LA
VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACION
De Aliverti a Leveson
A partir de acontecimientos
recientes, Marcelo J. García y Roberto Samar reinstalan el debate acerca de qué
es ser comunicador y qué significa hacer periodismo en democracia y respetando
a las personas.
Por Marcelo
J. García y Roberto Samar*
El día en que el periodismo
argentino cruce el punto de no retorno será muy tarde para reconstruirlo. En
los últimos años de “guerra político–mediática”, el sistema de medios ha sido
muy eficaz para ponerse a sí mismo en cuestión (somos todos 6, 7, 8), pero no
ha logrado establecer un nuevo sistema de credibilidad. Todavía está a tiempo
de hacerlo.
¿Cuál es la misión de los medios
masivos de comunicación? Está escrito en la ley de medios, “... una actividad
de interés público, de carácter fundamental para el desarrollo sociocultural de
la población por el que se exterioriza el derecho humano inalienable de
expresar, recibir, difundir e investigar informaciones, ideas y opiniones”.
En el mundo real, sin embargo, lo
que predomina es una lucha descarnada por la atención de una audiencia cada vez
más dispersa y, también, más desconfiada. De gallina y huevo, ¿fue primero la
desconfianza del público o la mala praxis de los medios? A veces el vínculo
parece casi roto, como si faltara poco para que los medios sigan el camino de
otras instituciones democráticas cuya estima popular se ha extinguido lejos y
hace tiempo.
Los medios argentinos han
sobrevivido a años de desinformación deliberada. Pero no han cruzado, todavía,
el Rubicón que sí atravesaron sus pares en Inglaterra. Allí, cierto periodismo
“tabloide” (popular o amarillo) hizo de sus audiencias las víctimas de una mala
praxis flagrante. Durante años, grandes medios –mayormente aquellos ligados al
magnate australiano Rupert Murdoch– compraron información policíaca para
generar historias de “interés humano”, cuyo origen era el pinchazo de
teléfonos. Lo que al inicio afectó sólo a celebrities, pronto tocó también a
ciudadanos de a pie (estos últimos en situación de tragedias irreparables, como
los padres de la niña Madeleine McCann o la adolescente Milly Dowler). Todo
terminó en la comisión de verdad Leveson y la propuesta de legislación para la
regulación de la prensa. Moraleja: las malas prácticas, en última instancia, no
distinguen clases sociales ni popularidad.
Aquí y ahora en Argentina,
algunos parecen empeñados en cruzar el punto de no retorno de su propia
credibilidad. Un periodista de Clarín de apellido Gallo, por caso, tituló con
un (¿irónico?) “Periodismo para Todos” una crónica sobre un accidente de tránsito
con una víctima fatal que involucró al hijo de un periodista que él define como
de ideas afines al Gobierno: Eduardo Aliverti. (¿El colega?) Gallo celebra la
cobertura del caso por parte del diario popular del Grupo Clarín, Muy, que
lanzó detalles escabrosos nunca comprobados ni chequeados sobre cómo se había
producido el hecho. Como ex editor de un ex diario también popular, Libre,
Gallo sabe de fulgores amarillos. Los Murdoch también creían que sabían hasta
que tuvieron que cerrar al centenario News of the World por al escándalo de las
escuchas. No todo brillo amarillo es oro.
La sociedad puede consumir con
morbo estas disputas que parecen acotadas a las alturas del poder periodístico,
político y artístico, pero corre el riesgo de dejar crecer a un Frankenstein.
Cuando Mario Pergolini denunciaba a la revista Caras por hacer una guardia
fotográfica a Luis Alberto Spinetta para mostrarlo herido por el cáncer o
cuando, ante el secuestro de su padre, Pablo Echarri clamaba para que los
medios de comunicación tendieran “un manto de silencio y piedad”, fue fácil
mirar para otro lado y pensar que eran apenas cosas de famosos. Luego siguieron
las firmas: del caso Candela a la falsa foto de Hugo Chávez, entre otras. Y
posiblemente seguirán. Más temprano que tarde, el canibalismo afectará también
a ciudadanos de a pie. En el caso Aliverti comenzó a vislumbrarse la orilla del
Rubicón –la línea delgada que separa a un personaje conocido, de su hijo y de
la víctima circunstancial–. Aliverti lo dijo en esos días: “Todos somos o
podemos ser víctimas de la gente que hace periodismo de esta manera”. Más
temprano que tarde, lo seremos.
La pregunta eterna del periodismo
es quién controla al controlador. En Inglaterra se dieron cuenta de que la
autorregulación, un “caniche sin dientes” según la descripción de un primer
ministro conservador, no podía hacer nada frente a “una bestia feroz”, según la
descripción de un ex primer ministro laborista. En la Argentina de hoy, el
gremio apenas puede ponerse de acuerdo en qué significa hacer periodismo. El
primer paso sería estar de acuerdo, al menos, en qué significa ser
intelectualmente honesto.
* Licenciados en Comunicación.
Integrantes del departamento de Comunicación de la Sociedad Internacional para
el Desarrollo (www.sidbaires.org.ar).
