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sábado, 30 de noviembre de 2013

Las nuevas estrellas del arte

stilo de vida

Las nuevas estrellas del arte

Los grafiteros, antes asociados a la contracultura, abandonan las calles y, cotizados como nunca, son cada vez más convocados por empresas y galerías
Por   | LA NACION
Cada vez que ve una pared blanca, Daniel Stroomer siente el inconfundible llamado de Nase, la identidad artística que eligió hace más de 10 años cuando empezó a salir por las calles de Amsterdam, su ciudad natal, con un bote de pintura y algunos aerosoles en una mochila. Dejó sus marcas en paredones de casi toda Europa hasta que llegó hace cuatro años a Buenos Aires siguiendo a una mujer y entonces desplegó su arte en todos los barrios porteños. Y más allá.
Nase sigue vivo en Daniel, tal vez más que nunca, aunque se presenta con menor frecuencia. Daniel Stroomer ahora es convocado por empresas y particulares para plasmar su arte puertas adentro, en eventos especiales para promocionar algún producto o en actividades corporativas comoworkshops de grafiti, una novedosa manera de llevar adelante una actividad de team building . A la calle, su lugar natural, vuelve en esos momentos en que se cruza una pared blanca, casi destruida, y no puede evitar sentir esa necesidad de resucitarla con un shock de aerosol y pintura.
"Nunca dejé ni dejaré de pintar en la calle, que es mi lugar de origen, pero la mayoría del tiempo ahora lo dedico a trabajar en forma particular y para empresas -cuenta-. Me han llamado de Nike, Gillette, McDonald's, Ford, Danone y el Dot. Las compañías siempre están invirtiendo en arte y empezaron a convocar a artistas callejeros para tener una relación más estrecha con el público joven", dice Dan, que vive en una casa con paredes blancas, en las que no se ve ningún rastro de aerosol. Allí sólo hay lugar para cuadros y fotografías de artistas amigos.
De a poco, la figura del grafitero -que vivía en el límite entre el arte y el vandalismo, y cargaba en su mochila, además de pintura en aerosol, gran parte de la filosofía de la contracultura- ha ido mutando hasta formar parte del circuito más tradicional del arte, como las galerías, y hasta el corporativo. Para muchos es un pasaje natural, un proceso evolutivo propio de la madurez artística que muchos de ellos han alcanzado ahora, que ya promedian los 30 años.
La mayoría del colectivo de artistas callejeros argentinos que hoy pisa fuerte se ha formado en la calle al son de las cacerolas. Para ellos, la vía pública es un lugar de pertenencia al que vuelven casi como para reafirmar un origen. Sus coloridas huellas son la prueba irrefutable de un arte efervescente, "el único arte vivo", como dice Arturo Pérez-Reverte en su último y recién editado libro El francotirador paciente (Alfaguara), dedicado al revalorizado universo del grafiti.
Ya legitimado como una manifestación del arte contemporáneo, Buenos Aires se presenta para los artistas callejeros como una ciudad grafiti friendly. "Acá hay mucha más libertad para pintar una pared porque es una movida nueva, joven. En Europa hay leyes de urbanización que ni siquiera te permiten pintar tu casa del color que quieras. Es mucho más estricto", dice Dan, que no duda en tocar el timbre de una casa para pedir permiso antes de dejar su sello en la pared del frente.
"Les pregunto si puedo pintar sus paredes, llevo un par de fotos de mi trabajo para que vean que no hago cualquier cosa y pinto por horas. Muchos me preguntan cuánto cobro y se sorprenden cuando les digo que lo hago gratis, porque me gusta." Otras veces -por lo menos, dos al mes- Dan recibe llamadas para pintar murales en casas particulares, aunque, claro, eso sí tiene un costo.
Pero encontrar paredes disponibles hoy ya no es tan sencillo en esta Buenos Aires donde las casas y los viejos paredones se demuelen para levantar torres. Y a veces esa puerta a la que uno llama no se abre, o la respuesta desde el otro lado es un no rotundo. Y también pasa, a medida que se va evolucionando, que aquella pared a la que antes era miraba con cariño, hoy se ignora.
Graciela Goncalves, alias Animalito Land, reconoce que está atravesando por este proceso. "Intento mantener la rutina de salir a pintar los fines de semana. Pero cuesta conseguir paredes -dice-. Y con el tiempo te ponés más ambicioso, necesitás de muros cada vez más grandes y bastante bien conservados porque, una vez que invertís tanto esfuerzo, plata y tiempo querés que se preserve."
Cuando Graciela empezó a pintar murales, bastaba caminar unos metros por las calles Holmberg y Donado, donde vive, y elegir la pared para ponerse a crear. Pero esa zona hoy vive un boom inmobiliario y esas paredes (con algunos de sus grafitis incluidos) se redujeron a escombros y polvo. Casi como una deformación profesional, Graciela admite que no puede dejar de mirar muros desde su bicicleta cuando sale a pedalear. "Me puse quisquillosa; tengo las ganas, la pintura, pero no la pared. Cuando veo una que me gusta y me bajo para pedir permiso, en general me dicen que no. Pero, ahora, con el verano y aprovechando que hay más luz, voy a insistir", afirma Animalito Land, que se dedica desde hace años al arte digital y que empezó a pintar murales por una necesidad casi inconsciente de conectarse con gente.
Hoy no vive exclusivamente de lo que genera pintando a gran escala, de hecho el mayor ingreso se lo lleva su trabajo digital, pero es casi una elección. "Pintar siempre fue todo lo contrario al trabajo y estuvo muy ligado a la libertad. Sigo buscando un estilo definido y que me llamen para hacer eso. Quiero preservar ese lugar de disfrute, por eso todos los trabajos que me salieron para pintar murales fueron en esa dirección."

