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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Medios

MEDIOS Y COMUNICACION
Comunicación y economía global
Carlos Valle aporta una reflexión sobre los derechos humanos y las limitaciones de su aplicación en el marco de las ciberculturas.

Por Carlos A. Valle *
La aprobación de la esperada ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y la búsqueda de su pronta implementación reclaman de una seria consideración sobre el amplio contexto económico y social en el que está inmerso nuestro mundo moderno. Por empezar, un aspecto a considerar en este nuevo mundo de las ciberculturas es el lugar que ocupan los derechos humanos. Desde distintas partes se ha llamado la atención sobre el hecho de que, en ninguna de las áreas de la comunicación mundial, se puede identificar un fuerte contenido sobre los derechos humanos. Algo aparece sobre todo en lo vinculado con los derechos de autor (copyright), la legislación sobre patentes, la libertad de información, la cultura, pero nada se encuentra en relación con el comercio de los servicios de telecomunicaciones, los derechos de propiedad intelectual, la concentración de la propiedad de los medios y la estandarización del consumo de electrónicos. Para Cees Hamelink: “Si tomamos el contenido de los derechos humanos como un indicador de la representación de los intereses de la gente, tenemos que concluir que la gente no importa en las políticas de comunicación mundial”.
Para Alain Touraine la reflexión sobre la sociedad contemporánea está gobernada por dos constataciones principales: “la disociación creciente del universo instrumental y el universo simbólico, de las economías y de las culturas, y en segundo lugar, el poder cada vez más difuso, en un vacío social y político en aumento, de acciones estratégicas cuya meta no es crear un orden social sino acelerar el cambio, el movimiento, la circulación de capitales, bienes, servicios, informaciones” (Touraine 1997:20).
Algunos efectos de la expansión de este sistema económico sobre el desarrollo de la democracia y la comunicación más evidentes son:
1. El cada vez mayor número de decisiones que unos pocos toman en nombre de todos, con sólo una aparente participación de la gente. La toma de decisiones pasa progresivamente al ámbito reservado de quienes ostentan el poder. Ellos consideran que siempre están frente a situaciones que requieren “decisiones ejecutivas” que sólo habrá que justificar más tarde, si fuera necesario.
2. La tendencia de los medios comerciales a reforzar la despolitización de la gente. Como alguna vez señaló G. Gerbner, los grandes medios “no tienen nada para decir, pero mucho para vender”. La despolitización se acrecienta por la exaltación del individualismo. Esto lleva a rechazar y combatir todo lo que afecte los intereses básicos: el país, si afecta mi grupo; mi grupo, si afecta mis bienes, y así sucesivamente. La despolitización logra que la gente mida las acciones de los gobiernos según y cómo los afectan individualmente.
3. La tendencia de este sistema tiende a desmoralizar a la gente, promoviendo el abandono de toda esperanza de cambio y la aceptación de la realidad. En la jungla moderna, la ley principal es: ¡Sálvese quien pueda! Eduardo Galeano comentaba: “El sistema niega lo que ofrece, objetos mágicos que hacen realidad los sueños, lujos que la tele promete, las luces de neón anunciando el paraíso en las noches de la ciudad, esplendores de la riqueza virtual: como bien saben los dueños de la riqueza real, no hay Valium que pueda calmar tanta ansiedad ni Prozac capaz de apagar tanto tormento” (Galeano 1998:21).
4. El aumento del papel que juegan las corporaciones globales en todas las esferas de la vida, mientras el papel de los estados nacionales se reduce cada vez más.
5. La exaltación de la libertad de información en la vida de la sociedad, al tiempo que se acentúa el control y la censura.
6. La disminución y desaparición de los centros físicos de poder. Hoy es difícil determinar dónde residen esos centros. Han adquirido una movilidad muy particular, al mismo tiempo que desarrollan su concentración.
7. La acentuación de la distancia entre ricos y pobres a todos los niveles.
En este complejo panorama será importante indagar cómo esta concentración de poder de los medios ha estado influyendo en nuestras sociedades y cuáles han de ser los pasos que deban darse para que se desarrolle una real democratización de la comunicación.
* Comunicador social. Ex secretario general de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas.
MEDIOS Y COMUNICACION
¿Cobertura o celebración?
La cobertura reciente de la política legislativa da pie a Mariana Moyano para criticar lo que indica como “el mito” de la objetividad y la independencia informativa.
Por Mariana Moyano
*
