MEDIOS Y COMUNICACION
¿A quiénes
representan los medios públicos?
Augusto dos Santos afirma que los
medios públicos no son comerciales ni comunitarios y mucho menos una mezcla de
ambos, sino que representan a la globalidad de la ciudadanía y a los intereses
ciudadanos.
Por Augusto
dos Santos *
Desde Asunción, Paraguay
¿A quiénes representan los medios
públicos?
La gran pregunta para los medios
públicos de América latina es ¿a quiénes representan? Respondida esta pregunta,
las otras respuestas vienen por añadidura.
Tal representación no es un dato
menor por cuanto desde su identificación se puede construir todo el edificio de
su sostenibilidad política, social, institucional y económica. Siendo además
vital para generar expectativas que se traducirán o no en sostener los grandes
valores de autonomía, pluralidad y universalidad, condición sine qua non para
que un medio “público” sea público.
Sabemos que los medios
comerciales representan a sus empresas, las que promueven con mayor o menor
calidad (lealtad y honestidad) el ejercicio del periodismo con una lógica y un
fin comercial. Sabemos que los medios comunitarios representan un objetivo o
postulado de determinada comunidad en relación con determinada causa.
Sin embargo, los medios públicos
no son comerciales ni comunitarios y mucho menos una mezcla de ambos.
Los medios públicos representan a
la globalidad de la ciudadanía y aún va más allá de las personas, para
representar también los intereses ciudadanos, el marco jurídico que los ampara,
los valores que promueven su convivencia y su felicidad, sus culturas y diversidad.
Por lo tanto no existe medio más complejo que un medio público, en la gravedad
de su misión.
El aterrizaje de la televisión
pública en América latina es bien complejo no sólo por el desvío frecuente de
su carta de ajuste conceptual, sino por el propio contexto histórico. No se
debe olvidar que la televisión pública europea fue una nave insignia del propio
proceso de construcción democrática, y aun más, en la propia reconstrucción de
la Europa post Guerra Mundial.
En América latina, el nacimiento
de los medios estatales tuvo que atravesar las cenagosas aguas de diversos
procesos dictatoriales hasta los ’80. Si bien es cierto, se está reimpulsando
un proceso en un contexto bastante distinto, la tentación del oficialismo sigue
siendo su lado más crítico en un contexto de por sí confrontante con la
propiedad privada de los medios (que a su vez ejercen una suerte de oposición
real en muchos de nuestros países).
Ello, sin embargo, no hace sino
afirmar la necesidad de un debate conceptual que aparte a los medios públicos
de su rol de “contestadores automáticos” de los gobiernos, porque
definitivamente ese no es su rol y posterga el proceso de definición
identitaria como representación ciudadana.
Por todo esto, es muy importante
construir en la ciudadanía un proceso de apropiación de los medios públicos,
insertos desde la jurisdicción de su propiedad. ¿Pero cómo lo haríamos en
sociedades donde “lo público” es un ente en gran medida exótico, ya por la
ausencia de formación política y cívica, ya por el clientelismo político
histórico que ha reemplazado el “sujeto de derecho” por el “beneficiario” o ya
por la fuerte oposición a lo público que se plantea como un formidable firewall
desde el statu quo político-económico?
Es por esto que los gobiernos que
recurren a los medios públicos como herramientas (transformándolos en medios de
gobierno) producen un enorme daño al cimiento conceptual de este proyecto que
llevará muchos años recuperar. Peor aun cuando se hace a cuenta de ganar una
batalla que debería librarse en el ámbito de la política y de la gestión. Los
medios públicos no defienden gobiernos. Los medios públicos defienden
ciudadanía, pluralidad, institucionalidad, cultura y derechos.
Es por esto que una nación, una
clase política, instituciones o colectivos que se planteen la idea de crear un
medio público deben tener en claro que la base fundacional donde se instalará
el piso de esta obra debe estar, indefectiblemente, rellenada de respuestas a
la gran pregunta: ¿a quién representa el medio público? Una respuesta correcta,
asumida como política pública de comunicación, será la más roca firme donde se
lo puede erigir.
* Comunicador social. Ex ministro
de Comunicación para el Desarrollo durante el gobierno de Fernando Lugo.
MEDIOS Y
COMUNICACION
La vida en
los barrios cerrados
Iván Orbuch plantea que una serie
televisiva en horario central revela de qué manera los cambios en el modo de
habitar el espacio urbano hicieron posible un tipo particular de socialización
que tiene como paradigmas la segregación y el mantenimiento del statu quo.
