RADIO › VICTOR HUGO MORALES, LAS PALABRAS Y LAS CONVICCIONES
“Sin dudas, todo es opinión”
Este domingo presenta en Canal 9 Bajada de línea, ciclo periodístico en el que seguirá ejerciendo su derecho a opinar. Razón suficiente para embarcarse en un diálogo en el que Víctor Hugo analiza tiempos tormentosos, pero que le producen disfrute.
Por Emanuel Respighi
Desde hace un tiempo –y puede arriesgarse que sin proponérselo– Víctor Hugo Morales está ubicado en el ojo de la tormenta mediática. No es que el relator y periodista haya cambiado el bajo y respetuoso perfil con el que siempre supo manejar su carrera. Tampoco es consecuencia de haber modificado sustancialmente su manera de pensar. De hecho, basta escucharlo en sus programas diarios en Radio Continental para comprobar que sigue peleando por las mismas causas por las que lo hacía diez o quince años atrás. Lo que cambió, en todo caso, fue el contexto mediático-político en el que ejerce una profesión que sólo admite cargada de opinión. En medio de una contienda mediática sin precedentes, cada reflexión del uruguayo –reproducida una y otra vez en programas periodísticos y de archivo– suma seguidores y detractores, en proporción y fervor similares. En esta sobreexposición a la que fue erigido como referente válido para cuanto debate surja por ahí, el uruguayo regresará el domingo a la TV de aire con Bajada de línea, un programa periodístico que Canal 9 emitirá desde las 21.30.
Declaración de principios, antítesis del “periodismo independiente” expuesto en este último tiempo a cosificarse en mero y perverso slogan, el título del programa con el que Víctor Hugo retorna a la pantalla no admite ambigüedades. Producido por GP Media (la productora de Gastón Portal), Bajada de línea intentará abordar temas de actualidad con un fuerte contenido de opinión. Un programa que invariablemente está hecho a la medida de un periodista que nunca ocultó ni encubrió sus convicciones, al punto que por sus dichos en su ciclo radial fue objeto en el último año de críticas, operaciones y difamaciones de toda índole y calaña. Por ello, el conductor de La mañana (de 9 a 13) y Competencia (de 19 a 21) en Continental se aseguró de encargarse él mismo de la producción general y el contenido editorial de Bajada de línea, mientras que el formato, el material de archivo y la producción televisiva se encomendaron a GP Media.
“Se trata de un programa con opinión, como cualquier otro”, reflexiona Morales ante Página/12, en una de las oficinas de producción existentes en el laberíntico edifico de la radio de Prisa. “No tengo dudas de que todo es opinión. Desde la manera en que se presenta una nota, hasta el lugar que ocupa en un noticiero, se está opinando. No necesariamente la opinión está marcada en el análisis de cada una de las palabras que alguien diga. La opinión, como hoy está expuesta más que nunca en la Argentina, está en la construcción del mensaje”, subraya.
–¿Cómo ubica su programa dentro de la actual disputa política? ¿Tiene alguna posición tomada frente al Gobierno?
–No soy una persona que tenga algo que ver con el Gobierno. Tampoco tengo odio contra el Gobierno. Observo que este Gobierno ha hecho muchas cosas positivas, algunas de las cuales me tuvieron a mí peleando toda la vida por que ocurriesen. Entonces, mal podía yo confrontar con esas ideas que apoyé y estimulé desde mucho antes de los Kirchner. Y mal podría traicionarme estando en contra del Gobierno nada más que porque sí, como ocurre con muchísimos periodistas hoy día, que se han dejado llevar por la antipatía que les puede provocar este Gobierno. No tengo ni antipatía ni simpatía por el Gobierno. No tengo ninguna relación, no tengo contacto, no me siento a conversar con funcionarios, no conozco a Néstor Kirchner ni a la Presidenta. Tampoco quiero hacerlo. No me gusta tomar contacto con los protagonistas. Prefiero mantener una gran distancia para tener la independencia que tengo.
