uno va buscando un punto con el que se esté más acorde con lo que se quiere escuchar bien. En realidad, nada de esto es sintonía fina. También podría entenderse en un ballet el acuerdo que tienen los bailarines para manejarse con habilidad y articulación”, explica Barcia. Otra notable expresión K para mejorar la realidad fue el “reacomodamiento de precios” con el que en 2010 el entonces ministro de Economía, Amado Boudou, negó que existiera inflación en la Argentina. Para Barcia, el “más desgraciado” de los eufemismos es “corralito”. “Es un diminutivo que indica lo pequeño, pero a la vez está cargado de afectividad. En el contexto mental de aquél que recibe la palabra, es un lugar de protección hecho de plástico para que el chico no se perjudique. Es tranquilidad de la madre, pero todo esto en realidad era que se le negaba la posibilidad de manejar sus fondos, tratándolo como a una criatura indefensa que no era capaz de decidir por sí”. También es frecuente el uso de la expresión “racionalización de los sueldos” para decir que se va a disminuir el salario. Algunas veces, para fomentar la jubilación los gobiernos hablan de plan de incentivación de bajas voluntarias. “Es un largo eufemismo para decir ‘lo estamos empujando a usted a que se jubile’”, sintetiza Barcia.
Un caso hilarante fue el del jefe del gobierno español, Mariano Rajoy, negándose a llamar “rescate” a la millonaria ayuda financiera que recibió de la Unión Europea. “Vía de crédito”, “crédito blando”, “ayuda europea”: a Rajoy se le acabaron los eufemismos, pero fue en vano. Al día siguiente, los mercados castigaron a los bonos de la deuda española.
Vergüenza y corrección. En la medicina también se suelen
usar eufemismos para designar enfermedades terminales como el cáncer, al que
algunos llaman enfermedad terminal.
El doctor Omar López Mato recuerda que a la sífilis se la llamaba “mal galo” o “mal español”, según el lado de la frontera que ocupara el paciente, y si estaba en España sufría “el mal francés” y viceversa. También dar el nombre propio de la enfermedad era una especie de eufemismo. “Se hablaba de mal de Hansen en lugar de lepra, o para referirse a los órganos sexuales se acostumbra decir ‘las partes’ o ‘el miembro’”. También considera López Mato que es frecuente usar eufemismos en enfermedades vergonzantes, especialmente las venéreas.
La corrección política es la que más incentiva la originalidad de los eufemismos. Así como a una persona ciega se le dice “no vidente” o a un negro “gente de color”, Barcia recuerda expresiones como “carenciado capilar” por un calvo –o “pelado”, en el habla popular– o aquélla referida a personas que gozan de una “dentadura alternativa”. En el ámbito laboral, Mabel Giammatteo, profesora de la Cátedra de Gramática B de la UBA y titular de lingüística de la Universidad del Salvador, dice que se habla de “recuperadores urbanos” en vez de cartoneros, o “trabajadoras sexuales” en lugar de prostitutas.
“Funciona como eufemismo decir ‘no es muy linda’ en vez de ‘es fea’; ‘no es flaca’ en vez de ‘es gorda’; también el diminutivo, ‘es gordita’. Esto muestra que los eufemismos son parte de un mecanismo más general del lenguaje, que es la atenuación”, agrega Giammateo.
El doctor Omar López Mato recuerda que a la sífilis se la llamaba “mal galo” o “mal español”, según el lado de la frontera que ocupara el paciente, y si estaba en España sufría “el mal francés” y viceversa. También dar el nombre propio de la enfermedad era una especie de eufemismo. “Se hablaba de mal de Hansen en lugar de lepra, o para referirse a los órganos sexuales se acostumbra decir ‘las partes’ o ‘el miembro’”. También considera López Mato que es frecuente usar eufemismos en enfermedades vergonzantes, especialmente las venéreas.
La corrección política es la que más incentiva la originalidad de los eufemismos. Así como a una persona ciega se le dice “no vidente” o a un negro “gente de color”, Barcia recuerda expresiones como “carenciado capilar” por un calvo –o “pelado”, en el habla popular– o aquélla referida a personas que gozan de una “dentadura alternativa”. En el ámbito laboral, Mabel Giammatteo, profesora de la Cátedra de Gramática B de la UBA y titular de lingüística de la Universidad del Salvador, dice que se habla de “recuperadores urbanos” en vez de cartoneros, o “trabajadoras sexuales” en lugar de prostitutas.