Por Iván
Orbuch *
En horario central, y con un
elenco conformado tanto por afamados actores como Diego Torres, Eleonora
Wexler, Mónica Antonópulos y Mike Amigorena, como por artistas de la talla de
Hugo Arana o Mirta Busnelli, Telefe exhibe una tira diaria llamada Los vecinos
en guerra. El argumento, en teoría simple, nos revela que la calma monacal de
un barrio cerrado se ve alterada por la llegada de una nueva familia, que en
realidad es una banda de estafadores, entre los cuales se encuentra el
personaje interpretado por Amigorena. Este pronto descubre que en el barrio
vive su vieja compañera de andanzas, caracterizada por Wexler, quien luego de
los recurrentes fracasos de la banda delictiva debe rehacer su vida y lo logra
formando pareja con casamiento y tres hijos incluidos, con el personaje que en
la tira es representado por Torres.
A partir de aquí, los conflictos
entre ambas familias irán escalando en intensidad centrando la trama argumental
a partir de ellos. Y de la vida cotidiana en el barrio cerrado. El tema, que
venía siendo abordado en la literatura y en el cine, aún no había llegado a la
televisión, siendo la primera vez que la temática se instala en uno de los dos
canales más vistos y en horario prime time.
Siguiendo esa línea
interpretativa, esta ficción televisiva se revela como un importante mecanismo
para entender cómo viven determinados sectores sociales en este nuevo tipo de
urbanización surgida al calor del neoliberalismo imperante en nuestro país
entre 1976 y 2001, y cuya expansión parece no detenerse. Pensadores de renombre
como Zygmunt Bauman las definieron como “ghettos voluntarios”, que a diferencia
de los reales, en los que vive el grueso de la población y en los cuales sus
habitantes no pueden salir cuando lo deseen, fueron planificados como lugares
asociados a una supuesta libertad de movimiento. Claro está, de quienes viven
intramuros. La finalidad básica es evitar que los de afuera entren en el
barrio. Con lo cual la interacción social se ve limitada a lo que pueda ocurrir
con los denominados por Robert Castel “servicios de proximidad”, es decir
trabajos domésticos como pasear perros, limpiar o cocinar. Se trata,
habitualmente, de formas modernas de explotación de la mano de obra, a través
de las cuales las personas adineradas disfrutan de servicios a su persona
financiados con desgravaciones impositivas.
En la tira, la naturalización de
este tipo de prácticas se ve alterada por las importantes modificaciones en el
mercado laboral de los últimos diez años, caracterizado sagazmente por Lola
Berthet, quien, en su rol de empleada doméstica, no se cansa de recordar sus
derechos como trabajadora, en, por ejemplo lo referido al trabajo en días
feriados o al cumplimiento del horario.
El agotamiento de la llamada
“sociedad salarial” se percibe, a su vez, con la relación que establecen todos
los personajes con el trabajo, que ya no cumple como otrora un papel central en
la subjetividad de las personas. Como producto de las modificaciones del
mercado laboral en años neoliberales, el eje de seguridad social vinculada con
la relación laboral se quebró. Así, la precariedad del empleo reemplazó la
añeja perdurabilidad del trabajo como característica distintiva del mercado
laboral.
Estas cuestiones se ven con
claridad en la tira en el hecho puntual de que las mujeres jóvenes no trabajan,
mientras que la única que sí lo hace es el personaje interpretado por Mirta
Busnelli, tributaria de la época de la “sociedad salarial”. Las certezas
construidas en torno de la relación laboral dominante en la posguerra fueron
dando paso a una incertidumbre, primero en cuanto a la relación laboral, para
consolidarse a posteriori como una incertidumbre social. Hecho reflejado en el
temor que siente el personaje caracterizado por Diego Torres cuando pierde su
trabajo y siente que ya no puede seguir manteniendo su estándar de vida. Este
proceso es parte central del dispositivo neoliberal, y se manifiesta de forma
más ostensible en ciertos sectores sociales.
Los vecinos en guerra nos revela
de modo directo cómo determinadas transformaciones que fueron la precondición
para la instauración del neoliberalismo en nuestro país, tales como los cambios
en el modo de habitar el espacio urbano o las profundas mutaciones en el
mercado laboral, hicieron posible un tipo particular de socialización que tiene
como paradigmas, por un lado, la segregación y la seguridad, y por el otro, el
mantenimiento del statu quo. Desde esta perspectiva, la mayor intervención del
Estado se manifiesta como invasiva para un tipo de vida que es propia de unos
pocos. Y lo quiere seguir siendo.
* Docente de Historia (UBA,
Flacso, UNLZ).
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