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sábado, 23 de octubre de 2010

opiniones

El twittero político criollo

Pablo Mendelevich
Para LA NACION

Imaginemos la situación. Es viernes 12 de octubre. El almirante Cristóbal Colón navega por el Caribe. De pronto -alivio inconmensurable tras unas cuantas semanas de bamboleo y motines en el Atlántico-, el grumete Rodrigo de Triana divisa las costas de una isla, en las Bahamas, y rompe el sopor con la primicia a voz en cuello: "¡Tierra!". Colón desembarca excitado. Sin demora, twittea : "Feliz. Ya llegué a las Indias. ¿Vieron? Voy a reventar las bodegas de oro y especias. Los que decían que la Tierra es plana que me la sigan?".
De haber podido hacerlo, en un segundo tweet tal vez habría puesto: "Gracias a Su Majestad por el aguante. Sabíamos que teníamos razón, gilipollas. La Tierra siempre fue redonda". Un tercero: "Los indios le dicen Guanahani a la isla; yo le puse San Salvador. Ya empecé a «co-lo-ni-zar», ¿cazan el verbo los de «la Tierra es plana»?".
Una lástima que Twitter sólo haya llegado a nuestros dedos en el siglo XXI. ¡Si lo hubiera tenido Sarmiento en 1884 cuando se discutía la ley de educación, otra que gran debate nacional! "Los demagogos ultramontanos que dicen que la escuela laica es atea y sólo quieren educación religiosa me tienen escamado; los vamos a pulverizar", habría twitteado -¿quién sabe?- el sanjuanino.
También es posible pensar en Lisandro de la Torre en medio del debate por las carnes, twitteando desde su banca de senador: "¿Viste la evasión del frigorífico Anglo? Justo, Pinedo, Duhau? Están todos prendidos. Son anglófilos por partida doble". Vaya uno a saber lo que habría twitteado San Martín cuando cruzaba los Andes; Rosas, en medio de su reclamo de facultades especiales; Pellegrini, durante el incendio que le dejó Juárez Celman. ¿Y el presidente Yrigoyen, cuando Crítica lo llamaba tirano en el título principal? ¿O Frondizi, mientras trataba de gobernar entre planteo y planteo? He aquí una pregunta para las ciencias sociales: de haber existido antes Twitter, ¿hubieran sido más ricos los grandes debates? ¿Por lo menos los del Congreso hubieran sido más cortos, ahorrándoles calambres a los taquígrafos parlamentarios?
Hablamos de una subespecie de twitteros , los twitteros políticos, los hombres públicos (bueno, y las mujeres públicas, pero en el sentido moderno de la expresión), no el pedestre que informa que ahora se está comiendo un tomate al medio, sino quien, además de twittear a destajo, trabaja como presidente, ministro, diputado, jefe partidario, algo, en definitiva, relacionado con la atención de las masas.
Muchos de esos twitteros políticos hoy se exhiben excitados como Colón aquel viernes de 1492. "Si Twitter permitió -deben razonar- el milagro de que un negro llegase a la Casa Blanca, si encima me evita tener que depender de los odiosos y engreídos periodistas que titulan lo que yo digo como se les antoja (o, peor, como les ordena su malvado patrón), y, sobre todo, si no me exige fundamentar lo que pongo sencillamente porque en 140 caracteres no cabe ni lo que pongo, ¿cómo no me van a entusiasmar las nuevas tecnologías? ¡A twittear horas extras!".
Esto último, aclaremos, es un poco fanfarrón. Algunos twitteros de alta gama ya descubrieron que el propio descanso puede ser preservado mediante la contratación de un par de ghost twitters (redactores fantasma). Para quien no es de nacimiento irónico, mordaz, sarcástico, filoso, comunicativamente maradoniano y, sobre todo, sintético (en los diversos sentidos de la palabra), un ghost twitter inyecta técnica. El twittero político, si bien está en ablande, por lo menos en nuestro país pinta jactancioso y descalificador: con variado nivel de ingenio, a menudo degrada, desprecia a ese idiota del contrario, aunque la mayor parte de las veces se evita llamarlo idiota. Minutos más tarde, este responderá en tono espejado o con mayor enardecimiento, lo que enriquece el intercambio.
Así se conforma algo que la academia no demorará en llamar "espacio posmoderno imaginario de debate político cibernético intensivo", aunque tal vez sería más apropiado decirle conventillo electrónico. El "e-conventillo", que no será elegante, pero entretiene. Parece bien moderno gracias a que no exige que los litigantes salgan de la pieza con el balde en la mano para buscar agua ni con los ruleros puestos (planchita en trámite, sería hoy) para elevar los decibeles del patio; basta con aporrear la Blackberry. Si uno quiere seguir el escándalo, ya no necesita vivir en la construcción de al lado ni apoyar una copa en la pared; sólo tiene que hacerse seguidor. La cantidad de seguidores -igual que con el rating televisivo- será asociada con el nivel de éxito logrado por el dicente.
Lo dudoso es la utilidad, el aporte a la evolución de las ideas. ¿Habrían aceptado embutir sus pensamientos en latigazos de 140 caracteres Echeverría, Alberdi, Ingenieros, Palacios? ¿Y John William Cooke? Entre los políticos con ideas propias, tal vez sí le habría calzado el método a Perón, amigo de la concisión, el impacto y el contraste entre buenos y malos, por algo fue el líder argentino más prolífico en frases de tránsito rápido, veinte de ellas formateadas, incluso, como "verdades", luego doctrina.
El twittero político criollo añade tuteo, trato personalizado, en ocasiones un aire sobrador y autoelogios impudorosos de cuya eficacia todavía no hay constancias científicas. "¡Mirá qué debate que hay en esta época!", dicen sus cultores alborozados. A lo mejor están con los tweets referidos a Ricardo Fort, los coreógrafos y las vedettes.

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