El periodismo bajo la lupa
Miradas al Sur. Domingo 21 de abril de 2013
Por Eduardo Anguita
El tema medios de comunicación en los últimos años adquirió mucha
importancia en la vida política, cultural, incluso académica, que me parece una
obligación tratarlo. Yendo un poco a la historia, Claudio, me interesó muchísimo
un trabajo tuyo sobre la historia de la expropiación de La Prensa, que
fue entregada a la CGT.
Claudio Panella: –Sí, la expropiación de La Prensa fue un caso único, porque el Congreso de la Nación por ley expropia un medio de prensa y esto se enmarcó en la conflictiva relación que tuvo el primer peronismo con los medios de difusión, digamos una postura de la mayoría de los medios adversa, antes de las elecciones y en la campaña electoral de 1946, que luego el peronismo en el gobierno trata de revertir. Por una parte, adquiriendo o creando periódicos afines y, por otra, con una acción de censura, los casos más conocidos son los de La Vanguardia, el periódico socialista, y La Prensa. En el caso específico de La Prensa, esta expropiación se enmarca en un conflicto entre el gremio de vendedores de diarios y la empresa y algunas deudas que tiene la empresa con el fisco. Con un sustrato político evidente. La Prensa se había convertido en un medio opositor con fuertes críticas a las medidas de gobierno y una defensa de intereses que el peronismo siempre consideró como antinacionales. Lo dijo Cooke en el debate de la Cámara de Diputados sobre la expropiación del diario.
La Prensa de circulación o en realidad se castigaba la impunidad de ciertos sectores empresariales que no pagaban impuestos amparados en la libertad de prensa?
Carlos Ulanovsky: –El conflicto con el gremio de canillitas venía de lejos, pero se potencia en ese momento y surge la idea de la propia CGT de la posibilidad de tener un medio propio. Luego de la expropiación, en noviembre del ’51, reaparece con la misma tipografía pero en manos de la CGT. Obviamente apoyando al gobierno y con un suplemento cultural dominical de excelencia, dirigido por César Tiempo. Este suplemento inclusive fue mucho más plural que el resto de las publicaciones del peronismo de la época.
Eduardo Blaustein: –Carlos, ¿qué pudiste averiguar sobre las negociaciones hechas por Roberto Noble cuando se fundó Clarín, respecto a la escasez de papel prensa? Era un tema terrible en ese momento.
C. U.: –La reducción era para todos, inclusive mundial, lo que hace el gobierno es regular y distribuir, frente al poder económico que tienen La Prensa y La Nación de poder comprar y acaparar papel. Cuando nace Clarín nadie pensaba que iba a ser lo que fue después. Pero Clarín aprovecha claramente la debacle de La Prensa.
Rubén Furman: –Es el heredero del cuerpo de clasificados, que fue lo que lo potenció económicamente, fue el primer trampolín económico que tuvo, al margen de lo incierto de los fondos con que se creó Clarín. Roberto Noble no era exactamente un demócrata, como cuenta la biografía de la fundación, sino que había sido el ministro de Gobierno de Manuel Fresco, fascista y conservador. Noble era un admirador declarado del gobierno de Mussolini. Curiosamente, cuando el diario se funda era pro aliado, cuando la guerra ya estaba decidida.
Clarín superó indemne ese período. Jugó con los aliados y con la Unión Democrática hasta el triunfo de Perón. Después se acomodó con el peronismo y luego en el ’55 se acomodó con la Libertadora.
R. F.: –Martin Sivak está terminando una historia monumental de Clarín, muy completa y muy documentada. En ella cuenta que el peronismo negocia con Noble a través de Apold después de las primeras bobinas de papel que, aparentemente, fueron financiadas con plata alemana. Pero aparentemente negoció el tema de la prohibición de papel y cuando viene el golpe del ’55 es terrible, porque Clarín aparece como una víctima del peronismo.
–¿Qué balance se puede hacer sobre esa expropiación entregada a la CGT y que después la familia Paz vuelve a recuperar?
C. U.: –El gobierno de la autodenominada Revolución Libertadora deroga la ley de expropiación, restituye La Prensa a sus dueños originarios –la familia Paz– y el diario reaparece con un aniversario de la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1956.
–Con una asociación del pensamiento liberal. El tirano que cayó en la batalla de Caseros
R. F.: –Cuando se crea la comisión investigadora del Parlamento, edita el famoso Libro negro de la segunda tiranía y va creciendo esa caracteriazación en la propia documentación oficial y finalmente se consagra en La Prensa que se refiere al “tirano prófugo”, en una decisión política, instrumentada.
–Hasta que en el ’73 se viene la tercera tiranía...
