MEDIOS Y COMUNICACION
Cultura participativa y derecho de
autor
Paola Fernández sostiene que los usos y
prácticas que posibilita Internet obligan a (re) pensar las regulaciones
vigentes, sobre todo en lo que respecta al derecho de autor. Desde esta
perspectiva, el concepto de “cultura participativa” permite repasar este nuevo
tipo de habilidades usuarias desde un abordaje colectivo y ciudadano.
A partir de la irrupción de Internet y
sobre todo de la digitalización, las industrias culturales atraviesan una
profunda transformación que afecta todos los eslabones de la producción y
actores que en ella intervienen. Conceptos como inteligencia colectiva y
cultura participativa adquieren mayor trascendencia, en particular gracias al
análisis de los procesos sociales vinculados con las prácticas que posibilitan
las herramientas tecnológicas y digitales.
Desde esta premisa, y
desde el anclaje del derecho de autor, la regulación y normativa restrictiva
–desde la interpretación negativa del derecho–, entra en crisis como
consecuencia de la incapacidad de restringir el accionar individual y colectivo
que permite la copia.
Bajo estas
consideraciones iniciales, en el actual entorno mediático-cultural se torna
visible la intervención de los espectadores de los medios de comunicación,
situación que provoca la tentación de caer en la utópica liberación individual
producto de las tecnologías de gestión, desplazando la función del Estado –como
garante de derechos– a un mero espectador del proceso.
Vale aquí la
aclaración metodológica que implica que, más que hablar de tecnologías
interactivas, se deberían considerar las acciones e inte-racciones entre los
actores emergentes, así como también desplazar el rol de consumidor hacia una
(re) significación como autores/creadores de bienes y obras intelectuales,
fundado en la noción de los bienes comunes (Ariel Vercelli, 2009, en http://www.arielvercelli.org/rlbic.pdf).
En este contexto, se interpretan estos últimos como los recursos que se
encuentran a disposición de cualquier persona –sin discriminar usos o
apropiaciones–, pero no se encuentran bajo la propiedad exclusiva de ningún
individuo o colectivo en particular.
Desde esta
perspectiva, podemos pensar la gestión colectiva de los bienes y obras
intelectuales bajo la tríada conformada por las nuevas herramientas y
tecnologías; subculturas o grupos de interés que impulsan la producción propia
de contenidos; y tendencias económicas que promueven una participación más
interactiva de los espectadores por parte de los grupos concentrados
mediáticos.
Es posible entonces
(re) pensar el derecho de autor y derecho a copia como un proceso de
coconstrucción, en función de los diferentes espacios que ocupan los actores y
considerando las tensiones latentes, producto de las disputas de cada uno y su
rol en el ecosistema mediático.
En definitiva, “se
trata de considerar el derecho a copiar como un derecho a generar y gestionar
la riqueza comunitaria (...), así como partes de una regulación sobre la
gestión de la abundancia/riqueza común” (Vercelli, 2012). Atendiendo a esta
mirada, “las nuevas capacidades tecnológicas de copiar y los derechos de copia
emergentes se van coconstruyendo a través del tiempo” (Ibídem).
En otras palabras, la
propuesta se enfoca hacia la articulación de las potencialidades de la cultura
participativa desde la perspectiva del derecho de autor y de copia. Se trata de
comprender y abordar la cultura participativa como el derivado de usos y
hábitos sociales que atraviesan a todo el conjunto humano, que no emerge sólo
con Internet o la digitalización. Todo individuo comparte cultura. Y éste es un
ejercicio que antecede a los medios de comunicación tal como los conocemos en
la actualidad. En suma, se trata de facilitar el acceso a la cultura, con
ópticas reguladoras de la difusión y acceso a las herramientas comunicativas;
arraigadas en la igualdad de oportunidades para la creación y producción de
bienes culturales.
A partir de esta
consideración, toda relación social que implique la participación mediada por
tecnologías se comprende como un proceso de diseño y reflexión sobre los
elementos que la conforman, para poder así entender el significado de la
representación que implican las inte-racciones en la red.
Desde esta
conceptualización, el constituir redes no es solo un acto social, sino una
acción fundacional para la nueva participación. Elemento que tampoco podría
realizarse si no se entiende el derecho a copiar como un derecho humano.
* Licenciada en
Comunicación, Universidad Nacional de Quilmes.
MEDIOS Y COMUNICACION
La monopolización del discurso
ambiental
Lorena Suárez denuncia la
monopolización del discurso ambiental en los medios de comunicación por parte
de las grandes potencias y sus organizaciones, imponiendo agenda y concepciones
respecto de esta cuestión. Y demanda que los comunicadores argentinos se
preocupen por el tema.
