UNA ENCUESTA SOBRE LAS INSTITUCIONES DEMOCRATICAS
Un sistema que comienza a mostrar signos de desgaste
A 26 años del retorno democrático, una encuesta revela que hoy prevalece una imagen negativa sobre el sistema y sus instituciones. Con todo, la de la democracia es mucho mejor que la de los partidos y, sobre todo, de los políticos.
Desde la restauración de la democracia en Argentina en 1983 se sucedieron seis presidentes elegidos por el voto popular. Veintiséis años después de este hito de la historia argentina reciente y cerca del Bicentenario de la Revolución de Mayo es relevante realizar un análisis sobre la opinión de la sociedad sobre su desarrollo. En este sentido, el sistema democrático, a pesar de la sólida instauración como gobierno basado en el voto secreto y universal, parece dar muestras de fatiga. La imagen positiva de la democracia en la actualidad se reduce al 36 por ciento de los argentinos. Sin embargo, esta valoración es muy superior a dos de las instituciones sobre la que se sostiene la división de poderes: la Justicia y el Congreso nacional. Estas sólo tienen un 15 por ciento de imagen positiva cada una.
Los datos surgen de un trabajo realizado por la consultora Pulso Social Investigación en la última semana de noviembre en base a una muestra de 925 casos en todo el país.
Allí, la valoración de la democracia como idea triplica la valoración sobre los partidos políticos, y septuplica a los políticos en sí. Los políticos obteniendo sólo un 5 por ciento de imagen positiva son el reflejo de una crisis sobre la capacidad de la clase dirigente para liderar el proceso actual y pone en crisis la credibilidad del sistema.
La actuación tanto de la Justicia como del Congreso y los partidos es desaprobada por más de la mitad de los entrevistados. Esta imagen pesimista en cuanto a su actuación en el marco institucional llega a su extremo en la evaluación de los políticos que son vistos en forma negativa por siete de cada diez argentinos. La democracia como idea global, pero también como respuesta a la mejor vida de la población, tiene una imagen negativa menor del 30 por ciento.
La visión de la democracia
La imagen de la democracia es positiva, pero no por mucho margen. Los déficit para solucionar los problemas generales de la sociedad argentina impactan con fuerza en esta percepción y condiciona el interés de los ciudadanos por la vida pública.
El dato que debe encender algunas alarmas es que la percepción indiferente de la democracia se profundiza en la franja que va de los 18 a los 30 años, donde el 44 por ciento se expresa de esta forma. Dos hipótesis subyacen aquí, la primera ligada a la creciente apatía que muestran los jóvenes de todo lo que pasa fuera de su mundo. La segunda se identifica con la percepción de la democracia como única forma conocida por este segmento. Los de 30, tope superior del intervalo, tenían cuatro años en 1983, cuando asumió Raúl Alfonsín. En cambio, en las demás franjas de edades la percepción de la democracia es plenamente positiva. Sin embargo, la imagen negativa es similar en todos los estratos.
Analizando las posturas según el nivel socioeconómico de los consultados se nota que el mayor “disgusto” con el sistema de gobierno reside en los sectores medios. Si bien la indiferencia prima, estos sectores expresan en 5 puntos una mayor percepción negativa que los otros dos sectores en que se divide la escala (niveles altos y bajo, 27 y 28 por ciento de imagen negativa, respectivamente).
Por supuesto, no es posible deslindar la percepción de los ciudadanos sobre la democracia en términos generales con una situación coyuntural o la imagen que tienen de un gobierno puntual. Sin embargo, esta “contaminación” de identidad es un indicador de falta de arraigo cívico de la democracia actual, la ausencia de una visión de la democracia como “modo de vida”, más que como una concatenación de gobiernos en el tiempo.
Políticos en el tapete
Los políticos en Argentina no son un simple accidente. Es el conjunto de mujeres y hombres que por diferentes razones ocupan o aspiran a ocupar espacios de poder en el Estado. Es cierto que sin nombres y apellidos la conceptualización se vuelve genérica, pero se deben destacar dos cuestiones: florece en la población una imagen formada sobre la existencia de “una clase política” como una corporación. Luego, suele identificarse una ruptura en la línea que divide a la sociedad civil con la política.
