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El humor nos protege del infarto social
En mi columna anterior (“Medios y política”, PERFIL del domingo 11 de mayo), intenté discutir la pregunta: “¿Pueden los medios (…) tener una influencia importante sobre el comportamiento de voto?”. Al recordar esa vieja y complicada cuestión, pensaba en el discurso de la información. Pero sorpresivamente, la pregunta invadió los medios estos últimos días.
Por Eliseo Verón En mi columna anterior (“Medios y política”, PERFIL del domingo 11 de mayo), intenté discutir la pregunta: “¿Pueden los medios (…) tener una influencia importante sobre el comportamiento de voto?”. Al recordar esa vieja y complicada cuestión, pensaba en el discurso de la información. Pero sorpresivamente, la pregunta invadió los medios estos últimos días –preocupando al Gobierno sin ningún disimulo– ¡a propósito del “Gran Cuñado” de Tinelli! Que este hecho es sintomático, no cabe duda; lo importante es determinar de qué es un síntoma. Porque contrariamente a lo que expresó Lanata en su programa de televisión, la comedia política ha sido, desde antes de Aristófanes, una cosa muy seria.
Dejemos de lado los aspectos más groseros de la situación. Por ejemplo, a propósito de los primeros episodios de “Gran Cuñado”, las declaraciones del ministro Aníbal Fernández según las cuales ese programa “tenía excesos” y “debería regularse”. O el hecho de que el propio ex presidente Kirchner y varios funcionarios de su gobierno –como lo recordó acertadamente Pepe Eliaschev en este diario– se prestaran alegremente en 2005 a una parodia televisiva de Fernando de la Rúa, también producida por Tinelli (el video está, claro, en YouTube). Se podrá argumentar que una cosa es satirizar a un ex presidente y otra, a un presidente en ejercicio. Vale. Además, claro, de aquel ex, difícilmente se podían esperar represalias significativas.
Desde mi punto de vista, la opinión pública puede ser modelizada como un conjunto extremadamente complejo de lo que llamo espacios mentales, configuración de operaciones cognitivas que combina tres órdenes de fenómenos: los afectos, la percepción de hechos y la adhesión a normas. Muchas de esas configuraciones de espacios mentales se agrupan en “mundos” (por ejemplo: el mundo del trabajo, de la familia, de la política, de la sexualidad). Entre esos mundos hay distintos grados de permeabilidad o de aislamiento, y sobre las leyes que regulan las maneras en que los significados “viajan” a través de esos espacios, los modos en que los eventos de un “mundo” pueden afectar a otro, sabemos todavía muy poco. Pero hay operadores de transición, que facilitan las conexiones entre espacios mentales. No es imposible que la emoción asociada al humor sea, para el tejido de los espacios mentales, comparable al vino: facilita la circulación. Un aspecto siempre problemático de las emociones es su objeto; la sátira política se mantiene “aferrada” a su objeto, no lo suelta (de ahí la importancia del parecido físico a través de la caricatura), y produce a su respecto una emoción intensa. Tal vez sea por esta característica estructural que la comedia política, desde hace milenios, genera miedo en los ocupantes del poder. Y en democracia la vuelve “peligrosa” –perdón, destituyente.
En Francia, el más famoso programa satírico de la televisión, Les guignols de l’information, nacido en el cable durante la segunda presidencia de François Mitterrand y visto desde entonces cotidianamente por unos 3 millones de televidentes, inquietó a más de un presidente y a muchos funcionarios. Los payasos de la información festejaron en marzo pasado sus veinte años, e invitaron al aniversario a los personajes originales, muchos de los cuales se hicieron presentes.
La sátira de los Guignols se aplica a personajes públicos de todos los sectores (funcionarios, políticos, empresarios, personalidades de la farándula, del deporte, etc.) y, como el nombre del programa lo indica, también busca a sus víctimas en el sector de los medios. Durante esos veinte años, el payaso central encarna al presentador del noticiero de la noche de la primera cadena de la televisión abierta, y comienza invariablemente diciendo: “Buenas noches, usted mira demasiada televisión”.
En este caso, la voluntad autocrítica por parte de los propios medios es un componente fundamental y hace más improbable que del otro lado se produzcan reacciones en espejo como la que tuvo el publicitario del kirchnerismo Fernando Braga Menéndez quien, en el debate que este diario publicó el pasado domingo a propósito de “Gran Cuñado”, no dudó un instante en proyectar sobre el conjunto de los ciudadanos argentinos los problemas del Gobierno, diciendo que “si 40 millones de personas depositan en los políticos sus fracasos, lo malo, lo mediocre, algo anda mal”.
Tomo otro trago de un muy buen merlot y reflexiono sobre el extraño exabrupto de Braga Menéndez. Y me pregunto: algo anda mal, sin duda, ¿pero dónde?
*Profesor plenario Universidad San Andrés.
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