PERIODISMO TRADICIONAL Y ELECTRONICO
Las misteriosas poblaciones de Internet
Diversos hechos mediáticos de los últimos días han tenido que ver con “efectos” del funcionamiento de Internet y pueden sin duda ser leídos como anticipos de nuestro futuro. Pero tenemos que ser muy prudentes al formular una interpretación y, sobre todo, no olvidar la confusión que se puede producir cuando –inevitablemente– usamos categorías viejas para entender fenómenos nuevos.
Uno de esos hechos ha sido la difusión de cerca de 100 mil documentos secretos (aunque de un nivel de secreto no demasiado alto) relativos a acciones de las fuerzas armadas norteamericanas en Afganistán, por el sitio web WikiLeaks, del periodista Julian Assange. En mi columna anterior aludí a otro escándalo, esta vez en el mundo político francés, como resultado de la publicación, por el sitio Mediapart, de conversaciones telefónicas de la propietaria de L’Oréal con uno de sus asesores financieros. La filtración de las torturas a prisioneros iraquíes en la prisión de Abu Ghraib en 2004 tenía todavía como único protagonista a la prensa gráfica tradicional. En el caso de los llamados “archivos de Afganistán”, Julian Assange negoció previamente con tres grandes diarios (el New York Times, The Guardian y Der Spiegel) para el análisis y chequeo de esa enorme documentación, a condición de que no publicaran nada hasta el día 26 de julio, cuando WikiLeaks subió a Internet la totalidad de los documentos secretos: una inédita colaboración entre el periodismo tradicional y el electrónico. Inmediatamente después, la noticia fue tapa de todos los grandes diarios del mundo. No cabe duda entonces que Internet se está convirtiendo en uno de los principales espacios de producción de la agenda global, como resultado de características que le son propias como dispositivo técnico. Un diario no puede publicar 90 mil documentos, pero un sitio de Internet puede hacerlo en unos pocos segundos; los famosos “Papeles del Pentágono”, revelados en 1971, fueron entregados a un periodista, pero cuando se sube un archivo a un sitio web, Internet lo está “entregando” a un colectivo disperso e indeterminado, que puede abarcar potencialmente al mundo entero.
Otro hecho mediático interesante ha sido una columna de la semana pasada en The Economist a propósito de las redes sociales y cuya traducción reprodujo el diario La Nación el sábado 24. En inglés, la volanta de esa columna dice: “Las redes sociales y el devenir Estado” (Social networks and statehood) y el título: “El futuro es otro país” (The future is another country). La bajada especifica: “A pesar de su gigantesca población, Facebook no es exactamente un estado soberano – pero comienza a parecerse y a actuar como tal”. El pretexto de la nota fue un videochat, ampliamente publicitado, que David Cameron, nuevo primer ministro de Inglaterra, mantuvo con Mark Zuckerberg, el fundador y patrón de Facebook. El principal tema de conversación fue cómo reducir el gasto público. The Economist se pregunta si se trató de un líder político que buscaba consejo en el sector privado o más bien, como en la diplomacia, de “los jefes de dos grandes naciones que comparan sus observaciones”. Haciendo un deslizamiento totalmente injustificado de la figura del patrón del servicio a los usuarios –y citando de paso a varios académicos que reflexionan sobre el tema–, The Economist especula acerca de qué tipo de colectivo conforman los 500 millones de usuarios de Facebook. Ese colectivo, el tercero del planeta en “población”, ¿es un país, un Estado, una nación? Así formulada, la pregunta es claramente absurda, porque la única respuesta correcta es tautológica: lo único que tienen en común los 500 millones de usuarios de Facebook es ser usuarios de Facebook, es decir, ser el target de los negocios del señor Zuckerberg. Más allá de esta definición, esa “población” se descompone inmediatamente en innumerables socialidades microscópicas que no guardan relación alguna entre sí.
La práctica del periodismo electrónico, que construye públicos crecientemente amplios e indeterminados, consumidores de información, está inquietando cada vez más a los Estados-nación del “mundo real” (como se suele decir para contrastarlo con el “mundo virtual” de Internet). Facebook, uno de los principales negocios de Internet y que nada tiene de virtual, busca disfrazarse de Estado-nación para publicitar sus operaciones. De lo que podemos estar seguros es que ésta no será la última paradoja generada por la Red.
*Profesor plenario, Universidad de San Andrés
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