PINTAR SOBRE LO PINTADO

Para Leandro Frizzera, otro artista parido por la calle, la escasez de paredes en la ciudad no es un obstáculo para seguir pintando. Convencido de que el arte debe ser efímero y estar siempre en movimiento, no duda en invitar a pintar sobre lo ya pintado.
"Creo que un mural nunca debe quedarse quieto. Por eso yo aliento a que otros hagan suya una pared que ya está intervenida por un artista." En esa especie de arenga del arte efímero, Leandro ha tapado varios murales propios.
Pero cuando las paredes de la calle no alcanzan, Frizzera se apodera de las subterráneas. Unas musas que asoman cuando las formaciones del subte de la línea H llegan y parten desde el andén de la estación Hospitales, llevan su firma. Y hacen menos densa la espera. Frizzera sale a pintar murales por placer y también para promocionarse. "La publicidad grande de un tipo que pinta en gran formato es la calle -reconoce Leandro-. Es tu principal vidriera. Más imagen tenés en la calle, más nombre te armás. Por eso siempre tengo una excusa para salir a pintar", dice quien es convocado por marcas como Coca-Cola, Mini Cooper, Cablevisión, AppleStore y Villa del Sur, o particulares para pintar desde medianeras de edificios de 30 metros de altura hasta paredes de livings y fondos de piletas. "A mí me potenció pintar para marcas. No me genera un tema. Además de por placer, yo pinto murales por plata."
Algunos de las obras que Frizzera tapó en honor al arte efímero son los que Milu Correch admiraba mientras esperaba el colectivo en alguna parada de Villa Urquiza, donde vive. Y por los que se metió en un taller dictado por Frizzera para aprender a pintar como él, a gran escala.
"Me ensañaron a pasar eso que tenés en una hoja A4 a un mural de varios metros. Y teniendo obra en la calle, empecé a recibir ofertas de trabajo. Tu mural es tu publicidad, estás vendiendo y exponiendo tu trabajo -dice Milu, que tiene apenas 22 años-. Pero una de las principales razones por las que pinto es porque la paso bien." Desde que empezó a trabajar pintando murales, hace un año, Milu recibió ofertas de pequeños locales, grandes marcas, festivales y municipios de acá y de Europa. A la hora de poner un precio a su trabajo, no duda. "Cuanto menos libertad tengo, más caro lo cobro. Si no me reditúa artísticamente, me tiene que redituar desde lo económico. Es algo que evaluás trabajo por trabajo."
 