Más allá de esto, no hay dudas de que gran parte del desencantamiento de los ciudadanos con la democracia y sus instituciones se descarga en este grupo. Siete de cada diez argentinos tiene una percepción negativa de los “políticos” en general y sólo un 5 por ciento los ve positivamente.
Paradójicamente, la impresión negativa se agudiza conforme se incrementa la edad de los ciudadanos, mientras que la positiva mejora levemente en el estrato de los adultos.
La apreciación negativa de la clase política es prácticamente pareja en todos los estratos. Sin embargo, se puede encontrar que los porteños atesoran la peor imagen de los políticos. Para los encuestados del resto del país, la imagen positiva supera el 10 por ciento.
Los partidos políticos
La única herramienta electoral que existe en la actualidad son los partidos políticos que, solos o en frentes, son los que deben transmitir a la sociedad sus propuestas electorales. Con los años sus principales “misiones” se han distorsionado para convertirse en personas jurídicas sin otro fin que permitir a los políticos presentarse a las elecciones,
La antigua pertenencia a un partido que enorgullecía a sus miembros se ha desplazado hacia el rechazo de la mayoría de la población: casi seis de cada diez argentinos tiene una imagen negativa de estas agrupaciones, y apenas en uno de cada 10 es positiva. Las mujeres son levemente más negativas que sus pares de sexo masculino, mientras organizada la información por grupos etarios, los mayores son quienes tienen peor imagen de los partidos al igual que sucedía con los políticos. Un dato curioso es que los más jóvenes tienen una imagen levemente más positiva que el resto.
Se puede observar en forma comparativa que los partidos tienen una imagen “menos negativa” que los políticos que los contienen. También aquí opera una suerte de disrupción debida a la falta de identificación a grandes rasgos entre los políticos y los partidos de donde surgen.
El Congreso
El Congreso tiene además de su incumbencia constitucional –dictar leyes– la característica de reunir a las expresiones políticas más representativas, tanto del oficialismo como de la oposición. De aquí que las expectativas sobre este órgano suelen ser altas, sobre todo luego de las elecciones de medio mandato. Sin embargo, independientemente de la información sobre la actuación del Congreso que pudieran tener los entrevistados, la mitad cree que su desempeño es negativo. En términos de edad, los mayores son quienes más críticas tienen al Legislativo. Los jóvenes tienen opinión dividida entre la negativa y la indiferencia, pero con un 20 por ciento son quienes más evaluaron en forma positiva.
Clasificando según el estrato económico y social, los que provienen de hogares de nivel medio son los más indiferentes a la actuación del legislativo (37 por ciento) y tienen una imagen levemente más positiva que el resto (16 por ciento, contra el 15 de nivel alto y 13 de nivel bajo).
El lugar de residencia arroja algunos resultados relevantes. Mientras los porteños son los más indiferentes (40 por ciento), los habitantes del GBA, tienen una percepción más negativa (53 por ciento). La única y relativa “buena noticia” proviene de los ciudadanos de las otras ciudades encuestadas: dos de cada diez tienen una visión positiva.
La Justicia no se salva
Si bien el Poder Judicial integra el Estado con los otros dos poderes, el concepto de justicia es mucho más amplio que el de un cuerpo organizado. Por otro lado, el Poder Judicial se encuentra ampliamente ramificado, a diferencia de los otros dos. Dado que si bien el Ejecutivo se organiza en formas de ministerios, secretarías y demás, la función constitucional corresponde al Presidente. De manera similar el Poder Legislativo es un grupo limitado de mujeres y hombres, ya sea en la Cámara de Diputados o de Senadores. La justicia en cambio se encuentra dividida en una amplia variedad de tribunales de los cuales los que más notoriedad suelen tener son los jueces federales y por supuesto la Corte Suprema de Justicia.
Tal como pasó con las demás instancias evaluadas, la percepción de la actuación del Poder Judicial es mayormente negativa. También como se pudo verificar a lo largo del informe, los más disconformes son las personas de mayor edad. Los jóvenes, por su parte, lideran en el sector de indiferentes, en buena medida por desconocimiento.