C. P.: –Curiosamente este proceso entre los años de Aramburu y Rojas acercó al revisionismo con el peronismo, cuando los antiperonistas identifican a Perón con Rosas,de alguna manera están contribuyendo a que el peronismo adopte al revisionismo. Es muy interesante porque el panteón histórico del peronismo no es el que mencionan los revisionistas, es el panteón liberal y la reivindicación que se hace de la figura de San Martin durante el peronismo. No es que no existiera la figura de San Martin, pero se aceptó la revalorización con el centenario de la muerte que tiene que ver con una figura esencialmente liberal, un fundador que reúne las mismas condiciones de otros grandes militares fundadores.
–¿Qué balance se puede hacer sobre una medida extrema, como la expropiación?
C. P.: –Digamos que el hecho en sí fue negativo, porque no le sumó nada el peronismo. La Prensa era leída por los antiperonistas que reafirmaban su condición de tales y los peronistas no la leían. Era un discurso que no llegaba, porque no leían o porque tenían otros medios.
C. U.: –¿Y esto que es tan interesante, tiene algún paralelismo con estas antinomias que existen ahora?
C. P.: –Yo creo que este conflicto está en la naturaleza del peronismo, porque me parece que estos años de alguna manera retoman muchas líneas del peronismo originario, el papel del Estado, de la distribución de la riqueza y el necesario choque con intereses corporativos.
–En ese aspecto, ¿sacar a La Prensa de su audiencia natural y pretender reconstruir de cero otra audiencia es similar a la experiencia actual con el kirshnerismo?
C. P.: –Por eso yo me extendería aún más, si uno ve el panorama actual latinoamericano, los movimientos populares nacionales chocan con los medios tradicionales.
–Venezuela, Ecuador, Bolivia. Hay un choque ahí, que no es fácil de resolver. Hoy sería impensable expropiar un periódico como en 1951. ¿En los ’70 cómo fue?
C. P.: –Bueno, de hecho, en los ’70 La Prensa actuó sin problemas, recordemos la famosa y triste necrológica sobre el fallecimiento de Perón, que fue lapidaria.
–Pero hubo clausura de Crónica, clausura de La Opinión, bombazos, estatización de los canales de la tele, El Mundo y Noticias fueron clausurados también. Me parece que hay mecanismos más sutiles, que es hacer cambiar de dueños o darles un millón de dólares más a los dueños para que cambien de idea. Un caso claro es Gustavo Cisneros en Venezuela, que era totalmente antichavista, promotor del golpe del 2002 y hasta había logrado que Carlos Fuentes le prologara su biografía, y tiempo después, por efecto de su cuenta bancaria, empezó a tener cierta simpatía por el chavismo.
C. U.: –Habrá sido por la cuenta bancaria o también porque los periodistas tienen esa capacidad de sacar la nariz afuera y husmear y ver en qué anda la sociedad. A lo mejor el tipo también advirtió que el chavismo concitaba la aprobación de grandes masas
R. F.: –Me parece que siempre en el periodismo hay un negocio. Hay una base de negocio que es ineludible. Lo pague quien lo pague. Lo paga el Estado, lo pagan grupos de empresas. Me parece que los empresarios operan con esa lógica.
C. U.: –Yo escribí muchas veces sobre el tema, tratando de recordar qué me pasaba a mí en esa circunstancia. Trabajé en la revista Confirmado, fundada por Timerman, que fue muy responsable en la caída. Había un negocio detrás, pero la mayor parte de los periodistas estábamos ajenos a ese negocio. En todo caso la gran autocrítica que podríamos hacer era que en esa época no se consideraba debidamente el valor de la democracia. Y hoy me parece que el gran cambio es ése. Me parece que todos los periodistas, o gran cantidad de periodistas coincidimos en que este sistema hay que defenderlo. Pero en el caso de nuestra profesión, los periodistas dentro de las empresas no tenemos democracia interna. Y si trabajás para determinados medios estás muy presionado para adaptarte a una línea editorial.
C. U.: –Es cierto. Me parece que las autocríticas de la gente que trabajó en Primera Plana, o la gente que trabajó en Confirmado, o en Panorama en esos momentos previos a la caída de Ilia o al ascenso de Onganía. Llegaron tarde. Recuerdo una famosa de Ramiro de Casasbellas cuando dijo: “El hombre al que ayudamos a ascender al poder, al que prácticamente llevamos al poder, fue el que en el ’69 nos clausura la revista”.
–Carlos, el 25 de mayo del ’73 hubo un plan de medios de comunicación, que incluía hacerse cargo de las licencias que habían expirado en 1972. ¿Qué pasaba en los medios en ese momento?