“Funciona como eufemismo decir ‘no es muy linda’ en vez de ‘es fea’; ‘no es flaca’ en vez de ‘es gorda’; también el diminutivo, ‘es gordita’. Esto muestra que los eufemismos son parte de un mecanismo más general del lenguaje, que es la atenuación”, agrega Giammateo.
Intenciones. “A veces es prudente decir ‘arbolito’ y no
mercado negro, pero también puede ser muy cínico hablar de ‘corralito’”, dice
Barcia. “Así, las intenciones de un lado y de otro pueden generar presiones”.
Eduardo Amadeo, actual diputado por Buenos Aires y vocero presidencial durante
la gestión de Eduardo Duhalde, considera que es difícil separar los momentos en
el uso de los eufemismos según la intención y el estado de ánimo. “A veces,
cuando queremos ser duros en una acusación, los dejamos de lado; y no
hablaremos de ‘desvío de fondos’ sino directamente de robo o corrupción. Cuando
queremos defendernos, los usaremos a nuestro favor. Yo creo que los eufemismos
son herramientas que permiten manejar el tono de los diálogos según las propias
necesidades. Con respecto al actual gobierno, Amadeo cree que, más que
eufemismos, ha dejado de usar palabras. “No hay eufemismos siquiera para la
inflación (no se habla de nada parecido). No se habla de democracia,
responsabilidad, corrupción ni pobreza siquiera a través de eufemismos. Se
tiene miedo al concepto más que a la palabra que lo defina. La falta de
eufemismos es una indicación del endurecimiento de las formas del diálogo
político”.
Medios. Manuel Mora y Araujo, profesor de la Universidad
Torcuato Di Tella, considera que los eufemismos son una variante de la ironía,
que suavizan más de lo que dicen. “Son un condimento que realza la comunicación
humana. Son a la comunicación lo que la sal o la pimienta a la comida”. Sin
duda, “los medios ayudan a introducir eufemismos en los usos cotidianos para
establecer buen contacto con su público. En los temas políticos, los eufemismos
ayudan a los periodistas a decir lo que a veces es difícil de decir
directamente”.
Un dilema entre el eu y el dis, o entre el cielo y el
infierno
Por Eliseo Veron
El tema de los eufemismos (y el par eufemismo/disfemismo) es
apenas un pequeño reflejo, síntoma (o como se lo quiera llamar) en la
superficie de la lengua, más específicamente en el diccionario, del problema
(gigantesco) de la adecuación o inadecuación de los discursos sociales a sus
contextos.
El problema tiene que ver con la definición misma de lo que es el “sentido de un discurso”.
Me explico: el sentido de un discurso no está en el discurso de que se trate, es la diferencia entre lo que se dice y lo que se podría haber dicho y no se dijo.
El par eufemismo/disfemismo es, por decirlo de alguna manera, la sombra, en la gramática, de las condiciones básicas de producción de todo discurso: el sentido se juega en las decisiones que necesariamente tiene que tomar el productor de un discurso para poder decir algo.
Tendrá que elegir, entre otras cosas, entre eufemizar o no, disfemizar o no, etc., etc.
Después, es bastante probable que los diferentes tipos de discursos se caractericen por equilibrios específicos entre lo positivo y lo negativo (entre “eu” y “dis”).
Un orador religioso tendrá que elegir, para conmover a sus seguidores, entre describir las delicias del cielo o los horrores del infierno.
Es probable que un político eufemice mucho cuando la situación económica es percibida como buena, y disfemice sistemáticamente en situaciones de crisis, eufemizándose a sí mismo como la esperanza.
El problema tiene que ver con la definición misma de lo que es el “sentido de un discurso”.
Me explico: el sentido de un discurso no está en el discurso de que se trate, es la diferencia entre lo que se dice y lo que se podría haber dicho y no se dijo.
El par eufemismo/disfemismo es, por decirlo de alguna manera, la sombra, en la gramática, de las condiciones básicas de producción de todo discurso: el sentido se juega en las decisiones que necesariamente tiene que tomar el productor de un discurso para poder decir algo.
Tendrá que elegir, entre otras cosas, entre eufemizar o no, disfemizar o no, etc., etc.
Después, es bastante probable que los diferentes tipos de discursos se caractericen por equilibrios específicos entre lo positivo y lo negativo (entre “eu” y “dis”).
Un orador religioso tendrá que elegir, para conmover a sus seguidores, entre describir las delicias del cielo o los horrores del infierno.
Es probable que un político eufemice mucho cuando la situación económica es percibida como buena, y disfemice sistemáticamente en situaciones de crisis, eufemizándose a sí mismo como la esperanza.
*Profesor plenario de la Universidad de San Andrés.
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