¡Qué bien salió todo. Ojalá siempre sea así!”, afirma un diario que dijo un diputado luego de la sesión en la cual juraron los legisladores de la nueva Cámara, la que apareció a la vista de muchos como la salvación de la República. Frente al comentario una pregunta se hace camino: la expectativa y la esperanza que esa frase encierra, ¿eran del diputado o del diario que la reprodujo? Se sabe que cada uno elegirá las expresiones en base a la mirada desde la cual abordará el acontecimiento y no es descabellado intuir que se trataba de un anhelo compartido, porque lo que hemos visto en estos días se pareció más a una celebración que a una cobertura. Parecía que quienes se habían sentado en las bancas eran esos mismos medios.
El primer paso fue hacer de los diputados entrantes un bloque compacto y homogéneo y nombrar a éste como “la oposición”: un espacio sin fisuras frente al cual algunos legisladores –es decir, la propia dirigencia política– debieron levantar la voz y rebelarse en el mismo recinto para indicar que ellos no se sentían cómodos con el relato que comenzaba a armarse con el mismo mecanismo que permitió instalar la figura de “el campo”. Otra vez se estaba presentando como un genérico a una variopinta sociedad y los intereses de algunos se instalaban como necesidades de todos.
Los adjetivos que hasta hace apenas días cargaban sobre sus espaldas valoraciones negativas, ahora aparecían como una brisa de aire fresco. “Embestida”, “embate” y “ofensiva” ya no eran fórmulas del oficialismo para “imponer” “su” superioridad numérica. Las mayorías que antes eran un abuso se presentaban ahora como la recuperación de los carriles republicanos.
La diputada Silvia Vázquez se cansó de insistir, durante todo el debate sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en que nunca había vivido tal nivel de semejanza entre las palabras de ciertos legisladores y las líneas editoriales de algunos medios a los que la normativa ponía en aprietos. Y se preguntó: “¿Quién está hablando cuando los representantes del pueblo dicen lo que dicen? ¿Hablan ellos o son hablados por el poder?”.
Ese mismo interrogante se vuelve pertinente en estos días: ¿quiénes hablaron en esas coberturas? Y las voces empezaron a aparecer. Primero con cierta cautela o discreción, pero con el correr de las horas se hizo evidente que aquellas adjetivaciones iban de la mano de las quejas y pronunciamientos de la Asociación de Empresarios de la Argentina, de la Unión Industrial, de la Mesa de Enlace, de Papel Prensa y hasta de Cáritas. Todos a coro en una misma vereda, enfrentados de modo binario y dicotómico –como son las interpretaciones mediáticas de los últimos tiempos– al nuevo eje del mal que parecen haber conformado Néstor Kirchner, Agustín Rossi y Patricia Fadel. El enorme valor del voto popular cambiaba de significación según quién lo poseyera.
La tríada se completó con dos notas en las cuales se habló de “medios amigos” y de “prensa oficialista”, paradójicamente publicadas en un diario que no suele hacer análisis del discurso porque sostiene que en sus páginas sólo se “refleja la realidad” y considera que hablar de “construcción del relato” es atacar la libertad de expresión.
En ese análisis se hizo un pormenorizado recorrido por lo que omitieron estos “medios amigos”; por los recortes informativos de la “prensa oficialista”; por los intereses económicos ocultos detrás de la propiedad y por los mecanismos de edición –gráfica y televisiva– a los que se recurrió para contar.
Explícitamente se trató de un intento de cuestionamiento a lo que esos diarios y canales habían narrado, pero fue, en realidad, un gran sinceramiento sobre cómo son las lógicas de producción de las noticias, sobre cómo la elección y la selección de los datos construye uno u otro escenario y sobre cuánto influye la omisión o la reiteración de determinado acontecimiento. Pero sobre todo, fue –aunque a media lengua–- una declaración política. Si se asume que hay “medios amigos”, el razonamiento concluye, inevitablemente, en que existen “medios enemigos”; si está presente la “prensa oficialista” es porque también juega este partido la “prensa opositora” y si los intereses económicos son de la partida, pues vale mirar detrás de todas las coberturas y preguntarles a éstas qué defiende cada uno de los títulos que se publican.
Nada nuevo hasta aquí, sólo que de aceptarse todo el argumento se desmorona el mito de objetividad y la independencia, vainas con las cuales se ha corrido a la ciudadanía por décadas. Bienvenida, entonces, la honestidad brutal porque transparenta que siempre, absolutamente, en todos los casos, se aborda la información desde una perspectiva. La cuestión es asumirla con claridad, explícitamente y a la vista de todos.
* Periodista. Docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA.

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