MEDIOS Y COMUNICACION
¡Qué animales!
Tomando como referencia las
conductas de los animales ante las catástrofes, Sandra Massoni invita a
salirnos de la dimensión informativa para abordar la multidimensionalidad de lo
comunicacional.
Por Sandra
Massoni*
La vida te da sorpresas,
sorpresas te da la vida... Estamos comenzando a ponderar el diálogo de saberes
en la comunicación actual por un camino francamente inesperado: de la mano
(¿pata?) del mundo animal. No es metafórico mi planteo. No hablo de los debates
entre algunos candidatos a legisladores de tal o cual partido político. Tampoco
de peleas entre vecinos inciviles o groseros. Me refiero a que finalmente los
pájaros, los gatos, los perros y hasta los insectos –mal que le pese a nuestra
egocéntrica sapiencia como especie humana– están siendo apreciados como
indicadores en los manuales de comunicación ante desastres naturales.
El bicherío fue desconsiderado
como fuente de información durante mucho tiempo. Los registrábamos como
especies “menores”, de inteligencia nula o despreciable a la hora de tomar
decisiones técnicas importantes. Pero los maremotos, terremotos, inundaciones y
otras catástrofes globalizadas, transmitidos en vivo, nos hicieron visualizar
de forma rotunda y contundente que ellos, los animales, saben cosas que
nosotros no sabemos. Los vimos en primerísimos primeros planos en las pantallas
de los noticieros: familias de monitos trasladando a sus crías, bandadas de
aves volando presurosas en dirección a las montañas; perros y gatos en
excursión veloz e inusitada hacia sitios más seguros. En los relatos de los
turistas que tuvieron que sufrir evacuaciones previas a los mundialmente
famosos tsunamis se repiten testimonios acerca de estos movimientos de los
animales. Mucho antes del desastre, sin ningún peligro a la vista, lagartijas y
hasta hormigas u otros bichos aún más insignificantes, misteriosamente
comienzan su éxodo, ordenados, precisos, trasladándose en comunidad. Los
documentales científicos nos muestran por caso a las hormigas saliendo
velozmente de sus hormigueros y disponiéndose unas sobre otras hasta formar una
superficie/balsa tejida por sus propios cuerpos sobre la cual los huevos de su
colonia son salvados de una súbita inundación.
¿Cómo es que saben? ¿Cómo es que
funcionan para los animales estos sistemas de alarma y prevención de riesgos
que nosotros ni siquiera con la más sofisticada tecnología disponible logramos
captar?
La buena noticia es que, gracias
a los animales, nosotros los humanos estamos admitiendo que necesitamos
deshacernos de ese pesado lastre tan característico de la comunicación en el
siglo pasado: su etnocentrismo, que se traduce operativamente en entenderla
sólo o centralmente como una transferencia. De allí que las estrategias de
comunicación actuales impliquen necesariamente un descentramiento doble: un
salirnos de la dimensión informativa para abordar la multidimensionalidad de lo
comunicacional y un salirnos de la visión de dominio de la naturaleza para
aceptar a la comunicación como encuentro de la diversidad. Una estrategia comunicacional
no es una fórmula. No es un plan previo –elaborado para ser aplicado– sino un
dispositivo flexible y especialmente atento a lo situacional en tanto espacio
fluido, en tanto lugar habitado en el que coexisten las alteridades
socioculturales con otros seres de la naturaleza. Es una mirada respetuosa de
las heterogeneidades presentes en la situación que se desea abordar, que no se
limita tampoco a lo discursivo. Que se vincula más bien con aquello del sentido
que emerge de la situación. El comunicador estratégico recorre hoy un
desplazamiento desde lo semiótico a lo simbiótico en tanto toda planificación
estratégica requiere incluir en el diseño –a la manera de Serres– también a los
objetos naturales como sujetos de derecho: “Eso significa: añadir al contrato
exclusivamente social el establecimiento de un contrato (...) en el que nuestra
relación con las cosas abandonaría dominio y posesión por la escucha
admirativa, la reciprocidad, la contemplación y el respeto, en el que el
conocimiento ya no supondría la propiedad, ni la acción el dominio (...)”
(Serres, 1990). Por eso la estrategia de comunicación desde la Escuela de
Comunicación Estratégica de Rosario es un dispositivo de investigación enactiva
con pasos que incluyen: versión técnica del problema comunicacional; análisis
de matrices socioculturales; diagnóstico y prescripción mediante marcas de
racionalidad comunicacional; análisis de mediaciones comunicacionales; árbol de
soluciones con definición de ejes y tonos de comunicación para las distintas
matrices socioculturales identificadas como relevantes en torno de la
problemática que aborda la estrategia. La comunicación como encuentro de esa
heterogeneidad y el comunicador como propiciador de una reconfiguración de los
entornos que se basa en el diálogo de saberes múltiples, también los de los
animales. Tenemos tanto que aprender...
* Doctora UBA. Directora de la
Maestría en Comunicación Estratégica/Especialización en Comunicación Ambiental
de la UNR.
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