C. U.: –Yo trabajaba en La Opinión, hubo un conflicto gremial y Timerman publicó una solicitada denunciando que le querían cooperativizar el diario. Finalmente Timerman echó a varias personas, entre las que me contaba. Ahí empezó para nosotros un tiempo muy terrible, muy desagradable, de lo único que se hablaba era de la violencia: ¿supiste a quién se llevaron? ¿Viste a quién chuparon? El tema en las redacciones era ése. Y por otro lado empezaba a desaparecer y a tener atentados gente muy cercana a uno. Yo me fui al exilio luego de la clausura de la revista Satiricón, que fue en octubre del ’74. Y, con gran agudeza política, volví con mi mujer en enero de 1976. El 24 de marzo del ’76 nos levantamos con la marchita y puedo dar fe que todo esto que acabo de relatar se había agudizado, se había dramatizado. El rol de la prensa fue tremendo. El rol, por ejemplo del diario La Razón, cuyas 29 ediciones previas al golpe fueron tremendas.
Rubén, ¿cómo fue tu experiencia?
R. F.: –Comparto todo lo que cuenta Carlos, pero hay algo que habitualmente no tenemos en cuenta, sobre todo la gente joven. Hablamos de otro mundo tecnológico y por ende otro mundo de la prensa. En Azul, un grupo guerrillero había tomado un cuartel. Nos enteramos a la noche. No existía el Discado Directo de larga distancia. Tenías que llamar a una operadora y decirle: Esto es una llamada de periodista urgente, me podés, por favor, comunicar con Azul. Y a las seis horas te comunicaba. Obviamente, el Estado se manejaba con otros estándares, pero el periodismo se manejaba con una lentitud que hoy nos parecería exasperante. Yo recuerdo el año ’77 o ’78, los teletipos transmitían 25 palabras por minuto. Uno escribía la primera carilla de un despacho, la ponías en una cadena y se iba priorizando lo que salía. Se transmitía la primera carilla a las 3 de la tarde, la segunda a las 4 y media, con lo cual se iba armando un despacho. Yo siempre cuento que los golpes de Estado comenzaban inevitablemente de la misma manera. La noche anterior entraba un sector de algún regimiento en la Central Cuyo, con lo cual dominaba el centro de comunicaciones del país. Otro pelotón militar iba a la central de antenas, en Buenos Aires, y ya está, silencio de radio. Nadie sabía nada de nada
–¿Cómo entienden hechos aberrantes como la censura, las bombas a las editoriales, los cierres de diarios en un contexto de violencia general y efervescencia social?
C. U.: –Siempre la censura es aberrante y hay que luchar contra eso, pero recuerdo que en el ’73, ’74 empezó la prohibición de mencionar incluso a las organizaciones armadas, y entonces el eufemismo que se encontró era "la organización declarada ilegal en primer término", o "la organización declarada ilegal en segundo término". Igual, aquello que estuvo históricamente determinado siguió su curso, nada lo impidió. Salvo la represión. La represión sí paró muchas cosas. El terror también.
C. P.: –En perspectiva histórica, a partir de esto que se dijo, ¿cómo puede haber hoy gente que dice que no hay libertad de prensa?... Sobre todo, personas que son opositoras al gobierno, que estuvieron en esa época y conocen todo lo que pasó.
–Creo que hay rasgos autoritarios intrínsecos del peronismo, también me parece que tenían que ver con otro momento y otra cultura política que venía de progresivas violencias. Era la sociedad en que vivíamos, un país muy distinto al de hoy. Si alguien dijera que lo que hicieron con la ley de expropiación de La Prensa es lo mismo que la ley de medios, ¿qué le diríamos?
C. U.: –Esa persona estaría completamente equivocada y desubicada porque la ley de medios que estaba vigente ya se había convertido en un objeto de humorismo involuntario, absolutamente superada por el uso y las costumbres. Por ejemplo, decía que estaba prohibida la información sobre el juego, y se daba en todos lados la información sobre timba. En radio estaban prohibidas las comunicaciones telefónicas. El primero que transgrede esa decisión es el negro Guerrero Martineitz, que empezó a recibir llamadas telefónicas al aire. Además se venía de una época, de largos años, en donde todo lo que se decía en radio, desde las buenas tardes, o las buenas noches, estaba escrito. No se podía improvisar en la radio.
C. P.: –El espíritu que tiene esta ley de comunicación audiovisual es democratizar, en última instancia, el acceso a la información. Y lo que tuvo la expropiación de La Prensa era cerrar medios, más allá de las consideraciones que pudiéramos hacer.
C. U.: –Y lo ha hecho. Esta ley lo ha hecho más allá de las cautelares, que a lo mejor le generan algunos tropiezos todavía. Cuando uno ve miniseries como la que guionó el compañero Blaustein y produjo su hermano Coco sobre el diario Clarín, dice: bueno, la verdad, más allá de las cautelares, esta ley está vigente. Esta miniserie y cincuenta miniseries más que vinieron a renovar los contenidos de la televisión. Esto es absolutamente un saldo claramente positivo de la nueva ley.