–Una independencia que no sólo es política, sino también empresarial.
–Soy independiente del poder. En este momento, en el país hay dos poderes. Siempre se creyó que el poder es el gobierno, pero siempre tuve la certeza de que el poder en Argentina es un grupo periodístico como Clarín al que por fin se le está cayendo la máscara de la libertad de prensa con la que se protegió durante estos años. Disfruto mucho de este momento y no tengo ningún problema en dejar algunos jirones si la recompensa es que la gente sepa lo que es ese grupo. Después, si la gente quiere consumirlo, ya sea leyéndolo, escuchándolo o viéndolo, que lo haga, pero sabiendo por qué dicen lo que dicen, qué son capaces de negociar y cuánto son capaces de robar. Esa es mi lucha. Me importa tres pepinos el Gobierno, en cuanto a tener alguna expectativa. Por el contrario, no tengo ningún problema en señalarle al Gobierno hechos o políticas que no me gustan.
–¿Por ejemplo?
–El veto a la Ley de Glaciares, el no tratamiento de la despenalización del aborto, la incomodidad que provoca la observación de la fortuna Kirchner, el Indec como instituto estadístico no creíble son cuestiones altamente criticables. Pero eso no me quita señalar las cosas positivas que hizo este Gobierno, como el Fútbol para Todos, la ley de medios, la Asignación Universal por Hijo, la estatización, consolidación y ampliación del sistema previsional (aun cuando la mínima permanezca en un lugar discutible), y la política de los derechos humanos, que nos da la posibilidad de sentir el alivio de que un país con justicia puede mirar hacia adelante con mucha más dignidad. La indignidad del propósito anterior que promovieron para nuestros países las dictaduras tuvo juego en la medida en que procuraran que nunca más se revisara ese pasado. Eso es un inmenso alivio para la historia argentina. Esas son mis convicciones.
–En pleno debate de la 125 apoyó públicamente al campo, a la vez que promovió fervientemente la ley de medios y la estatización del sistema previsional. ¿Cómo se define políticamente?
–Soy una persona de centroizquierda. Estuve muy incómodo con mi vida cuando me tocó estar a favor del campo, por ejemplo. Porque es un tema que me dejó de un lado en el que nunca quise estar y lo siento muy extraño a mis convicciones. Si bien nunca fui aviesamente contra el Gobierno, tenía una posición más favorable al campo porque creía que el trato impositivo debía ser desigual para los desiguales. El trato igual para los desiguales lo único que hace es apuntalar injusticias, y hasta las correcciones que después se hicieron a la 125 sentía que el Gobierno estaba cometiendo una injusticia. Esa discusión me dejó en el centroderecha del espectro de opinión.
–Con el agravante de ser la principal figura periodística de una emisora que, por la penetración que tiene en sectores rurales, se autotitula “la radio del campo”, además.
–Sufría enormemente ese lugar en el que la discusión me había dejado parado. Pero que Continental sea la radio del campo no me movió en absoluto mi manera de ver las cosas ni me la condicionó. Mi programa, de hecho, es el único de la radio que habla sobre Monsanto en una emisora donde Monsanto es... No me dejo mover por el contexto o la empresa en la que trabajo. Yo sigo mis convicciones. Pero mi convicción, en el plano de la pelea entre el campo y el Gobierno, me dejó en el centroderecha. Estaba muy incómodo, muy triste de ocupar ese lugar. La misma tristeza que ahora tienen muchos que se sintieron siempre progresistas y que por dejarse llevar por el odio al Gobierno o por los intereses de los medios en los que trabajan se han quedado pedaleando en el aire, gritando que son progresistas, pero que en este momento no lo pueden demostrar. En este momento estoy muy feliz, porque políticamente estoy en el lugar en el que me sentí toda la vida. Soy una persona de centroizquierda, progresista.