Por Lorena Suárez *
El discurso de lo ambiental en la
agenda pública internacional cuenta con poco más de treinta años. Pero no es
ésa su principal característica, sino su monopolización por parte de las
grandes potencias y sus organizaciones (Europa, EE.UU., ONU). Son ellas las que
imponen sus puntos de vista, sus versiones de los problemas, incluso la que
definen como problema.
Las ONG con visión
internacional desarrollan campañas donde resaltan que no reciben fondos de
gobiernos haciendo énfasis en la “no política”. Desde esta perspectiva, los
conflictos ambientales no serían cuestiones de los gobiernos, sino de ciudadanos
comprometidos con su entorno quienes delegan en ellos el tratamiento de esos
temas. Según éstos, el ambiente es asunto de expertos; no es algo que nos pasa
a todos y a todas, aquí y ahora.
En los ámbitos
académicos, la discusión de contenidos ambientales fue hasta hace poco
considerada “posmoderna”. No se discutía ahí la lucha de clases, sino temas
menores, superfluos, débiles. Sin embargo, esto está cambiando. Los pensadores
empiezan a ver en la cuestión ambiental la discusión por los recursos escasos,
por las energías, por la subsistencia. En suma, por la forma en la que
producimos y consumimos.
En Argentina, los
temas ambientales ocupan un lugar muy reducido en la agenda mediática,
monopolizados por versiones “primermundistas” de los hechos y reafirmados por
las ONG que en sus fines recaudacionistas intentan visiones globalizadoras de
los temas.
Pocos medios cuentan
con especialistas en temas de ambiente. Cometen errores técnicos en su
tratamiento, simplifican su complejidad o se limitan a reflejar denuncias de
algunas de las partes ocultando que, en la mayoría de los casos, los conflictos
ambientales involucran multiplicidad de actores e intereses y que cada uno de
ellos tiene al menos una parte de “la verdad”.
Si bien Argentina no
aparece aún, a nivel internacional, con un relato fuerte y claro en torno de lo
ambiental, lo ha hecho a nivel local con el conflicto por las papeleras, la
minería a cielo abierto en Famatina, el fra-cking en Vaca Muerta, la
contaminación industrial en el Riachuelo, la utilización de los agroquímicos.
Todos estos temas siguen latentes en la agenda mediática, pero no han logrado
ni imponerse con suficiente fuerza en la opinión pública, ni expresar una
visión sobre lo ambiental que implique una mirada propia (nacional y popular).
Sin embargo, empiezan
a asomarse en Latinoamérica relatos con conceptualizaciones distintas, a veces
contrapuestas, a las que alientan potencias mundiales y las ONG ambientalistas.
El largamente
aplaudido discurso del presidente de Uruguay, Pepe Mujica, en la Cumbre Río +
20, celebrada en Brasil en agosto de 2012, explicaba que, para las sociedades
latinoamericanas, trabajar por la defensa del medio ambiente es pelear por
condiciones de trabajo dignas, por los derechos humanos, por la eliminación de
la pobreza. En síntesis, por mejorar nuestra vida cotidiana. En sus palabras,
lo ambiental no es algo que tenemos que ir a buscar en otro lado, sino que nos
atraviesa en lo cotidiano.
Desde otro enfoque,
el vicepresidente boliviano, Alvaro García Linera, acaba de editar Geopolítica
de la Amazonia, un libro en el que asegura que “existe una operación
cuidadosamente planeada de parte de organismos extranjeros, las ONG y
fundaciones ambientalistas que, utilizando a los indígenas de la Amazonia,
quieren controlar la región, por su reserva de biodiversidad y de agua dulce,
cuestionando la intervención de los Estados”.
Desde Ecuador, Rafael
Correa fijó posición en relación con la explotación petrolera de la reserva
Yasuní. “El mundo es una gran hipocresía”, declaró tras fracasar el proyecto
que buscaba inexplotar el crudo en la zona a cambio de que la comunidad
internacional aportara a Ecuador una suma de dinero que le permitiera preservar
esa reserva. Correa evidenció la complejidad de los temas ambientales y la
necesidad de que las “grandes potencias” se involucren, más allá de los
discursos bonitos.
Los conflictos
ambientales son muy complejos e involucran muchos aspectos de nuestra vida cotidiana:
la forma de habitar, de relacionarnos, de consumir, de crecer y progresar.
Perderíamos una gran oportunidad de convertirnos en actores si seguimos
importando discursos que no nos tienen como protagonistas. Los comunicadores
tenemos un gran desafío. Se trata de poner sobre la agenda mediática argentina
estas cuestiones desde una mirada propia que nos involucre, nos acerque a las
visiones que empieza a esbozar la región, problematizarlas, difundirlas,
hacerlas noticia.
* Licenciada en
Ciencias de la Comunicación (UBA). Asesora en comunicación en Autoridad de
Cuenca Matanza-Riachuelo (Acumar).
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