En el análisis no deja de sorprender el hecho de que, dentro de la imagen negativa general, dos de cada diez entrevistados del menor nivel socioeconómico consideran positivo el accionar del Poder Judicial. Los integrantes de los sectores medios son quienes tienen la peor imagen, con una distribución muy parecida a la de los sectores altos
Cuentas pendientes de la democracia
Final del formulario
Por Carlos F. De Angelis *
Luego de un cuarto de siglo, no ausente de crisis y dificultades, la democracia argentina parece dar muestras de fatiga que deben ser analizadas. Este desgaste no es abstracto, sino que puede ser identificado en la vida cotidiana donde crecen signos de intolerancia y expresiones autoritarias.
Las situaciones que jaquearon a la democracia en el pasado fueron visibles: asonadas militares, hiperinflación o los saqueos. Hoy la acechanza proviene de un enemigo silencioso: la creciente pérdida de la valoración del sistema democrático y de sus instituciones.
En el estudio realizado por la consultora Pulso Social Investigación sobre una muestra nacional de 925 casos durante la última semana del mes de noviembre se puede ver que la imagen positiva de la democracia se reduce al 36 por ciento de los argentinos, y que a un número similar les resulta indiferente. Otro dato preocupante surge del estudio: la percepción indiferente se profundiza entre los jóvenes, donde casi menos de la mitad se expresa de esta forma.
Paradójicamente, la estima de la democracia es superior a sus instituciones. Los políticos, los partidos, la Justicia y el Congreso poseen una muy baja valoración positiva. El caso de los políticos es emblemático. Son rechazados por siete de cada diez argentinos. Y los partidos, marchitas organizaciones políticas, poseen una percepción negativa de seis de cada diez.
La perspectiva de una clase política que priorizaría sus intereses particulares por sobre los de la ciudadanía se ha instalado como dogma. Cambiar esta percepción llevará mucho trabajo y varias generaciones. Luego, el reemplazo de las identidades partidarias por modelos que asimilan las candidaturas a marcas de productos, puede ser exitoso en la coyuntura, sin embargo contribuye al descrédito de la dirigencia, sobre todo cuando se evidencia que esas “marcas” no logran transformarse en gestoras eficaces de lo público.
Siguiendo los datos de estudio se destaca que el desprestigio de la política alcanza también a las instituciones de la democracia, como el Congreso, máxime cuando su actuación ha sido cuestionada desde distintos ámbitos de la sociedad. El Congreso tiene la característica de reunir a las diversas expresiones políticas. De aquí que las expectativas sobre este órgano deberían ser altas. Sin embargo, la mitad de los argentinos creen que su desempeño es negativo. Similar situación ocurre en el Poder Judicial cuya percepción negativa alcanza el 60 por ciento.
Resulta difícil imaginar una mejor democracia cuando sus instituciones e integrantes son denostados por la opinión pública. La democracia se vuelve un concepto inocuo y meramente formal, una idea flotante que puede ser reemplazada por otra si parece más atractiva o más operativa.
La democracia no es un monumento ni un recuerdo de mejores épocas, sino un organismo vivo que sólo puede asentarse en una sociedad democrática en términos políticos pero también económicos. Sin una mejor distribución del ingreso, la inclusión social y un futuro sustentable para todos no se vuelven una realidad palpable, el voto pasa a ser un acto vacío de contenido.
Pero, cómo se sale de la trampa, dónde parte de la ciudadanía pide soluciones inmediatas y mágicas a los problemas de la sociedad, y dónde buena parte de la clase política propone soluciones de corto plazo, sin la planificación necesaria o estudios que evalúen sus impactos.
Cómo correrse de la demanda que pide “diálogo” pero que ve toda negociación como una claudicación. Cómo se cambia una sociedad que muestra una creciente apatía y desinterés sobre lo público o común, que rechaza participar, pero a la vez reclama una renovación de la clase dirigente.
Desde ya, existen muchas alternativas para mejorar la calidad institucional, ampliar la participación, extender el derecho a voto en áreas inexploradas, etcétera, pero en este caso, a diferencia que para bailar un tango, hacen falta muchos más que dos.
* Sociólogo y autor de Radiografía del voto porteño: la Argentina que viene. Editorial Atuel.