R. F.: –Es como una visión enloquecida, que es esta comparación viciosa de este proceso con el fascismo. A uno le extraña realmente que haya gente grande, que vivió procesos terribles en Argentina, y que ahora con toda gratuidad dice: estamos en el peor de los mundos. No hay memoria. No hay memoria porque estábamos en el peor de los mundos. Hay mucho colegas que son editores de diarios, vieron cómo se llevaban tipos de la puerta del diario donde trabajaban, hay destacados editores que los vieron ellos, porque estaban mirando por las ventanas cuando se estaban llevando a sus compañeros por la puerta del diario, y comparan gratuitamente. Es obvio que ésta es otra época, culturalmente, políticamente, y los comportamientos son diferentes. Hay pujas, disputas, crispación, hay lo que haya, pero se puede hacer cualquier cosa, y se dice cualquier cosa.
–¿Qué cosas les sugerirían a los televidentes, a los lectores, a los jóvenes comunicadores que hoy pueden sentirse sesgados de una u otra manera? ¿Qué cosas les advertirían?
E. B.: –Si es para aconsejar o exigir, les diría: Lean todo lo que es posible. Lo que pasa es que es un nivel de exigencia atroz. Comparen Tiempo Argentino con Clarín, y después agarren Página/12 y miren el programa de Zlotogwiazda y Tenembaum. No hay tiempo ni van a tener ganas. En ese sentido tengo una conclusión medio triste, medio amarga. Y es que los campos de pensamiento y mediáticos son dos trincheras con complejidades, donde están autoconvencidos los respectivos campos de acción y jamás el lector de La Nación va a creer un solo argumento del campo enemigo y viceversa. Un kichnerista duro jamás va a creer determinada información del Clarín, inflación o lo que sea. Para colmo, se complica con la tendencia del kichnerismo de no reconocer los propios problemas. La responsabilidad pasaría por nosotros, si tuviéramos mayores márgenes de libertad podríamos hacer justamente de nuestros de trabajo espacios más abiertos de lo que lo están siendo ahora. Yo creo que en los años de Alfonsín, dentro de todo, había un ejemplo. La revista El Periodista era editada por La Urraca, de Andrés Cascioli, que había sabido sintonizar con Humor con lo mejor del Alfonsinismo. A Cascioli, en El Periodista, le dieron un nivel de libertad editorial muy importante. Algo que hoy un tipo simpatizante del kichnerismo no sé si la tendría dentro de una publicación.
C. U.: –Hay que reconocer que este es un tiempo muy crítico para el periodismo. El otro día leí una información. Si no me equivoco, eran tres mil trescientos millones de usuarios entre Facebook y Twiter en el mundo. Si a mí me hubieran dicho hace diez o veinte años que un texto de 140 caracteres se iba a convertir en fuente de información, hubiera dicho: vos estás completamente loco. Y hoy agarrás cualquier diario del mundo, y de la Argentina, y tienen una columna de los Twiter de ayer.
–La tapa de La Nación de hoy es con los tuits que se ríen de la tarjeta de Moreno.
C. U.: –Claro... Eso por un lado. Y por otro lado, estoy permanentemente buscando originalidades en el periodismo y encuentro muy pocas. Y las que encuentro, las encuentro en revistas absolutamente marginales, como La Garganta Poderosa, como Mú, como Un caño. Esas son las revistas que me gustan en estos momentos. Por ahí hay alguna más.
R. F.: –Mi preocupación es cómo se hace en esta época de hiperinformación. ¿Cuál es la noticia del día? ¿Cómo organizar ese despelote? Creo que en eso, efectivamente, más que nunca, el periodismo es un subsistema de la política. Yo siempre lo creí y ahora lo miro con cierto desagrado, por los resultados. Creo que la política, en buena medida, aniquiló al periodismo, o le ha puesto bretes tan grandes que es difícil encontrar algo interesante, algo lindo. ¿Cómo organizamos la información? ¿Cómo le organizamos la cabeza a la gente?
–La definición de noticia –si sos de un sistema opositor– es todo aquello que le haga daño al Gobierno. Y del otro lado, es la réplica a eso.
C. P.: –Siguiendo a ese razonamiento que se hizo a esa cosa de las trincheras, digo: ¿cómo reaccionaría un lector, por ejemplo, de La Nación, si no hablara todos los días mal del Gobierno y mal del peronismo? Si sacara todos los días una noticia positiva, ¿cómo reaccionaría?
R. U.: –Hay un editor de La Nación que una vez escribió una columna, diciendo: Bueno, ganaron bien, y envidio el clima de fiesta que viven ellos. Y por poco lo matan.
