Periodismo sin medias tintas
Entre las reflexiones del periodista uruguayo y la “presencia” de invitados virtuales que debaten vía Twitter, el ciclo conecta con la coyuntura mediático-política del país. En el primer envío fue entrevistada Lidia Papaleo y se abordó el tema del aborto.
Por Emanuel Respighi
Antítesis desde su mismo título del “periodismo independiente” que se declama desde algunos sectores, Bajada de línea (domingos a las 21.30) no es más que un ciclo periodístico que se propone abordar diferentes temas de índole social explicitando su posición. El programa que el domingo estrenó Canal 9 tiene por objetivo echar luz sobre temas de relevancia nacional –tanto coyunturales como estructurales– proponiendo mostrar la “otra campana”, frente a la que los grandes grupos mediáticos ofrecen a diario. Sin autoproclamarse independiente, Bajada... toma posición independiente respecto de cualquier gobierno o empresa periodística. En ese sentido, Bajada... es Víctor Hugo Morales hecho programa de TV. No es poco para los convulsionados tiempos mediático-políticos que corren. En el debut, el ciclo midió 5,4 puntos de rating, quedando tercero en su franja y ganándole a La cornisa cuando compitieron directamente.
Ultimo representante de un periodismo sin medias tintas, que no se preocupa por encubrir el lugar desde el que dice lo que dice, el ciclo producido por GP Media es hijo directo de la coyuntura mediático-política del país. Sin pretensiones de neutralidad, Bajada... es periodismo explícito y concreto, al que nadie puede acusar de enmascarar pensamiento alguno. En este punto, el programa recobra sentido con la conducción de Víctor Hugo, figura atravesada por la coherencia ideológica. Un capital que sobresale en momentos en que, como el mismo relator y periodista uruguayo expresó en un reportaje en este diario (ver edición del 26 de agosto), sobran comunicadores que prestan su imagen pública “a ideas o intereses que son propios de un productor o empresa”.
En el debut, Bajada... comenzó con un editorial de Víctor Hugo sobre la actualidad, para luego presentar a la periodista Julieta Camaño, que cumple con el rol de leer comentarios vía Twitter. En lo periodístico, el ciclo tuvo un par de hallazgos importantes, como la extensa entrevista que el conductor le hizo a Lidia Papaleo, la viuda de David Graiver (la primera que concede en un estudio de TV). Otro acierto fueron las imágenes desde adentro de la planta de Papel Prensa en San Pedro, con el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, como guía, por primera vez desde su inauguración durante la dictadura militar. Un material, de todas formas, más ilustrativo que revelador. Además, Bajada... abordó el ADN de los hijos de Ernestina Herrera de Noble a través del “cuentito” de la defensa y un “contracuentito” sobre los hechos. También se hizo foco en el tema de la despenalización del aborto, presentado como “la batalla que viene” contra la Iglesia. Allí criticó la poca voluntad para tratar la cuestión de “un gobierno que se dice progresista”.
Aunque el programa basa su atracción en el análisis y la reflexión de Víctor Hugo, cada uno de los temas que aborda se complementa con un cuidado estético y tecnológico que intenta volver televisiva la propuesta. La búsqueda creativa alcanza su punto máximo cuando ofrece el uso de Twitter para que invitados virtuales hagan comentarios, o diputados “debatan” sobre la legalización del aborto. Una estrategia que busca no quedarse afuera del fenómeno de comunicación actual, pero que en el primer programa –que contó con las opiniones de los legisladores Agustín Rossi, Luis Juez y Cinthia Hotton, más el aporte de la periodista Fernanda Iglesias– no tuvo la eficacia que la TV necesita. Pero ésa no fue la única herramienta audiovisual con la que contó el ciclo: pantalla dividida, relatos intercalados en los que se contrastan las opiniones y una permanente musicalización de fondo fueron otros recursos audiovisuales a los que echó mano.
A diferencia de otros programas, Bajada... abre el juego a opiniones disidentes respecto de las que el programa asume explícitamente. Así, lejos de la visión monocorde que los periodísticos supieron tomar en los últimos años, por diferentes razones, en el programa se argumenta y contraargumenta. Tal vez la cuestión que aún falta limar es cómo hacer que esa pluralidad buscada a través de las opiniones invitadas se convierta en un debate real y no se limite a su difusión rápida –más como un cumplido que como un diálogo–, sin tiempo para la reflexión. Ni de Víctor Hugo ni de los televidentes en sus casas.
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