Democracia y calidad de vida
Final del formulario
Por Washington Uranga
El estudio de opinión pública sobre “La democracia y sus instituciones”, realizado por la consultora Pulso Social, viene a ratificar con datos el descrédito que, a simple vista, se percibe sobre la democracia en muchos espacios de la sociedad. Pero no debería caerse en la simplificación de que los ciudadanos encuestados rechazan la democracia para adherir a cualquier otro sistema o forma de gobierno, o bien, para regresar a formas de autoritarismo trasnochado. Es cierto que algunos, en momentos de ira y hasta desesperación, terminan apelando a frases que piden el retorno de “la mano dura” y hasta “de los militares”.
Mirando en detalle el trabajo de Pulso Social se puede discernir que son los más jóvenes quienes menos entusiasmo demuestran por la democracia. No es difícil concluir que quienes así opinan no conocen otra forma de gobierno y, por lo tanto, se les hace difícil una comparación. Los adultos que vivieron los tiempos de la dictadura, por ejemplo, tienen más elementos para valorar y cotejar entre sistemas. La opinión de estos últimos está menos ligada a los resultados de la coyuntura. Con un poco más de panorama se puede llegar a concluir que las carencias y las dificultades actuales pueden ser más fácilmente adjudicables a las fallas de los hombres y de algunas de las instituciones, a la corrupción o a otros factores circunstanciales antes que al sistema como tal.
En uno y otro caso, las críticas a la democracia pueden ser atribuidas, por una parte, a la despolitización creciente de la ciudadanía. Para valorar el sistema hay que encontrar sentido a la propia acción dentro del mismo. La mera emisión del sufragio no es suficiente como para sentirse parte de aquello que llamamos pomposamente sistema democrático. Pero seguramente lo que más incide en la construcción de la opinión que refleja el sondeo, es la relación entre democracia y calidad de vida. Las personas valoran el sistema por el resultado práctico y ostensible que deja en sus vidas. Y si la vida cotidiana no es manifestación de una calidad de vida satisfactoria –con toda la complejidad de componentes que supone hablar de calidad de vida– es imposible que se le pida que valoren el sistema. No hay disociación posible.
La calidad de vida es a la valoración de la democracia, tanto como el sistema mismo aporte al bienestar de los ciudadanos. Por extensión, como también lo señala el estudio, los dirigentes políticos no podían salir mejor parados.
Un sistema que comienza a mostrar signos de desgaste
A 26 años del retorno democrático, una encuesta revela que hoy prevalece una imagen negativa sobre el sistema y sus instituciones. Con todo, la de la democracia es mucho mejor que la de los partidos y, sobre todo, de los políticos.
Desde la restauración de la democracia en Argentina en 1983 se sucedieron seis presidentes elegidos por el voto popular. Veintiséis años después de este hito de la historia argentina reciente y cerca del Bicentenario de la Revolución de Mayo es relevante realizar un análisis sobre la opinión de la sociedad sobre su desarrollo. En este sentido, el sistema democrático, a pesar de la sólida instauración como gobierno basado en el voto secreto y universal, parece dar muestras de fatiga. La imagen positiva de la democracia en la actualidad se reduce al 36 por ciento de los argentinos. Sin embargo, esta valoración es muy superior a dos de las instituciones sobre la que se sostiene la división de poderes: la Justicia y el Congreso nacional. Estas sólo tienen un 15 por ciento de imagen positiva cada una.
Los datos surgen de un trabajo realizado por la consultora Pulso Social Investigación en la última semana de noviembre en base a una muestra de 925 casos en todo el país.
Allí, la valoración de la democracia como idea triplica la valoración sobre los partidos políticos, y septuplica a los políticos en sí. Los políticos obteniendo sólo un 5 por ciento de imagen positiva son el reflejo de una crisis sobre la capacidad de la clase dirigente para liderar el proceso actual y pone en crisis la credibilidad del sistema.
La actuación tanto de la Justicia como del Congreso y los partidos es desaprobada por más de la mitad de los entrevistados. Esta imagen pesimista en cuanto a su actuación en el marco institucional llega a su extremo en la evaluación de los políticos que son vistos en forma negativa por siete de cada diez argentinos. La democracia como idea global, pero también como respuesta a la mejor vida de la población, tiene una imagen negativa menor del 30 por ciento.
La visión de la democracia
La imagen de la democracia es positiva, pero no por mucho margen. Los déficit para solucionar los problemas generales de la sociedad argentina impactan con fuerza en esta percepción y condiciona el interés de los ciudadanos por la vida pública.