–Ustedes recordarán cuando Claudio Minghetti hizo una crítica, que le gustó la película Juan y Eva, y eso fue una razón de Estado para La Nación. Vivimos en una época donde con 140 caracteres alcanza para que los chicos sigan queriendo ir a comer comida chatarra y para que nosotros sigamos queriendo comprar productos de marca. El desafío es que nos empiecen a gustar, y nos empecemos a compenetrar con otras cosas .
Claudio Panella: –Sí, la expropiación de La Prensa fue un caso único, porque el Congreso de la Nación por ley expropia un medio de prensa y esto se enmarcó en la conflictiva relación que tuvo el primer peronismo con los medios de difusión, digamos una postura de la mayoría de los medios adversa, antes de las elecciones y en la campaña electoral de 1946, que luego el peronismo en el gobierno trata de revertir. Por una parte, adquiriendo o creando periódicos afines y, por otra, con una acción de censura, los casos más conocidos son los de La Vanguardia, el periódico socialista, y La Prensa. En el caso específico de La Prensa, esta expropiación se enmarca en un conflicto entre el gremio de vendedores de diarios y la empresa y algunas deudas que tiene la empresa con el fisco. Con un sustrato político evidente. La Prensa se había convertido en un medio opositor con fuertes críticas a las medidas de gobierno y una defensa de intereses que el peronismo siempre consideró como antinacionales. Lo dijo Cooke en el debate de la Cámara de Diputados sobre la expropiación del diario.
La Prensa de circulación o en realidad se castigaba la impunidad de ciertos sectores empresariales que no pagaban impuestos amparados en la libertad de prensa?
Carlos Ulanovsky: –El conflicto con el gremio de canillitas venía de lejos, pero se potencia en ese momento y surge la idea de la propia CGT de la posibilidad de tener un medio propio. Luego de la expropiación, en noviembre del ’51, reaparece con la misma tipografía pero en manos de la CGT. Obviamente apoyando al gobierno y con un suplemento cultural dominical de excelencia, dirigido por César Tiempo. Este suplemento inclusive fue mucho más plural que el resto de las publicaciones del peronismo de la época.
Eduardo Blaustein: –Carlos, ¿qué pudiste averiguar sobre las negociaciones hechas por Roberto Noble cuando se fundó Clarín, respecto a la escasez de papel prensa? Era un tema terrible en ese momento.
C. U.: –La reducción era para todos, inclusive mundial, lo que hace el gobierno es regular y distribuir, frente al poder económico que tienen La Prensa y La Nación de poder comprar y acaparar papel. Cuando nace Clarín nadie pensaba que iba a ser lo que fue después. Pero Clarín aprovecha claramente la debacle de La Prensa.
Rubén Furman: –Es el heredero del cuerpo de clasificados, que fue lo que lo potenció económicamente, fue el primer trampolín económico que tuvo, al margen de lo incierto de los fondos con que se creó Clarín. Roberto Noble no era exactamente un demócrata, como cuenta la biografía de la fundación, sino que había sido el ministro de Gobierno de Manuel Fresco, fascista y conservador. Noble era un admirador declarado del gobierno de Mussolini. Curiosamente, cuando el diario se funda era pro aliado, cuando la guerra ya estaba decidida.
Clarín superó indemne ese período. Jugó con los aliados y con la Unión Democrática hasta el triunfo de Perón. Después se acomodó con el peronismo y luego en el ’55 se acomodó con la Libertadora.
R. F.: –Martin Sivak está terminando una historia monumental de Clarín, muy completa y muy documentada. En ella cuenta que el peronismo negocia con Noble a través de Apold después de las primeras bobinas de papel que, aparentemente, fueron financiadas con plata alemana. Pero aparentemente negoció el tema de la prohibición de papel y cuando viene el golpe del ’55 es terrible, porque Clarín aparece como una víctima del peronismo.
–¿Qué balance se puede hacer sobre esa expropiación entregada a la CGT y que después la familia Paz vuelve a recuperar?
C. U.: –El gobierno de la autodenominada Revolución Libertadora deroga la ley de expropiación, restituye La Prensa a sus dueños originarios –la familia Paz– y el diario reaparece con un aniversario de la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1956.
–Con una asociación del pensamiento liberal. El tirano que cayó en la batalla de Caseros
R. F.: –Cuando se crea la comisión investigadora del Parlamento, edita el famoso Libro negro de la segunda tiranía y va creciendo esa caracteriazación en la propia documentación oficial y finalmente se consagra en La Prensa que se refiere al “tirano prófugo”, en una decisión política, instrumentada.
–Hasta que en el ’73 se viene la tercera tiranía...
C. P.: –Curiosamente este proceso entre los años de Aramburu y Rojas acercó al revisionismo con el peronismo, cuando los antiperonistas identifican a Perón con Rosas,de alguna manera están contribuyendo a que el peronismo adopte al revisionismo. Es muy interesante porque el panteón histórico del peronismo no es el que mencionan los revisionistas, es el panteón liberal y la reivindicación que se hace de la figura de San Martin durante el peronismo. No es que no existiera la figura de San Martin, pero se aceptó la revalorización con el centenario de la muerte que tiene que ver con una figura esencialmente liberal, un fundador que reúne las mismas condiciones de otros grandes militares fundadores.
