IBEROAMéRICA EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
Eulalio Ferrer (1921-2009): Adiós al amigo
En este trabajo, Borrini recuerda emocionado la formidable figura de Eulalio Ferrer, a quien con justicia califica como “uno de los mayores próceres de la comunicación en Iberoamérica”.
Fue uno de los mayores próceres de la comunicación en Iberoamérica. Eulalio Ferrer Rodríguez, nacido en España hace 88 años, falleció en su país de adopción, México, el pasado 24 de marzo. Se mantuvo en actividad hasta el último momento; hace unos meses recibí un pequeño trabajo suyo, eslabón de una cadena de comunicaciones periódicas con sus amigos, todas con idéntico diseño, que comenzó una década atrás.
Ferrer, fundador de la comunicología aplicada, muchas veces citado en estas columnas, escribió 35 libros, de los cuales resalta uno de los últimos, la monumental Enciclopedia de Lemas Publicitarios (1.700 páginas en dos tomos), abastecida durante toda su vida con pacientes anotaciones hechas en innumerables viajes hechos por el autor a lo largo y lo ancho de la geografía mundial.
En uno de esos libros, Páginas del exilio (Aguilar, 1999), quizá el único que no tratá de temas vinculados con la publicidad y la comunicación, contó su azarosa vida como refugiado de la Guerra Civil española, en 1939, después de haber sido apresado por los vencedores. Ferrer, capitan del Ejército Republicano a los 19 años, fue internado en un campo de concentración, Angelés-sur-Mer; pudo sobrevivir a los malos tratos y las privaciones, hasta que fue liberado y logró embarcar con rumbo a México.
Un nuevo país y una nueva vida. En México fue periodista, publicitario (fundó, en 1946, la agencia Ferrer Publicidad, que llegó a encabezar el ranking mexicano y tener una sucursal en Estados Unidos); empresario, editor, escritor, bibliófilo, catedrático y mecenas del arte. Su mayor obra, por la que seguramente preferiría ser recordado, fue la creación del Museo Iconográfico del Quijote, que donó a su país y hoy es una atracción cultural de la ciudad que lo alberga, Guanajato.
Ferrer obtuvo en vida todos los honores en sus dos países. En Santander, donde hizo construir una estatua del Quijote, la única que mira al mar, fue declarado ciudadano ilustre; en México, presidió la Academia Mexicana de la Publicidad, de la de Artes y Ciencias de la Comunicación; internacionalmente, obtuvo los títulos de doctor honorario de varias universidades.
Mi amistad con Eulalio fue muy poco convencional. Nos encontramos, por azar, en una esquina de París a fines de la década del ‘80; nos detuvimos porque un amigo común nos presentó. Pero desde hacía varios años que confraternizaban nuestros escritos. Ferrer fundó la revista Cuadernos de la Comunicación, en la que me invitó a colaborar, y donde tuve el honor de alternar con firmas tan prestigiosas como Umberto Eco, José Luis Aranguren, Gillo Dorfles y Joan Costa.
Ferrer, precisamente, me puso en contacto con Joan, a quien entrevisté en Barcelona en esa misma época, dando comienzo así a un provechoso intercambio profesional y una sólida amistad personal con el pensador catalán. A Costa le tocó, hace una semana, darme la noticia del fallecimiento del amigo común.
El primer libro que recibí de Ferrer fue La historia de los anuncios por palabras, como llaman en España y México a los que nosotros conocemos como “clasificados” (1987, una edición de su Instituto de Comunicación). Eulalio fue, entre tantas cosas, un erudito de la comunicación; de la docena de libros que guardo en mi biblioteca, mi preferido es De la lucha de clases a la lucha de frases. De la propaganda a la publicidad. (El País-Aguilar, 1992).
Ferrer logró interesar a grandes sellos internacionales para que editaran obras vinculadas con la publicidad y la comunicación, abriendo el camino a otros especialistas; Aguilar, Alfaguara y sobre todo el Fondo de Cultura Económica publicaron sus trabajos. Mucho influyó, en este aspecto, el prestigio que Ferrer había logrado en el campo del arte y la cultura.
Nunca olvidaré una curiosa anécdota que me contó Eulalio y luego publicó en su libro de memorias. Ni siquiera las penurias del campo de concentración lograron distraerlo de su vocación por la comunicación; allí fundó un periódico casero, para mantener la armonía y la esperanza de los internados. La curiosidad de la iniciativa reside en el título: “El descamisado”. Recalco la fecha: 1939.
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