El dato que debe encender algunas alarmas es que la percepción indiferente de la democracia se profundiza en la franja que va de los 18 a los 30 años, donde el 44 por ciento se expresa de esta forma. Dos hipótesis subyacen aquí, la primera ligada a la creciente apatía que muestran los jóvenes de todo lo que pasa fuera de su mundo. La segunda se identifica con la percepción de la democracia como única forma conocida por este segmento. Los de 30, tope superior del intervalo, tenían cuatro años en 1983, cuando asumió Raúl Alfonsín. En cambio, en las demás franjas de edades la percepción de la democracia es plenamente positiva. Sin embargo, la imagen negativa es similar en todos los estratos.
Analizando las posturas según el nivel socioeconómico de los consultados se nota que el mayor “disgusto” con el sistema de gobierno reside en los sectores medios. Si bien la indiferencia prima, estos sectores expresan en 5 puntos una mayor percepción negativa que los otros dos sectores en que se divide la escala (niveles altos y bajo, 27 y 28 por ciento de imagen negativa, respectivamente).
Por supuesto, no es posible deslindar la percepción de los ciudadanos sobre la democracia en términos generales con una situación coyuntural o la imagen que tienen de un gobierno puntual. Sin embargo, esta “contaminación” de identidad es un indicador de falta de arraigo cívico de la democracia actual, la ausencia de una visión de la democracia como “modo de vida”, más que como una concatenación de gobiernos en el tiempo.
Políticos en el tapete
Los políticos en Argentina no son un simple accidente. Es el conjunto de mujeres y hombres que por diferentes razones ocupan o aspiran a ocupar espacios de poder en el Estado. Es cierto que sin nombres y apellidos la conceptualización se vuelve genérica, pero se deben destacar dos cuestiones: florece en la población una imagen formada sobre la existencia de “una clase política” como una corporación. Luego, suele identificarse una ruptura en la línea que divide a la sociedad civil con la política.
Más allá de esto, no hay dudas de que gran parte del desencantamiento de los ciudadanos con la democracia y sus instituciones se descarga en este grupo. Siete de cada diez argentinos tiene una percepción negativa de los “políticos” en general y sólo un 5 por ciento los ve positivamente.
Paradójicamente, la impresión negativa se agudiza conforme se incrementa la edad de los ciudadanos, mientras que la positiva mejora levemente en el estrato de los adultos.
La apreciación negativa de la clase política es prácticamente pareja en todos los estratos. Sin embargo, se puede encontrar que los porteños atesoran la peor imagen de los políticos. Para los encuestados del resto del país, la imagen positiva supera el 10 por ciento.
Los partidos políticos
La única herramienta electoral que existe en la actualidad son los partidos políticos que, solos o en frentes, son los que deben transmitir a la sociedad sus propuestas electorales. Con los años sus principales “misiones” se han distorsionado para convertirse en personas jurídicas sin otro fin que permitir a los políticos presentarse a las elecciones,
La antigua pertenencia a un partido que enorgullecía a sus miembros se ha desplazado hacia el rechazo de la mayoría de la población: casi seis de cada diez argentinos tiene una imagen negativa de estas agrupaciones, y apenas en uno de cada 10 es positiva. Las mujeres son levemente más negativas que sus pares de sexo masculino, mientras organizada la información por grupos etarios, los mayores son quienes tienen peor imagen de los partidos al igual que sucedía con los políticos. Un dato curioso es que los más jóvenes tienen una imagen levemente más positiva que el resto.
Se puede observar en forma comparativa que los partidos tienen una imagen “menos negativa” que los políticos que los contienen. También aquí opera una suerte de disrupción debida a la falta de identificación a grandes rasgos entre los políticos y los partidos de donde surgen.
El Congreso
El Congreso tiene además de su incumbencia constitucional –dictar leyes– la característica de reunir a las expresiones políticas más representativas, tanto del oficialismo como de la oposición. De aquí que las expectativas sobre este órgano suelen ser altas, sobre todo luego de las elecciones de medio mandato. Sin embargo, independientemente de la información sobre la actuación del Congreso que pudieran tener los entrevistados, la mitad cree que su desempeño es negativo. En términos de edad, los mayores son quienes más críticas tienen al Legislativo. Los jóvenes tienen opinión dividida entre la negativa y la indiferencia, pero con un 20 por ciento son quienes más evaluaron en forma positiva.