–¿Qué balance se puede hacer sobre una medida extrema, como la expropiación?
C. P.: –Digamos que el hecho en sí fue negativo, porque no le sumó nada el peronismo. La Prensa era leída por los antiperonistas que reafirmaban su condición de tales y los peronistas no la leían. Era un discurso que no llegaba, porque no leían o porque tenían otros medios.
C. U.: –¿Y esto que es tan interesante, tiene algún paralelismo con estas antinomias que existen ahora?
C. P.: –Yo creo que este conflicto está en la naturaleza del peronismo, porque me parece que estos años de alguna manera retoman muchas líneas del peronismo originario, el papel del Estado, de la distribución de la riqueza y el necesario choque con intereses corporativos.
–En ese aspecto, ¿sacar a La Prensa de su audiencia natural y pretender reconstruir de cero otra audiencia es similar a la experiencia actual con el kirshnerismo?
C. P.: –Por eso yo me extendería aún más, si uno ve el panorama actual latinoamericano, los movimientos populares nacionales chocan con los medios tradicionales.
–Venezuela, Ecuador, Bolivia. Hay un choque ahí, que no es fácil de resolver. Hoy sería impensable expropiar un periódico como en 1951. ¿En los ’70 cómo fue?
C. P.: –Bueno, de hecho, en los ’70 La Prensa actuó sin problemas, recordemos la famosa y triste necrológica sobre el fallecimiento de Perón, que fue lapidaria.
–Pero hubo clausura de Crónica, clausura de La Opinión, bombazos, estatización de los canales de la tele, El Mundo y Noticias fueron clausurados también. Me parece que hay mecanismos más sutiles, que es hacer cambiar de dueños o darles un millón de dólares más a los dueños para que cambien de idea. Un caso claro es Gustavo Cisneros en Venezuela, que era totalmente antichavista, promotor del golpe del 2002 y hasta había logrado que Carlos Fuentes le prologara su biografía, y tiempo después, por efecto de su cuenta bancaria, empezó a tener cierta simpatía por el chavismo.
C. U.: –Habrá sido por la cuenta bancaria o también porque los periodistas tienen esa capacidad de sacar la nariz afuera y husmear y ver en qué anda la sociedad. A lo mejor el tipo también advirtió que el chavismo concitaba la aprobación de grandes masas
R. F.: –Me parece que siempre en el periodismo hay un negocio. Hay una base de negocio que es ineludible. Lo pague quien lo pague. Lo paga el Estado, lo pagan grupos de empresas. Me parece que los empresarios operan con esa lógica.
C. U.: –Yo escribí muchas veces sobre el tema, tratando de recordar qué me pasaba a mí en esa circunstancia. Trabajé en la revista Confirmado, fundada por Timerman, que fue muy responsable en la caída. Había un negocio detrás, pero la mayor parte de los periodistas estábamos ajenos a ese negocio. En todo caso la gran autocrítica que podríamos hacer era que en esa época no se consideraba debidamente el valor de la democracia. Y hoy me parece que el gran cambio es ése. Me parece que todos los periodistas, o gran cantidad de periodistas coincidimos en que este sistema hay que defenderlo. Pero en el caso de nuestra profesión, los periodistas dentro de las empresas no tenemos democracia interna. Y si trabajás para determinados medios estás muy presionado para adaptarte a una línea editorial.
C. U.: –Es cierto. Me parece que las autocríticas de la gente que trabajó en Primera Plana, o la gente que trabajó en Confirmado, o en Panorama en esos momentos previos a la caída de Ilia o al ascenso de Onganía. Llegaron tarde. Recuerdo una famosa de Ramiro de Casasbellas cuando dijo: “El hombre al que ayudamos a ascender al poder, al que prácticamente llevamos al poder, fue el que en el ’69 nos clausura la revista”.
–Carlos, el 25 de mayo del ’73 hubo un plan de medios de comunicación, que incluía hacerse cargo de las licencias que habían expirado en 1972. ¿Qué pasaba en los medios en ese momento?
C. U.: –Yo trabajaba en La Opinión, hubo un conflicto gremial y Timerman publicó una solicitada denunciando que le querían cooperativizar el diario. Finalmente Timerman echó a varias personas, entre las que me contaba. Ahí empezó para nosotros un tiempo muy terrible, muy desagradable, de lo único que se hablaba era de la violencia: ¿supiste a quién se llevaron? ¿Viste a quién chuparon? El tema en las redacciones era ése. Y por otro lado empezaba a desaparecer y a tener atentados gente muy cercana a uno. Yo me fui al exilio luego de la clausura de la revista Satiricón, que fue en octubre del ’74. Y, con gran agudeza política, volví con mi mujer en enero de 1976. El 24 de marzo del ’76 nos levantamos con la marchita y puedo dar fe que todo esto que acabo de relatar se había agudizado, se había dramatizado. El rol de la prensa fue tremendo. El rol, por ejemplo del diario La Razón, cuyas 29 ediciones previas al golpe fueron tremendas.
