El futuro de la comunicación y los medios
Mirando hacia el futuro, Pascual Calicchio
aporta información acerca de cómo se regulará Internet y qué pasará con leyes
de autor que existen en Argentina.
Por Pascual
Calicchio *
Mientras todas las miradas estuvieron puestas en la audiencia pública
convocada por la Corte Suprema para analizar la constitucionalidad de diversos
artículos de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, confluyeron en
Buenos Aires algunos eventos que no tuvieron mucha prensa, pero donde se
debatieron temas que van a ser tan importantes como esta ley para el futuro de los
medios y el periodismo en los próximos años: cómo se regulará Internet y qué
pasará con las obsoletas leyes de autor que existen en nuestro país.
Por un lado, se realizó
la Cumbre Global de Creative Commons 2013 que tuvo como presencia central a uno
de los fundadores del movimiento: Lawrence Lessig. Paralelamente se realizó el
taller Por una mejor regulación de Internet en Argentina, organizado por el
Centro de Estudios en Libertad de Expresión y Acceso a la Información (CELE).
En ambos casos hubo expositores de Latinoamérica y Europa, representantes de la
sociedad civil, políticos, académicos, activistas, periodistas. Con otras
características, pero con muchos puntos de contacto también se realizó el
capítulo porteño del Hack Hackers, que reúne a periodistas y programadores y
llegó a Argentina Frank La Rue, relator especial de las Naciones Unidas (ONU)
para la Libertad de Opinión y Expresión, quien vino a presentar su último
informe “Incidencia de la vigilancia estatal de las comunicaciones en el
derecho a la privacidad y el derecho a la libertad de expresión”.
¿Por qué me parece
importante resaltarlo? Porque estas actividades reunieron a una cantidad
importante de entusiastas que debatieron apasionadamente los temas en cuestión,
pero siguen siendo una minoría. En cada uno de estos eventos me fui cruzando
con las mismas personas. Me recuerda los primeros debates de la Coalición por
una Radiodifusión Democrática, allá por el 2004. ¿Cómo masificarlos para que
dejen de ser cosas para entendidos?
En América latina el
97,5 por ciento (es decir casi todos y todas) de los usuarios de Internet usan
alguna red social e invierten un promedio de 10,3 horas por mes en ello, casi
el doble que en EE.UU. Como dijo alguien en Twitter, muchos de ellos
entregarían toda su privacidad a cambio de vidas en el Candy Crush, o por una
app gratuita para su smartphone. Hay personas que son capaces de poner alarmas
y no avisar a su vecino que se van de vacaciones para que no se sepa que la
casa queda sola, pero después lo publican en Facebook.
Según datos que
vertieron distintos expositores en el último Social Media Day de Buenos Aires,
la televisión sigue siendo el medio con más llegada, pero el 77 por ciento de
los usuarios usa otros dispositivos junto a la TV y el 31 por ciento de los
usuarios comenta TV en tiempo real a través de las redes. El 35 por ciento de
los argentinos dijo estar de acuerdo con que el primer lugar donde busca
información es Internet y alrededor del 20 por ciento conoció a los candidatos
que votó en las últimas elecciones allí.
El usuario masivo de
Internet prefiere la comodidad a la seguridad hasta que siente miedo y no sabe
cómo manejarlo, entonces aparecen los mitos, los terrores y las confusiones. Lo
pude comprobar en las reuniones promovidas en el Congreso por la diputada Paula
Bertol (PRO), donde las madres de las víctimas de lo que se conoce como
“grooming” (las acciones de un mayor en Internet para entrar en contacto con
menores y abusarlos sexualmente) se expresaron enfática y justificadamente pero
adjudicándole a la tecnología responsabilidades que no le corresponden.
Eleonora Rabinovich
(directora del Area de Libertad de Expresión de la ADC) tiró un disparador en
las Jornadas Académicas preparatorias de la Cumbre de CC que no fue compartido
por todos, pero que favoreció el debate: la Argentina tiene la suerte de haber llegado
tarde a los debates sobre regulación de Internet porque puede aprender de las
experiencias y errores de otros países. Un caso muy presente fue el de Marco
Civil da Internet en Brasil.
¿Quién debe regular
Internet si es que se debe hacerlo? ¿Cómo garantizar que cualquier tipo de
intromisión en nuestra privacidad tenga la garantía del debido proceso? ¿Cómo
evitar que se sancionen leyes que tras objetivos justos como la defensa
nacional o combatir la pedofilia terminen atentando contra la libertad de expresión?
¿Cómo mantener la neutralidad de la red? ¿Cómo evitar que las leyes de autor
limiten la creación de obras culturales? ¿Es necesario el monopolio para que
funcione Internet? Son algunas de las preguntas que se debe hacer la sociedad
en su conjunto y no sólo los especialistas. Si llegamos tarde, todavía estamos
a tiempo de recuperar el terreno perdido.