Clasificando según el estrato económico y social, los que provienen de hogares de nivel medio son los más indiferentes a la actuación del legislativo (37 por ciento) y tienen una imagen levemente más positiva que el resto (16 por ciento, contra el 15 de nivel alto y 13 de nivel bajo).
El lugar de residencia arroja algunos resultados relevantes. Mientras los porteños son los más indiferentes (40 por ciento), los habitantes del GBA, tienen una percepción más negativa (53 por ciento). La única y relativa “buena noticia” proviene de los ciudadanos de las otras ciudades encuestadas: dos de cada diez tienen una visión positiva.
La Justicia no se salva
Si bien el Poder Judicial integra el Estado con los otros dos poderes, el concepto de justicia es mucho más amplio que el de un cuerpo organizado. Por otro lado, el Poder Judicial se encuentra ampliamente ramificado, a diferencia de los otros dos. Dado que si bien el Ejecutivo se organiza en formas de ministerios, secretarías y demás, la función constitucional corresponde al Presidente. De manera similar el Poder Legislativo es un grupo limitado de mujeres y hombres, ya sea en la Cámara de Diputados o de Senadores. La justicia en cambio se encuentra dividida en una amplia variedad de tribunales de los cuales los que más notoriedad suelen tener son los jueces federales y por supuesto la Corte Suprema de Justicia.
Tal como pasó con las demás instancias evaluadas, la percepción de la actuación del Poder Judicial es mayormente negativa. También como se pudo verificar a lo largo del informe, los más disconformes son las personas de mayor edad. Los jóvenes, por su parte, lideran en el sector de indiferentes, en buena medida por desconocimiento.
En el análisis no deja de sorprender el hecho de que, dentro de la imagen negativa general, dos de cada diez entrevistados del menor nivel socioeconómico consideran positivo el accionar del Poder Judicial. Los integrantes de los sectores medios son quienes tienen la peor imagen, con una distribución muy parecida a la de los sectores altos
Cuentas pendientes de la democracia
Final del formulario
Por Carlos F. De Angelis *
Luego de un cuarto de siglo, no ausente de crisis y dificultades, la democracia argentina parece dar muestras de fatiga que deben ser analizadas. Este desgaste no es abstracto, sino que puede ser identificado en la vida cotidiana donde crecen signos de intolerancia y expresiones autoritarias.
Las situaciones que jaquearon a la democracia en el pasado fueron visibles: asonadas militares, hiperinflación o los saqueos. Hoy la acechanza proviene de un enemigo silencioso: la creciente pérdida de la valoración del sistema democrático y de sus instituciones.
En el estudio realizado por la consultora Pulso Social Investigación sobre una muestra nacional de 925 casos durante la última semana del mes de noviembre se puede ver que la imagen positiva de la democracia se reduce al 36 por ciento de los argentinos, y que a un número similar les resulta indiferente. Otro dato preocupante surge del estudio: la percepción indiferente se profundiza entre los jóvenes, donde casi menos de la mitad se expresa de esta forma.
Paradójicamente, la estima de la democracia es superior a sus instituciones. Los políticos, los partidos, la Justicia y el Congreso poseen una muy baja valoración positiva. El caso de los políticos es emblemático. Son rechazados por siete de cada diez argentinos. Y los partidos, marchitas organizaciones políticas, poseen una percepción negativa de seis de cada diez.
La perspectiva de una clase política que priorizaría sus intereses particulares por sobre los de la ciudadanía se ha instalado como dogma. Cambiar esta percepción llevará mucho trabajo y varias generaciones. Luego, el reemplazo de las identidades partidarias por modelos que asimilan las candidaturas a marcas de productos, puede ser exitoso en la coyuntura, sin embargo contribuye al descrédito de la dirigencia, sobre todo cuando se evidencia que esas “marcas” no logran transformarse en gestoras eficaces de lo público.