Rubén, ¿cómo fue tu experiencia?
R. F.: –Comparto todo lo que cuenta Carlos, pero hay algo que habitualmente no tenemos en cuenta, sobre todo la gente joven. Hablamos de otro mundo tecnológico y por ende otro mundo de la prensa. En Azul, un grupo guerrillero había tomado un cuartel. Nos enteramos a la noche. No existía el Discado Directo de larga distancia. Tenías que llamar a una operadora y decirle: Esto es una llamada de periodista urgente, me podés, por favor, comunicar con Azul. Y a las seis horas te comunicaba. Obviamente, el Estado se manejaba con otros estándares, pero el periodismo se manejaba con una lentitud que hoy nos parecería exasperante. Yo recuerdo el año ’77 o ’78, los teletipos transmitían 25 palabras por minuto. Uno escribía la primera carilla de un despacho, la ponías en una cadena y se iba priorizando lo que salía. Se transmitía la primera carilla a las 3 de la tarde, la segunda a las 4 y media, con lo cual se iba armando un despacho. Yo siempre cuento que los golpes de Estado comenzaban inevitablemente de la misma manera. La noche anterior entraba un sector de algún regimiento en la Central Cuyo, con lo cual dominaba el centro de comunicaciones del país. Otro pelotón militar iba a la central de antenas, en Buenos Aires, y ya está, silencio de radio. Nadie sabía nada de nada
–¿Cómo entienden hechos aberrantes como la censura, las bombas a las editoriales, los cierres de diarios en un contexto de violencia general y efervescencia social?
C. U.: –Siempre la censura es aberrante y hay que luchar contra eso, pero recuerdo que en el ’73, ’74 empezó la prohibición de mencionar incluso a las organizaciones armadas, y entonces el eufemismo que se encontró era "la organización declarada ilegal en primer término", o "la organización declarada ilegal en segundo término". Igual, aquello que estuvo históricamente determinado siguió su curso, nada lo impidió. Salvo la represión. La represión sí paró muchas cosas. El terror también.
C. P.: –En perspectiva histórica, a partir de esto que se dijo, ¿cómo puede haber hoy gente que dice que no hay libertad de prensa?... Sobre todo, personas que son opositoras al gobierno, que estuvieron en esa época y conocen todo lo que pasó.
–Creo que hay rasgos autoritarios intrínsecos del peronismo, también me parece que tenían que ver con otro momento y otra cultura política que venía de progresivas violencias. Era la sociedad en que vivíamos, un país muy distinto al de hoy. Si alguien dijera que lo que hicieron con la ley de expropiación de La Prensa es lo mismo que la ley de medios, ¿qué le diríamos?
C. U.: –Esa persona estaría completamente equivocada y desubicada porque la ley de medios que estaba vigente ya se había convertido en un objeto de humorismo involuntario, absolutamente superada por el uso y las costumbres. Por ejemplo, decía que estaba prohibida la información sobre el juego, y se daba en todos lados la información sobre timba. En radio estaban prohibidas las comunicaciones telefónicas. El primero que transgrede esa decisión es el negro Guerrero Martineitz, que empezó a recibir llamadas telefónicas al aire. Además se venía de una época, de largos años, en donde todo lo que se decía en radio, desde las buenas tardes, o las buenas noches, estaba escrito. No se podía improvisar en la radio.
C. P.: –El espíritu que tiene esta ley de comunicación audiovisual es democratizar, en última instancia, el acceso a la información. Y lo que tuvo la expropiación de La Prensa era cerrar medios, más allá de las consideraciones que pudiéramos hacer.
C. U.: –Y lo ha hecho. Esta ley lo ha hecho más allá de las cautelares, que a lo mejor le generan algunos tropiezos todavía. Cuando uno ve miniseries como la que guionó el compañero Blaustein y produjo su hermano Coco sobre el diario Clarín, dice: bueno, la verdad, más allá de las cautelares, esta ley está vigente. Esta miniserie y cincuenta miniseries más que vinieron a renovar los contenidos de la televisión. Esto es absolutamente un saldo claramente positivo de la nueva ley.