Georgiona Ciotti pinta un mural para la peluquería De la cabeza, en Palermo. Foto: LA NACION / Ignacio Coló
Pero dentro del colectivo del arte callejero hay quienes eligen no trabajar para grandes marcas. Éste es el caso de Georgina Ciotti, que después de 10 años de vivir en España, donde trabajó en cine y publicidad, volvió en 2009 a Buenos Aires a probar tres meses y se quedó acá porque, a diferencia de lo que estaba pasando en España, donde el arte callejero empezaba a prohibirse, "las calles estaban disponibles y había una sensación de que había mucho por hacer y mucho apoyo institucional".
Entre sus elecciones artísticas y de vida está la de no trabajar para empresas que alienten el consumo excesivo y desmedido, y privilegiar los pequeños emprendedores: centros culturales, salas de ensayo y peluquerías como De la cabeza, donde ahora está haciendo un trabajo que mezcla pintura con escultura.
"Busqué pintar en la calle con la intención de tener más a despliegue, no para promocionarme. Y ahí son muchas cosas las que cambian. Por empezar, hay una interacción con el entorno, no estás solo en tu taller. -dice Georgina-. Creo que lo que más me gusta es que hay una devolución en tiempo real y esta cosa de que, si bien te apoderás del espacio público, al mismo tiempo tenés que soltar tu obra y dejarla ir."

CARNE DE GALERÍAS

Lucas Larnier empezó a salir a pintar a la calle junto con sus amigos de la FADU (la Facultad de Diseño de la UBA), cuando las cacerolas todavía eran dueñas de la vía pública. Lucas dirige su estudio, Kid Gaucho, el lugar que "le da de comer" y donde combina el diseño aprendido en la facultad con el arte mamado en los talleres a los que asistió de chico.
"Cada vez pinto menos en la calle, salvo invitaciones de otros artistas -reconoce-. Hoy estoy enfocado en la producción privada. Es un proceso natural que en mi caso tiene que ver con la necesidad de abordar otros planos. Yo no nací pintando en la calle; en un momento encontré ahí un lugar para hacer arte, pero después te das cuenta que lo que producís dentro de tu taller también te da mucha satisfacción." Lucas expuso en la primera muestra organizada por Hollywood in Cambodia, una galería exclusiva de artistas callejeros y hoy tiene obra en Kosovo Gallery, un espacio que mezcla cultura de la calle con arte contemporáneo. "La calle y una galería son espacios complementarios; lo importante es tratar de contar algo a través de la pintura, sea donde sea."
 
El artista Diego Roa hizo ruido con la serie de caras de niños que pintó primero en tachos de basura y luego en formato de cuadro. Foto: LA NACION / Ignacio Coló
Diego Roa y RRAA. (se pronuncia ra-ra) son artistas que coquetean siempre con la calle, pero sus nombres están fuertemente asociados con el arte que se expone puertas adentro. Diego fue el best seller del barrio Joven del último ArteBA, donde los cuadros de su serie de niños azules se vendía como pan caliente en la galería Fiebre. Y las tapas de vinilos intervenidos por RRAA. (su identidad será siempre un misterio) también se vendieron muy bien.
Diego supo hacer ruido en el mundo artístico con sus tachos de basura intervenidos con la cara de esos niños que después formaron parte de esa serie tan bien recibida por el público. "Pinté los tachos sin firma, no quería que me conocieran. y de repente empezaron a buscar quién era el que hacía esos dibujos -cuenta-. Me llamaron de galerías y se dieron cuenta de que lo que tenía en la calle era una síntesis de mi obra. Sigo haciendo obra en la calle, pero nadie sabe que soy yo. Es un juego que me gusta." RRAA. siempre se movió en el circuito in-door. Hasta que le dio por salir a la calle a intervenir afiches publicitarios con máscaras celestes. "Salí hace un año y medio y fue un antes y un después porque tuve mucha más repercusión y murmullo. Es algo que ve todo el mundo." RRAA. tiene claro que la galería y la calle son dos espacios distintos: "Lo que está en la calle es de la calle. No está bueno trasladarlo de manera literal".
Aunque la literalidad en el arte siempre es subjetiva..

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