Siguiendo los datos de estudio se destaca que el desprestigio de la política alcanza también a las instituciones de la democracia, como el Congreso, máxime cuando su actuación ha sido cuestionada desde distintos ámbitos de la sociedad. El Congreso tiene la característica de reunir a las diversas expresiones políticas. De aquí que las expectativas sobre este órgano deberían ser altas. Sin embargo, la mitad de los argentinos creen que su desempeño es negativo. Similar situación ocurre en el Poder Judicial cuya percepción negativa alcanza el 60 por ciento.
Resulta difícil imaginar una mejor democracia cuando sus instituciones e integrantes son denostados por la opinión pública. La democracia se vuelve un concepto inocuo y meramente formal, una idea flotante que puede ser reemplazada por otra si parece más atractiva o más operativa.
La democracia no es un monumento ni un recuerdo de mejores épocas, sino un organismo vivo que sólo puede asentarse en una sociedad democrática en términos políticos pero también económicos. Sin una mejor distribución del ingreso, la inclusión social y un futuro sustentable para todos no se vuelven una realidad palpable, el voto pasa a ser un acto vacío de contenido.
Pero, cómo se sale de la trampa, dónde parte de la ciudadanía pide soluciones inmediatas y mágicas a los problemas de la sociedad, y dónde buena parte de la clase política propone soluciones de corto plazo, sin la planificación necesaria o estudios que evalúen sus impactos.
Cómo correrse de la demanda que pide “diálogo” pero que ve toda negociación como una claudicación. Cómo se cambia una sociedad que muestra una creciente apatía y desinterés sobre lo público o común, que rechaza participar, pero a la vez reclama una renovación de la clase dirigente.
Desde ya, existen muchas alternativas para mejorar la calidad institucional, ampliar la participación, extender el derecho a voto en áreas inexploradas, etcétera, pero en este caso, a diferencia que para bailar un tango, hacen falta muchos más que dos.
* Sociólogo y autor de Radiografía del voto porteño: la Argentina que viene. Editorial Atuel.
Democracia y calidad de vida
Final del formulario
Por Washington Uranga
El estudio de opinión pública sobre “La democracia y sus instituciones”, realizado por la consultora Pulso Social, viene a ratificar con datos el descrédito que, a simple vista, se percibe sobre la democracia en muchos espacios de la sociedad. Pero no debería caerse en la simplificación de que los ciudadanos encuestados rechazan la democracia para adherir a cualquier otro sistema o forma de gobierno, o bien, para regresar a formas de autoritarismo trasnochado. Es cierto que algunos, en momentos de ira y hasta desesperación, terminan apelando a frases que piden el retorno de “la mano dura” y hasta “de los militares”.
Mirando en detalle el trabajo de Pulso Social se puede discernir que son los más jóvenes quienes menos entusiasmo demuestran por la democracia. No es difícil concluir que quienes así opinan no conocen otra forma de gobierno y, por lo tanto, se les hace difícil una comparación. Los adultos que vivieron los tiempos de la dictadura, por ejemplo, tienen más elementos para valorar y cotejar entre sistemas. La opinión de estos últimos está menos ligada a los resultados de la coyuntura. Con un poco más de panorama se puede llegar a concluir que las carencias y las dificultades actuales pueden ser más fácilmente adjudicables a las fallas de los hombres y de algunas de las instituciones, a la corrupción o a otros factores circunstanciales antes que al sistema como tal.
En uno y otro caso, las críticas a la democracia pueden ser atribuidas, por una parte, a la despolitización creciente de la ciudadanía. Para valorar el sistema hay que encontrar sentido a la propia acción dentro del mismo. La mera emisión del sufragio no es suficiente como para sentirse parte de aquello que llamamos pomposamente sistema democrático. Pero seguramente lo que más incide en la construcción de la opinión que refleja el sondeo, es la relación entre democracia y calidad de vida. Las personas valoran el sistema por el resultado práctico y ostensible que deja en sus vidas. Y si la vida cotidiana no es manifestación de una calidad de vida satisfactoria –con toda la complejidad de componentes que supone hablar de calidad de vida– es imposible que se le pida que valoren el sistema. No hay disociación posible.
La calidad de vida es a la valoración de la democracia, tanto como el sistema mismo aporte al bienestar de los ciudadanos. Por extensión, como también lo señala el estudio, los dirigentes políticos no podían salir mejor parados.
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