–Si fue coherente con sus críticas al Grupo Clarín, o su histórico interés por reemplazar la antigua ley de radiodifusión de la dictadura militar, ¿por qué cree que muchos se refieren a usted como “el destape de Víctor Hugo” y se muestran asombrados por las posiciones que toma públicamente? ¿Por qué considera que está en el ojo de la tormenta?
–En primer lugar, porque el no aceptar pertenecerle a toda ese centroderecha dominante mediático, el mostrar independencia de pensamiento, degeneró en una gran rispidez con la gente que creía que me tenía de rehén de sus opiniones, sentimientos y conveniencias. Yo no soy de esa gente, como no lo sería nunca de nada ni de nadie. La única gloria de mi vida es que soy un tipo que digo lo que quiero, que nadie me dice lo que tengo que decir y al que nadie intenta bajarle línea. Nadie se animaría a tratar de bajarme línea y eso me llena de orgullo. Otro aspecto que me puso en el ojo de la tormenta fue que si bien quien escucha el programa de radio sabe que hay críticas y apoyos a políticas del Gobierno, un programa de enorme repercusión como 6, 7, 8 tomó muchas veces parte de mi discurso para encuadrarlo dentro del discurso del programa.
–¿Le molesta que 6, 7, 8 lo tome como referente obligado?
–No me molesta que tomen mis opiniones, pero esa utilización potenció la idea en la opinión pública de que siempre hablo siempre bien del Gobierno, porque todo lo demás que digo queda afuera de 6, 7, 8. Ellos hacen su programa, hacen su prédica y pelean por aquellas ideas que creen. Yo no me siento en línea con eso, pero tampoco despotrico porque entiendo que necesitaban decir algo que a mí me parece es necesario que se diga. En un momento estuve enojadísimo con ellos porque me tocó ser víctima de la idea de que cuando estuve en desacuerdo con el Gobierno por el campo lo hacía porque era parte de la radio del campo. Me pareció una falta de respeto a una persona que fue echada de la radio por hablar contra Torneos y Competencias, cuando ésta era dueña de la emisora.
–En efecto, su postura respecto a la ley de medios es contraria a los intereses del Grupo Prisa, dueño de la emisora.
–Si yo hubiese estado en contra de la ley de medios, en una radio a la que le sirve estar en contra de la ley de medios, hubiera aclarado que no me refería al tema para que no se confundiera mi posición con los intereses de la empresa. Ahora, si tengo una posición política sobre algún tema que es contraria a la de la radio, mientras no me echen voy a exponerla públicamente. No hay mayor libertad y honestidad con uno mismo que decir lo que se piensa. Jamás me pondría en línea con el supuesto editorial que un medio quiere dar.
–No es una tarea sencilla en un mapa mediático como el actual. ¿Cuál es su límite a la hora de opinar?
–Podría aceptar no meterme con un tema. Ese es el límite, siempre y cuando no me lo sea impuesto. Podría ser un límite que me lo pondría yo. Me abstendría de opinar largamente de algún tema cuya posición coincidiría con los intereses de la radio, para que no haya confusiones.
–¿Cómo piensa que quedará en la historia el interesado debate sobre la ley de medios?
–Esta batalla político-mediática queda en la historia como la peor época del periodismo. Cualquier periodista que quiera funcionar en línea con determinados grupos mediáticos, a sabiendas de que son mafiosos, ladrones, mentirosos, apropiadores de papel y de chicos, es consciente de que está cometiendo una perversidad. Algún día les va a dar tanta vergüenza como la que deberían sentir los periodistas que estaban en línea con la dictadura.
–¿Considera que el debate político-mediático de los últimos años va a redundar en un beneficio concreto para la sociedad, o que se olvidará rápidamente?
