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lunes, 28 de enero de 2013

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El teorema del votante medio

Por Manuel Mora Y Araujo
26/01/13 - 11:19
Mi columna anterior en estas páginas estuvo referida a James Buchanan, el economista norteamericano fallecido semanas atrás. Un lector amablemente me señaló que no mencioné a Gordon Tullock, un estrecho colaborador de Buchanan y coautor del libro El cálculo del consenso. Mi respuesta remite al escaso espacio disponible aquí; el hecho que motivó mi nota fue la muerte de Buchanan, y aunque Tullock estuvo muy vinculado a él, lo cierto es que todavía forma parte del mundo de los vivos.
Eso dicho, Tullock merece más que una mención. Algunos de sus trabajos son sumamente pertinentes para entender la política en las democracias electorales modernas. Uno de sus libros más conocidos, Los motivos del voto, sigue siendo actual, treinta y cinco años después de su primera edición (lamentablemente, la primera traducción al castellano –y no sé si existe alguna otra– era tan mala que es prácticamente imposible comprender el significado de lo que Tullock dice).
Uno de sus desarrollos más interesantes es el “teorema del votante medio”, que sostiene que en una democracia no es posible asegurar una representación ecuánime de las preferencias de los ciudadanos; necesariamente, algunos terminarán mejor representados que otros, incluyendo a muchos que pueden haber votado al candidato ganador. Es decir, una vez en el gobierno, el ganador no hará todo lo que todos sus votantes esperan, sino lo que le resulta posible o conveniente para poder gobernar en vistas de los equilibrios entre las distintas coaliciones. Tullock ofrece una demostración teórica bajo condiciones restringidas: dos candidatos y un solo tema relevante en la campaña, condiciones aplicables a Estados Unidos, pero en ocasiones a otros países, como la Argentina entre 1983 y 1999. Pero la lógica de su argumento se aplica a cualquier situación electoral, aun con más candidatos y temas de campaña.
El argumento de Tullock es que si los candidatos buscan maximizar votos y no sólo insistir en sus propias propuestas, necesariamente deben moverse hacia el grueso de los votantes, los votantes “medios”, muchos indecisos e indefinidos hasta último momento. Son los votantes cuyas expectativas se ven finalmente mejor representadas.
En las democracias parlamentarias, donde los gobiernos se forman en el Congreso mediante la suma de bancas de diversos partidos, casi siempre gobierna el “centro”; normalmente las coaliciones de centro aplican políticas públicas más próximas a las expectativas de los votantes moderados. En la Argentina, los votantes que expresan preferencias muy definidas en alguna dirección ideológica también llevan a menudo las de perder. Esta afirmación puede sorprender a quienes ven al gobierno nacional muy ideologizado y, en un sentido, extremista. Pero una gran cantidad de votantes no ve a este gobierno como tan ideologizado; lo ve capaz de gobernar y mantener un equilibrio político que a otros gobiernos imaginables no les sería fácil sostener. Sin los votos de los votantes moderados e independientes, la Presidenta no habría obtenido el caudal electoral de 2011; no ganó con los votos de los kirchneristas convencidos.
Lo atípico de la Argentina de estos años es la ausencia de polarización. En ese aspecto nuestro país se aleja del modelo de Tullock. Tan pronto como aparezcan en la escena electoral candidatos competitivos, posiblemente se producirá un desplazamiento del equilibrio electoral hacia el “centro”. El Gobierno lo sabe; por eso recela tanto de una posible candidatura de Scioli y busca minar las bases electorales de Binner y de Macri. Los “votantes medios” argentinos no están demasiado bien representados, pero no porque no se sientan satisfechos con la representación que vienen obteniendo a través de su voto, sino porque las ofertas que han encontrado hasta ahora son en sí mismas insatisfactorias.
El supuesto del enfoque de Tullock –y, en general, de la escuela del public choice– es que los votantes, como los políticos, deciden sobre la base de la información de la que disponen –y muy a menudo no tienen más información porque no quieren tenerla–. Bajo ese supuesto, ¿qué decisiones tomarán los votantes? Sin duda, un elemento importante son las campañas electorales. Las campañas proporcionan enormes cantidades de información; pero, con o sin ellas, en definitiva todo votante imagina algo relativo a lo que un candidato hará si resulta ganador y a cómo le irá en consecuencia. Según el teorema del votante medio, los votantes con preferencias más extremas o más ideologizadas casi siempre terminarán sintiéndose más defraudados que aquellos más moderados o más indefinidos. Seguramente por eso –agreguemos, aunque esto no lo dice Tullock– serán más propensos a la militancia o a ser más activos en la expresión de sus preferencias.

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