* Licenciado en Comunicación Social. Docente de Políticas y Planificación
de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
Agenda pública, agenda política
Para Washington Uranga, la agenda pública
es un espacio político que está vinculado con el ejercicio de la ciudadanía en
democracia y los periodistas tienen que colaborar para garantizar también allí
la vigencia del derecho a la comunicación.
Por Washington
Uranga
¿Cómo puede definirse la agenda pública? En pocas palabras: aquello de lo
que se habla en lo cotidiano y que, por distintos caminos, es relevante para la
vida de las personas en una sociedad. ¿Quién determina los temas de la agenda?
No hay una sola respuesta para esa pregunta, pero se puede afirmar que el
sistema de medios de comunicación tiene gran incidencia en su establecimiento.
Suele decirse que los medios no ejercen tanta influencia en torno de qué pensar
respecto de esto o aquello, pero sí en relación con cuáles son los temas acerca
de los que se debe hablar. Esto es fijar agenda.
Por eso, vale señalar
que el armado de las agendas públicas es también un escenario de lucha
política, en tanto y en cuanto es el resultado de una negociación simbólica que
concluye con la determinación de aquello que noticiosamente resulta relevante
para la sociedad. En este proceso intervienen medios, periodistas y audiencias.
Son negociaciones que constituyen formas de ejercicio del poder y que facilitan
o condicionan la participación ciudadana, la libertad de pensar y decidir de
las personas, en definitiva, el derecho a la comunicación.
Un ejemplo bien reciente
ocurrió con las participaciones de los presidentes latinoamericanos en la
asamblea general de Naciones Unidas. Cristina Fernández, pero también Evo
Morales y Dilma Rousseff, para mencionar tan sólo algunos, en sus discursos
ante el foro mundial fijaron posiciones, plantearon debates, instalaron temas
que, en la gran mayoría de los casos, fueron ignorados por los medios de
comunicación que reportan a los centros de poder. En Argentina y en el mundo.
Es una buena muestra acerca de cómo la omisión también es una manera de incidir
en la agenda pública y de hacer política. También la forma de referirse a los
acontecimientos. Si el presidente Obama habla por teléfono con su par iraní es
“un avance hacia el diálogo y el entendimiento”. Si el gobierno argentino da un
paso para encontrar instancias de diálogo con Irán, en cambio, está “cediendo
ante un Estado terrorista”.
En un libro reciente
(Calidad informativa, La Crujía) la investigadora Lila Luchessi asegura que “el
periodismo ya no representa un lugar de autoridad, sino de organización de un
saber que se comparte. Compartir, como tarea, es una de las características
centrales de este momento”. Construir la agenda pública es parte de esa tarea
de compartir. Pero para que sea respetuosa del derecho a la comunicación, tal
agenda tiene que ser completa en temas y en actores. Tiene que representar la
pluralidad de cuestiones y enfoques y la diversidad de los actores presentes en
el escenario. Es una forma de atenerse a la verdad informativa entendida como
la realización del derecho de todo individuo y de todo colectivo social a una
información veraz.
¿Qué es una información
veraz alejada de toda presunta e inexistente objetividad? Aquella que, siendo
completa y oportuna, permita a cada persona, a cada comunidad, a la sociedad,
la construcción de un sentido particular acerca de los hechos, las situaciones
y los temas, para poder acceder a puntos de vista propios que sean la base,
luego, de decisiones personales.
Para ello, los
periodistas tenemos que volver a las fuentes primarias, relegando a un segundo
plano al muy consultado pero poco referido Dr. Google. Volver a las fuentes es ubicar
en el primer plano a los actores sociales como protagonistas y constructores de
la agenda pública, facilitar que se oigan sus voces, no sólo acerca de los
temas considerados por los medios como importantes, sino haciéndolos participar
de la construcción de tal agenda para insertar allí sus propios temas, aquellos
que los actores de base consideran relevantes.
Volver a las fuentes es
también prestar atención a los actores en el territorio haciendo un esfuerzo de
inteligibilidad acerca de la verdad relativa de cada uno de ellos en su
contexto. Hacerlo es aportar a la construcción social, al derecho a la
comunicación y a la libertad de decisión de los sujetos y de los actores
sociales.
Tener incidencia en la
construcción de la agenda pública es hoy en día, también, una forma de
participación ciudadana en la política, y los periodistas, en general los
comunicadores sociales, tenemos que asumir el rol de garantes de este derecho
poniendo nuestras capacidades científicas, políticas y técnicas, al servicio de
esta tarea que es construcción de ciudadanía en democracia. Es una tarea
fundamental para los que hacemos comunicación con sentido ético, profesional y
con la pretensión de aportar al desarrollo de las sociedades en las que estamos
viviendo.
Porque, sin duda, la agenda pública es un escenario político, de debate
ciudadano y de ejercicio de derechos.
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