–Lo que ocurrió, y sigue ocurriendo, es muy negativo para la imagen que proyectamos como periodistas. Pero para la sociedad, que se sepa quién es quién, que se hayan caído todas las caretas que tenían periodistas y medios, es muy positivo. Hoy todos estamos jugando sin caretas, a cara descubierta. Se sabe quién es el que procede de acuerdo a sus convicciones y quién es el que ha quedado atrapado en determinados medios, sin saber cómo salir, en un lugar diferente. Todos los periodistas tienen convicciones. Lo triste es cuando uno queda confrontando con esa posición. Sufrí bastante cuando a raíz del tema del campo quedé focalizado en un lugar que no era el mío. Corría por izquierda al Gobierno, pero la evidencia es que la pelea era con un sector de la derecha. Pero eso lo demostró el tiempo. Me siento incómodo de haber sido partícipe de una operación de enorme capacidad para mentir y entregar una información muy sesgada en la que yo era parte con mis modestos argumentos, pero en la que acompañaba a la opinión de otra gente que tenía intereses completamente distintos de los míos.
–En ese sentido, ¿cree que el periodista no sólo debe expresar su opinión, sino también analizar el contexto en el que se da determinado debate?
–Un periodista kirchnerista tendría, tal vez, que evaluar ese contexto. Un periodista kirchnerista es aquel que tiene la valentía de presentarse como tal y estar dispuesto a tragarse sapos. Tragarte sapos significa que uno, en aras de un bien mayor –como puede ser el modelo que este Gobierno quiere darle al país–, deja de lado la fortuna de los Kirchner, no atiende el tema de la Ley de Glaciares, perdona que un gobierno que pretende ser progresista no trate la despenalización del aborto, y hasta regala que la Presidenta no hizo bajar a sus diputados al recinto para debatir la ley de matrimonio homosexual porque tenía que ver al Papa. El kirchnerista regala todo eso porque su objetivo es que este Gobierno no se debilite para que haga lo importante que tiene que hacer. Eso es ser kirchnerista. No soy kirchnerista porque yo no estoy dispuesto a tragarme ningún sapo de lo que me parezca negativo del kirchnerismo. No hay manera. Mi conciencia no me lo permite. Por eso puedo decir que no soy –de ninguna manera– kirchnerista.
–Siempre fue un tipo respetado en el medio, independientemente de las diferencias de pensamiento. ¿En este último tiempo sintió que tal respeto descansaba, en verdad, en la coincidencia de pensamiento?
–Cuando uno descalifica a alguien porque no piensa como uno, no es respeto: es intolerancia. Pero yo estoy feliz con qué tipo de gente me quiere y cuál no me quiere. Eso es bueno para mi espíritu. Me ha ocurrido estar en el lugar en el que políticamente yo quiero estar, porque es lo que soy. Soy una persona que he crecido en la militancia, desde el periodismo, con determinadas convicciones humanísticas y políticas. Estoy donde quiero estar. Además, no hay nadie que en una discusión me pueda cuestionar algo que yo no pueda demostrar. Nadie me puede decir que estoy con el Gobierno por la ley de medios, porque toda la vida ocupé un lugar respecto de la necesidad de una nueva ley de medios que rompiera con los monopolios. Mucho antes que el Gobierno. Este Gobierno llegó mucho más tarde a la convicción: necesitó pelearse con Clarín para promover la ley. Yo lo decía por convicción; nunca me peleé con Clarín. De todas maneras, bienvenida la pelea, porque gracias a ella la sociedad se va a ver más beneficiada. Nadie me puede decir que yo cambié mi opinión. Me han difamado al punto de que me había comprado el Gobierno por 10 millones de dólares. Pero todo lo que dicen lo dicen sin convicción ni pruebas. Yo contra eso no puedo luchar. No puedo andar con las cintas de lo que decía antes para convencer a las personas. Me refugio en que el tiempo va a decir la verdad. Tengo la plena convicción de que puedo ser coherente, que no me voy a traicionar.
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