R. F.: –Es como una visión enloquecida, que es esta comparación viciosa de este proceso con el fascismo. A uno le extraña realmente que haya gente grande, que vivió procesos terribles en Argentina, y que ahora con toda gratuidad dice: estamos en el peor de los mundos. No hay memoria. No hay memoria porque estábamos en el peor de los mundos. Hay mucho colegas que son editores de diarios, vieron cómo se llevaban tipos de la puerta del diario donde trabajaban, hay destacados editores que los vieron ellos, porque estaban mirando por las ventanas cuando se estaban llevando a sus compañeros por la puerta del diario, y comparan gratuitamente. Es obvio que ésta es otra época, culturalmente, políticamente, y los comportamientos son diferentes. Hay pujas, disputas, crispación, hay lo que haya, pero se puede hacer cualquier cosa, y se dice cualquier cosa.
–¿Qué cosas les sugerirían a los televidentes, a los lectores, a los jóvenes comunicadores que hoy pueden sentirse sesgados de una u otra manera? ¿Qué cosas les advertirían?
E. B.: –Si es para aconsejar o exigir, les diría: Lean todo lo que es posible. Lo que pasa es que es un nivel de exigencia atroz. Comparen Tiempo Argentino con Clarín, y después agarren Página/12 y miren el programa de Zlotogwiazda y Tenembaum. No hay tiempo ni van a tener ganas. En ese sentido tengo una conclusión medio triste, medio amarga. Y es que los campos de pensamiento y mediáticos son dos trincheras con complejidades, donde están autoconvencidos los respectivos campos de acción y jamás el lector de La Nación va a creer un solo argumento del campo enemigo y viceversa. Un kichnerista duro jamás va a creer determinada información del Clarín, inflación o lo que sea. Para colmo, se complica con la tendencia del kichnerismo de no reconocer los propios problemas. La responsabilidad pasaría por nosotros, si tuviéramos mayores márgenes de libertad podríamos hacer justamente de nuestros de trabajo espacios más abiertos de lo que lo están siendo ahora. Yo creo que en los años de Alfonsín, dentro de todo, había un ejemplo. La revista El Periodista era editada por La Urraca, de Andrés Cascioli, que había sabido sintonizar con Humor con lo mejor del Alfonsinismo. A Cascioli, en El Periodista, le dieron un nivel de libertad editorial muy importante. Algo que hoy un tipo simpatizante del kichnerismo no sé si la tendría dentro de una publicación.
C. U.: –Hay que reconocer que este es un tiempo muy crítico para el periodismo. El otro día leí una información. Si no me equivoco, eran tres mil trescientos millones de usuarios entre Facebook y Twiter en el mundo. Si a mí me hubieran dicho hace diez o veinte años que un texto de 140 caracteres se iba a convertir en fuente de información, hubiera dicho: vos estás completamente loco. Y hoy agarrás cualquier diario del mundo, y de la Argentina, y tienen una columna de los Twiter de ayer.
–La tapa de La Nación de hoy es con los tuits que se ríen de la tarjeta de Moreno.
C. U.: –Claro... Eso por un lado. Y por otro lado, estoy permanentemente buscando originalidades en el periodismo y encuentro muy pocas. Y las que encuentro, las encuentro en revistas absolutamente marginales, como La Garganta Poderosa, como Mú, como Un caño. Esas son las revistas que me gustan en estos momentos. Por ahí hay alguna más.
R. F.: –Mi preocupación es cómo se hace en esta época de hiperinformación. ¿Cuál es la noticia del día? ¿Cómo organizar ese despelote? Creo que en eso, efectivamente, más que nunca, el periodismo es un subsistema de la política. Yo siempre lo creí y ahora lo miro con cierto desagrado, por los resultados. Creo que la política, en buena medida, aniquiló al periodismo, o le ha puesto bretes tan grandes que es difícil encontrar algo interesante, algo lindo. ¿Cómo organizamos la información? ¿Cómo le organizamos la cabeza a la gente?
–La definición de noticia –si sos de un sistema opositor– es todo aquello que le haga daño al Gobierno. Y del otro lado, es la réplica a eso.
C. P.: –Siguiendo a ese razonamiento que se hizo a esa cosa de las trincheras, digo: ¿cómo reaccionaría un lector, por ejemplo, de La Nación, si no hablara todos los días mal del Gobierno y mal del peronismo? Si sacara todos los días una noticia positiva, ¿cómo reaccionaría?
R. U.: –Hay un editor de La Nación que una vez escribió una columna, diciendo: Bueno, ganaron bien, y envidio el clima de fiesta que viven ellos. Y por poco lo matan.
–Ustedes recordarán cuando Claudio Minghetti hizo una crítica, que le gustó la película Juan y Eva, y eso fue una razón de Estado para La Nación. Vivimos en una época donde con 140 caracteres alcanza para que los chicos sigan queriendo ir a comer comida chatarra y para que nosotros sigamos queriendo comprar productos de marca. El desafío es que nos empiecen a gustar, y nos empecemos a compenetrar con otras cosas .
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